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Nada más que libros – La tertulia

22 noviembre, 2019 - Literatura
Nada más que libros – La tertulia

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“La generación del 98 es una generación de contertulios. No se concibe escribir nada, ni siquiera hacer política, sin acudir a la tertulia. De un intelectual que criticaba la costumbre de tertuliar se pudo decir que “le falta café”. Se da por sentado el principio de que el hombre debía hacer en la vida tres elecciones: “Estado, profesión y café”. La tertulia es un ámbito de creación y de anécdotas donde se suele hablar mal del ausente. Un poeta mediocre se levanta un día de la mesa del café para ir a lo que entonces se llamaba “el indispensable” y como tarda en volver, los contertulios se preocupan de que le haya pasado algo. Don Jacinto Benavente les tranquiliza diciéndoles: se habrá dormido sobre sus laureles”.

LA TERTULIA

 


 

Se ha intentado definir la tertulia, inmemorial institución española, que siempre tuvo en Madrid su más importante sede, como “una reunión de hombres sin propósito ni objetivo alguno”. Cuando un grupo de personas se reúne para hacer algo concreto, el resultado puede ser un partido político, un negocio o una asociación de carácter deportivo o recreativo.Cuando se juntan para no hacer absolutamente nada, eso es una tertulia. No persigue otro fin que el de cultivar el puro placer de la conversación; pero, para ser una verdadera tertulia y no sólo esporádica reunión, debe cumplir ciertas reglas impuestas por una venerable aunque no escrita tradición. Debe existir una decisión al menos tácita de constituirse en tertulia. El tiempo y el lugar de reunión deben ser fijos. Los contertulios o tertulianos deben sentarse preferentemente en el mismo sitio, alrededor de la mesa del café. La conversación debe ser general y no están bien vistos los apartes.

La tertulia del café de Pombo Obra de José Gutiérrez Solana (1920) – Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía Los tertulianos que aparecen: Tomás Borrás (1891 – 1976). Periodista, comediógrafo, novelista y autor de cuentos. Manuel Abril (1884 – 1943). Escritor, periodista y crítico de arte. José Bergamín (1895 – 1983). Poeta, crítico, ensayista y autor teatral. Ramón Gómez de la Serna (1888 – 1963). Anfitrión. Mauricio Bacarisse (1895 – 1931). Poeta, novelista y ensayista. José Gutiérrez Solana (1886 – 1945). Pintor y autor literario. Pedro Emilio Coll (1872 – 1947). Escritor venezolano. Salvador Bartolozzi (1882 – 1950). Pintor y dibujante. José Cabrero Mons (1886 – 1945). Pintor.

 

Algunos teóricos añaden algunas reglas más, entre ellas la de que se tenga licencia para hablar mal de los contertulios ausentes. Esa es la manera, dicen, de que nadie falte a la cita ni se levante antes de que la tertulia termine. Una breve historia de la tertulia literaria debería recordar a don Nicolás Fernández de Moratín, que fundó la primera de ellas en La Fonda de San Sebastián. Por el café de Príncipe, más comúnmente llamado “El Parnasillo”, pasaron escritores, poetas y artistas románticos como Larra, Espronceda, Zorrilla, los Madrazo o Ramón de Campoamor.

Desde entonces no ha podido concebirse la vida artística y literaria de Madrid sin la existencia de las tertulias. Han pasado a la historia cultural lugares como el Café del Sólito, el Café de Venecia o La Fontana de Oro y, más tarde, El Gato Negro, El universal, El Levante, Fornos o el Café de Madrid, donde Azorín dio nombre a la Generación del 98. Ramón Gómez de la Serna, por su parte, hizo famosa la tertulia de la “sagrada cripta” de Pombo.

En nuestros días, después de una relativa decadencia, la tertulia ha vuelto a resurgir en Madrid. Muchos de los viejos cafés desaparecieron, pero quedan aún algunos de los que tuvieron y tienen tertulias ilustres, como El Comercial y el Gijón, que ha cumplido ya con creces un siglo de existencia. Se observa la tendencia de trasladar las tertulias a la hora de la cena, debido a las ocupaciones que los contertulios suelen tener a la hora del café. Dará una idea de la importancia que la tertulia ha tenido en la vida cultural de Madrid el hecho de que fue precisamente en una tertulia, la de la Granja El Henar, donde el filósofo Ortega y Gasset fundó la Revista de Occidente. También el Ateneo, institución fundada en la primera mitad del siglo XIX y de gran influencia en la vida literaria y política del país, contó siempre con importantes tertulias en su famosa Cacharrería. Y de las tertulias de Madrid surgió en buena medida la floración literaria del primer tercio del siglo XX que se llamó “La Edad de Plata” de la literatura española.

La institución de la tertulia tuvo grandes detractores, que señalaban la inutilidad de la charla de café. Sus defensores decían que esa inutilidad era precisamente lo que permitía el más fructífero intercambio. De un intelectual que se negaba a acudir a las tertulias a perder el tiempo, decían sus contemporáneos: “le falta café”. Contaba Ramón Gómez de la Serna en uno de sus libros que, en una ocasión, mientras el contemplaba la estatua de Calderón de la Barca en la plaza de Santa Ana, se le acercó un hombre y le preguntó ¿quiere usted que le recite unos versos de este señor?. El pueblo de Madrid supo siempre acoger y comprender a sus escritores y a sus artistas. Quizá no sea Madrid una ciudad muy leída, pero es una ciudad muy escrita. El lenguaje popular influyó en la obra de los literatos de todas las épocas y, al mismo tiempo, se vio influido por ella. No se entendería el estilo barroco de Francisco de Quevedo, con sus atrevidos circunloquios, sin tener en cuenta que el lenguaje del Madrid de su tiempo le dio la materia prima de su prosa. Tampoco se explicarían sin la referencia al lenguaje vivo de la calle las comedias de Lope, de Calderón o de Tirso de Molina, las obras de los Moratines, los artículos de Larra, las novelas de Galdós o la extraordinaria trilogía que don Pío Baroja dedicó a los barrios bajos madrileños. Lo mismo podría decirse de algunas de las mejores obras teatrales de don Ramón María del Valle Inclán o, para venir a épocas más recientes, de las novelas de Camilo José Cela, Juan García Hortelano y otros muchos escritores.

La cultura de Madrid no fue nunca cultura de torre de marfil. Tuvo siempre mucho de cultura oral, la cultura de ágora de los puebles del sur. Hasta a los filósofos inspiró la vida urbana de Madrid. El pensador Ortega y Gasset contaba la inquietud filosófica que le proporcionaba oír en el tranvía la voz del cobrador gritando “¡Cuatro Caminos!”, al llegar a la plaza de ese nombre, porque esto le hacía darse cuenta de la variedad de soluciones que se ofrecían al problema filosófico que por entonces le preocupaba. “¡Y todo por los diez céntimos que costaba el trayecto!”, comentaba don José. Tal era la fidelidad a la tertulia de algunos de los miembros que, en una expresiva anécdota, Ramón Gómez de la Serna se encontró con su tocayo Valle Inclán, ya muy viejo y poco antes de que abandonara Madrid para trasladarse a Compostela, donde murió, y le preguntó qué tal estaba. Valle le dijo: “pues ya ve usted. Del sanatorio al café y del café al sanatorio”.

 

 

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