“ Abiertos, dulces sexos femeninos,
o negros, o verdales:
mínimas botas de morados vinos,
cerrados: genitales
lo mismo que horas fúnebres e iguales.de “Oda a la higuera” – Miguel Hernández
Miguel Hernández Gilabert nació en Orihuela, Alicante, el 30 de Octubre de 1.910. Por amistad y edad podía haber formado parte de la llamada <<Generación del 27>> pero nunca se ha considerado parte de ella, aunque Dámaso Alonso le considera “el genial epílogo del Grupo”. El haber muerto en la cárcel por pertenecer al Partido Comunista de España, tras haber sido condenado a muerte, y posteriormente indultado y condenado a treinta años de reclusión, lo llevó a ser considerado el “Lorca” de la posguerra. Con Lorca tiene en común su directo contacto con temas como la vida, el amor, la muerte y otros.
De familia campesina, apenas tuvo más instrucción que la primaria. Comenzó a estudiar en el colegio de los jesuitas, pero tuvo que abandonarlos para trabajar repartiendo leche y cuidando ovejas. Su padre fue un hombre muy autoritario y duro, entregado a su labor de pastor y tratante en cabras. Su madre era una mujer de carácter tímido y seco que se dedicaba a los trabajos de su casa e intentaba suavizar la actitud severa del padre en las riñas familiares. La familia estaba compuesta por tres hermanos y tres hermanas. Desde pequeño aprende Miguel a conducir el rebaño de su padre por los campos y sierras de Orihuela. El contacto directo con la naturaleza y la soledad del campo le inspirarán más adelante; la hora de salida de la luna y de los luceros, las propiedades de las hierbas, el tiempo más propicio para ayuntar el rebaño, etc. En medio de este ambiente, en que la vida salta a cada paso en bandadas de pájaros, avispas, saltamontes, hormigas y lagartijas, un día el pequeño Miguel contempla maravillado el rito nupcial de las ovejas. En otra ocasión el nacimiento de un cordero hiere su infantil imaginación, quedando el suceso grabado para siempre en su mente. En toda su obra se percibe la huella de esta visión pura e inocente de lo sexual.
Sus estudios en el colegio de los jesuitas resultan brillantes, pero en 1.925, con tan solo quince años, abandona la escuela para dedicarse exclusivamente al pastoreo. Toda su formación literaria posterior se debe a su tesón autodidacta. La niñez y adolescencia de Miguel Hernández transcurre en un clima suave, bajo un cielo límpido y azul y una luz cegadora. El paisaje, de fuerte y abigarrado colorido, el perfume embriagador de azahar, jazmín, nardos…y el continuo zumbar de la vida y de los insectos, desarrollan y estimulan sus sentidos. Mientras el ganado pace, Miguel lee y escribe a la sombra de algún árbol. A los dieciséis años empiezan sus primeros intentos poéticos: canta a los pequeños placeres de la contemplación de la naturaleza. En su sencillez campesina se siente atraído por la poesía familiar del poeta costumbrista y bucólico José María Gabriel y Galán. Un canónigo de la catedral de Orihuela, futuro obispo de León, le ayudó a orientarse en sus lecturas: San Juan de la Cruz, Virgilio o Paul Verlaine. Los dos primeros causaron gran sensación en el joven Miguel.
Después irá descubriendo uno a uno los grandes maestros españoles del Siglo de Oro: Cervantes, Lope de Vega, Góngora, Garcilaso; y los modernos Rubén Darío, Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez y Gabriel Miró. Miguel Hernández confesó que Miró había sido el autor que más le influyó durante el periodo anterior a 1.932. El horno de Efrén Fenoll le ofrece una especie de tertulia literaria en su pueblo natal. Los Fenoll son hijos de un poeta popular y, al calor del horno y bajo el aroma del pan, se habla y se discute de poesía. El joven pastor recita y recibe varias indicaciones de un muchacho de rara inteligencia y de extraordinaria cultura llamado Ramón Sijé. En 1.930 aparece en el periódico de Orihuela la proclamación de la aparición del “pastor poeta”. El nombre de Miguel Hernández comienza a sonar en los círculos literarios de la provincia. Ramón Sijé, se erige en maestro del joven, mientras que en la prensa regional aparece su primer poema, “Pastoril”. Poco después le siguen versos a imitación de Rubén Darío y Gustavo Adolfo Bécquer.
En 1.931 el poeta se marcha a Madrid donde colabora con José María Cossio en “Los toros” y se relaciona con poetas como el chileno Pablo Neruda, y los españoles Rafael Alberti, Luis Cernuda y otros. Neruda era entonces consul de Chile en Madrid. Miguel Hernández siente gran admiración por el poeta chileno, para él amigo y maestro, y comienza a escribir como este poesía surrealista. Al mismo tiempo, su fe religiosa va desapareciendo con el contacto con los intelectuales que conoce en la capital; el poeta vive el ambiente social y anticlerical de la Segunda República y se convierte en miembro del Partido Comunista.
El joven Miguel participa, durante ese periodo republicano, en las llamadas “misiones pedagógicas” creadas para llevar la cultura a las zonas más deprimidas del país, una labor intensa y enriquecedora, junto a otros muchos hombres que, como él creían que la ignorancia era el peor enemigo de un futuro mejor. Después, durante la Guerra Civil, el poeta apoyará de forma activa y constante la causa republicana desde el mismo frente. Asiste al Congreso Internacional de Intelectuales Antifascistas de 1.937 en Valencia y se incorpora al ejercito republicano. Los milicianos, con los que lucha Miguel, matan de un balazo al padre de Josefina Manresa, su novia, que era guardia civil. Se alista como voluntario al Quinto Regimiento, de filiación comunista y posteriormente se incorpora al batallón de Valentín González, “El campesino” uno de los lideres del Partido Comunista. En 1.937, el poeta se casa con Josefina en Orihuela.
Una vez acabada la guerra, Miguel Hernández intentó escapar pero fue detenido en la frontera portuguesa. Padece prisión en Huelva, Sevilla y Madrid y, después de ser liberado, en septiembre de 1.939, gracias a las gestiones de su amigo Pablo Neruda, vuelve a ser detenido, juzgado y condenado a muerte. José María de Cossio, Sánchez Mazas y Dionisio Ridruejo, logran que se le conmute la pena por la de treinta años de cárcel. Miguel Hernández no llegó a cumplir esa condena. En el Reformatorio de Adultos de Alicante, prisión en la que se encontraba sufre un paratifus al que se suma luego una tuberculosis pulmonar. La fiebre lo debilita y se intenta trasladarlo a un sanatorio, pero no se pone el empeño suficiente y se apela a la falta de medios económicos para facilitar su traslado. La falta de atención médica en la cárcel fue tal que cuando murió nadie se ocupó de cerrarle los ojos. Miguel Hernández muere el 28 de marzo de 1.942 a los treinta y un años. Sus últimos versos son un tierno recuerdo para su esposa y en ellos se lee al final: “Adiós hermanos, camaradas, amigos:/despedidme del sol y de los trigos”.
La obra poética de Miguel Hernández muestra la evolución del autor a través del tiempo y las circunstancias que le tocaron vivir. Los primeros poemas, de su época adolescente, ofrecen una sorprendente facilidad para la versificación, y son de de acento pastoril muy influenciado por un modernismo caduco, compuestos en una clásica rima octosílaba y en la que resuenan poemas de Bécquer, Miró, Darío y Juan Ramón Jiménez. “Perito en lunas” de 1.933 es un libro vanguardista, lleno de neogongorismo, garcilanismo y calderonismo, pero también de sabor popular, cercano a la tierra y a las gentes. El tema central se relaciona con la luna, no con la luna mitologizada de Lorca, sino con la luna real vista y sentida en el monte. Los poemas de esta obra se caracterizan por su intenso lirismo y una cuidada elaboración y esta compuesta por cuarenta y dos octavas reales que contrastan, por su refinamiento de la forma, con los temas populares y naturales escogidos. Los versos de “Poemas sueltos” escritos entre 1.933 y 1.936, señalan una liberación de la forma clásica. El autor se entrega a la expresión libre con imágenes surrealistas, versos libres, aire de revolución. Bajo el influjo de Pablo Neruda y Vicente Aleixandre, Miguel Hernández escribe una poesía más humana. El tema es la sangre como <<sino sangriento>>, que desembocará en la Guerra Civil.
El “El silbo vulnerado”, de 1.934, es el canto del poeta en su soledad de enamorado y anticipa ya mucha de la temática de la siguiente obra: “El rayo que no cesa” (1.936) es considerada por numerosos críticos y estudiosos de la obra del poeta, como la más lograda de Miguel Hernández. Se trata de un conjunto de poemas, en su mayor parte sonetos amorosos, en los que se nota cierto influjo de la lírica renacentista y barroca: Garcilaso, Góngora y Quevedo y también revela los medios expresivos de la generación del 27. El libro rezuma recuerdos de su noviazgo y está lleno de ternura; pero también de rebelión soterrada contra las normas puritanas y rancias de la ciudad de provincia. Estos poemas tratan temas que Miguel Hernández conoció y experimentó con intensidad: el amor, la muerte, la guerra y la injusticia. La obra está llena de un hondo sentimiento amoroso unido a una conciencia no menos profunda del dolor. La soledad y la pena alternan con la pasión amorosa. Pero, aún así, el libro rebosa de una concepción casi dionisíaca de la vida y un sentimiento eminentemente sensual del amor y, al mismo tiempo, es la agonía de una pasión trágica. En estos sonetos se desarrolla la visión que del mundo tiene el poeta, un mundo concebido como batalla de amor y muerte, batalla que impide la plenitud de los deseos y las posibilidades que el hombre siente en sí.
“Viento del pueblo”, obra compuesta durante la Guerra Civil, contiene una poesía militante y propagandística como la que también realizaba Rafael Alberti, que fue llamada <<poesía de guerra>>. Es el viento de la guerra. Son versos épicos, arengas, gritos, dentelladas, cólera, explosiones, ternura y llanto. Llora a los muertos en la guerra, a Lorca, al niño yuntero, a los campesinos, al sudor del trabajo.. Son poesías de guerra y han sido escritas en las trincheras. Se trata de un libro menos preocupado por cuestiones retóricas y atento, sobre todo, a la difusión del mensaje. Con “El hombre acecha” de 1.938, el poeta nos muestra el rostro humano y cruel de la guerra, pero aún más la desesperación. Está escrito en un tono severo y grave, lleno de furor, dolor y llanto verdadero; ni una concesión literaria y la poesía que era canto en el libro anterior todavía, aquí es grito, verdad desnuda. No hay ni un ápice de artificio en esta obra. Sobrecogen los poemas “Es sangre, no granizo” y el tremendo “Tren de los heridos”. Amargura, sangre y muerte: destrucción. Al final el poeta grita suplicante “Dejadme la esperanza”.
Entre 1.938 y 1.941, Miguel Hernández escribe el “Cancionero y romancero de ausencias”. Es una obra de un sobrio esteticismo y los temas son los tradicionales de la lírica popular española como el amor hacia la esposa y los hijos, la soledad del prisionero o las consecuencias de la guerra. El autor lo escribió en su peregrinar por las cárceles españolas, y lo acabó en la prisión de Alicante, donde falleció. Es un verdadero diario íntimo que relata su calvario de prisionero donde sólo la dulzura del amor de su esposa, Josefina, y de su hijo, alivia su dolor. Son poemas breves, escritos en pocas palabras desnudas. No existe ni un rastro de leve retórica; canciones y romances lloran ausencias irremediables: el lecho, las ropas, una fotografía…Ya no hay eco de Vicente Aleixandre ni de Pablo Neruda, es el Miguel Hernández más auténtico y ninguno de estos poemas necesita interpretación alguna ya que cantan a los muertos, la soledad o el amor ahora imposible en la ausencia. Entran en el corazón y el entendimiento como un disparo; la canción triste, estoica y llena de duelo. Sus últimos poemas contienen las famosas “Nanas de la cebolla”, para algunos las más patéticas y tiernas canciones de cuna de la poesía española y, quizás de la universal. Están dedicadas a su hijo después de recibir una carta de Josefina en la que le dice que éste no comía más que pan y cebolla.
Las obra dramática de Miguel Hernández es paralela a la poética y presenta la misma evolución: desde la inspiración en modelos clásicos y en el contenido cristiano, como “Quién te ha visto y quién te ve y sombra de lo que eras” (1.933-1.934) , auto sacramental, que busca reproducir los del siglo XVII de forma excesivamente fiel y que resulta, además, irrepresentable por su longitud. En “Los hijos de la piedra” de 1.935, el motivo es el levantamiento de los mineros asturianos sofocados violentamente por Franco. “Teatro de guerra” y “El labrador de más aire” de 1.937, son dramas sociales en los que el influjo de la obra de Lope de Vega, sobre todo de “Fuenteovejuna”, es evidente. Pieza de propaganda dedicada al heroísmo de los defensores de Madrid, es “Pastor de la muerte”, también de 1.937, y está entre lo mejor de su teatro.
En verdad si existe un poeta del siglo XX en el que vida y obra se hermanan sin solución de distancia o de impostura ése es, sin miedo a equivocarnos, Miguel Hernández. Y de igual modo y a pesar de la consecuente evolución de su pensamiento, pocas obras presentan una coherencia tan sólida, tan rica de pasión y de talento, tan unida a un origen y a un destino.
-Néstor Barreto-
Ambientación musical: Ludovico Einaudi (Turin-1955)