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Zaragoza te habla – Del campo a la ciudad

9 febrero, 2023 - Zaragoza te habla
Zaragoza te habla – Del campo a la ciudad

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Zaragoza te habla/temporada 2022-23/Programa 5/09-02-2023
Del campo a la ciudad

En este quinto programa de la temporada, segundo del presente año 20 23 os propongo recordar el proceso que especialmente durante el denominado “desarrollismo franquista” hizo de Zaragoza la ciudad que ahora es en cuanto a su población, más que triplicándola a costa de quienes vivían en su entorno inmediato y generando una serie de anomalías que hoy se viven y son descritas por los expertos como problemas estructurales de muy difícil solución que afectan tanto a los residentes en la urbe, como a quienes se mantienen en otros municipios mucho más pequeños de la comunidad.

CARTEL ZTH -Campo-ciudad-cuadro
La expresión “España vaciada” que tanta fortuna mediática ha conocido de un tiempo a esta parte como una forma de explicar este fenómeno, lamentablemente ha terminado cayendo, por una parte en una serie de consideraciones morales en tono victimista que poco o nada ayudan a entender el proceso por el que la distribución de la población en España fue alterada de forma traumática en apenas dos décadas (mayormente entre 1950 y 1970), y en una derivada política de lo anterior que aboga por considerar que sólo los habitantes que siguen residiendo en esa “España vaciada” van a conseguir revertir este proceso votando a las agrupaciones de electores que van surgiendo al calor (momentáneo) del éxito electoral logrado por quienes primero se lanzaron a esa piscina. Así, ahora que ya no hay clases sociales (dicen), ha surgido esta diferenciación política entre los urbanitas por un lado y los rurales y neo rurales por otro, basada en que unos viven en la ciudad y otros no, y que eso les confiere capacidades mágicas de transformación de las cosas.
En el caso de Zaragoza, este éxodo rural ha sido históricamente uno más de los movimientos naturales de la población que en determinadas coyunturas económicas desfavorables empujaba a algunos de quienes vivían en el mundo rural a probar fortuna en la ciudad. Así sucedió periódicamente incluso durante las primeras décadas del siglo XX, pero a una escala muy pequeña, de forma que en 1930 Zaragoza presentaba una población de casi 175.000 habitantes, en un Aragón de poco más de un millón de pobladores (un significativo pero no exagerado 17,5% del total). Sin embargo, en 1975 Zaragoza había alcanzado los 540.000 habitantes en un Aragón de poco más de un millón cien mil (alcanzando así el sobrecogedor 49% del total de la población). Esta enorme desproporción comenzó a fraguarse durante la guerra civil y sobre todo durante el catastrófico período autárquico franquista y el denominado “desarrollismo” durante este mismo régimen, uno de cuyos puntales fue la expulsión del medio rural de la mayor parte de su población para convertirla en mano de obra barata que abasteciera el incipiente proceso industrializador generado en torno a las ciudades y los polos de desarrollo como el de Zaragoza.
Este gran movimiento poblacional de claras motivaciones económicas fue acompañado de un paralelo proceso de justificación del mismo que lo presentaba como algo deseable para poner al país en la senda de la modernidad. Y ante este objetivo el lenguaje fue una herramienta fundamental tanto para presentar el mundo rural y la vida en los pueblos como una reliquia de tiempos pasados que era mejor enterrar cuanto antes y sin miramientos, mientras que la vida en la ciudad era el futuro resplandeciente.
Por supuesto que la vida en el campo, el desempeño de las tareas agrícolas y ganaderas sin apenas mecanización y con técnicas muchas veces apenas variadas desde tiempos de Al Andalus, sumado a la precariedad en servicios educativos, sanitarios, en infraestructuras carreteras y de comunicación, hacían que esta vida fuera muy dura para la mayoría de la población (sobre todo aquella con menos recursos y tierras), de forma que apenas había progreso económico y la vida era un continuo ejercicio de supervivencia. Ante este panorama, las perspectivas en una ciudad parecían más ilusionantes, reforzadas por los testimonios de familiares y paisanos que ya habían dado el paso y les transmitían que, mal que bien, en la ciudad se estaba mejor. Se estaba mejor porque las ofertas de trabajo no escaseaban, y aunque en la ciudad el dinero entraba con más facilidad que en el campo, los gastos eran mucho mayores que allí y las condiciones de los barrios y barriadas de la periferia donde generalmente iban a parar estos nuevos pobladores no se diferenciaban mucho de las de los pueblos de donde provenían: sin agua corriente ni saneamiento, calles y caminos de tierra, sin escuelas ni sanidad, en viviendas que podían ir desde las graveras y cuevas, las parcelas autoconstruidas, hasta los “pisos” accesibles por estar subvencionados, en bloques de cuatro alturas sin ascensor y construidos con materiales de escasa calidad, y con la única referencia del tranvía como transporte público al que echar mano para ir “al centro”, o a “Zaragoza”, pues se consideraba que donde ellos vivían no tenía la categoría de tal.
Las consecuencias de este proceso acelerado en unos pocos años, fueron devastadoras para la mayor parte de los municipios aragoneses, ya que la mayor parte de la población emigrante era joven, con lo que el futuro de muchos pueblos fue absorbido por la ciudad de Zaragoza, que continuó un tiempo ebria de felicidad ante una población siempre creciente, siempre joven, de forma que incluso se hicieron delirantes previsiones sobre cómo habría de ser la Zaragoza del millón de habitantes. Mientras tanto, nadie hizo previsiones sobre cómo sería el Aragón que contendría a esa Zaragoza millonaria en habitantes…
Al final, de aquellos polvos hace ya tiempo que tenemos estos lodos, con una población muy mal repartida porque la economía requirió que así fuera, en un proceso donde lo grande es cada vez más grande y lo pequeño va camino de su extinción sin que hasta el momento parezca que hay demasiados visos de revertir la situación, que sólo podrá empezar a darse en mi opinión cuando los urbanitas y los rurales vayan de la mano hacia un horizonte común algo más equilibrado.
Vale.

– José María Ballestín Miguel –

 

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