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Joan Margarit. Arquitectura de la memoria

19 junio, 2020 - Poesía
Joan Margarit. Arquitectura de la memoria

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Con Joan Margarit (Sanahuja, Lleida, 1938) terminamos este recorrido poético de lengua en lengua. Es, en cierto sentido, el cierre obligado: es la única ocasión del mencionado recorrido poético en que autor y traductor coinciden. Margarit es un perfecto poeta bilingüe, extraordinario traductor al castellano de su poesía escrita en lengua catalana. Pero esa feliz coincidencia no puede ni debe ocultar la verdadera razón de su presencia aquí: la de ser un gran poeta. El gran poeta de la vivencia individual, el consumado arquitecto de la memoria.

 


 

 

Joan Margarit-2

 

CRÉDITOS (Poema/voz/música):

 

1. Presentación – Manuel Alcaine – Sheku Kanneh-Mason (Sardana)
2. Casa de misericordia – Néstor Barreto – Sheku Kanneh-Mason (Offenbach – Harmonies des bois)
3. Hotel Andorra Park – Manuel Alcaine – Sheku Kanneh-Mason (Offenbach – Harmonies des bois)
4. Conocimiento – Manuel Alcaine – Sheku Kanneh-Mason (Shostakovich – The Gadfly Suite)
5. Gente en la playa – Chus Sanjuán – Sheku Kanneh-Mason (Shostakovich – Allegretto)
6. La parte más oscura del camino – Manuel Alcaine – Sheku Kanneh-Mason (Shostakovich – Cadenza)
7. Querrán que te mueras – Néstor Barreto – Sheku Kanneh-Mason (Shostakovich – Cadenza)
8. El mar – Manuel Alcaine – Sheku Kanneh-Mason (Shostakovich – Cadenza)

 

 

 

Selección poemas:

CASA DE MISERICORDIA

El padre fusilado.
O, como dice el juez, ejecutado.
La madre, ahora, la miseria, el hambre,
la instancia que le escribe alguien a máquina:
Saludo al Vencedor, Segundo Año Triunfal,
Solicito a Vuecencia poder dejar mis hijos
en esta Casa de Misericòrdia.
El frío del mañana está en la instancia.
Hospicios y orfanatos fueron duros,
pero más dura era la intemperie.
La verdadera caridad da miedo.
Igual que la poesía: un buen poema,
por más bello que sea, será cruel.
No hay nada más. La poesía es hoy
la última casa de misericordia.

HOTEL ANDORRA PARK

Lee su insomnio en el cristal oscuro.
Aquí, donde después se construyó el hotel,
un muchacho ocultó debajo de una piedra
una carta de amor, y trazó un mapa:
el verdadero mapa de un tesoro.
Pero el tesoro fue una cobardía:
lo que no se atrevió a decirle a una muchacha.
Su última carta de amor,
esa sí que llegó a entregarla en mano.
La cobardía o el desprecio, entonces
-nunca podrá saberlo- vino de una mujer.
Como un barco de guerra va llegando
el alba a los cristales del hotel.
Ya ninguna mujer recuerda carta alguna.
Y las nubes presagian frío y nieve.

CONOCIMIENTO

Cavar entre las piedras, los terrones,
las raíces que nunca arrancarás.
Es el precio que tiene lo profundo.
Cavar es religioso.
Es una forma de bondad.
Cavar de noche. Luego arrodillarse
y alzar los ojos hacia el firmamento
sin olvidar que todo ha de buscarse en tierra:
cómo alzar una casa, o escribir poesía.
Incluso desde dónde poder volver a amar
en este temporal de la memoria.

GENTE EN LA PLAYA

La mujer ha aparcado en una calle
junto a la arena.
Baja del coche y, sin prisa,
saca y despliega la silla de ruedas.
Después, coge al muchacho,
lo sienta y le coloca bien las piernas.
Se aparta unos cabellos de la cara
y, mientras siente como ondea su falda,
va empujando la silla de ruedas hacia el mar.
Entra en la playa por el pasadizo
de tablas de madera que, de pronto,
a unos metros del agua, se detiene.
Muy cerca, el socorrista mira al mar.
La mujer alza al chico:
lo coge por debajo de los brazos
y, de espaldas al agua, va arrastrándolo
mientras los pies inertes del muchacho
dejan dos surcos tristes en la arena.
Lo ha llevado muy cerca de las olas
y lo deja en la arena para volver atrás
a recoger el parasol y la silla de ruedas.
Estos últimos metros. Siempre faltan
los malditos, terribles metros últimos.
Estos te romperán el corazón.
No hay amor en la arena. Ni en el sol.
Ni tampoco en las tablas, ni en los ojos
del socorrista, ni en el mar.
Estos últimos metros
son el amor. Su soledad.

LA PARTE MÁS OSCURA DEL CAMINO

He bajado al jardín en mitad de la noche.
Como puntas de lanza,
las estrellas marcaban el asedio
lejano pero exacto del olvido.
Justo al salir al frío de los árboles,
un zorro, al verme, se ha quedado inmóvil
en el césped umbrío.
Tras mirarnos durante unos instantes,
ha tomado, sin prisas,
la parte más oscura del camino.
Sus ojos y mis ojos son un enigma idéntico.
He pensado que a veces yo también
entré en otro jardín atravesando
el césped una noche y con mis ojos
sorprendí otra mirada.
Algo se busca. Por lo que yo sé,
sólo la dignidad.
La de la vida mientras se va yendo
hacia lo más oscuro del camino.

QUERRÁN QUE TE MUERAS

Oyes el mar tranquilo del crepúsculo,
que es mitad violoncelo y mitad órgano.
Oscurece. Como todos los viejos,
es tu propio final el que vigilas.
Mientras tanto, a lo largo de la playa,
el mar es una pieza de seda desplegándose.
Oyes las olas mientras van diciéndote
que querrán, los que te aman, que te mueras.
Y, si los amas, desearás morirte.
La lógica implacable del amor.
La lógica implacable de la muerte.
Alivio de saber que están tan juntos.

EL MAR

Como lomos oscuros de un rebaño de potros
se aproximan las olas, desplomándose
con este rumor sordo pero lírico
que Homero fue el primero en escuchar.
Cansadas de su larga galopada,
se ponen a temblar.
Después se quejan, roncas de placer,
igual que una mujer en brazos de su amante.
Más tarde se abalanzan entre espumas,
como si fueran lobos que olfatearan la presa.
El poniente, llegando por mi espalda,
pone medallas rojas en sus lomos.
En la orilla mojada de la arena
veo tus huellas, por el aire pasa
una dorada sombra de tu cuerpo.
O sea que es de ti de quien, con gestos
de sordomudo, me está hablando el mar.
Dice que este lugar dentro de mí que ocupas
pasaría a ser parte del infierno
si tú lo abandonaras.
Que al fondo de este amor lo que vuelve a esperarme
es la desolación de los veinte años.

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