En estos tiempos de compartida preocupación por la pandemia del COVID-19 y de reclusión preventiva para evitar su expansión, os propongo dedicar el programa de hoy a recordar los orígenes de la festividad de la Cincomarzada y su devenir hasta convertirse en una fiesta caracterizada por una intensa participación, el roce colectivo, el jolgorio y la alegría, situaciones muy alejadas de la preocupante realidad que vivimos en estos tremendos días, pero que seguro regresarán con redobladas ganas cuando esta pesadilla pase.
Vamos a ello. La memorable jornada del Cinco de Marzo fue un episodio bélico de la Primera Guerra Carlista (1833-1840) que tuvo lugar en 1838, cuando una expedición carlista intentó conquistar la plaza de Zaragoza y fue rechazada por una combinación de fuerzas de la Milicia Nacional y la ciudadanía armada, mediante combates desarrollados en algunas de las plazas más importantes del Casco Viejo y el barrio de San Pablo. Desde ese momento, esta jornada se convirtió en una fecha íntimamente ligada a la historia de la ciudad. Para comenzar, el Ayuntamiento constitucional la convirtió en fiesta local de contenido fuertemente político e institucional, como no podía ser de otra forma. Desde 1839, los actos programados para esta fecha incluían regocijos públicos, como salida de los Gigantes, bailes en la Lonja, novilladas, desfile de la Milicia Nacional, y repique de campanas y misas para homenajear a los muertos durante esta jornada. Ya en 1841 las celebraciones tuvieron que ser suspendidas por las malas condiciones climatológicas, algo que periódicamente se repite desde entonces. En función del cambiante devenir histórico en España durante el convulso siglo XIX, esta festividad fue variando en su contenido y expresiones. Así, poco a poco se fue desvinculando de su origen como episodio bélico de la guerra civil, y adquirió un carácter más popular y festivo que se fue imponiendo sobre el componente ideológico de resistencia de sectores del liberalismo y del republicanismo ante las posiciones políticas más retrógradas de la época. Por ello, durante la larga etapa de la Restauración (1875-1931), esta fiesta fue reducida apenas a un recuerdo institucionalizado en beneficio de otras festividades como las Fiestas del Pilar, asociadas a la poderosa iglesia católica, o a la memoria de los Asedios de la Guerra de la Independencia, enarbolados por los sectores más conservadores del poder local. Por ello, no sorprende que en los años 30 del siglo XX el Cinco de Marzo resurgiera al hilo de la llegada de la Segunda República Española, como espacio de reclamación y socialización festivo-política. De estos años no son pocos los testimonios gráficos de grupos de personas festejando esta fecha al aire libre en las Balsas de Ebro Viejo, parque de Buenavista, Rincón de Goya, Canal Imperial… Precisamente por esto, tras el 18 de julio de 1936 el nuevo Consistorio impuesto a la legalidad constitucional intervino inmediatamente para borrar esta celebración y su memoria. Primero cambiaron el nombre a la calle del Cinco de Marzo por el homenaje al carlista Requeté Aragonés, y dos días antes del 5 de marzo de 1937 se suprimió esta festividad. Y así fue durante cuarenta años, hasta que en 1977 fue recuperada para quedarse con nosotros, salvo cuando el cierzo o las inundaciones lo impiden, aunque quede poco de su original motivación, y sí como espacio de reivindicaciones vecinales y sociales varias. Lo suficiente para que las derechas sigan considerando que es una “fiesta de rojillos”. Por algo será.
Terminamos así esta audición del programa “Zaragoza te habla”, y os emplazo para una próxima edición. Salud pública, más que nunca, ánimos y abrazos virtuales, y por favor, pensad en cómo lo festejaremos cuando termine la actual situación de crisis sanitaria.