Zaragoza te habla/temporada 2023-24/Programa 8/16-04-2024
“Siempre nos quedará París”
Bienvenidos todas a este octavo programa de la presente temporada 23-24 en el que, a pesar del título del mismo, no vamos a referirnos a la película Casablanca en particular, de la que esta es una de sus frases más celebradas, ni al mundo del cine en general, que en esta radio ya cuenta con una estupenda sección titulada “Ventajas de viajar en cine”, aunque lo que sí que vamos a hacer hoy es centrarnos en unas cuantas “películas montadas” y relacionadas con los desastres producidos por los dos famosos asedios franceses de la ciudad que tuvieron lugar en 1808 y 1809. Aquí con el término “película” nos referiremos, coloquialmente, a la imaginación o invención de una historia fantástica o exagerada que en este caso se pone en lo peor de lo peor de lo que entonces dicen que sucedió. Vamos, pues, a ello.
Nadie con un mínimo de formación o conocimiento del caso duda que el lamentable episodio histórico de estos dos asedios tuvo un impacto decisivo en el devenir de la ciudad de Zaragoza. Nadie lo hace. Aquí lo que haremos será, humildemente, tratar de poner las cosas un poco en su contexto histórico, aun a pesar de todos los mitos y tópicos que rodean este suceso, comprobar de forma sorprendente que la ciudad no quedó destruida, ni que puede achacarse al gabacho, como despectivamente todavía hay quien se refiere a los franceses, como el agente causante de los principales desastres urbanos y patrimoniales que han asolado a la ciudad en toda su historia. La política llevada a cabo durante los cuatro años de administración francesa de la ciudad entre 1809 y 1813, si alguien le interesa informarse al respecto, tal vez podrían arrojar algo de luz a este respecto. Pero vamos a lo que vamos.
Los asedios franceses de 1808 y 1809 tuvieron lugar en el marco de una guerra desatada tras el famoso 2 de mayo de 1808. Una guerra, con todo lo que ello implica. Zaragoza era una plaza absolutamente estratégica, y por ello fue sitiada ese año. Tras negarse a la rendición, los sitiadores iniciaron en el mes de junio las maniobras para tomarla, debiendo abandonar sus acciones tras la derrota sufrida en agosto en Bailén. El segundo asedio comenzó a finales de diciembre de ese mismo año, y dos meses después la ciudad capituló. De resultas de todo esto, la historiografía tradicional, comenzando por los testimonios dejados por cronistas contemporáneos a los hechos, y replicada en las modernas redes sociales de consulta tan popular en pleno siglo XXI, parece haber implantado exitosamente en el imaginario colectivo de este lado de los Pirineos la imagen de que Zaragoza, “que antes era conocida como la Florencia de España, quedó prácticamente destruida.” Esto, literalmente, significaría que Zaragoza habría quedado arrasada al menos al 90-95%, pero esto parece que no fue exactamente así.
Vamos a aproximarnos un poco a todo lo que habría sido efectivamente afectado o destruido. En primer lugar, sorprende la cantidad de conventos y monasterios afectados, aunque esto fue así porque estos formaron precisamente la primera línea de defensa de la ciudad, pues fueron militarizados y utilizados como baluartes defensivos. No se trató de ninguna defensa de la religión ante hordas de ateos desaforados, sino de la toma militar de posiciones defendidas a sangre y fuego por gente armada, como sucedió en los conventos de los agustinos del Portillo, trinitarios, capuchinos, carmelitas, jerónimos, carmelitas descalzos, agustinos, franciscanos de Jesús y mercedarios de San Lázaro. El edificio de la Universidad sito en la plaza de la Magdalena también fue militarizado, por lo que las afecciones fueron igualmente dramáticas. El bombardeo de la ciudad tenía como objeto no la destrucción indiscriminada, sino abrir brechas en las líneas de avance, por lo que la destrucción más importante se acumuló en esas zonas. Un ilustrativo plano de Zaragoza realizado poco después por “el inglés” (es decir, por alguien poco sospechoso de connivencia con los “gabachos”) remarca de forma especial “los edificios destruidos por el bombardeo”, que coinciden absolutamente con las líneas de penetración francesa en la ciudad: por el norte, el Arrabal, por el sur el acceso por la Puerta de Santa Engracia hasta la pequeña plaza de San Francisco, y por el este el barrio de la Magdalena a la derecha del Coso. Los principales edificios de estas zonas, y por supuesto el humilde caserío, quedaron destruidos o severamente afectados. Otros conventos, iglesias y centenares de edificios civiles, no. Algunos de los más referenciales edificios, como el monasterio de Santa Engracia, no quedaron “arrasados hasta los cimientos” (en este caso su derribo definitivo se produjo años después), y otros conventos fueron luego reconstruidos. Insisto en que el punto de partida, según la historia tradicionalista, era que la ciudad había quedado “prácticamente destruida”.
Hace ahora diez años un más que interesante libro de Carlos Bitrián Varea, titulado de forma no menos provocadora “Lo que no (solo) destruyeron los franceses”, publicado por la prestigiosa Institución Fernando el Católico, se centró en lo sucedido con el palacio de la Diputación del Reino, considerado como “el más valioso monumento de la historia política de Aragón”, que supuestamente según las fuentes tradicionalistas también habría sido arrasado durante los asedios y en un solo día, pero parece ser que fue efectivamente arrasado cuando tras la marcha de los franceses se decidió construir sobre sus restos el edificio del Seminario Conciliar, edificio que hoy luce entre la calle de Don Jaime I y el Palacio Arzobispal…
En este mismo libro se hacen interesantes reflexiones sobre lo cómodo y gratuito que supone cargar toda la responsabilidad de los desmanes urbanísticos y patrimoniales de Zaragoza a lo sucedido de forma tristísima en esos pocos meses fatídicos de 1808-1809, mientras que los cientos de desmanes producidos desde entonces y hasta la fecha parecerían haber sucedido de forma natural, orgánica y exenta de responsabilidad de ningún indígena. Ya se sabe que en Aragón somos muy dados a que cuando algo malo sucede, y esto de lo que aquí hablamos es verdaderamente terrible, siempre la culpa es de algún forastero que pasaba por aquí.
Pues para pasmo de foranos y aun de los indígenas que replican como cotorras los mantras tradicionalistas, no está de más recordar que después de que los franceses se retiraran de la ciudad en 1813, decenas y decenas de conventos, monasterios, iglesias, torres, casas, palacios, puertas, etc., han sido pasto de la piqueta, sin que ningún francés invasor mediara en el evento. De todas formas, a estos irreductibles terraplanistas Siempre les quedará París para echarle la culpa al gabacho de que Zaragoza no sea “la Florencia de España”, signifique eso lo que quiera que sea.
Un cordial saludo y aprovecho este final de programa para enmendar un error cometido el mes pasado, cuando de forma poco afortunada anuncié para el mismo día 12 de mayo la convocatoria de las elecciones autonómicas catalanas y la de las vascas, cuando lo cierto es que éstas últimas lo serán dentro de unos días, el 21 de abril. Hasta el próximo programa que, esto sí es seguro al 100%, lo compartiremos conociendo ya ambos resultados. Que el Monstruo de Espagueti Volador nos coja a todas confesados o, mejor aún aseados.
-José María Ballestín Miguel-