Segundo paseo: Juslibol
Latitud: 41 grados, 41 minutos y 56,2 segundos Norte
Longitud: 0 grados, 55 minutos y 03,3 segundos Oeste.
Hoy he llegado a casa tarde: acabo de cambiar de trabajo y ha sido un día largo. Imaginaba mi inmersión en esta casi tercera edad más tranquila, más segura, con menos contratiempos, y la verdad es que está resultando una sorpresa; el perro me saluda histérico, pienso que aturdido de amor al verme… será un ataque de sobreexcitación ante su inminente salida. Venía pensando que me apetecía atravesar la ciudad a la caza y captura de un largo paseo por Juslibol. Quizás hacer una parte del camino en tranvía, con él encima, ya que no tiene bozal e incumplimos todas las normas. Ahora que estoy en casa me da pereza volver a salir, pensamiento que dura un segundo, sé que luego estaré bien. Que estaré mejor. Cuando camino casi noto cómo las capas viejas de neuronas están siendo absorbidas por las nuevas, en una continua reorganización, y que esas nuevas se van multiplicando a toda velocidad mientras reciben, procesan y transmiten todo lo que ves y lo que oyes. Me gusta caminar rápido, me gusta el frío y me estimula el viento de esta ciudad que los americanos de la Base llamaron the windy city, la ciudad de los vientos.
Me fumo tres pitis en la cocina. Uno detrás de otro. He estado mucho rato sin fumar. Me gusta llamar pitis a los cigarros, es una palabra a la que acompañan entre el humo mi hijo y mi sobrino, de los que adopté el nombre. Escucho a Vinicius de Moraes y María Creuza y Toquino, que suenan por el pasillo vacío. Dejo que pase un rato. Me disperso entre calada y calada. Empieza noviembre y mi viaje mental me lleva hasta octubre: era tu cumple, y hace más de cinco años que no nos vemos. Tiempo suficiente para construir y destruir memorias y castillos. Te fuiste de golpe y de forma enigmática. Y lo entiendo y no lo entiendo, según el minuto concreto. Te gustaba el otoño viendo los cambios de los chopos desde la ventana en compañía de María Creuza. Te cuento, para que lo sepas, que este ha sido un otoño tardío, o tardano. Verde, aunque seco. Los arroyos han estado bravos todo el verano. He recorrido muchas millas buscando sitios tranquilos, buscándote quizá, sin saberlo, y aunque no he visto ni percibido señal alguna que hablara de ti me he ido encontrando conmigo. Los lugares se reactivan como se reactivan las neuronas. Mi hijo se ha ido, y los tuyos no están. Incomprensiblemente se acabó todo. Procesos de renovación continuos. Como los de las neuronas.
Se me cae el vino encima de todos los cigarrillos y se quedan húmedos. Tengo pocos para la tardenoche, pienso mientras me visto de paseadora y pongo las cinchas al perro, que me mira tranquilo desde el suelo. Chip y yo vamos modulando nuestros caracteres mientras pasa el tiempo. Desaprendemos poco a poco y casi a la vez. Sigue mis pasos, aunque en ocasiones soy yo la que sigue los suyos. Prolongaciones independientes: no somos ni uno del otro ni el otro del uno. Nos gusta caminar juntos. La compañía, no las amarras; libertad de movimiento. La pertenencia nos abruma por igual.
Por fin salimos de casa y cogemos el tranvía al vuelo. No hay revisores, el azar ha sido propicio esta tarde ventosa. Chip va pegado a la pared del último vagón, no lleva bozal, pero nadie dice nada. Recorremos distancias cortas entre paradas camino de Juslibol. El cambio de hora nos deja poco tiempo de luz y tengo la sensación de que volamos en busca de la última luz de la tarde. Como en un sueño, me creo dueña de mi tiempo y de mi espíritu. Voy viendo puntos de fuga en cada esquina, y dianas al final de cada punto. Una señora sonríe, a su niño le gusta el perro, que se deja acariciar mientras me mira como pidiendo permiso. Veo otras manos y otras miradas. La vida está hecha de trozos de vida pasada que surgen entre trozos de la vida de todos los días. Nada es nuevo, y nada se termina nunca. Todo flota en la misma dimensión.
El tranvía nos va llevando hacia Juslibol, cuya etimología proviene del grito de aclamación deus vult o deus lo volt (en latín clásico y vulgar): significa que Dios lo quiere, que es la voluntad de Dios.
Uno poema, Córdoba, escrito en Al-Ándalus entre los siglos XI y XIII, podría haber descrito este lugar
Allí acequias ciñen cada huerta,
Allí las huertas ciñen cada acequia…
Subí por primera vez a los montes de Juslibol con mi padre, los dos solos: si había alguien más se ha borrado del recuerdo, no forma parte de él. Era verano, yo era pequeña, y hacía un calor aplastante sobre los farallones resecos que protegen la plana del Ebro. Primera línea de altura, escarpes yesosos, blancos y polvorientos que marcan el norte y el límite de lo que fueron feraces huertas de las que solo quedan ejemplos residuales. Íbamos a ver a Guillermo Fatás, que escavaba en los alrededores del castillo de Miranda, en el cerro de Miranda, desde donde se domina el río; lugar poblado desde la Edad del Hierro hasta finales de la Edad Media; lugar privilegiado para saber todo lo que pasaba en la vega, y más allá, hasta el horizonte.
Estoy soldada a Juslibol a través de un pequeño trozo de tierra familiar que llamamos el Trozo, con mayúscula de topónimo. Terreno inundable y fértil junto al semidesértico de los barrancos de Miranda, pedazo de tierra mínimo y discreto, que de campo triste y agotado con cuatro cerezos viejos mutó, con mucho trabajo, a vergel lleno de vida, como el jardín del edén. Un paraíso en miniatura.
Pienso en Adán y Eva y en la creación del mundo, y en el cielo y en el infierno, y el diablo de El paraíso perdido de Milton. En las tentaciones que motivaron su viaje de la tierra/paraíso a la tierra/infierno, aunque con mensaje final de esperanza: “No lamentarás dejar este paraíso, porque llevarás dentro de ti un paraíso más feliz”.
Los chopos del Trozo, de más de treinta años, hablan cuando los mueve el viento. Muchas tardes los escuchamos intentado descifrar su lenguaje. Adán y Eva antes de la desgracia. O Adán y Eva mucho más humanos, tras ella.
Sobre la puerta de entrada, y entre rosales y cipreses está tallado su nombre junto a una rana (también rana de Ranillas) de Arrudi fundida en Averly.
La acequia de Juslibol discurre a tope y va sorteando tajaderas y “suertes del agua” y regando pequeños y más pequeños campos de cereal en las huertas en las que hasta hace poco bullía una vida más diversificada. Ha cambiado la biodiversidad y la verdura se ha vuelto cereal. Los Galachos se ven y se escuchan, a lo lejos pero nítidos. También el aire y su perspectiva concreta y blanca de la cal de los farallones quebradizos. El agua en la acequia y sus ramales nos llama y dan ganas de meterse hasta las rodillas aunque haga frío. Agua y luna, con menos peso y gravedad que en los caminos. La luna está a punto de volverse redonda. Agua y luna. Qué parecidas están esta noche.
Los jabalís bajan a beber y a comer por las masas yesosas desde el campo de San Gregorio. Se ven sus marcas, incluso se les ha visto a ellos. En el barrio rural están preocupados. Es una especie prolífica, de preñez precoz y gestación corta,120 días. Y están cerca. Se comerán lo que pillen en los campos, en las calles de Juslibol y bajarán a buscar más. Son omnívoros, son muchos y tienen hambre. En el Trozo veo su rastro en la tierra bajo un manzano. Hay marcas inconfundibles (hozaduras, se llaman) en la tierra. Buscaré las huellas de los dientes en los árboles y de los revolcones en el barro, pero será otro día. Hoy se ha hecho tarde y, por suerte, no nos han salido al paso.
Volvemos a casa rodeando el meandro del Ebro. Camino con playas y sotos de ribera muy rural y muy solitario a estas horas. Mi padre contaba a sus nietos la historia de Pachito, un cocodrilo que vive por aquí con su familia y sale de vez en cuando entre los carrizos. Quizá hoy, de vuelta a casa, pueda ver por fin a Pachito y contárselo a mis hijos para que se lo cuenten a los suyos cuando vengan a Juslibol los domingos de otoño.
Los Situacionistas fueron los primeros que hablaron del concepto complejo del caminar sin rumbo, de descubrir y pasear por las ciudades, de captar la esencia del espacio urbano y traducirlo en emociones. Algo así como perder el control y sentir mientras caminas. Todo un homenaje al hecho físico de andar. Perderse, pero sin estar perdido del todo. Voy a la deriva, pues, como los Situacionistas hasta que llego a casa y me quito el vestido de pasear. Me creo eso de que no todos los que vagan están perdidos.
Ambientación musical: Vinicius de Moraes, con María Creuza y Toquinho
3 pensamientos sobre “Caminar, mirar, contar – 2 – Juslibol”
Elena que buena eres escribiendo y en muchas cosas mad
Precioso Elena,qué bien escribes
ostras, no lo había visto. Qué pasada. Qué ganas tengo de que estos relatos cargados de emociones, en los que todos los sentidos forman parte de ellos, compongan un hermoso libro …