“Fría y despreciativa, su extraña mente femenina se mantuvo al margen, y aunque adoptó una perfecta inmovilidad, sentía el impulso de levantar las caderas y expulsar al hombre, de escapar a su siniestra garra, a la embestida y al cabalgamiento de sus absurdas nalgas. Su cuerpo era algo desquiciado, impúdico, imperfecto, un tanto repugnante, inacabado, patoso. Porque, sin duda, un evolución plena de los seres humanos acabaría con aquella comedia, aquella función»