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Nada más que libros – Los orígenes

27 septiembre, 2019 - Literatura
Nada más que libros – Los orígenes

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“ En 1.984 fueron descubiertas en Tell Brak, Siria, dos tablillas de arcilla, de forma vagamente rectangular, fabricadas en el cuarto milenio Antes de Cristo. Se trata de objetos sencillos, sin apenas relieve, con unas pocas marcas: una pequeña muesca en la parte más alta y, en el centro, algo semejante a un animal dibujado con un objeto puntiagudo de madera. La muesca en la parte superior, según los arqueólogos, representa el número diez. Toda nuestra historia comienza con esas dos modestas tablillas. Figuran entre los ejemplos de escritura más antiguos que conocemos.”

 


 

Los Orígenes

 

 

 

Bienvenidos de nuevo amigos. La anterior temporada de este programa consistió primordialmente en comentarios referidos a un libro, preferentemente novela, que, sin un orden específico, fueron fundamentales, en opinión de quién les habla, en la historia literaria del siglo XX y lo que llevamos del actual, así como de una breve biografía de los autores de los mismos, su influencia en el mundo de las letras y en la sociedad, siempre, eso sí, desde un punto de vista personal y, por supuesto, en extremo cuestionable. La idea general para este nuevo “curso” es la de cambiar la dinámica del programa. Se trataría de enfocarlo más como un “divertimento”, una sucesión de diversos temas, siempre relacionados con la literatura, que incluirían historia, anécdotas (incluidos chismes), acontecimientos, crítica, movimientos literarios y sociales etc., tanto de las obras como de los autores y su entorno personal, temporal y artístico. No faltará, es necesario, el debate y la tertulia que, sin duda, conformarán la salsa de cada episodio.

En tiempos remotos Babilonia fue la ciudad más poderosa de la Tierra. Las ruinas de esta urbe, se encuentran a unos sesenta kilómetros al sur de Bagdad, la actual capital de Irak, y muy cerca de sus ruinas un montículo de arcilla es lo que queda, según algunos expertos, de la Torre de Babel, que Dios maldijo con el multiculturalismo. Según sostienen los arqueólogos, fue aquí donde empezó la prehistoria de los libros, el punto de partida de todo lo escrito. Hacia el cuarto milenio Antes de Cristo, las comunidades agrícolas de la Mesopotamia oriental abandonaros sus aldeas desperdigadas y se reagruparon en grandes centros urbanos que pronto se convirtieron en ciudades-estado. Con el fin de mantener las escasas tierras fértiles inventaron nuevas técnicas de irrigación y extraordinarias construcciones arquitectónicas y, con el fin de organizar una sociedad cada vez más compleja, con sus leyes, edictos y reglas de comercio, los habitantes de esas nuevas ciudades inventaron, hacia finales del 4.000 A.C., un arte que cambiaría para siempre la naturaleza de la comunicación entre los seres humanos: LA ESCRITURA; EL ARTE DE ESCRIBIR; LA LITERATURA.

Seguramente la escritura nació por motivos comerciales, para recordar que cierta cantidad de ganado pertenecía a una familia determinada o debería ser trasladada a otro lugar. Un signo escrito servía de mecanismo mnemotécnico. El dibujo de un buey representaba al buey, para recordar al lector que la transacción se hacía con bueyes, cuántos y, quizá, los nombres del comprador y el vendedor. La memoria se convierte así en un documento, el registro de una determinada acción.

El inventor de las primeras tablillas posiblemente se percató de las ventajas que aquellos trozos de arcilla tenían sobre la memoria del cerebro: en primer lugar, la cantidad de información almacenable era ilimitada, ya que se podían seguir produciendo tablillas “ad infinitum”, mientras que la capacidad de cerebro humano para recordar no lo era; en segundo lugar, las tablillas no requerían la presencia de la memoria viva para recuperar la información contenida en ellas. De manera que algo intangible – un número, una noticia, una idea, una orden – podía conocerse sin la presencia corpórea de quién transmitía el mensaje; algo, como por arte de magia, se grababa y se transmitía a través del espacio y más allá del tiempo. Desde las primeras civilizaciones prehistóricas, de acuerdo con los vestigios encontrados, la sociedad humana había tratado de superar los obstáculos de la geografía, la irrevocabilidad de la muerte, la erosión del olvido. Con un solo acto – la incisión de una figura en una tablilla de arcilla – aquel primer escritor anónimo logró de pronto realizar todas aquellas hazañas que parecían imposibles.

Pero la escritura no es la única invención que cobra vida en el momento de aquel primer signo escrito: otra creación se produjo en aquel mismo instante. Puesto que el propósito del acto de escribir era rescatar el texto – es decir, leerlo – la incisión creó simultáneamente un lector, una función que empezó a existir antes de la existencia del primer lector. Mientras el primer escritor ideaba un arte nuevo haciendo señales en un trozo de arcilla, otro arte se hacía tácitamente presente, un arte sin el cual las señales habrían carecido de significado. El escritor era un hacedor de mensajes, creador de signos, pero aquellos signos y mensajes requerían un mago que los descifrara, que reconociera el significado, que le prestara voz. La escritura exigía un lector.

La relación primordial entre escritor y lector presenta una paradoja maravillosa; al crear el papel de lector, el escritor decreta también su propia muerte, puesto que, a fin de que un texto se de por concluido, el escritor debe retirarse, dejar de existir. Mientras que esté presente, el texto sigue incompleto. Sólo cuando el escritor desaparece cobra existencia el texto. Llegado ese momento , la existencia de lo escrito es silenciosa hasta que el lector lo lee. Solo cuando ojos capacitados entran en contacto con los signos de la tablilla, comienza la vida activa del texto. Todo escrito depende de la generosidad del lector.

Esta, digamos incómoda, relación entre escritor y lector tiene un comienzo que quedó establecido para siempre en una lejana tarde mesopotámica. Se trata de una relación fructífera pero anacrónica entre un creador primitivo que da a luz en el momento de morir, y un creador “post mortem”o, más bien, generaciones de creadores “post mortem” gracias a los cuales la creación misma habla, por que sin ellos cualquier escrito está muerto. Desde su inicio mismo, la lectura es la apoteosis de la escritura.

 

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