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Bestiario (2)

11 febrero, 2021 - Literatura
Bestiario (2)

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PRESENTACIÓN

Testimonios rescatados de entre las ruinas del Viejo Mundo nos permiten constatar la existencia de seres huraños que vivían ocultos debajo de las rocas. Antisociales por instinto o por convicción, defendían su fiera misantropía con un veneno mortal. Parece ser que suscitaban, ante todo, desprecio. Ése es, tal vez, el significado de su misterioso nombre: escorpión.
Pero no eran los escorpiones los únicos seres pobladores. En numerosas inscripciones se ha hallado un nombre que resuena monstruoso aunque pleno de Belleza: tigre, acaso forjado con los primeros rayos del sol y el relente de las últimas estrellas. Es seguro que todos, absolutamente todos temían sus poderosas fauces. Pero no menos seguro es que todos, absolutamente todos quedaban hechizados por el señorío de su planta.
No escaseaban tampoco los mendigos: seres repugnantes, en cierto modo emparentados con los escorpiones, pero que se diferenciaban de estos en su falta de orgullo, lo que parece ser los convertía en perdedores de una dignidad que paseaba apresurada delante de ellos. Hay razones poderosas para suponer que a este espécimen pertenecían los llamados artistas, seres molestos que enseñaban que todos llevan en sí a un ser desvalido, menesteroso y frágil que en cualquier momento puede suplantarlos.
Pero no insistamos demasiado en lo triste. También existía el Amor, que algunos llamaban Poderosa Muerte. Era la furia destructora del deseo que aspiraba a la unidad primigenia del mundo. Ese es, precisamente, el significado de la palabra águila, hallada en las más vertiginosas cumbres de las más majestuosas cordilleras.
No son escasos los testimonios que dan fe de la existencia de un tótem celeste llamado vaca. Se le asocia a las metrópolis crepusculares. Su inmensa boca yerta y sangrante respondía a un ignorado sacrificio ritual: parece que los seres decidieron mecanizar la naturaleza, dominarla con un perfecto sistema de engranajes y ruedas dentadas.
Es precisamente ese intento de dominación el que creó en muchos seres la ilusión de la libertad, la fantasía de que el mundo podía ser maravilloso, que era bello vivir. Wonderful World era una canción que respiraba ese espíritu. Muchos –bellos y generosos o zafios y groseros-, muchos quisieron perseguir esa ilusión, desconociendo quizá la perversidad de una mecánica implacable.
En fin, el ser más extendido era el llamado lobo. Hasta nosotros ha llegado el estremecedor testimonio de los motivos que lo condujeron al Mal, esa pegajosa sustancia negra que acabó anegando hasta el más remotísimo confín del Viejo Mundo.

-Fernando Alcaine-

CARTEL BESTIARIO-CUADRO

 

CRÉDITOS:

 

“Bestiario”, un montaje de Fernando y Manuel Alcaine

Textos de:

 

Con las voces de:

 

Ambientación musical:

 

PRIMER MOVIMIENTO

Los escorpiones

(de L’Age D’Or, de Luis Buñuel)

 

El escorpión es un tipo de arácnido extendido por las regiones cálidas del viejo mundo.

La cola está formada por una serie de cinco articulaciones prismáticas.

Las pinzas, similares a las del cangrejo, son órganos de lucha y de información.

La cola termina en una sexta articulación vesicular donde se aloja el veneno. Un dardo curvo y agudo inyecta en la picadura la linfa venenosa.

Amigo de la oscuridad, excava galerías bajo las piedras para escapar de la luz hiriente.

Poco sociable, expulsa a los desafortunados que pretenden turbar su soledad.

Qué escalofriante rapidez y qué virtuosismo en el ataque. La furia de una rata acaba sucumbiendo a sus golpes.

 

SEGUNDO MOVIMIENTO

El tigre

(William Blake)

 

¡Tigre! ¡Tigre!, reluciente incendio

En las selvas de la noche,

¿Qué mano inmortal u ojo

Pudo trazar tu terrible simetría?

¿En qué lejanos abismos o cielos

Ardió el fuego de tus ojos?

¿Sobre qué alas se atreve a elevarse?

¿Qué mano se atrevió a tomar el fuego?

¿Y qué hombro, y qué arte

Pudo torcer el vigor de tu corazón?

Y cuando tu corazón empezó a latir,

¿Qué espantosa mano? ¿Y qué espantosos pies?

¿Qué martillo? ¿Qué cadena?

¿En qué horno estaba tu cerebro?

¿Qué yunque? ¿Qué espantoso puño

Osa abrazar su mortales terrores?

Cuando las estrellas tiraron sus lanzas

Y mojaron el cielo con sus lágrimas,

¿Sonrió al ver su obra?

¿Aquel que hizo al cordero, te hizo a ti?

¡Tigre! ¡Tigre!, reluciente incendio

En las selvas de la noche,

¿Qué mano inmortal u ojo

Pudo trazar tu terrible simetría?

 

 

TERCER MOVIMIENTO

El mendigo

(Fernando Alcaine)

 

El mendigo decía a todo el que quisiera escucharlo: “Mirad mi casa. Tiene todas las incomodidades que podéis imaginar y aun otras que ni siquiera sospecháis. Es, no tengo reparos en concedéroslo, un verdadero asco. Un asco que nadie, por nada del mundo, desearía poseer –y aquí, me incluyo también yo. ¡Yo! Ya veis, que sin embargo soy su propietario. ¿Que cómo se llega a ser dueño de nada? Ése es el cuento, el cuento largo de mi vida. No quisiera importunaros. A mí me ha llevado años contármelo. Años a contracorriente, remontándome hasta dar con el principio. Y creedme, en el comienzo lo tuve todo: comida caliente, buena ropa, una mullida y bendita cama, todos los juguetes del mundo. De verdad os lo digo: aun a mí me cuesta creer que la mayor parte de mi vida la haya dedicado a tragar mierda”.

 

 

CUARTO MOVIMIENTO

Las águilas

(Vicente Aleixandre, La destrucción o el amor)

 

El mundo encierra la verdad de la vida,
aunque la sangre mienta melancólicamente
cuando como mar sereno en la tarde
siente arriba el batir de las águilas libres.
Las plumas de metal,
las garras poderosas,
ese afán del amor o la muerte,
ese deseo de beber en los ojos con un pico de hierro,
de poder al fin besar lo exterior de la tierra,
vuela como el deseo,
como el azul radiante, corazón ya de afuera
en que la libertad se ha abierto para el mundo.
Las águilas serenas
no serán nunca esquifes,
no serán sueño o pájaro,
no serán caja donde olvidar lo triste,
donde tener guardado esmeraldas u ópalos.
El sol que cuaja en las pupilas,
que a las pupilas mira libremente,
es ave inmarcesible, vencedor de los pechos
donde hundir su furor contra un cuerpo amarrado.
Las violentas alas
que azotan rostros como eclipses,
que parten venas de zafiro muerto,
que seccionan la sangre coagulada,
rompen el viento en mil pedazos,
mármol o espacio impenetrable
donde una mano muerta detenida
es el claror que en la noche fulgura.
Águilas como abismos,
como montes altísimos,
derriban majestades, troncos polvorientos,
esa verde hiedra que en los muslos
finge la lengua vegetal casi viva.
Se aproxima el momento en que la dicha consista
en desvestir de piel a los cuerpos humanos,
en que el celeste ojo victorioso
vea sólo a la tierra como sangre que gira.
Águilas de metal sonorísimo,
arpas furiosas con su voz casi humana,
cantan la ira de amar los corazones,
amarlos con las garras estrujando su muerte.

 

QUINTO MOVIMIENTO

Vaca

(F.G. Lorca, Poeta en Nueva York)

 

Se tendió la vaca herida;
Árboles y arroyos trepaban por sus cuernos.
Su hocico sangraba en el cielo.

Su hocico de abejas
bajo el bigote lento de la baba.
Un alarido blanco puso en pie la mañana.

Las vacas muertas y las vivas,
rubor de luz o miel de establo,
balaban con los ojos entornados.

Que se enteren las raíces
y aquel niño que afila su navaja
de que ya se pueden comer la vaca.

Arriba palidecen
luces y yugulares.
Cuatro pezuñas tiemblan en el aire.

Que se entere la luna
y esa noche de rocas amarillas:
que ya se fue la vaca de ceniza.

Que ya se fue balando
por el derribo de los cielos yertos
donde meriendan muerte los borrachos.

 

 

SEXTO MOVIMIENTO

(Fernando Alcaine)

 

Di un portazo y me largué. Necesitaba respirar. Eran insoportables esos cuatro vainas -sobre todo, los gemelos-, todo el día berreando, exigiendo; acosando y acusando. Por no hablar de la maniaca de su madre, siempre tumbada frente al televisor con un bolsón de patatas fritas o comprando zarrios que olvida al poco en cualquier lugar de la casa. A los civiles se lo he dicho muchas veces: necesitaba respirar.

Tomé el coche y la emprendí a hacer kilómetros. Mientras duró el dinero, no me privé de nada: comí, bebí y follé en los baretos que me salían al paso. Cuando la pasta se me acabó, abandoné el auto en una gasolinera y me lié a andar como un poseso. Una semana entera estuve comiendo todas las ciruelas, cerezas y melocotones que me ofrecía el campo. ¡Dios, cuánto cagué en esos días y qué sensación de sed constante! En mi vida beberé tanta agua y tan jodidamente fría como la del riachuelo aquel que baja de la montaña. Cuando no pude más, me acerqué hasta el poblacho ese donde, al final, me detuvieron. Al día siguiente, como quien dice, ya trabajaba como temporero recogiendo fruta, comía en plato y dormía en cama con una mulata cachonda a la que encantaban mis mentiras.

Nunca me he sentido tan feliz. Viviendo así, a salto de mata. Por eso, cuando me vinieron los civiles con la mierda aquella del abandono familiar, yo no entendía nada. No he matado a nadie, a nadie le he dado una paliza (y no será por ganas), nunca he robado. ¿Qué coño quieren? ¿Que me pudra toda la puta vida, trabajando para llenar el pozo ciego de una casa de mierda, de una mujer de mierda y unos insoportables hijos de mierda? ¿Qué desamparo ni qué hostias? Que trabajen. Y si no quieren, que los mantenga el Estado. No se me negará que no aporto soluciones: mantengámoslos entre todos. Pero no se me obligue a apechugar sólo a mí, y mucho menos cuando nadie está dispuesto a pagarme por mi trabajo los 500 semanales, que es lo que esos inútiles necesitarían como poco para seguir cebándose. Y no se me venga con monsergas, que yo no los he educado para ser unos gandules, que no han recibido de mí otra lección que la de las 12 o 14 horas deslomándome, seis días a la semana. Yo no pido más que respirar. Respirar el aire que me gano.

 

 

SÉPTIMO MOVIMIENTO

(Rubén Darío. Los motivos del lobo)

 

El varón que tiene corazón de lis,
alma de querube, lengua celestial,
el mínimo y dulce Francisco de Asís,
está con un rudo y torvo animal,
bestia temerosa, de sangre y de robo,
las fauces de furia, los ojos de mal:
el lobo de Gubbia, el terrible lobo,
rabioso, ha asolado los alrededores;
cruel ha deshecho todos los rebaños;
devoró corderos, devoró pastores,
y son incontables sus muertes y daños.

Fuertes cazadores armados de hierros
fueron destrozados. Los duros colmillos
dieron cuenta de los más bravos perros,
como de cabritos y de corderillos.

Francisco salió:
al lobo buscó
en su madriguera.
Cerca de la cueva encontró a la fiera
enorme, que al verle se lanzó feroz
contra él. Francisco, con su dulce voz,
alzando la mano,
al lobo furioso dijo: ¡Paz, hermano
lobo! El animal
contempló al varón de tosco sayal;
dejó su aire arisco,
cerró las abiertas fauces agresivas,
y dijo: ¡Está bien, hermano Francisco!
¡Cómo! ?exclamó el santo. ¿Es ley que tú vivas
de horror y de muerte?
¿La sangre que vierte
tu hocico diabólico, el duelo y espanto
que esparces, el llanto
de los campesinos, el grito, el dolor
de tanta criatura de Nuestro Señor,
no han de contener tu encono infernal?
¿Vienes del infierno?
¿Te ha infundido acaso su rencor eterno
Luzbel o Belial?
Y el gran lobo, humilde: ¡Es duro el invierno,
y es horrible el hambre! En el bosque helado
no hallé qué comer; y busqué el ganado,
y en veces comí ganado y pastor.
¿La sangre? Yo vi más de un cazador
sobre su caballo, llevando el azor
al puño; o correr tras el jabalí,
el oso o el ciervo; y a más de uno vi
mancharse de sangre, herir, torturar,
de las roncas trompas al sordo clamor,
a los animales de Nuestro Señor.
Y no era por hambre, que iban a cazar.
Francisco responde: En el hombre existe
mala levadura.
Cuando nace viene con pecado. Es triste.
Mas el alma simple de la bestia es pura.
Tú vas a tener
desde hoy qué comer.
Dejarás en paz
rebaños y gente en este país.
¡Que Dios melifique tu ser montaraz!
Está bien, hermano Francisco de Asís.
Ante el Señor, que todo ata y desata,
en fe de promesa tiéndeme la pata.
El lobo tendió la pata al hermano
de Asís, que a su vez le alargó la mano.
Fueron a la aldea. La gente veía
y lo que miraba casi no creía.
Tras el religioso iba el lobo fiero,
y, baja la testa, quieto le seguía
como un can de casa, o como un cordero.

Francisco llamó la gente a la plaza
y allí predicó.
Y dijo: He aquí una amable caza.
El hermano lobo se viene conmigo;
me juró no ser ya vuestro enemigo,
y no repetir su ataque sangriento.
Vosotros, en cambio, daréis su alimento
a la pobre bestia de Dios. ¡Así sea!,
contestó la gente toda de la aldea.
Y luego, en señal
de contentamiento,
movió testa y cola el buen animal,
y entró con Francisco de Asís al convento.

*

Algún tiempo estuvo el lobo tranquilo
en el santo asilo.
Sus bastas orejas los salmos oían
y los claros ojos se le humedecían.
Aprendió mil gracias y hacía mil juegos
cuando a la cocina iba con los legos.
Y cuando Francisco su oración hacía,
el lobo las pobres sandalias lamía.
Salía a la calle,
iba por el monte, descendía al valle,
entraba en las casas y le daban algo
de comer. Mirábanle como a un manso galgo.
Un día, Francisco se ausentó. Y el lobo
dulce, el lobo manso y bueno, el lobo probo,
desapareció, tornó a la montaña,
y recomenzaron su aullido y su saña.
Otra vez sintióse el temor, la alarma,
entre los vecinos y entre los pastores;
colmaba el espanto los alrededores,
de nada servían el valor y el arma,
pues la bestia fiera
no dio treguas a su furor jamás,
como si tuviera
fuegos de Moloch y de Satanás.

Cuando volvió al pueblo el divino santo,
todos lo buscaron con quejas y llanto,
y con mil querellas dieron testimonio
de lo que sufrían y perdían tanto
por aquel infame lobo del demonio.

Francisco de Asís se puso severo.
Se fue a la montaña
a buscar al falso lobo carnicero.
Y junto a su cueva halló a la alimaña.
En nombre del Padre del sacro universo,
conjúrote ,dijo, ¡oh lobo perverso!,
a que me respondas: ¿Por qué has vuelto al mal?
Contesta. Te escucho.
Como en sorda lucha, habló el animal,
la boca espumosa y el ojo fatal:
Hermano Francisco, no te acerques mucho…
Yo estaba tranquilo allá en el convento;
al pueblo salía,
y si algo me daban estaba contento
y manso comía.
Mas empecé a ver que en todas las casas
estaban la Envidia, la Saña, la Ira,
y en todos los rostros ardían las brasas
de odio, de lujuria, de infamia y mentira.
Hermanos a hermanos hacían la guerra,
perdían los débiles, ganaban los malos,
hembra y macho eran como perro y perra,
y un buen día todos me dieron de palos.
Me vieron humilde, lamía las manos
y los pies. Seguía tus sagradas leyes,
todas las criaturas eran mis hermanos:
los hermanos hombres, los hermanos bueyes,
hermanas estrellas y hermanos gusanos.
Y así, me apalearon y me echaron fuera.
Y su risa fue como un agua hirviente,
y entre mis entrañas revivió la fiera,
y me sentí lobo malo de repente;
mas siempre mejor que esa mala gente.
y recomencé a luchar aquí,
a me defender y a me alimentar.
Como el oso hace, como el jabalí,
que para vivir tienen que matar.
Déjame en el monte, déjame en el risco,
déjame existir en mi libertad,
vete a tu convento, hermano Francisco,
sigue tu camino y tu santidad.

El santo de Asís no le dijo nada.
Le miró con una profunda mirada,
y partió con lágrimas y con desconsuelos,
y habló al Dios eterno con su corazón.
El viento del bosque llevó su oración,
que era: Padre nuestro, que estás en los cielos…

 

 

FINAL

 

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