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Nada más que libros – El tambor de hojalata (Günter Grass)

4 abril, 2024 - Literatura
Nada más que libros – El tambor de hojalata (Günter Grass)

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“Me aferré a mi tambor y, a partir de mi tercer aniversario, ya no crecí ni un dedo más”.
-Fragmento de El tambor de hojalata, de Günter Grass-

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Günter Grass nació en 1927 en Danzig (hoy Gdansk, Polonia), de padre alemán y madre casubia-polaca. Asistió al Conradinum Gymnasium y fue miembro de las Juventudes Hitlerianas. A finales de 1944, con diecisiete años, fue reclutado por las Waffen-SS, cuerpo de combate de élite nazi, según reveló el autor en 2006. Tras la II Guerra Mundial trabajó como minero y trabajador agrícola, y estudió arte antes de dedicarse a la escultura y la escritura, en París y Berlín. En 1955 publicó sus primeros poemas y dramas, pero su despunte llegó en 1959 con “El tambor de hojalata”, a la que siguieron dos novelas, “Años de perro”, de 1961 y “El gato y el ratón”, del mismo año, con las que compone la Trilogía de Danzig. Otras obras destacadas del autor son “El rodaballo”, de 1977, “Mi siglo”, de 1999 y “A paso de cangrejo” de 2002. En 1999 recibió el Premio Nobel de Literatura, uno de los muchos galardones de su carrera. Günter Grass se implicó a fondo en la política alemana, apoyando al Partido Socialdemócrata y oponiéndose a la reunificación. Grass falleció en 2015, a los ochenta y siete años.

El concepto de <<narrador no fiable>> hace referencia a un narrador en primera persona que, de algún modo, desautoriza su propio relato. Las novelas realistas suelen ofrecer una voz narrativa razonable que relata una historia que cumple con las exigencias del lector. Pero ¿qué pasa si el narrador da al lector razones para dudar de él porque es un demente, o tiene una percepción distorsionada del mundo, o es muy joven, o agoniza? La literatura del siglo XX está llena de voces poco fiables, como el Humbert Humbert de Nabokov en “Lolita” o el Patrick Bateman de Bret Easton Ellis en “American Psycho”. Pero los narradores no fiables han estado ahí desde hace siglos, e incluyen al cándido Gulliver de Jonathan Swift o al inocente Huckleberry Finn de Mark Twain. Si están bien compuestas, las novelas con un narrador no fiable atrapan al lector de una manera particular, y es que ese elemento de duda pone a prueba su credulidad a la vez que lo atrae.

Günter Grass ha sido calificado como << la conciencia de Alemania>> por el retrato oscuramente satírico que en “El tambor de hojalata” realizó del auge de las simpatías nazis en familias normales y de las consecuencias de la guerra. Pues bien: quién busque un ejemplo de narrador no fiable, ahí tiene al atrofiado héroe de la novela, Oscar Matzerat. Oscar se presenta a sí mismo desde su cama en un hospital psiquiátrico en el que ha sido recluido tras ser juzgado por asesinato. Entonces explica que, hasta los veintiún años, sólo midió 94 centímetros, pues en su tercer cumpleaños decidió no crecer más. La historia avanza en su entorno, pero la novela se centra en la figura feroz y diminuta de Oscar, con su compañero inseparable, un tambor de hojalata, y un grito capaz de romper cristales. El protagonista tiene dos posibles padres: el amante de su madre o su marido, que posee y atiende una tienda de comestibles en la ciudad libre de Danzig, bajo control alemán. Oscar es testigo de sucesos reales de la historia de Danzig y Düsseldorf, pero se encuentra absorbido y obsesionado con sus propias necesidades. Por otra parte, a lo largo de los años, se ve implicado en una serie de muertes.

A veces la narración se desliza hacía la tercera persona, o toma la palabra el carcelero de Oscar para dar otra perspectiva a la obra. También, a veces el tono varía; por ejemplo: una matanza de monjas en una playa de Normandía es guionizada como una comedia de salón, mientras que la voz poética de Oscar fascina y repele a la vez cuando describe como un pescador alza la cabeza de un caballo bullente de anguilas. Asimismo nos desvía por los callejones sin salida de sus obsesiones con el arte, los enanos de circo, las monjas y los aromas de las mujeres que seduce. El autor nos ofrece una cabal historia de Danzig para luego evocar un club nocturno, “El bodegón de las cebollas”, donde la gente corta cebollas crudas para provocarse el llanto.

¿Qué representa Oscar? Tal vez sea el diablo, que usa su chillido para romper escaparates y tentar a los transeúntes al robo, o que seduce a las mujeres por medios ingeniosos. O acaso personifique la percepción de Gunter Grass de Alemania, un país inmune al sufrimiento durante el nazismo y raudo para para enterrar el pasado. Sea como sea, lo cierto es que a través de la torva fantasía de Oscar, el autor encontró una forma de traer la historia a la memoria. La novela cosechó un éxito inmediato e inauguró la nueva literatura alemana. Más de medio siglo después de su publicación, la fascinación que despierta no ha acabado. Lo que antes parecía provocador, pornográfico o blasfemo resulta casi anecdótico, pero permanece el soberbio estilo, la genialidad, la lucidez de su crítica cruel y la irrefrenable imaginación (¿realismo mágico?). Oscar Matzerat sigue redoblando y su redoble continúa estremeciendo.

“El tambor de hojalata” fue adaptada al cine en 1979 por Volker Schlöndorff. Demolido casi por completo el gran cine expresionista de Lang o Murnau, en los años que siguieron a las guerras mundiales el amodorramiento y el letargo tardó algunos años en ser sacudido. Según Román Gubern en su “Historia del cine”, es Ulrich Schamoni con “El fruto de la vida”, de 1965 quién alerta a la crítica sobre un renacimiento de la cinematografía alemana. Un año después aparecerá “El joven Törless”, la primera película de Schlöndorff quién emprenderá una década más tarde, junto al legendario Jean Claude Carrière la adaptación de “El tambor de hojalata”, que obtuvo reconocimiento inmediato en todo el mundo.

El trabajo de adaptación, según el propio Schlöndorff, fue difícil en un principio. Sólo el encuentro con Günter Grass allanó el camino. Quizá el mayor reto que tenía el director era como recrear en la pantalla la originalísima voz y la personalidad de Oscar como narrador y como personaje. Eso último lo solucionó espléndidamente con el hallazgo de David Bennent. Lo primero, en cambio, demandaba mayor trabajo artístico y así se optó por conservar una historia coherente antes que dar realce a la ironía, así la participación de la voz en off de Oscar es ocasional y nada sabemos de su reclusión en la clínica psiquiátrica, y la película finaliza antes de que comience la tercera parte del libro.

Esa unidad la encuentra el cineasta en la figura de Ana Bronski sentada a la orilla del campo de patatas. Asimismo en la película la abuela de Oscar no muere sino que ve partir a María, Oscar y su hijo Kurt en el vagón del tren. Es ella la que también discierne el hermetismo del comportamiento de su hija Agnes y exhibe su adulterio. Es el vínculo mediante el cual el espectador va entendiendo la historia familiar de los Matzerat y por eso importan más, para la eficacia de la película, los episodios que el cineasta lleva a la pantalla que los que decide dejar fuera. A pesar de ello, la cinta conserva la sensación de extrañeza, singularidad y perversidad que permea las páginas del libro; de ahí que fuera censurada en algunas salas del mundo. Quizá sea ése el objetivo central tanto de la novela como de la película o sea devolvernos a la incomodidad y a la inquietud. Después de todo lo que hemos hecho como individuos, pueblos, naciones y especie, no puede ser otra nuestra posición.

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