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Caminar, mirar, contar – Chip

12 octubre, 2023 - Radio reportajes
Caminar, mirar, contar – Chip

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Me está costando resolver el recorrido de este paseo, que escribo a final del mes de julio atascada y posponiéndolo todo el rato. Este será el primer paseo de la nueva temporada, y como Chip ya no está tendré que cambiar el genérico del título, porque los paseos ya no serán con él, aunque supongo que su cuerpecito blanco y negro de 9 kilos y pelo raso aparecerá alguna vez entre palabras y reflexiones. Leo estos días la recopilación de los cuentos de Carlos Castán, y dice, en su relato Las rosas de la noche: “La ausencia tiene un peso. No sé si puede haber un lastre más pesado que la ausencia”, y la verdad es que me parece un poema que me dedica solo a mí. La ausencia define el lugar donde estoy, con un fondo de dolor callado, de cosa sorda que está ahí todo el rato y no hay forma de evitar. Dicen los expertos en el duelo que tienes que dejar que este te inunde y te posea y te cabree, después, te inutilice y al final te vuelva amorfo antes de ponerle cuerpo y agarrarlo y entender, por fin, que en algún momento se acabará.

CARTEL CMC-Chip-cuadro
Escribo este paseo para ti, Chip, porque no entiendo lo que está pasando, porque las palabras se me escapan y porque has sido el protagonista de mi último, y tan largo, tiempo conmigo. empiezo varias veces, pero no ando nada fluida. Poco a poco me voy soltando al ritmo de los párrafos y las historias de Castán, que me ayudan a delimitar los contornos de mi pena. Mientras el calor de julio castiga a fuego van pasando revueltos muchos momentos de estos doce años, que decido recordar y escribir sin orden. Os hablaré de nuestros paisajes, porque me gusta mucho eso que dice el geógrafo-poeta Martínez de Pisón de que “un paisaje no es más que un territorio mirado por un hombre, uno que además de ver, interpreta”. Y es que Chip y yo, juntos, descubrimos moradas mágicas que debo terminar de interpretar.

1. Previo

Me voy con Chip a coger acelgas muy pronto por la mañana. El cierzo ha refrescado bastante la noche y todavía se nota su efecto en la atmósfera. Chip tenía seis días cuando lo conocí, y salió adelante después de pasar muchas horas ovillado sobre mis piernas envuelto en una manta de Iberia. Había dejado de comer y de beber y me costaba esfuerzos ingentes conseguir meterle en la boca unas gotas de agua con una jeringuilla, pero encontré un paté especial para perros cinco estrellas o más y en cuanto lo probó no hubo manera de pararlo. Desde entonces come con ansia desmedida todo tipo de cosas a todas horas, aunque he tenido que esmerarme en regular su voraz apetito.

“Perro bueno, perro bonito y perro guapo” han sido sus mantras. Hoy, mientras veo cómo se mueve desmañado por la hierba recuerdo la tarde que mi padre le leía la Biblia para que supiera algo más cuando llegara al cielo de los perros. Chip apoyaba las patas delanteras en sus rodillas y lo miraba con adoración.

Chip, con nombre de tripa de ordenador, me ha tenido en su foco de forma obsesiva: siempre ha sabido dónde estaba y siempre he vivido en medio de su retina, como una foto fija. No ha perdido mi paso y sé que sabe que yo tampoco he perdido el suyo. Doce años es un corte temporal hecho a la medida de los perros, pero de verdad que ahora son los únicos que conservo en la memoria. Tengo la sensación de que mi tiempo se ha restringido exclusivamente al suyo.

En esta mañana de domingo en la que el calor avanza casi a la misma velocidad que su parálisis nos hemos dado uno a otro el último rato en un trocito de tierra ajardinada en Juslibol en el que solo falta una acequia para que resulte perfecto. Después de tomarse su tiempo en cruzar el terreno me ha traído una piedra, que ha lamido y ha dejado a mi lado. Lo he cogido muy despacio y se ha refugiado en mi abrazo porque es un perro listo y mimoso y sabe que lo llevaré hasta el coche con mucho cuidado. No quiero que nos duela todavía más

2. Chip sobre suelos empedrados

Chip está encima de los suelos, en medio de un motivo simétrico sencillo o sobre una hexapétala de geometría pura. Se estira sobre los dibujos a veces ininteligibles de las grecas laterales y también se tumba lánguido entre las marcas de espigas, tan elegantes, de tal forma que su descanso parece hecho de miles de espigas ondulantes. A veces se me queda mirando desde las arquivoltas de la portada de San Juan de Busa. Y, cuando le dejo, me ayuda a elegir piedras en todos los ríos a los que vamos juntos.

3. Chip en sociedad

Me llama un amigo dueño de bodeguera y me cuenta que su perra está en celo y la quiere cruzar con Chip. La perrita es preciosa, delgadita y muy pizpireta y buscadora de trufa de categoría, la perra, la trufa no sé. Es perra libre de campo helado y ventoso y aprendió a mamar con sabor a trufa, con leche de mamas de mamá untadas con la esencia de esa especie de patata rugosa y oscura que tiene tan poca prestancia visual y tanto valor en la mesa y en el mercado negro y blanco. Me la imagino hincando el hocico puntiagudo entre la escarcha buscando un hueco esponjoso en la tierra dura que da sustento a encinas, castaños y nogales. Me la imagino fura, porque sé que es raza cariñosa pero con mala leche, agresiva cuando pierde la seguridad y cuando agarra una rata entre esas mandíbulas tan pequeñas; sorprende la fuerza que la naturaleza les otorgó cuando repartió las especificaciones y características de su física y química. Desnucan una rata grande con tres volteos de cuello.

Chip no está castrado, nunca nos lo planteamos. Pero tampoco ha conocido hembra. Y la verdad, no me imagino a Chip padre. Le diré a mi amigo que ok, que lo intentamos, pero que quiero uno de la camada formado en las asignaturas de buscador de trufa. Nos iremos a correr por las frías tierras de Sarrión.

4. El principio

Chip es de Lardero, al lado de Logroño, donde quizá vivan todavía algunos de los siete u ocho perritos de su camada. Buscamos por internet perros varones, ratoneros y con pelo corto y el criador nos lo dio sin otra indicación que la de que lo quisiéramos mucho; sin más, y lo metimos en el bolsillo de una sudadera de algodón. Ha sido un perro de infancia larga, receloso y siempre más amigo de los humanos que de los canes. Creo que nunca olvida nada ni a nadie. Su vida ha sido familiar y domesticada, y con los años la correa ha marcado sus límites y su amarre con la seguridad, el amor y el calor del hogar. Cuando corre libre se desmelena, y le encanta jugar con piedras, que luego lame y se traga. Por eso, un día Antonio Ceruelo lo sobrellamó Comepiedras. Desde entonces es Chip-Comepiedras.

5. Previo II

Me gustaría decirte, Chip, que mañana tenemos cita en el veterinario para que termine de una vez con tu parálisis y demás problemas neurológicos. Pero estás echado en una mantita junto a mí y me miras mientras escribo, y no me siento capaz de hablarte de esto. Quizá sepas que estoy escribiendo cosas de ti, porque o bien sabes mucho más de lo que parece o yo veo en ti comportamientos que me parecen más cercanas a los hombres que a los animales. Los que vivimos mucho tiempo con un perro creemos en la fusión de las almas de los perros y los humanos. La verdad es que te pareces a mí, o, visto desde el ángulo contrario, con el tiempo yo me he ido pareciendo a ti.
Han sido unos meses difíciles, lo sé, pero ibas y venías y te recuperabas para después ponerte peor. Estas dos últimas semanas has hecho un picado. Duermes mucho, apenas caminas y comes poco. Noto que estás asustado. Vagas, torpe y triste, por la casa de manta en manta, porque la casa está alfombrada de mantas de colores, tamaños, formas y texturas diferentes para que camines lo que quieras y te retires donde te plazca. Toda la casa se ha convertido en el sitio de tu descanso. No quieres salir y me da la sensación de que te avergüenzas cuando vomitas o te descompones. Te escondes hasta que todo está limpio otra vez y logras olvidarlo. Es entonces cuando buscas mi mirada y mi caricia, te recuestas sobre otra manta, cierras los ojos y descansas.

6. Y llegó

No eres quien eras, pero yo tampoco soy quien era. NO podemos volver al pasado ni correr por los paisajes que descubrimos tú y yo; siempre avanzamos hacia algún sitio que no sabemos cuál es, porque nuestro futuro no está escrito ni en los libros ni en las estrellas, no es ninguno determinado. Yo solo he tenido un perro, y aunque sé lo que es la muerte y lo que produce en las personas muertas y en las vivas, no puedo saber lo que tu marcha, tu partida, me va a suponer. Cómo imaginarlo, es imposible. Llegará, y lo sabré, pero ahora solo puedo preguntarme qué nos ha pasado este año, cómo, de golpe, hemos envejecido tanto y tan rápido y por qué nos aplasta a los dos este quintal de peso de pena.
Las cosas que ocurren no son ni malas ni buenas. Son, y mientras, parece que avanzas aunque a veces retrocedas para después avanzar, porque nuestro universo es lineal, o es lineal nuestra percepción porque escaso es el conocimiento que tenemos del universo en el que habitamos.
Me da que quizá en vez de ser lineal resulte ser paralelo, repetible, o reencontrable. O poliédrico, circular, o inverso. Y que lo que pasa es que no lo podemos apreciar. Es un pensamiento de este momento, aunque lo que veo y lo que sé es que ni tú ni tus mantitas ni tus juguetes ni tus comederos están aquí. ¿Será un avance o supondrá un retroceso de esos enormes que después te hacen avanzar?
Hemos hecho un viaje muy largo para llegar hasta aquí.
Y me invade de golpe la certeza de que ya no te veré.

7. Cementos y morteros

Parece que la vida funcionara en un sistema de bloques temporales que se van cerrando y encapsulan un tiempo concreto en un espacio que imagino similar a una bóveda de hormigón de esas que encierran para siempre los residuos radiactivos. Un hormigón especial que hoy, para este paseo por el tiempo, preferiría que estuviera hecho con mortero de cal y arena. Es una masa más versátil, más conectada con la tierra, y también más elegante, en la que algún día podría ser posible hacer un agujerito, atravesarla -porque tarda mucho en compactar-, y volver hacia atrás por ese agujerito. Pero la realidad es que retroceder, hacer el camino de vuelta, no es posible ni tampoco es interesante. Lo que de verdad me entristece es no tener las coordenadas del cielo de los perros. El único tiempo del que ahora tengo noticia va en la misma dirección que la flecha que tira un arquero sin intención de dar en ninguna diana. Decido que no voy a dejar que tu tiempo me corra por la cabeza porque ya no es el tiempo que hay, pero te echo de menos, aunque también sé que se pasará.
No me apetece ir al campo ni al monte ni al río ni a ver ermitas ni empedrados ni al bar de la esquina donde te echabas en el suelo hasta que decidíamos volver a casa. No paso por la calle donde hacías pis, y cuando entro en el súper voy directa a la esquina donde están tus chuches preferidas. Que sepas que tengo en la nevera la caja de quesitos de la vaca que ríe light que no pudiste terminar, y dos pequeñas latas de espárragos baratos del chino de la esquina que guardo para cuando te vuelvas a tragar una piedra.

-Elena Parra-

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