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Zaragoza te habla – Los límites de Zaragoza

23 mayo, 2024 - Zaragoza te habla
Zaragoza te habla – Los límites de Zaragoza

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Zaragoza te habla / temporada 2023-24 / Programa 22-05-2024
“Los límites de Zaragoza”

CARTEL ZTH - Los límites-cuadro

 

Bienvenidos todas a este noveno programa con el que casi, casi, estamos terminando la presente temporada 23-24. En esta ocasión os propongo una reflexión sobre un asunto que de vez en cuando, casi siempre al hilo de alguna información periodística, genera algún tipo de polémica, pues ya sabéis que parece ser que lo que no genera polémica, no existe. En este caso me refiero a lo que podríamos considerar Zaragoza como ciudad, cuáles son sus límites, hasta dónde llega, qué o quiénes la definen y componen. Es muy posible que os parezca un asunto irrelevante o, cuando menos, de respuesta sencilla y sin dobleces, aunque desde mi punto de vista en este asunto las cosas no son tan simples como pueden parecerlo. Vamos, pues, a ello.
Una primera respuesta evidente a esta pregunta sería decir que la ciudad de Zaragoza viene definida por su caserío, por su estructura urbana consolidada y quienes en ella residen. A este respecto, parece que sería suficiente con hacer una comparativa entre los diversos planos de la ciudad desde sus primeros tiempos históricos en época prerromana y hasta el último plano, por ejemplo el que informa sobre su red actualizada de transporte público, para ver lo que la urbe ha progresado desde la pequeña Salduie hasta la Zaragoza metropolitana. Así, la ciudad se estableció como tal cuando la fundación romana determinó la estructura de lo que hoy conocemos como su casco histórico de la margen derecha delimitado por el Coso y protegida por una muralla de piedra. En su interior residía el poder político, religioso y administrativo, además de su caserío urbano. Sus alrededores eran terrenos propicios para edificaciones y estructuras que con el tiempo darían paso a las “torres” que compaginan el carácter habitacional con el de la gestión de las productivas zonas de huerta y cultivos intensivos que abastecían a la urbe.
Siglos después la ciudad conoció su primera gran expansión cuando tras el establecimiento de un nuevo sistema de poder político y religioso en torno al Islám, creció en su caserío hasta los límites de una nueva muralla de adobe y tapial que perduró sin apenas variaciones hasta bien entrado el siglo XIX. La incidencia de los dos asedios franceses a principios de ese siglo “desatascó” por la fuerza de las armas el intrincado caserío que hasta entonces caracterizaba la ciudad en su parte sureña, permitiendo abrir el primero de sus ensanches en torno al actual paseo de la Independencia. El progresivo desarrollo industrial acelerado en el último tercio del XIX fue marcando los vectores por los que la ciudad se fue expandiendo a la estela de este desarrollo, dando lugar a las primeras barriadas que luego se convertirían en los barrios de la periferia. Este proceso, acelerado de forma exponencial durante el siglo XX en varias fases adecuadas a diversas circunstancias históricas, configuró la ciudad que hoy conocemos.
Este relato, aparentemente sencillo de describir y entender, se entrecruza sin embargo con otras variables que complican el asunto. El primero de ellos es que la identificación de la ciudad con algunos de sus referentes geográficos e ideológicos, como el río Ebro o el templo del Pilar, respectivamente, sentaron las bases de un discurso que desde el siglo XIX considera que la ciudad es apenas la estrecha banda circunscrita entre este río y la basílica concatedral. Según este discurso, allí reside la esencia de Zaragoza, complementada en todo caso por la catedral o Seo de San Salvador formando un “corazón” urbano que alcanzaría, como mucho, hasta el Coso. Como en época romana, la concentración de los principales poderes perduraba residenciada en este entorno, siendo el resto de la urbe una especie de protectorado gestionado por las parroquias y los cuarteles que lo articulaban. Pero Zaragoza-Zaragoza estaba allá abajo, y esto es algo que todavía perdura en el imaginario colectivo de todos los barrios de la periferia cuando se repite la famosa cantinela de “me bajo a Zaragoza” sin que el paso de las décadas parezca haber hecho mella en ello, y sin tener en cuenta lo que Zaragoza ha crecido en tamaño de forma absolutamente desmesurada en todo este tiempo.
Es en este contexto cuando de cuando en cuando algunos de los barrios o zonas periféricas de la ciudad saltan a la palestra mediática demandando determinadas infraestructuras, servicios o prestaciones y dotaciones educativas, sanitarias y medios de transporte público. Porque en este caso, todos los barrios se consideran “ciudad”, e incluso “ciudad consolidada”, ya estén a uno o a diez kilómetros del “centro”. Cuando hace un siglo los primeros barrios particulares comenzaron a desarrollarse en la periferia más próxima a la “Zaragoza de toda la vida”, que es la de su recinto medieval, sus residentes-propietarios ya esgrimían un argumento que décadas más tarde recuperarían las Asociaciones de Vecinos surgidas de las carpetovetónicas Asociaciones de Cabezas de Familia: si a efectos administrativos e impositivos eran considerados tan vecinos como los residentes del “centro”, no había razón alguna para que carecieran de los servicios de que estos disfrutaban, como el pavimentado, agua y vertidos, iluminación callejera, servicio de transporte público, e incluso colegios públicos. De un tiempo a esta parte este argumento, llevado hasta sus últimas consecuencias, es igualmente usado por los habitantes de las más recientes zonas de desarrollo urbano, que independientemente de los kilómetros que las separaran de esa ya referida “Zaragoza de toda la vida”, desde el primer día en que allí se estableció su primer vecino ya se autoproclaman una parte más de la “ciudad consolidada” a todos los efectos para respaldar sus justas reivindicaciones.
Sea cual sea el enfoque o punto de vista, los límites de Zaragoza son en definitiva bastante elásticos, y si no que se lo pregunten a los promotores o emprendedores inmobiliarios, que mientras dejan en barbecho urbanístico zonas desarrollables a pocos minutos del “centro” hasta que los potenciales beneficios obtenidos alcancen niveles para ellos óptimos, impulsan al mismo tiempo el desarrollo de otras zonas, algunas de las cuales se localizan a algo más de diez kilómetros del “centro”, e incluso pugnan para que el cuarto cinturón de ronda deje de ser “frontera” de desarrollo urbano para sus intereses especulativos, siempre en sintonía con el delirante objetivo de la Zaragoza del millón de habitantes en un Aragón de un millón trescientos y pico mil residentes.
Un cordial saludo a todos los vecinos y vecinas de esta ciudad, tanto a los que disfrutan tres veces al día de los ecos de la megafonía del “Bendita y alabada sea…”, como a los que a dios gracias están privados de esta bendición.

-José María Ballestín Miguel-

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