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Elvira Sastre – La intimidad de la página web

15 marzo, 2019 - Literatura, Poesía
Elvira Sastre – La intimidad de la página web

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Precoz y resuelta, Elvira Sastre (Segovia, 1992) inicia su trayectoria poética a los quince años, en su propio blog “Relocos y Recuerdos”. Su fulgurante irrupción en la edición impresa se produce con Cuarenta y tres maneras de soltarse el pelo, de 2013. A ella seguirán La soledad de un cuerpo acostumbrado a la herida, en 2016 y la deliciosa Aquella orilla nuestra, de 2018. Su poesía, de corte intimista y confesional, sigue teniendo esa frescura de página web con la que se inició como escritora. Ello se debe, sin duda, a la buscada sencillez lírica y coloquial de su verso, siempre dirigido a un “tú”, del otro lado del poema.

ELVIRA SASTRE. La intimidad de la página web

 

Voces/título:

1 – Chus Sanjuan – (Dos tristes idiotas)
2 – Jose Sampietro – (Maldita zorra)
3 – Elena Parra – (Me sobra la poesía)
4 – Lola Orti – (Ruido)
5 – Chus Sanjuan – (El hábito de hablar)
6 – Lola Orti – (Sin título)

 

Música:

1 – François Couperin – Les Barricades Mysterious (Patricia Mabee)
2 y 3 – Windsor for the derby – The Melody of a Fallen Tree
4 – Opus 23 – Dustin O’Halloran
5 – Aphex Twin – Avril 14th
6 – Bow Wow Wow – I Want Candy

 

 

 

Textos:

 

RUIDO

 

Si te marchas
hazlo con ruido:
rompe las ventanas,
insulta a mis recuerdos,
tira al suelo todos y cada uno
de mis intentos
de alcanzarte,
convierte en grito a los orgasmos,
golpea con rabia el calor
abandonado, la calma fallecida, el amor
que no resiste,
destroza la casa
que no volverá a ser hogar.
Hazlo como quieras,
pero con ruido.
No me dejes a solas con mi silencio.

 

ME SOBRA LA POESÍA

 

Me sobró el resto
desde el primer beso.

Amor,
a mí desde que estás
me sobra amor por los cuatro puntos cardinales
de este país que no quería ser conquistado
y acabó enamorado de tu bandera.
Se me han roto las brújulas
y ahora mire donde mire
solo
estás
tú,
y un trozo de mar conjugado en futuro
y un beso en cada ola de tu marea
y varias frases cosidas a tu frente
para que leas poesía cada vez que te mires al espejo.

De igual manera
que me sobran las manos cuando no estás
y tengo demasiados latidos
para tan poco pecho
—aunque me hayas
hecho el corazón más grande que la pena—,
del mismo modo
que mis pies pierden el ritmo
cuando no van a tu casa
—el aire solo se mueve
cuando tú bailas—
y el cartero me pregunte por ti
de tanto escribirle tu nombre…

De igual manera,
me sobran las formas
y las excusas
y las palabras,
me sobra hasta el silencio
y el eco de las estaciones,
me sobra el pasado
y la tristeza
y los poemas,
me sobra la ciudad
y los enamorados que cabalgan sobre ella,
me sobran las mentiras
—menos esas que consiguen
que te quedes un ratito más—,
me sobran todos los besos llenos de tinta
y todas las palabras manchadas de saliva,
me sobra tu casa
y la mía
y las noches que duran días,
me sobra esta bendita paz
y esta ausencia de ruidos
que me has regalado,
me sobran mis dedos
y mis sueños
y mis dedos que te sueñan
y mis sueños con tus dedos,
me sobra el miedo
y los callejones
y la luz,
me sobran las huellas
porque me sobra el camino.

Desde que estás
me sobra todo lo que tengo
—me sobra hasta lo que no tengo—
porque tú me das todo.

Mi vida,
desde que estás tú
lo único que me falta
es la muerte.

Y no la echo de menos.

 

EL HÁBITO DE HABITARNOS

 

Me pregunto si es esto:
las palabras encajando en las notas,
la calma del equilibrio minúsculo
y el mínimo sobresalto que sale de dentro,
lo
ajeno
que
ya
es
propio.

Me pregunto si es esto:
el recuerdo en presente,
la mano experta tendida sin rozar apenas,
un silencio cómodo habitando entre miradas,
la
rutina
que
ya
es
perenne.

Cada noche
abrazo la respuesta.

 

MALDITA ZORRA

 

Estaba loca:
su tristeza no era de este mundo,
a veces estallaba a reír cuando me lloraba sus penas
y solía enredarse el pelo cuando le iba bien.

Se pintaba los labios antes de dormir:
«quiero estar guapa para mis sueños», me decía.
Luego se levantaba con el rímel corriéndose en sus ojeras,
como en mis mejores fantasías,
y me preguntaba la diferencia entre una nube y una ola.

Yo la observaba en silencio
—un silencio consciente,
pues ella era una de esas mujeres
que te hacen saberte derrotado antes de intentarlo—,
como si tratara de vencerla sin palabras,
como si esa fuera la única forma.
Ilusa.

En ocasiones
todo lo que hay más allá de alguien es superfluo
y todo lo que hay dentro de uno es redundante.
No lo sé,
le hubiera repetido un millón de veces por segundo
que era más guapa que un pájaro sobrevolando el mar
y que sabía más dulce que la caricia de un padre,
pero ella estaba loca,
loca como un silencio en medio de una escala,
y solo me besaba cuando me callaba.
Maldita zorra.

Solía decir que los peces eran gaviotas sin alas
y era imposible tocarla sin que gritara.
Yo lo disfrutaba: era un instrumento delicioso.

Cuando le decía que amaba su libertad
se desnudaba y subía las escaleras del portal sin ropa
mientras me decía que echaba de menos a su madre.

Cuando tenía miedo
se ponía el abrigo y se miraba al espejo,
entonces se reía de mí y se le pasaba.

Cuando tenía hambre
me acariciaba el pelo y me leía un libro
hasta que me quedaba dormida.
No sé qué hacía ella después,
pero cuando me levantaba ella seguía ahí
y mi pelo estaba lleno de flores.

Un día se fue diciendo algo que no entendí,
supongo que por eso empecé a escribir.
Me dijo: no me estoy yendo,
solo soy un fantasma de todo lo que nunca tendrás.
Maldita zorra. Maldita zorra loca.

Estaba loca, joder, estaba loca.
Tenía en su cabeza una locura preciosa.
¿Cómo no iba a perder la puta razón por ella?

 

DOS TRISTES IDIOTAS

 

Mis ojos
viven despegados de todo mi cuerpo,
habitan en otro lugar que ya no existe,
se alimentan de bucles de recuerdos
que se asemejan a los rizos de tu pelo
y adivinan el pasado.

Puedes ver en ellos
dos décadas de otoños calientes.
Puedes tocarlos
y congelarte las espinas.
Puedes escucharlos
y leer un siglo de tristezas absurdas.
Puedes olerlos
y viajar en el tiempo.

Ahora están en pause:
desde que te ven olvidarme
hablan en un idioma extinto,
lloran sal
como si hubieran fracasado al traerte a mis orillas,
caminan heridos
como un animal golpeado y abandonado
en una estación de paso
sin coordenadas,
giran y giran y giran
por si en una de esas vueltas
te pierden de vista.

Mis párpados están más abiertos que nunca
y mis pupilas son dos puntos finales:
el que quisiste poner el primer día
y el que pusiste el último.

Pero mis ojos
son también dos tristes idiotas.
No se dan cuenta
de que no eres tú la que tienes que marcharte
para que ellos te dejen de ver.
Son ellos
los que tienen que dejar de mirarte
para conseguir no verte más.

Pero los cabrones cada día
de lluvia
me dicen lo mismo:
cualquier tiempo pasado fue mejor.

Y se vuelven a ir
a ese lugar
que ya no existe.

 

(Sin título)

 

Sé que no es tan difícil. Cuando uno busca algo, lo que importa no es dónde está, lo importante es verlo. Para darse cuenta hay que entrecerrar los ojos y mirar al sol unos cuantos segundos. Después, alcanzarlo no es más que el proceso, un paseo hasta la puerta. Pero presta atención: lo que importa es la puerta, siempre. Quédate con eso.

No te conformes con las ventanas. Siempre hay que ir a por la puerta.

Uno tiene que buscar siempre lo que le late a la izquierda a través de las manos, y si se equivoca y el latido le tropieza y las manos se congelan y de pronto se descubre diciéndose “ no “ más de una y más de dos veces, y entonces, sólo entonces, descubre una ventana, no pasa nada. No sería desaconsejable, incluso, creerla puerta durante unos instantes e intentar cruzarla. No pasa nada, insisto, si no funciona: asómate, disfruta de las vistas, recupera el aliento, deja que el aire azote tus manos y sigue buscando tu puerta. Es la única manera de avanzar y de encontrarse.

 

 

 

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