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Zaragoza te habla – Aquí sí hay playa

8 junio, 2023 - Zaragoza te habla
Zaragoza te habla – Aquí sí hay playa

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Este es el noveno programa y último de la presente temporada, pues casi sin darnos cuenta el curso está ya a punto de terminar… si bien cierta cita electoral de cuyo nombre no quiero acordarme aquí, convocada para finales del mes de julio, nos va a tener a todos en vilo y un poco más acalorados de lo habitual por esas fechas ya de por sí bastante poco frescas que coincidirán con lo más duro de la canícula. De todas formas, en apenas un par de días se abrirán las piscinas públicas de Zaragoza, y hoy os propongo, por eso, que nos demos una vuelta imaginaria por sus antepasadas, es decir, las antiguas “playas” de Zaragoza donde nuestros antecesores y antecesoras mitigaban de alguna forma el infernal calor que esta ciudad ofrece generosamente a sus residentes durante los meses del verano. Vamos a ello.

CARTEL ZTH-Si hay playa- cuadro

La primera “playa” de Zaragoza que encontramos en el tiempo fue la “playa de Torrero” junto al Canal Imperial de Aragón, a finales del siglo XVIII, en tiempos en que Torrero ni existía como barrio ni se le esperaba, y era solo una referencia geográfica que comenzaba ni más ni menos que donde hoy termina la avenida de Goya… casi nada al aparato. Aunque tenía la denominación de “playa” no lo era porque acogiera bañistas que se remojaban en el canal, sino por otra referencia marinera de agua dulce como era la importante presencia del puerto de Miraflores en la orilla izquierda del Canal, frente al puente de América. O sea, que se llamaba playa, pero no era playa.
Fue precisamente la llegada de agua a través del Canal Imperial de Aragón lo que reforzó de forma considerable la red de acequias de la ciudad, todas al aire y aún sin molestar demasiado a la gente, que en verano comenzó a utilizarlas para refrescarse un poco. También en el canal se establecieron de forma no oficial algunos puntos donde las gentes de Zaragoza tomaban baños. Pero eran los ríos de Zaragoza, desde tiempos de los romanos, los que eran utilizados de forma preferente para mitigar un poco el calor de los meses del verano: sobre todo el río Huerva en su tramo urbano, donde además de podía pescar con garantías de éxito; el río Gállego, desde siempre con unas aguas puras y extraordinarias de calidad y cantidad; y por supuesto el río Ebro.
De esta forma, desde mediados del siglo XIX el cauce urbano del río Huerva estaba perfectamente reglamentado a efectos de acotación de unas zonas establecidas para dar cabida a baños de agua durante el verano, sobre todo en el tramo aguas abajo del puente de Santa Engracia especialmente en la ribera del paseo de la Mina hasta su desembocadura en el Ebro. El río Gállego, por su lejanía de la ciudad era el menos frecuentado de los tres, aunque algunos de sus remansos no dejaban de ser visitados y usufructuados durante el estío zaragozano. Pero era el río Ebro, por su tamaño y la disposición de sus riberas, sobre todo la izquierda, era el que más potencial tenía para dar cabida a varias playas, si bien la regularización de su uso fue bastante tardía. Hasta entonces, no había año que el río dejara de cobrarse la vida de alguna persona que perecía ahogada o arrastrada por el agua. Por eso y desde mediados de los años 20 del pasado siglo el ayuntamiento afrontó el reto de instalar unos baños públicos en el río Ebro, por supuesto con todas las garantías de “decoro” que la moral de la época imponía. En primer lugar se gestionó instalar algunas casetas de baños traídas de San Sebastián (el lugar de referencia para los privilegiados veraneantes zaragozanos de la época), aunque esa iniciativa no prosperó. En 1927, finalmente, se aprobó una partida presupuestaria de algo más de 17.000 pesetas para construir una “caseta de baños” proyectada por el arquitecto municipal Miguel Ángel Navarro Pérez, que consistía en un artístico pabellón de madera rematado por unas cubiertas de tejas de vivos colores. Estaba inspirado en los edificios construidos al lado de las playas marinas del norte de España, y fue ubicado entre la arboleda de Macanaz y el espacio ocupado por la Sociedad Naturista Helios, que había sido fundada poco antes, en 1925. Así, con el pomposo nombre de “Balneario del Ebro” fue inaugurado en junio de 1928 junto a la denominada, por ello, “playa del Ebro”, si bien a efectos prácticos se trataba una caseta de baños grande con todas las garantías, eso sí, de decencia y moral de la época, lo que hacía que su uso en un primer momento estuviera reducido casi exclusivamente a los usuarios masculinos. Un bar garantizaba la hidratación de los bañistas, y dos cercanos embarcaderos facilitaban el acceso desde la ribera derecha.
Durante la primera mitad de los años 30 este “balneario” conoció una concurrencia “extraordinaria” durante los calurosos días del verano, en tiempos en que no había piscinas públicas en toda la ciudad. La guerra civil española supuso un parón en su actividad, que fue retomada como “baños públicos colectivos” durante el verano de 1939, “Año de la Victoria” con un marcial bando dictado por el alcalde Juan José Rivas especialmente obsesionado en “corregir algunas prácticas viciosas atentatorias a la moral, decencia, pudor y buenas costumbres”.
Este pabellón fue finalmente derribado cuando comenzaron las obras de construcción del puente llamado de Santiago a mediados de los años 60. El enorme crecimiento de la población de la ciudad y la ausencia de piscinas públicas (porque privadas sí las había), convirtió al tramo urbano del río Ebro en una sucesión de “playas” cada una con su nombre y parroquia correspondiente. Así por ejemplo, estaba la “playa de los Ángeles”, en el tramo de la margen derecha inmediato al puente del ferrocarril; justo enfrente, en la margen izquierda quedaba la “playa de San Rafael”; en la margen derecha y junto al puente de Hierro estaba la “playa de las Hojalatas”, que creo que no hay que explicar mucho cuál era la razón de ello; y en último lugar y enfrente a ésta, en la margen izquierda, se localizaba la “playa de San Miguel”, así denominada por el colegio de ese nombre instalado en la ribera junto a un antiguo molino de Sal. Hay un buen repertorio de fotografías que durante esos años ilustran la multitud de usuarios que se congregaban en esas “playas” bien para bañarse, bien para tomar el sol. Era toda esa gente que no podía permitirse soñar con planificar unas vacaciones a la costa o al Caribe. Cuando el Ayuntamiento comenzó a construir piscinas municipales, estas “playas” fueron perdiendo concurrencia, más aún cuando el nivel de vida fue subiendo, apareció esa “clase media” de la que desde entonces casi todo el mundo dice formar parte, los “600” comenzaron a generalizarse y las playas “de verdad” dejaron de ser la quimera que hasta entonces eran para la mayoría de la población.
Aun hoy en día es posible ver en verano algún que otro bañista por alguno de los escenarios que antes eran llamados “playas” en las riberas del Ebro. Pero ahora son una singularidad de tiempos que parecen pasados.
Por cierto, que hablando de tiempos pasados, ojalá que tras las elecciones del mes de julio a las que me refería al principio, haya menos voceros voceando tanta monstruosidad, aunque lamentablemente no tengo muy claro que esto vaya a ser así.
Vale por esta temporada, y nos reencontramos la próxima.

-José María Ballestín Miguel-

Foto portada: Baños del Ebro-1928 (Gran Archivo Zaragoza Antigua)

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