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Las semillas del corazón – Orígenes de la lírica occidental – HORACIO

15 febrero, 2019 - Literatura, Poesía
Las semillas del corazón – Orígenes de la lírica occidental – HORACIO

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Horacio (65 a.C.- 8 a- C) tuvo la certeza de que iban a ser sus 104 Odas lo más duradero de toda su obra. Con ellas culmina en cierto modo una línea poética surgida –cómo no- en Grecia y que puede definirse como poesía moral, consecuencia natural del vitalismo griego: la realidad de la vida exige del individuo una determinada actitud. De ahí la proliferación de escuelas filosóficas que tratan de enseñar el modo correcto de afrontar individualmente la vida. Una de ellas, la epicúrea, va a tener una gran trascendencia y, desde luego, va a ser fundamental en la formación del mundo poético horaciano. Epicuro había identificado el bien supremo al que debemos aspirar con el placer, fuente de la felicidad. Placer y felicidad están íntimamente ligados, pero ambos, por su parte, se confunden con tranquilidad, serenidad, equilibrio, esto es, ataraxia o ausencia de perturbación. Ahí está todo el fundamento de la poesía de Horacio: vivir la vida sin temor del destino, tratando de satisfacer los deseos naturales, con moderación y sensatez.

HORACIO: AUREA MEDIOCRITAS

 

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Voces:

1 – Chus Sanjuán
2 – Elena Parra
3 – Lola Orti
4 – María José Sampietro
5 – Manuel Alcaine
6 – Chus Sanjuán
7 – Elena Parra
8 – María José Sampietro
9 – Lola Orti

 

Música:

Musica della Antica Roma: Lares- Synaulia.

 

 

 

 

 

Textos

(Los títulos no pertenecen a Horacio, sus Odas sólo llevan número) :

 

1. [El viaje de Virgilio]

Que la poderosa diosa de Chipre
y los hermanos de Helena, lucientes astros,
y el padre de los vientos te guíen,
y sople el Yápige favorable,
oh nave que me debes a Virgilio, a ti confiado.
Te ruego que lo restituyas incó1ume
a las regiones Áticas
y conserves así la mitad de mi alma.
De roble y triple acero
estaba rodeado el pecho
de quien atravesó por vez primera
el piélago cruel en frágil balsa,
y no temió los ímpetus del Ábrego
en lucha con los Aquilones,
ni a las Híades tristes,
ni la rabia del Noto,
dueño absoluto del Adriático
que a su gusto levanta o apacigua las olas.
¿Qué cercanía de la muerte infundió miedo
a aquel que con los ojos secos
vio los monstruos nadando,
el mar airado y los infames
arrecifes de Acroceraunia?
En vano un dios prudente
separó la tierra del insociable Océano,
si es que naves impías
surcan prohibidas aguas.
Audaz en perpetrarlo todo,
la raza humana se precipita
por el abismo de lo sacrílego;
audaz, el linaje de Jápeto
trajo el fuego a los hombres,
valiéndose de engaños;
y, tras el fuego, arrebatado
de la mansión celeste,
la palidez y una cohorte nueva
de fiebres invadieron la tierra,
y la necesidad de morir,
tardía en otras épocas,
adelantó su paso y su llegada;
Dédalo atravesó el éter vacío
con alas no otorgadas al hombre;
un trabajo de Hércules
traspasó el Aqueronte:
nada imposible hay para los mortales.
En nuestra estupidez,
ambicionamos el propio cielo,
y, por culpa de nuestros crímenes,
no dejamos que Júpiter deponga
sus rayos iracundos.

 

2. [Carpe diem]

No pretendas saber, pues no está permitido,
el fin que a mí y a ti, Leucónoe,
nos tienen asignados los dioses,
ni consultes los números Babilónicos.
Mejor será aceptar lo que venga,
ya sean muchos los inviernos que Júpiter
te conceda, o sea éste el último,
el que ahora hace que el mar Tirreno
rompa contra los opuestos cantiles.
No seas loca, filtra tus vinos
y adapta al breve espacio de tu vida
una esperanza larga.
Mientras hablamos, huye el tiempo envidioso.
Vive el día de hoy. Captúralo.
No fíes del incierto mañana.

 

3. [La nave del Estado]

 

¿Te llevarán al mar, oh nave, nuevas olas?
¿Qué haces? ¡Ay! No te alejes del puerto.
¿No ves cómo tus flancos están faltos de remos
y, hendido el mástil por el raudo Ábrego,
tus antenas se quejan, y a duras penas
puede aguantar tu quilla sin los cables
al cada vez más agitado mar?
No tienes vela sana, ni dioses
a quienes invocar en tu auxilio,
y ello por más que seas pino del Ponto,
hijo de noble selva, y te jactes
de un linaje y de un nombre inútil.
Nada confía el marinero, a la hora del miedo,
en las pintadas popas. Mantente en guardia,
si es que no quieres ser juguete del viento.
Tú, que fuiste inquietudes para mí
y eres ahora deseo y cuidado no leve,
evita el mar, el mar que baña
las Cícladas brillantes

 

4. [A Delio]

 

Acuérdate de conservar una mente tranquila
en la adversidad, y en la buena fortuna
abstente de una alegría ostentosa,
Delio, pues tienes que morir,
y ello aunque hayas vivido triste en todo momento
o aunque, tumbado en retirada hierba,
los días de fiesta, hayas disfrutado
de las mejores cosechas de Falerno.
¿Por qué al enorme pino y al plateado álamo
les gusta unir la hospitalaria sombra
de sus ramas? ¿Por qué la linfa fugitiva
se esfuerza en deslizarse por sinuoso arroyo?
Manda traer aquí vinos, perfumes y rosas
—esas flores tan efímeras—, mientras
tus bienes y tu edad y los negros hilos
de las tres Hermanas te lo permitan.
Te irás del soto que compraste, y de la casa,
y de la quinta que baña el rojo Tíber;
te irás, y un heredero poseerá
las riquezas que amontonaste.
Que seas rico y descendiente del venerable
Ínaco nada importa, o que vivas
a la intemperie, pobre y de ínfimo linaje:
serás víctima de Orco inmisericorde.
Todos terminaremos en el mismo lugar.
La urna da vueltas para todos.
Más tarde o más temprano ha de salir
la suerte que nos embarcará
rumbo al eterno exilio.

 

5. [Aurea mediocritas]

Más rectamente vivirás, Licinio,
si no navegas siempre por alta mar,
ni, mientras cauto temes las tormentas,
costeas el abrupto litoral.
Todo el que ama una áurea medianía
carece, libre de temor, de la miseria
de un techo vulgar; carece también,
sobrio, de un palacio envidiable.
Con más violencia azota el viento
los pinos de mayor tamaño,
y las torres más altas caen
con mayor caída, y los rayos
hieren las cumbres de los montes.
Espera en la adversidad, y en la
felicidad otra suerte teme,
el pecho bien dispuesto.
Es Júpiter quien trae
los helados inviernos,
y es él quien los aleja.
No porque hoy vayan mal las cosas
sucederá así siempre:
Apolo a veces hace despertar
con su cítara a la callada Musa;
no está siempre tensando el arco.
Muéstrate fuerte y animoso
en los aprietos y estrecheces;
y, de igual modo, cuando un viento
demasiado propicio hincha tus velas,
recógelas prudentemente.

 

6. [A una ánfora]

¡Oh nacida conmigo, siendo cónsul Manlio!,
ya contengas lamentos o juegos,
ya disputas y locos amores
o sueño confortable, piadosa arcilla
que custodias un excelente Másico
y eres digna de ser sacada en un día grande,
baja—Corvino te lo manda—
a derramar tus lánguidos vinos.
Él, aunque está empapado de discursos Socráticos,
no te despreciará. Se dice que también
Catón el Viejo templaba su virtud con vino.
Tú aplicas un tormento blando
al carácter que es de ordinario duro;
tú descubres, de acuerdo con el burlón Lieo,
las dudas y secretos pensamientos de los sabios.
Tú vuelves la esperanza a las mentes inquietas
y añades fuerzas y valor al pobre,
que, contigo, no teme las coléricas tiaras
de los reyes ni las armas de los soldados.
A ti Líber y Venus—si nos es propicia—
y las Gracias, indolentes a la hora
de desatar sus nudos, y las brillantes lámparas
te harán durar hasta que el regreso de Febo
ahuyente las estrellas.

 

7. [A Baco]

¿Adónde, Baco, me arrebatas, lleno de ti?
¿A qué bosques, a qué cavernas
soy arrastrado velozmente por una mente nueva?
¿En qué antro seré oído
meditando introducir la gloria eterna
del egregio César en los astros y en la asamblea
de Júpiter? Cantaré lo insigne, lo nuevo,
lo que ninguna boca ha cantado.
No de otro modo que la insomne Bacante
se queda atónita mirando desde la cumbre el Hebro,
la Tracia blanca por la nieve
y el Ródope hollado por pie bárbaro:
así a mí me complace, extraviado,
admirar las riberas y los bosques desiertos.
¡Oh señor poderoso de las Náyades
y de las Bacantes capaces de derribar
los elevados fresnos con las manos!
Nada pequeño, ni en tono humilde,
nada mortal celebraré. Dulce peligro
es, oh Leneo, seguir al dios que ciñe sus sienes
con verde pámpano.

 

8. [Venus tardía]

¿Mueves de nuevo guerras, Venus
después de paz tan prolongada?
Déjame, te lo ruego, te lo ruego.
Ya no soy como era bajo el reinado
de la buena Cinara. Cesa, madre cruel
de los dulces Cupidos, de ablandar
con tu suave imperio a un hombre endurecido
de cerca de diez lustros. Vete
adonde te llaman los tiernos ruegos
de los jóvenes. Más a tono será que,
en alas de purpúreos cisnes,
te llegues a la casa de Paulo Máximo,
si buscas abrasar un corazón idóneo;
pues él es noble, bello y elocuente
en favor de los nerviosos reos,
joven de mil habilidades,
y llevará muy lejos las enseñas de tu milicia.
Y, si alguna vez es más fuerte
que el pródigo rival y puede reírse
de sus regalos, cerca de los lagos
Albanos, te erigirá una estatua de mármol
bajo un techo de limonero.
Aspirarás allí mucho incienso,
y te deleitarán liras y flautas Berecintias
con sus sones mezclados, y la siringa.
Allí, dos veces en el día, niños
y tiernas vírgenes, alabando
tu divinidad, golpearán tres veces
el suelo con blanco pie,
según el rito Salio.
A mí ya no me agradan mujer ni niño,
ni crédula esperanza de amor mutuo,
ni disputar por vino, ni ceñir
mis sienes con las flores nuevas.
Pero, ¡ay!, ¿por qué, por qué, Ligurino,
corre una lágrima furtiva por mis mejillas?
¿Por qué un poco elegante silencio
paraliza mi lengua y mi elocuencia?
En mis nocturnos sueños imagino
que te tengo, que te persigo a ti,
que vuelas por la hierba del campo Marcio,
que te persigo a ti, cruel, por el agua inconstante.

 

9. [A Ligurino]

 

¡Oh tú, hasta ahora cruel, en medio del poder
que los dones de Venus te otorgan!
Cuando un invierno inesperado llegue
sobre tu orgullo, y caigan esos rizos
que ahora revolotean sobre tus hombros;
cuando se apague ese color,
más encendido que el de la rosa roja,
y se vuelva áspera la cara de Ligurino,
dirás todas las veces que lo veas,
al otro, en el espejo:
«¡Ay! Mi espíritu de hoy,
¿por qué no me animó cuando era niño?
O ¿por qué no regresan aquellas tiernas
mejillas a este nuevo corazón mío?»

Las Parcas

Un pensamiento sobre “Las semillas del corazón – Orígenes de la lírica occidental – HORACIO

Fernando Alcaine

Estupendo homenaje a la sabiduría antigua. Carpe diem.

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