En el programa de hoy vamos a hablar brevemente de la nostalgia y de algunos “olvidos” relacionados con el rico pasado patrimonial de Zaragoza. Me explicaré: periódicamente, como si de un cometa se tratara, las páginas o secciones culturales de algunos medios de información recuperan una entre las numerosas asignaturas pendientes que tiene esta ciudad para con su legado edilicio o monumental, se convierte en noticia por un día, y luego fuese, y no hubo nada… hasta la próxima visita del mismo cometa. A veces se trata, por ejemplo, de recordar las varias casas donde residió la familia del pintor Francisco Goya (de las cuales sólo perdura una), remarcando el “olvido” (impersonal) de este hecho. No le falta razón a quien considera que en cualquier otra ciudad que pudiera jactarse de ello, sin duda hace tiempo se habría establecido ya un itinerario cultural que a partir de las distintas ubicaciones de estas casas, reconstruiría el paso del genial pintor por la ciudad. Pero Zaragoza parece que mantiene una significada maldición con casi todo lo relacionado con Goya, desde el malogrado Rincón que lleva su nombre en el parque de Buenavista, que en unos años cumplirá un siglo, y hasta la más reciente incapacidad institucional durante décadas para llevar a buen puerto el proyecto de un Museo Goya, denominación que hoy en día parece que se ha apropiado una entidad privada.
En otras ocasiones, y tras décadas de silencio, salen a la luz otros “olvidos” que momentáneamente sacuden la conciencia ciudadana sobre el legado memorialista de determinados entornos, como por ejemplo, los (pocos) antiguos cuarteles que siguen pendientes de un desarrollo urbanístico, sobre todo estando como están en apetecibles zonas del centro urbano. Así, todavía colea la suerte de los muros del antiguo cuartel del Cid, cuyos restos recayentes al paseo de María Agustín han saltado a la actualidad con motivo del anuncio de una exclusiva promoción de viviendas de lujo en un solar por el que diariamente pasa muchísima gente que, hasta ahora, ni había caído en que esos tristes muros son los únicos restos del cuartel de caballería que a finales del siglo XVIII se ubicó allí. Además, estos restos aparecen vinculados con una de las pregonadas hazañas bélicas durante el primer asedio francés en 1808, y tal vez por ello la promotora inmobiliaria se vea “obligada” a, en lugar de derribarlos, lo que sería natural para ellos, conservarlos de alguna forma, lo cual está muy bien, pero puede que les suceda lo que con los restos de la Puerta Cinegia en la entrada de la calle de los Mártires: sin duda es uno de los lugares más frecuentados de la ciudad, pero al carecer de alguna señalización o indicación al respecto, pasa completamente inadvertida salvo para algunos “frikis” avisados.
De esta forma, la percepción de estos déficits se convierte en nostalgia, ese reverso romántico y tenebroso de la memoria, que sin más contenido que el sentimental, sin proyectos ni presupuestos, se ve reducida a hacer las funciones de un cometa que cada equis tiempo alguien recuerda, pero tiene bien pocas consecuencias prácticas, y no se traduce en nada que no sea la temporal denuncia, que pocos días después desaparece entre otras noticias que vienen a cubrir su espacio. Hasta que tiempo después, vuelva a ponerse en primera plana, y así, hasta el infinito. Sucede algo parecido con otros muchos déficits de esta ciudad con su pasado, como por ejemplo, y entre otros, el reivindicado museo del ferrocarril y del tranvía de Zaragoza.
Menos nostalgias, menos denuncias epidérmicas de los olvidos, y más empuje para hacerlos pasar de forma efectiva de las musas al teatro. Opino.