En el programa de hoy os propongo dar un paseo por la plaza del Pilar, uno de los espacios de la ciudad más conocidos por propios y extraños que parece que sea así, tal y como la podemos pasear hoy en día, de toda la vida, como dicen los castizos. Sin embargo, a poco que se rasque, esta plaza tiene bajo esta apariencia de eternidad en el tiempo bastantes más capas que una cebolla de Fuentes, y es posible que esta de ahora no sea más que una de las más delgadas.
No es necesario remontarnos, para comenzar, hasta los tiempos de los romanos, cuando tras la fundación de la colonia de Cesaraugusta en este entorno se levantó un gran foro y se trazaron un par de espacios abiertos o plazas con sendos templos dedicados a las divinidades de la época. O a los siglos de la Saraqusta musulmana, en los que este fue el barrio mozárabe vertebrado junto al primitiva iglesia y fosal de Santa María del Pilar. Podríamos empezar, por ello, con la estructura de esta plaza desde que la ciudad fue denominada Saragoça a partir de la conquista cristiana de 1118. Entonces, la impronta principal la marcaba el nuevo templo románico de Santa María la Mayor, cuya pared norte estaba adosada a la antigua muralla de piedra de la ciudad, en la que poco a poco se iban abriendo postigos o trenques para dar paso a la ribera del Ebro. La fachada sur de esta iglesia se abría a una pequeña plaza de irregular trazado desde la que hacia el oeste, y tras varias manzanas de casas, se llegaba al complejo hospitalario de San Juan y al hospicio y convento de San Antón. Hacia el sur, y por la calle del Mesón de los Navarros, se accedía al enrevesado trazado de recoletas calles que por varios postigos y puertas en la muralla daban paso al Coso, que entonces se denominaba por tramos, en función del gremio que tuviera más presencia en esa zona: Coso de Sogueros, de Carabaceros, de Pelliceros, de Zurradores… Desde la plaza y hacia el este, la calle de Santa María la Mayor desembocaba en la calle de la Cuchillería, donde estaban las Casas del Puente o antiguo Ayuntamiento, y la puerta del Puente Mayor de Piedra. La plaza de La Seo, continuación, era apenas un pequeño espacio delimitado por dos manzanas de viviendas y la catedral de San Salvador.
Tal vez los cambios más destacados que después se produjeron en esta zona tienen que ver con los sucesivos recrecimientos en tamaño de la primitiva iglesia del Pilar y sus afecciones sobre el entorno. Así, y a principios del siglo XVI fue levantado un nuevo y más grande templo en estilo gótico-mudéjar, que es el aparece en la sensacional vista de Zaragoza realizada en 1563 por Anton van den Wyngaerde. Apenas cien años después de este dibujo, fue planeada una nueva ampliación del templo, pero esta vez de un tamaño que desbordaba los límites físicos donde se pretendía instalarlo: no sólo ya la antigua muralla de piedra, sino incluso la propia orilla de la ribera del río Ebro. Con toneladas y toneladas de materiales de relleno depositados junto a la ribera, finalmente se ganó el terreno suficiente para poder construir el nuevo templo proyectado, modificando con ello el cauce y hasta el curso del río, de forma que aún hoy en día es perceptible en este punto el trazado no natural del Ebro.
Tras este laborioso trabajo preliminar, a finales del siglo XVII comenzaron las obras del nuevo templo, prácticamente terminado en 1750, si bien con una sola torre, e inacabada. El entorno de la plaza del Pilar se había consolidado, mientras tanto, como una zona comercial con presencia de botigas o tiendas, el mercado de pescado de la ciudad, y varias posadas y mesones. Además, por su importancia y prestigio social, esta zona se había convertido en una de las más apetecibles para los altos estamentos sociales, con notable presencia de grandes casas de nobles e hidalgos, como la de Hugo de Urriés, la del marqués de Lierta, la de Gabriel Sánchez, la del marqués de Villaba, la de Esmir, y la de los marqueses de Villafranca, todas ellas derribadas luego. Finalmente, destacaba también la presencia del colegio agustino de San Nicolás Tolentino, después también derribado.
El trazado urbano de esta plaza se mantuvo prácticamente intacto durante el siglo XIX. Decimos prácticamente porque a mediados de siglo tuvo lugar la apertura de la calle de Alfonso I desde el Coso, por entre las casas de la antigua malla de calles y callejas, que fueron derribadas para dar paso a este nuevo y burgués vial, configurándose desde entonces como el principal acceso a la plaza. Mientras, la plaza de la Seo fue ensanchada derribando algunas antiguas manzanas de viviendas, configurando el espacio que ha llegado a nuestros días. A finales de ese siglo, ambas plazas fueron hermoseadas con jardines, árboles y quioscos, y en la plaza de la Seo se instaló la Fuente de la Samaritana. Ya en el siglo XX, el espacio resultante tras el derribo de la manzana de viejas viviendas entre la calle de los Agustinos y de la Regla, se convirtió en la nueva plaza de Huesca, junto a San Juan de los Panetes.
La transformación más radical de este espacio comenzó cuando el nuevo Ayuntamiento establecido tras el golpe de estado de 1936 aprobó iniciar las obras para unir las plazas de Huesca, del Pilar, y de la Seo en un solo y magno escenario que fue denominado plaza de las Catedrales. Para ello, se derribaron las manzanas de casas a ambos lados de la antigua plaza del Pilar, desapareciendo calles como la del Pilar y la de Latassa. Además, el derribo de las casas entre el Pilar y la Lonja configuró un espacio donde se proyectó construir el nuevo ayuntamiento. En todas estas casas derribadas vivía gente, que se vio obligada a coger sus bártulos y desplazarse a otras zonas de la ciudad.
Este macroproyecto mantenía además la proyectada prolongación del paseo de la Independencia por el Casco Viejo hasta la nueva plaza del Pilar, desembocando junto al nuevo edificio del Gobierno Civil, donde incluso se puso una placa indicativa como muestra de confianza en esta prolongación. En su extremo oeste se construyeron un edificio y la hospedería del Cabildo del Pilar, el Convento de las Hijas de la Caridad de Santa Ana y la Tienda Económica, y se proyectó el monumento A los héroes y mártires de Zaragoza. Caídos en la Cruzada de Liberación 1936-1939 como corolario visual al espacio de la nueva plaza concebido como escenario propicio para las demostraciones patrióticas y confesionales del nuevo régimen franquista. Tal vez por la presencia de la calle de Don Jaime I, cuyo tranviario tránsito dejaba cortada a la plaza de la Seo, ésta fue finalmente preservada con su aspecto de glorieta arbolada, aunque una posterior reforma, de la que hoy no hablaremos, tal vez en otra ocasión, la transformó completamente