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Nada más que libros – La hoguera de las vanidades (Tom Wolfe)

22 febrero, 2024 - Literatura
Nada más que libros – La hoguera de las vanidades (Tom Wolfe)

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“Precisamente en ese momento, en uno de esos elegantes pisos de propiedad situados en Park Avenue y que tanto obsesionaban al alcalde…techos de cuatro metros…dos alas, una para los protestantes-anglosajones-blancos y otra para el servicio….Sherman McCoy estaba en cuclillas, en mitad del gran vestíbulo, tratando de ponerle la correa a un dachshund”

-Fragmento inicial de ‘La hoguera de las vanidades’-

CARTEL NMQL TomWolfe-cuadro

 

Tom Wolfe nació en Richmond, Virginia el 2 de marzo de 1930. Fue uno de los creadores del llamado <<nuevo periodismo>>, que se inició con la publicación de “A sangre fría” de Truman Capote , y que consistía en acercar los hechos reales de un modo más directo y emocional al lector, de manera que no sólo tratase de sujetos sino del carácter y las emociones. Esto supuso una renovación en el modo de narrar los hechos en reportajes, crónicas y entrevistas. Además se utilizaban técnicas tanto periodísticas como puramente literarias para hacer llegar una experiencia más compleja de los hechos a los lectores. Wolfe, que se inició en el oficio como colaborador de “The Washinton Post”, el “Enquirer” y el “New York Herald”, publicó numerosos ensayos en su larga carrera periodística. Cuando tenía 57 años en 1987 se decidió a publicar su primera novela, “La hoguera de las vanidades”, por entregas en la revista “Rolling Stone”, que resultó ser un gran éxito. A esta le siguieron “Todo un hombre” de 1998, “Soy Charlotte Simmons” (2004) y “Blody Miami” de 2012. En todas ellas se concede gran importancia al entorno social de sus personajes como medio para explicar sus conductas. Tom Wolfe murió el 14 de mayo de 2018 en Manhattan.

Sherman McCoy es un triunfador, pero acaba de meter la pata. Con el pretexto de sacar a pasear a su perro en una tarde de lluvia, ha salido de su lujoso apartamento de ejecutivo en Park Avenue, dejando allí a su esposa Judy, amoscada, ha entrado en una cabina y ha marcado el número de María para citarse con ella. O eso creía, porque cuando una voz femenina descuelga el teléfono y él pregunta por el nombre de su amante, le responde la sorprendida voz de su esposa. Aterrado piensa qué puede hacer para explicarse cuando, de pronto, advierte una figura oscura que se acerca por la acera: << Había comenzado a sentir esa tremenda preocupación que ocupa la base misma del cerebro de todos los vecinos de Park Avenue sur y de la calle 96: la amenaza que supone para cada uno de ellos un joven negro, un chico alto, fuerte, calzado con zapatillas deportivas de color blanco>>. Pero el chico pasa de largo y McCoy marcha en busca del consuelo de María. No sabe aún que acaba de encender una hoguera en la que arderá su éxito, su familia y su futuro; la hoguera de las vanidades.

Tom Wolfe escribió “La hoguera de las vanidades” por entregas, capítulo a capítulo, en la revista “Rolling Stone”, como hemos dicho, a mediados de los años ochenta. Entonces era probablemente el periodista más célebre y más leído de Estados Unidos y había proclamado la superioridad del nuevo periodismo literario sobre la vieja y algo marchita novela con aquella andanada dirigida al entonces máximo novelista norteamericano, el premio Nobel Saul Bellow: <<maldita sean todos, Saul, han llegado los bárbaros>>. Años más tarde, tras el tremendo éxito de “La hoguera de las vanidades”, Bellow de cobraba su venganza en una entrevista, donde decía: “Y aquí está Tom Wolfe haciéndose rico con una novela unos años después, una novela que por cierto es la más asombrosa serie de anuncios de autopista que he visto jamás. Proféticamente, no parece muy coherente”.

En aquella primera y voluminosa novela de Wolfe aparecían sin duda autopistas – aquel caos de conexiones en las que McCoy se equivoca de salida junto a María al principio de la obra, para desembocar asustado en la noche de Harlem, atropellar y matar a un joven negro y darse a la fuga – pero había mucho más. <<Amos del universo>>, con hipotecas de un millón de dolares en caída libre, impasibles familias de la aristocracia financiera, reverendos negros y populistas listos a lanzar a sus seguidores a la agitación y la propaganda para influir en la opinión pública y obtener réditos políticos, que mantenga sus asistenciales prebendas, periodistas desesperados a la caza de historias, un fiscal llamado Lawrence Kramer, perdedor y pobretón que se alzará finalmente como el pequeño David heróico capaz de tumbar al Goliat de los bonos. Y “la chica del pintalabios marrón”, por supuesto.

El escenario donde ocurría todo aquello no podía ser más majestuoso y decadente. Nueva York era en los años ochenta, antes de que el alcalde Giuliani sometiera a tratamiento de shock a la ciudad en la década siguiente, una de las urbes más peligrosas del mundo; atormentada por el crack y los tiroteos, con las múltiples razas y etnias que poblaban sus calles en una efervescente defensiva. Pero también era el centro financiero del mundo desde cuyos rascacielos los brókeres observaban a unos mortales que desde la atura parecían moscas. No por casualidad 1987, el año de la publicación de la novela, fue también el del estreno de “Wall Street”, en la que Oliver Stone erigió al tiburón Gekko – contra su voluntad – en un héroe para varias generaciones de yuppies.

En resumen, Tom Wolfe debuto triunfalmente como novelista con “La hoguera de las vanidades”, que fue calificada como la novela de Nueva York (con el permiso, claro está, de John Dos Passos y su “Manhattan Transfer”). El protagonista en un yuppie, un asesor financiero que se ha convertido en la estrella de una firma de brokers, pero que se ve inmerso en rocambolescas dificultades jurídicas, matrimoniales y económicas a partir de la noche en que se pierde por las calles del Bronx cuando llevaba a su amante del aeropuerto Kennedy a su nido de amor. A partir de esta peripecia, el autor va hilando una compleja trama que le permite presentar al mundo de las altas finanzas, los restaurantes de moda y las exclusivas fiestas de Park Avenue, así como el submundo picaresco de la policía y los tribunales del Bronx, y también del mafioso universo de Harlem y las nuevas sectas religiosas.

Se trata, pues, de un hilarante e irrepetible fresco, diseccionado con desenvuelta crueldad y acerada ironía por un Tom Wolfe en plenitud de facultades. El personaje central resulta ser finalmente la gran capital del mundo de final de siglo: Nueva York, con todos sus esplendores y todas sus miserias, retratada en la prosa de technicolor, vistavisión y sensorround que es la marca de fábrica de ese maestro de periodistas y, como demuestra en esta obra, personalísimo y magistral novelista que es Tom Wolfe.

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