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Caminar, mirar, contar – 9 – El camino de las estrellas

23 febrero, 2023 - Radio reportajes
Caminar, mirar, contar – 9 – El camino de las estrellas

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El camino de las estrellas, para el barón


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Saldré hacia Artazu, que desde siempre he confundido con Arbizu, un sábado soleado y muy frío. Tengo alojamiento reservado muy cerca, en Puente la Reina. He decidido apuntarme a un curso de yoga el domingo por la mañana, y he pensado destinar el sábado a ver ermitas, castillos, arcos de medio punto y ventanas y portadas, y de paso, si cae, algo de pisar, algún suelo de piedras porque una voz que me llama desde muy adentro me pide a gritos ver y sentir piedras y románico. Será el frío que por fin ha llegado, o será un deseo, o una necesidad. Ver y mirar lo que encuentre y lo que salga en la ruta que preparo también de forma rápida. Me aferraré a lo compacto de la piedra porque me da la impresión de que me servirá de abrevadero en el viaje este interior que he emprendido. También puede ser que necesite un espacio nuevo en la mente para empezar a construir, o mejor, a reconstruir. Dicen que los tauro requerimos solar, que ser el piso físico que equilibra está también emparentado con el tronco familiar, y es que en este último embate otoñal no me han aguantado ni los palos del sombrajo. Los suelos me templan, y los busco con ahínco, los fotografío, catalogo y hasta los reproduzco. Suelos que están hechos con pequeñas piedrecitas de río que se van uniendo unas a otras y tras mucho trabajo tiempo y paciencia conforman un pavimento consolidado, fiable, un lugar donde pisar y construir, o reconstruir.
Empezamos el sábado muy temprano con algo de ejercicio en casa. Chip ocupa primero la esterilla, y su cuerpo forma un eje con dirección este-oeste, como la Vía Láctea. Se estira mirando hacia un techo en el que no hay estrellas mientras reproduce alguno de los ejercicios de mis series. Después me tocará a mí y él se subirá con dificultad al sofá. Subirá lento, no de un salto como solía hacer, me mirará y me recordará que tengo que comprar una escalerita o una rampa para hacerle el acceso accesible. En estos días de niebla le pesa mucho el cuerpo, creo que le ha empezado a pesar la vida. Terminamos con doble ración de mimos. Le paso las manos a contrapelo varias veces, cogemos algo de ropa para mí y sus aperos básicos de viaje y salimos de casa.
Será la primera vez que practique yoga, además en formato intensivo. No sé si será demasiado, pero la profe, Amara, es mi colega en la aventura de los suelos de canto rodado, y cuando vi la publicidad del curso me llamó con un grito: yoga y emociones. Justo lo que necesito. Allá voy, pensé.
La ruta (de emociones) que he previsto para hoy me ha de llevar hasta el cerco de Artajona, a Santa María de Eunate y a Obanos; ya por la tarde pasearé por la calle mayor de Puente la Reina y cruzaré el Arga por el puente románico. Después me dejo tiempo libre, que seguro no será tiempo vacío; sé que los planes y los días siempre se alteran y que hay que dejar líneas y párrafos sin escribir. Cojo el coche, salgo de la ciudad y conduzco despacio escuchando un cd de versiones de Cold song, de la ópera King Arthur, de Purcell, que grabé hace unos años. Recuerdo alguna de ellas con más emoción (otra vez las emociones), en especial una muy histriónica del contratenor Klaus Nomi, y otra mucho más dulce de Sting, incluso alguna con guitarras eléctricas y sintetizador. Aunque mi preferida, eso sí lo sé, es la de Andreas Scholl. Es elegante y sobria. Como el románico y los suelos de piedra. Emociones pero con control, esas a las que debes meter el freno de mano cuando las marchas no responden.
Déjame, déjame que me congele, dice Purcell y responde mi reproductor en el coche. Cold Song, canción fría, canción gélida, canción del frío.
Los violines, tensos, me recuerdan a los de Vivaldi. El frío de fuera se mete también dentro del coche y parece que el viento y la escarcha pinchen y estimulen el cuerpo y el cerebro hasta dejarlos dormidos, insensibles.
Mientras conduzco voy pensando en los niveles inconscientes y en la pequeña parte de la mal llamada realidad, o consciencia, en la que vivimos. ¿Qué es realmente la consciencia? Nos asomamos solo a la superficie de nuestros niveles interiores, los observamos, pero nos cuesta mucho poner las patas en ellos. Duelen, evitamos entrar, solo los miramos y cuando lo hacemos nos sorprenden, aunque tampoco sé si es posible entrar en ellos desde la consciencia.
Escucho las versiones de Cold song e intento bucear e imaginar la división entre lo que suponemos son la consciencia y la inconsciencia. Voy bajando como en apnea, tranquila, cada vez un poquito más abajo, un poquito más adentro y me van apareciendo versiones de mí que apenas entreveo. Voy muy bien amarrada a la cuerda que marca el camino a las profundidades, llevo aletas y gafas y no hago más movimiento que el absolutamente necesario. Mientras voy descendiendo en inconsciente me salto las salidas y las carreteras en el consciente, y los planes previstos en mi plan de huida de esta mañana de sábado se van a la mierda. Me pierdo y salgo en una salida equivocada, y pienso que todo en este viaje es más de entrada que de salida. Quizá he tomado ya muchas decisiones y mi consciente las rehúya, insistiendo en que no son las acertadas, pero yo sé que no es así. Mis tripas gritan que lo que siento es porque lo sé. O que si lo siento es porque lo sé. Y mientras paro en un mesón a preguntar sigo dejándome bajar a la profundidad que me hará ver con claridad lo intuido, hará que me tope de bruces con lo sugerido, me enfrentará a lo que todavía es fantasma. Ese sitio donde coge cuerpo lo que susurra. El lugar donde por fin se hace grito el silencio.
Déjame, déjame congelarme de nuevo, déjame congelarme hasta la muerte
En el mesón me dicen que el desvío de Artajona está al llegar, que confíe. El románico de Navarra y el curso de yoga se van haciendo kilómetro a kilómetro más corpóreos. Yo también. Y Artajona. Cuando por fin aparece el castillo entre la niebla, sobre una loma, es como si entrara en el sueño. Leeré después que Artajona dibuja, desde lejos, el lomo de un dragón almenado. Un castillo medieval con grandes lienzos de muralla unidos por nueve de los catorce torreones originales que protegen y encierran el pueblo en su interior.
Continúo hasta Eunate por un campo frío con una atmósfera tan compacta como el hielo. Eunate expande a la vez que reduce. Te hace ver lejos pero también mirar muy adentro. La piedra de Santa María de Eunate habla esta mañana con voz muy baja entre el silencio, como en un milagro o cuando menos en un acto del todo incomprensible.

No hay fantasmas en el lugar donde Eunate se erige y desde el que te interroga. Su nombre, Eunate, significa en euskera cien puertas, y casi cien son las que se abren cuando rodeas su perímetro octogonal. Un viaje en un coche con cien puertas. O con cien versiones de Cold song, o con cien versiones de mí misma.

Paseo por su perímetro, Camino sobre el pavimento empedrado y paso debajo de los arcos y cuando salgo cierro la puerta con suavidad. Me mezclo con el día, con la luz y con la hierba mojada. Continúo. No me confundo, no dudo. No necesito decidir.
Ya por la noche, en Artazu, que siempre confundo con Arbizu, salimos a pasear por el monte y buscamos en el cielo la Vía Láctea, el camino de las estrellas. Chip corre tanto y tan lejos que casi se pierde. Volvemos congelados y seguimos bebiendo el vino ecológico que hacen Ainara y Leire y Jon. Sus hijos juegan con dinosauros y con pelotas deshinchadas. Un arroz con robellones y lenguas de vaca está a punto de salir del fuego.
Ya por la noche. Pienso que hiciste muchas veces este camino entre las estrellas. Yo no lo entendía, y sigo sin entenderlo. Esa pasión o ese ánimo, ese afán, ese impulso, son incomprensibles para mí. Quizá tenga otra concepción del hecho de caminar, más de búsqueda que de encuentro, más solitaria, más íntima, pero sé que esta tuya la respeté, aunque me resulte incomprensible la coja por donde la coja. Mi camino de Santiago es otro, son otros muchos, nunca poblados ni turísticos ni con ese trasfondo de castigo/beneficio/sacrificio ni el aura de perfección moral, de cosa cumplida, y bien cumplida.
Ya por la noche. Los de la habitación de al lado en el hotel de Puente la Reina hacen el amor hasta la madrugada, dos, tres, cuatro veces. Chip ha trepado hasta la cama con mucha ayuda y no se mueve. Después sabré que es artrosis de perro. Yo tampoco me muevo. Después del cuarto polvo de mis vecinos abro la ventana, enciendo un cigarrillo, miro al cielo y sé que tengo que aceptar lo que siento, y lo que veo, en dirección este-oeste
El cielo, no obstante, quizá nos muestra el camino, aunque yo lo busqué fuera y no acerté. Está dentro. Es un camino de las estrellas interior, como una Va Láctea personal, siempre orientada de este a oeste.
Déjame, suéltame
Freeze again
Dejáme, déjame congelarme de nuevo

-Elena Parra-

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