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Nada más que libros – La Generación del 27 (Miguel Hernández)

24 junio, 2021 - Literatura
Nada más que libros – La Generación del 27 (Miguel Hernández)

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“ Aquí estoy para vivir
mientras el alma me suene,
y aquí estoy para morir
en los veneros del pueblo
desde ahora y desde siempre”.

De “Viento del pueblo”. Miguel Hernández.

 

 

CARTEL NMQL - Gen27-cuadro

Si los escritores noventayochistas conforman uno de los periodos más gloriosos de la historia literaria española, no menos puede afirmarse, sobre todo en la lírica, de la denominada Generación o Grupo del 27. La fecha, 1.927, es significativa y no hay razón alguna para minimizar el acontecimiento que caracteriza su denominación: la celebración del centenario de Luis de Góngora, muerto trescientos años antes. El centenario equivale al definitivo descubrimiento del Barroco con una total ampliación del Siglo de Oro, hecho con intuición de poetas. Pero, sobre todo, la vuelta al Barroco es el reencuentro con una literatura que encierra unas profundas razones estéticas, nada anecdóticas, que se concentran en tres caracteres: la libertad de la imaginación y del ingenio, la supremacía de la metáfora y la autosuficiencia del hecho literario hacia un claro elitismo y una cierta deshumanización. Efectivamente, es el centenario gongorino la razón esencial y característica del 27, pero no es tampoco el único, pues en ese año se publica un buen número de libros de estos escritores, algunos definitivos en la producción total de cada uno de ellos, y en 1.927 las revistas poéticas alcanzan su mayor vitalidad: “Litoral”, “Carmen”, “Verso y prosa”, “La gaceta literaria”, etc. Grupo, pues, el del 27 perfectamente armónico al que sin dificultad siguiendo los conceptos tradicionales, podemos calificar como , ya que tanto la fecha de nacimiento como las experiencias existenciales y literarias, la formación e incluso las relaciones personales son comunes e intensas.

Los nombres que componen el 27 son numerosos, aunque citaremos aquí quizá los mas reconocidos: Pedro Salinas, Vicente Aleixandre, Jorge Guillén, Federico García Lorca, Rafael Alberti, Dámaso Alonso, Gerardo Diego, Luis Cernuda y Manuel Altolaguirre. A estos habría que añadir otros muchos y, sobre todo los de algunas mujeres que se incorporan activamente a la vida literaria, algunas de ellas casándose con poetas o profesando una profunda amistad con ellos: María Teresa de León, Ernestina de Champurcín, Concha Méndez o Carmen Conde. Escritores nacidos para la literatura en plena época de vanguardia, como vanguardistas deben ser considerados y con la lectura de sus obras puede fácilmente comprobarse tal afirmación. No olvidan a Unamuno o Machado, pero su fuente principal es Juan Ramón Jiménez, como admiración sentirán por Gómez de la Serna o José Ortega y Gasset. De Juan Ramón heredarán el gusto por el libro impreso y Altolaguirre dedicará su vida a la confección de magnificas ediciones, como también, como hemos dicho, muchas de las numerosas revistas surgidas en diferentes puntos de España son hoy joyas artísticas y no sólo rarezas bibliográficas. Más aún, poesía y pintura se unen en estas publicaciones y los poemas irán acompañados de ilustraciones de Benjamín Palencia, Picasso, Dalí, o Gregorio Prieto, de la misma manera que pintores serán Alberti o Lorca, y Dalí será escritor. Todo eso nos muestra a unos jóvenes entonces, que provienen de familias acomodadas, formados en ambientes cultos, todos, excepto Alberti, habiendo pasado por la universidad y llegando algunos de ellos a ser catedráticos universitarios, como Pedro Salinas o Dámaso Alonso, después de pasar la mayoría por ese lugar de encuentro, de saber y de amistad, que fue la Residencia de Estudiantes y también por el Centro de Estudios Históricos, dos instituciones verdaderamente envidiables y privilegiadas.

Un aspecto muy importante y que es necesario destacar entre los rasgos que caracterizan al Grupo del 27 es su actitud comprometida ante el mundo y, más concretamente, ante los problemas sociales y políticos de España. De talante liberal y progresista, sus convicciones estéticas e incluso su concepto de la vida pueden parecer que estaban lejos de ese compromiso, lo cual, como se puede comprobar ya antes de 1.936, no fue así. Más aún: Lorca muere como consecuencia de la guerra civil, Guillén, Altolaguirre, Alberti, Salinas y otros muchos, deben exiliarse y Gerardo Diego, Aleixandre y Dámaso Alonso mantienen en la España franquista una postura testimonial que les siguió uniendo a los transterrados.

Una figura aparte, y por diferentes motivos, es Miguel Hernández. Por su origen humilde, pero fundamentalmente por su posición en la evolución poética de este siglo, difícil de centrar adecuadamente, como dificultades hay para caracterizar, en el contexto de su tiempo, tanto su obra poética como la dramática. Nacido en Orihuela en 1.910, Miguel Hernández fue en su niñez un cabrero carente de cultura, educación que irá adquiriendo con lecturas diversas y que dejarán huella en su primera poesía y en la cual late también la ferviente religiosidad del escritor junto a poesías estilizadas y de un refinamiento, nacido del ejercicio de estilo que es la poesía en esos primeros años para el joven Miguel y que refleja en “Perito en Lunas” de 1.933.

Expresado en moldes métricos clásicos, el universo del libro más popular de Miguel Hernández, “El rayo que no cesa” de 1.936, tiene como motivo fundamental el amor, expuesto bajo diferentes motivos y estados del alma, pero siempre arrebatadamente, con una emoción desgarrada y en una confesión de sentimientos que tiene angustiadamente a la muerte como coprotagonista de ese amor. Si Miguel Hernández había sido ferviente católico, su actitud ideológica sufrirá un cambio radical en los años treinta y, sobre todo, durante la guerra civil. Efectivamente, el poeta se convertirá en militante comunista, sirviendo como soldado y asimismo como poeta – también así lo hará Alberti – junto a aquellos que, al final de la misma, deben buscar el exilio o permanecer en la cárcel. En prisión permanecerá Miguel Hernández hasta 1.942 en que muere en ella como consecuencia de la tuberculosis, a los treinta y un años; la desgraciada experiencia carcelaria dará origen a poemas de una fuerza conmovedora, recogidos después en el libro póstumo “Romancero y cancionero de ausencias”. Atrás quedan, como testimonio de la etapa comprometida de Hernández, dos libros: “Viento de pueblo” de 1.937 y “El hombre acecha” de 1.938, libres de los artificios retóricos de su primer volumen de versos. La tristeza, la amargura de la injusticia y de la guerra, caracterizan estas dos colecciones de poemas que, por estar prohibidos, se convirtieron durante la posguerra en verdaderos mitos de la Generación del 27, según Dámaso Alonso, Miguel Hernández es, efectivamente, una voz aparte y muy particular: por su desgarrado compromiso, por su humana verdad, por su emocionada expresión, por la brillantez de unos símbolos y de unas imágenes tras los cuales late la más estremecida de las solidaridades con el hombre y con el mundo.

 

 

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