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Nada más que libros – Moby Dick – Herman Melville

15 abril, 2021 - Literatura
Nada más que libros – Moby Dick – Herman Melville

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“Llamadme Ismael. Hace unos años – no importa cuanto hace exactamente – teniendo poco o ningún dinero en mi bolsa y nada de particular que me interesara en tierra, pensé que me iría a navegar un poco por ahí, para ver la parte acuática del mundo. Es un modo de echar fuera la melancolía y arreglar la circulación.”

Fragmento de Moby Dick, de Herman Melville.

 

 

 

CARTEL Moby Dick-CUADRO

Herman Melville, hijo de un comerciante importador, nació en 1.819 en Nueva York. Comenzó su vida laboral en el último negocio de su padre, y luego enseñó en escuelas locales, trabajó en la granja de su tío y fue empleado de banca. A los veinte años se enroló como grumete en un barco mercante que iba a Liverpool. En 1.841 trabajó a bordo del “Acushnet”, un barco ballenero. Luego vivió en las islas Marquesas, en el Pacífico Sur, lo que inspiró su primera novela, “Taipi”. Posteriormente sirvió en más balleneros y en una fragata de Estados Unidos. La marinería le proporcionó material para escribir “Moby Dick”, y Melville pensó que sacaría provecho del interés popular por las aventuras marinas. Pero, para cuando se publicó, en 1.851, el gusto del público se había desplazado hacia las novelas del Oeste, y el libro no tuvo un gran éxito en vida del autor. Herman Melville murió de un ataque al corazón en 1.891.

Entre principios y mediados del siglo XIX se desarrollaron en EEUU dos ramas del romanticismo. Una, representada por Ralph Waldo Emerson y Henry David Thoreau, fue el trascendentalismo, un movimiento idealista centrado en la creencia en el alma, o luz interior, y en la bondad innata del hombre y la naturaleza. La otra fue el llamado romanticismo oscuro, que adoptó una visión menos optimista de la naturaleza humana, en una reacción contra el idealismo y autores como Edgar Allan Poe, Nathaniel Hawthorne y Herman Melville, exploraron un ser humano propenso al pecado y la autodestrucción. Ambas tendencias reconocían una energía espiritual en la naturaleza, pero si los idealistas la veían como un canal mediador entre Dios y la humanidad, los románticos oscuros eran menos optimistas respecto a la perfección del ser humano. Percibían la naturaleza como manifestación de verdades oscuras y misteriosas que el hombre enfrentaba por su cuenta y riesgo. Con el mismo espíritu pesimista, consideraban utópicos los intentos de reforma social. En su obra de las décadas de 1.830 y 1.840, los exponentes del romanticismo oscuro retrataron a menudo a individuos que fracasaban en sus intentos de suscitar un cambio positivo. Atraídos por el horror, lo sobrenatural y lo macabro, así como por el sufrimiento y la tragedia, les fascinaban la propensión humana al mal y las consecuencias psicológicas del pecado, la culpa, la venganza y la locura. Tales elementos, también presentes en la literatura gótica, prepararían el terreno para la literatura de terror moderna. Como las verdades de los románticos oscuros pretendían revelar eran primitivas e irracionales, recurrieron al uso del simbolismo: una forma de expresión que soslaya la pura razón. Edgar Allan Poe escribió relatos y poemas que presentan tétricos motivos como personas enterradas vivas, mansiones decadentes o un cuervo que atormenta psicológicamente al poeta. Nathaniel Hawthorne, que encontró sus propias pesadillas en la hipocresía del puritanismo, escribió sobre la vergüenza y el pecado oculto.

Rica en lenguaje, peripecias, personajes y simbolismo, y exhibiendo un extraordinario grado de conocimientos sobre el tema marítimo, “Moby Dick” es la primera gran epopeya novelesca estadounidense, y una obra impulsada por una intensa ambición literaria; desde su famosa frase inicial (“Llamadme Ismael”), la novela arrastra al lector a seguir la búsqueda del narrador para descubrir un sentido en el . La búsqueda de Ismael va emparejada a la obsesiva y finalmente trágica aventura dirigida por Ahab, el capitán del ballenero “Pequod”, que surca los mares en busca del gigantesco cachalote albino conocido como Moby Dick, que le amputó una pierna por debajo de la rodilla. Ahab, un “espléndido hombre impío, semejante a un Dios”, que ronda por la cubierta con su prótesis hecha de hueso de ballena, emana un carisma satánico. A un profundo nivel psicológico, está inmerso en una batalla con Dios, la presencia inefable detrás de Moby Dick, “la máscara que no razona”: en la visión del mundo de Ahab todos los objetos representan algo desconocido, inescrutable y maligno. Al atacar a la ballena, ataca a Dios, o a ese agente desconocido. La historia de su obsesión, tal como la relata la novela, es también una indagación en el sentido de la vida y de la muerte, con atisbos sobre cuestiones como la religión y la locura. La violenta ansía de venganza de Ahab solo se ve atemperada, hacia el final, por sus tiernos sentimientos hacia el joven marinero negro Pip, así como por un breve interludio de nostalgia, cuando deja caer una única lagrima al mar mientras habla con el primer oficial, Starbuck, de sus cuatenta años de soledad oceánica y piensa en su esposa (“hice enviudar a esa pobre muchacha cuando me casé con ella”, dice) y su hijo. Pero estas lamentaciones son arrolladas por su sed de venganza, saturada de odio.

El “Pequod”, empezando por su mismo nombre, tiene resonancias alegóricas: los pequod fueron una tribu nativa americana casi exterminada por los colonos puritanos británicos en el siglo XVII. Hay, pues, una alusión a la ruina de una civilización provocada por el insaciable afán de progreso material, la expansión imperialista, la supremacía blanca y la explotación de la naturaleza. El barco puede verse como una alegoría del mundo, y de Estados Unidos en particular; y, dado que la obsesión de Ahab contagia a todo el barco, toda una sociedad está implicada. La tripulación es una mezcla de razas y credos, lo que refleja la universalidad de la visión de Melville. Los tripulantes trabajan juntos y son mutuamente dependientes. La libertad de movimientos y comunicación tiene unos límites jerárquicos de estatus y mando. Esta diversa sociedad flotante está lejos de ser democrática: las distinciones sociales y raciales contribuyen a la desigualdad, y todos a bordo se doblegan a la mano de hierro de Ahab. La diversidad de pensamientos y sentimientos experimentada por la tripulación del ballenero constituye un dramático contrapunto a la monolítica energía de la ballena que está decidido a encontrar y matar. El barco es, además de un navío perseguidor, una fábrica flotante, y Melville era totalmente consciente del paralelismo que los lectores verían entre la nave y el capitalismo de Estados Unidos, la era industrial y la economía de mercado. “Moby Dick” es el relato épico de una aspiración blasfema, y utiliza referencias bíblicas para añadir significado a su historia. Sus dos protagonistas, Ismael y Ahab, reciben nombres bíblicos. En el Génesis, Ismael, hijo ilegítimo del patriarca Abraham, es expulsado a favor del legítimo, Isaac. Al dar este nombre a su narrador, el autor subraya el hecho de que Ismael es un vagabundo y un marginado; su inexperiencia en la caza de ballenas impide que la tripulación lo acepte sin reservas. Ahab, cuya historia se recoge en 1 Reyes, es un rey que codicia un viñedo y lo obtiene mediante un engaño, y por ello es condenado a un final ignominioso. Su homónimo, sigue un patrón similar en la novela, al obtener el éxito de una forma que sella su propia perdición. Melville, preocupado por las maquinaciones de la suerte y el destino, usa la profecía para crear una sensación ominosa. Antes de que Ismael se enrole en el Pequod, un personaje llamalo Elías (otra referencia bíblica) predice un incierto destino para la nave. Más tarde, una profecía del arponero Fefallah presagia las etapas finales del curso de la narración, al decir que el capitán no morirá antes de haber visto dos coches fúnebres: uno no fabricado por manos mortales y otro de madera crecida en América, lo cual Ahab interpreta como que sobrevivirá a la travesía.

Cuando conoce al arponero Queequeg, Ismael piensa ásperamente: “mejor dormir con un caníbal sobrio que con un cristiano borracho”. Este descrédito de la ortodoxia cristiana, y de la religión en general, es una idea que recorre la novela. En una escena que recuerda a una misa sacrílega, Ahab reúne a la tripulación en la cubierta y hace que los tres arponeros beban de los calces huecos de sus arpones; los llama sus cardenales, y a los cuencos en que beben, cálices, y los exhorta a jurar muerte a Moby Dick. Más adelante bautiza burlonamente en latín la punta ungida con sangre del arpón que utilizará para ensartar a la ballena diciendo: “ No te bautizo en el nombre del padre, sino en nombre del diablo”. El propio barco, pintado de negro y festoneado con inmensos dientes y huesos de cachalotes, evoca la nave fúnebre de alguna oscura religión tribal. Melville lo describe como “un navío caníbal, que se adornaba con los huesos de sus enemigos capturados”. Por la noche, los fuegos usados para fundir la grasa de ballena lo convertían en un rojo infierno. De este modo, incluso el escenario de la novela adquiere la nota demoníaca que tan a menudo resuena en la acción y los diálogos. “Moby Dick” presenta recursos literarios que con frecuencia se asocian más al teatro que a la novela, entre otros el soliloquio o sea un discurso en que el personaje comparte sus pensamientos directamente con la audiencia, la acotación e incluso, en el capítulo 40 (Medianoche, el castillo), una breve teatralización. Asimismo, para describir la ambición autodestructiva, Melville se inspiró en el héroe trágico isabelino: Ahab tiene reminiscencias de Macbeth y el rey Lear en su despiadada irracionalidad, y de Hamlet en su ímpetu vengativo. En un ensayo de 1.850, Melville aludía a su admiración por los asuntos profundos y remotos en Shakespeare y por las verdades vitales expresadas por sus personajes oscuros. En “Moby Dick”, el autor utilizó explícitamente recursos shakesperianos, desde los soliloquios ya mencionados (usados con enorme fuerza por Shakespeare), pasando por un lenguaje elevado e intenso, hasta una prosa que en realidad tiene la cadencia del verso libre. Para el lenguaje de su novela, Melville también extrajo inspiración de “El Paraíso perdido”, el gran poema épico de John Milton.

El uso de diversos elementos del teatro y la poesía, unido a la pura originalidad que hace de “Moby Dick” un hito en la narrativa, se ve compensado por los préstamos de otro género literario: la enciclopedia. A medida que la intriga de la historia aumenta a través de una serie de cazas de ballenas de dramatismo creciente, el impulso es deliberadamente congelado, a intervalos estratégicos, por capítulos que ofrecen un caudal de información antropológica y zoológica, y todo tipo de datos sobre las ballenas y su caza. Este prodigioso despliegue de conocimientos parece adecuado a la experiencia autodidacta de Melville: “yo he nadado a través de bibliotecas”, declara Ismael; y Melville hizo lo mismo, absorbiendo montañas de conocimiento a través de sus propias lecturas, a menudo mientras estaba en el mar. Los elementos de dramatismo shakesperiano y el contenido fáctico otorgan a la novela dos de sus rasgos prosísticos característicos, equilibrados por un tercero: la sencillez conversacional. Este estilo aparece ya en la segunda frase de Ismael ( “Hace uno años…”) y reaparece con frecuencia en medio de una prosa de elaborada solemnidad y exclamación teatral. Géneros y estilos se mezclan para obtener un poderoso efecto. Así, “Moby Dick” tiene una profundidad enciclopédica y acoge un amplio abanico de estilos literarios; tal vez podría describirse como un drama psicológico concebido a una escala oceánica. Con sus consideraciones sobre el bien y el mal en un cosmos indiferente, y su materialización de un detallado mundo social, esta monumental epopeya de fanatismo impregnada de una visión trágica, estableció un nuevo punto de referencia para la ambición narrativa.

 

 

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