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Malditos poetas. Edgar Allan Poe

16 febrero, 2018 - Poesía
Malditos poetas. Edgar Allan Poe

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Comenzamos nuestro nuevo ciclo “Malditos poetas”, dedicado, como su propio nombre indica, a los poetas malditos. Hay que decir que, en principio, Poetas malditos se les llamó a un grupo de escritores simbolistas que incorporaron el mal como esencia del hombre mismo y lo reflejaron en sus poesías. El término fue acuñado por Verlaine, uno de ellos, para designar a poetas franceses que a pesar de su gran talento y la calidad de su obra, no eran reconocidos en su tiempo y tuvieron una vida desgraciada o murieron prematuramente. Nosotros nos hemos permitido la licencia de incorporar a esa lista dos poetas estadounidenses y otros dos españoles. Así pues, nuestros malditos serán :

 

1 – Edgar Allan Poe
2 – Baudelaire
3 – Mallarmé
4 – Verlaine
5 – Rimbaud
6 – Bukowski
7 – José María Fonollosa
8 – Leopoldo María Panero

 

Se puede afirmar que todos ellos fueron incomprendidos socialmente, todos rechazaban los honores y los valores de la sociedad. Sus textos son oscuros y tienen un alto nivel de codificación. Todos tienden a la provocación, la transgresión y el abuso en el consumo de alcohol y drogas. La mayoría murieron de forma abrupta o temprana. En fin, como veis, adorables.

 

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Para empezar, hoy nos acercaremos a la obra poética del gigante estadounidense:

Edgar Allan Poe

(1809-1849)

Escuchamos:

 

Baudelaire dijo de la poesía de Poe que era

profunda y reverberante como el sueño,
misteriosa y perfecta como el cristal.

En efecto, en sus grandes composiciones –“Annabel Lee”, “Ulalume”, “El cuervo”, “Helen”, “La ciudad marina”, “El durmiente”, “El gusano conquistador”, “El palacio embrujado”- hay siempre una cuerda de escalofrío que se pierde en el abismo de la mente: la intuición de la dualidad metafísica, la fatalidad de la culpa, la inconsistencia de lo real, el laberinto interior del espacio y el tiempo, el relámpago fulgurante y cristalino de la remota unidad primigenia, perfecta, paradisíaca.
Poe, en fin, es un pionero, un explorador intrépido del universo. Del vasto universo del alma humana.

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El día más feliz, la hora más feliz:

El día más feliz, la hora más feliz
Mi marchito y estéril corazón conoció;
El más noble anhelo de gloria y de virtud
Siento que ya desapareció.
¿De virtud, dije? ¡Sí, así es!
Pero, ay, se ha desvanecido para siempre.
El sueño de mi juventud
Mas dejadlo ya esfumarse.

Y tú, orgullo, ¿qué me importas ahora?
Aunque pudiera heredar otro rostro,
El veneno que has vertido en mí
¡Permanecerá siempre en mi espíritu!
El día más feliz, la hora más feliz
Verán mis ojos -sí, los han visto-;
La más resplandeciente mirada de gloria y de virtud
Siento que ha sido.
Pero existió aquel anhelo de gloria y virtud,
Ahora inmolado con dolor:
Incluso entonces sentí que la hora más dulce
No volvería de nuevo,
Pues sobre sus alas se cernía una densa oscuridad,
Y mientras se agitaba se desplomó un ser
Tan poderoso como para destruir
A un alma que conocía tan bien.

 

Solo:

Desde mi hora más tierna no he sido
Como otros fueron, no he percibido
Como otros vieron, no pude extraer
Del mismo arroyo mi placer,
Ni de la misma fuente ha brotado
Mi desconsuelo; no he logrado
Hacer vibrar mi corazón del mismo modo
Y, si algo he amado, lo he amado solo.

Entonces, en mi infancia, en el albor
De una vida tormentosa, del crisol
Del bien y el mal, de su raíz misma
Surgió el misterio que aún me abruma:
Desde el venero o el vado,
Desde el rojo acantilado,
Desde el sol que me envolvía
En otoño con su pátina bruñida,
Desde el rayo electrizante
Que me rozó, seco y rasante,
Desde el trueno y la tormenta,
Y la nube suave y clara
Que, en el cielo transparente,
Formó un demonio en mi mente.

Amigos que por siempre nos dejaron:

Amigos que por siempre
Nos dejaron,

Caros amigos para siempre idos,
¡Fuera del Tiempo
Y fuera del Espacio!

Para el alma nutrida de pesares,
Para el transido corazón, acaso.

 

Un sueño dentro de un sueño:

¡Recibe en la frente este beso!
Y, por librarme de un peso
Antes de partir, confieso
Que acertaste si creías
Que han sido un sueño mis días;
¿Pero es acaso menos grave
Que la esperanza se acabe
De noche o a pleno sol,
Con o sin una visión?
Hasta nuestro último empeño
Es sólo un sueño en un sueño.

Me encuentro en la costa fría
Que agita la mar bravía,
Oprimiendo entre mis manos,
Como arena, oro en granos.
¡Qué pocos son! Y allí mismo,
De mis dedos al abismo
Se desliza mi tesoro
Mientras lloro, ¡mientras lloro!
¿Evitaré -¡oh Dios!- su suerte
Oprimiéndolos más fuerte?
¿Del vacío despiadado
Ni uno solo habré salvado?
¿Cuánto hay de grande o de pequeño?
¿Es sólo un sueño dentro de un sueño?

El Cuervo:

 

Cierta noche aciaga cuando, con la mente cansada,
Meditaba sobre varios libracos de sabiduría ancestral
Y asentía, adormecido, de pronto se oyó un rasguido,
Como si alguien muy suavemente llamara a mi portal.
“Es un visitante -me dije- que está llamando al portal.
Sólo eso y nada más.”

¡Ah, recuerdo tan claramente aquel desolado diciembre!
Cada chispa resplandeciente dejaba un rastro espectral.
Yo esperaba ansioso el alba, pues no había hallado calma
En mis libros, ni consuelo a la pérdida abismal
De aquella a quien los ángeles Leonor podrán llamar
Y aquí en el mundo ya nadie nombrará.

Cada crujido de las cortinas purpúreas y cetrinas
Me embargaba de dañinas dudas y mi sobresalto era tal
Que para calmar mi angustia repetí con voz mustia:
“No es sino un visitante que ha llegado a mi portal;
Un tardío visitante esperando en mi portal.
Sólo eso y nada más”.

Mas de pronto me animé y sin vacilación hablé:
“Caballero -dije- o señora, me tendréis que disculpar
Pues estaba adormecido cuando oí vuestro rasguido
Y tan suave había sido vuestro golpe en mi portal
Que dudé de haberlo oído”. ¡Y abrí de golpe el portal!
Sólo sombras, nada más.

La noche miré de lleno, de temor y dudas pleno,
Y soñé sueños que nadie osó soñar jamás;
Pero en este silencio atroz, superior a toda voz,
Sólo se oyó la palabra “Leonor”, que yo me atreví a susurrar
Sí, susurré la palabra “Leonor” y un eco volvióla a nombrar.
Sólo eso y nada más.

Aunque mi alma ardía por dentro regresé a mis aposentos
Pero pronto aquel rasguido se escuchó más pertinaz.
“Esta vez, quien sea que llama, ha llamado a mi ventana;
Veré pues de qué se trata, qué misterio habrá detrás.
Si mi corazón se aplaca lo podré desentrañar.
¡Es el viento y nada más!”

Mas cuando abrí la persiana se coló por la ventana,
Agitando el plumaje, un cuervo muy solemne y ancestral.
Sin cumplido o miramiento, sin detenerse un momento,
Con aire envarado y grave fue a posarse en mi portal,
En un pálido busto de Palas que hay encima del umbral.
Fue, posóse y nada más.

Esta negra y torva ave tocó, con su aire grave,
En sonriente extrañeza mi gris solemnidad.
“Ese penacho rapado -le dije- no te impide ser
Osado, viejo cuervo desterrado de la negrura abisal;
¿Cuál es tu tétrico nombre en el abismo infernal?”
Dijo el cuervo: “Nunca más”.

Que un ave zarrapastrosa tuviera esa voz virtuosa
Sorprendióme aunque el sentido fuera tan poco cabal,
Pues acordaréis conmigo que pocos habrán tenido
Ocasión de ver posado tal pájaro en su portal.
Ni ave ni bestia alguna en la estatua del portal
Que se llamara “Nunca más”.

Mas el cuervo, altivo, adusto, no pronunció desde el busto,
Como si en ello le fuera el alma, ni una sílaba más.
No movió una sola pluma ni dijo palabra alguna
Hasta que al fin musité: “Vi a otros amigos volar;
Por la mañana él también, cual mis anhelos, volará”.
Y dijo entonces :”Nunca más”.

Esta certera respuesta dejó mi alma traspuesta;
“Sin duda -dije- repite lo que ha podido acopiar
Del repertorio olvidado de algún amo desgraciado
Que en su caída redujo sus canciones a un refrán:
Nunca, nunca más”.

Como el cuervo aún convertía en sonrisa mi porfía
Planté una silla mullida frente al ave y el portal,
Y hundido en el terciopelo me afané con recelo
En descubrir qué quería la funesta ave ancestral
Al repetir: “Nunca más”.

Esto, sentado, pensaba, aunque sin decir palabra
Al ave que ahora quemaba mi pecho con su mirar;
Eso y más cosas pensaba, con la cabeza apoyada
Sobre el cojín purpúreo que el candil hacía brillar.
¡Sobre aquel cojín purpúreo que ella gustaba de usar,
Y ya no usará nunca más!

Luego el aire se hizo denso, como si ardiera un incienso
Mecido por serafines de leve andar musical.
“¡Miserable! -me dije-. ¡Tu Dios estos ángeles dirige
Hacia ti con el filtro que a Leonor te hará olvidar!
¡Bebe, bebe el dulce filtro, y a Leonor olvidarás!”
Dijo el cuervo: “Nunca más”.

“¡Profeta! -grité- ser malvado, profeta eres, ¡diablo alado!
¿Del Tentador enviado o acaso una tempestad
Trajo tu torvo plumaje hasta este yermo paraje,
A esta morada espectral? ¡Mas te imploro, dime ya,
Dime, te imploro, si existe algún bálsamo en Galaad!”
Dijo el cuervo: “Nunca más”.

“¡Profeta! -grité- ser malvado, profeta eres, ¡diablo alado!
Por el Dios que veneramos, por el manto celestial,
Dile a este desventurado si en el Edén lejano
A Leonor, ahora entre ángeles, un día podré abrazar”.
Dijo el cuervo: “¡Nunca más!”

“¡Diablo alado, no hables más!” -dije- dando un paso atrás;
¡Que la tromba te devuelva a la negrura abisal!
¡Ni rastro de tu plumaje en recuerdo de tu ultraje
Quiero en mi portal! ¡Deja en paz mi soledad!
¡Quita el pico de mi pecho y tu sombra del portal!”
Dijo el cuervo: “Nunca más”.

Y el impávido cuervo osado aún sigue, sigue posado,
En el pálido busto de Palas que hay encima del portal,
Y su mirada aguileña es la de un demonio que sueña,
Cuya sombra el candil en el suelo proyecta fantasmal;
Y mi alma, de esa sombra que allí flota fantasmal,
No se alzará ¡nunca más!

POE2

Un pensamiento sobre “Malditos poetas. Edgar Allan Poe

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