En el programa de hoy os propongo dar un paseo por la historia de la perdida plaza de Aragón, cuya ovalada figura perdura en nuestros días tal y como fue trazada allá por 1851, siendo este el único rastro de este antiguo espacio de la ciudad.
Pero vamos a empezar un poco antes, a principios del siglo XVIII, cuando aquí comenzaba el arbolado paseo de Santa Engracia, delimitado entre el cauce del río Huerva y la muralla medieval de ladrillo de Zaragoza, paseo que conducía por el sur hasta el camino de Madrid, y por el oeste al paseo de San Jerónimo, que llevaba hasta la puerta del Carmen primero, y la del Portillo, después. En este punto se levantaba la frontera puerta de Santa Engracia que daba acceso a la ciudad, flanqueada a un lado por la Torre del Pino junto al convento de la carmelitas descalzas, y al otro por el Real Monasterio jerónimo de Santa Engracia. Durante los asedios bélicos de 1808 y 1809 esta zona se convirtió en uno de los escenarios de combate más fieros, de forma que, como ya comentamos en un programa anterior, las destrucciones producidas permitieron la apertura de un nuevo y gran vial que comenzaba en la Cruz del Coso, y que fue la génesis del Paseo Nuevo de San Francisco, actual paseo de la Independencia.
Al final de este nuevo paseo, redenominado Salón de Santa Engracia, se erigió una nueva puerta para sustituir a la anterior destruida, y para embellecer al arrasado paseo se diseñó en 1840 una glorieta ajardinada que fue denominada Salón de la Glorieta, y al que en 1851 se le dio su característica forma ovalada. En ese momento, la glorieta quedaba extramuros, pues la ciudad conservaba sus murallas defensivas por encontrarse en el epicentro de las guerras civiles carlistas. Pocos años después, en el centro se ubicó el monumento a Pignatelli, por lo que el lugar fue redenominado Glorieta de Pignatelli. Al principio de la década de 1860 se planificó la urbanización de este entorno, de forma que la puerta de Santa Engracia fue trasladada un poco más hacia el sur, cerca del nuevo puente en piedra de Santa Engracia sobre el río Huerva que abría el camino hacia Torrero.
El despegue urbano de la zona arrancó con motivo de la celebración de la I Exposición Aragonesa de 1868, cuyos pabellones temporales se ubicaron en el lado occidental de la glorieta, en la proximidad del Parque de Ingenieros instalado donde estuviera el antiguo convento de las carmelitas descalzas. Clausurada la exposición, en la siguiente década el Ayuntamiento procedió a la parcelación de los terrenos, resultando cuatro manzanas, dos por lado, con un total de 18 solares (finalmente 13) que hubo que subastar en cuatro ocasiones, hasta que el precio se ajustó a lo que los potentados compradores quisieron pagar. Comenzaron, entonces, a erigirse las primeras viviendas unifamiliares dentro de la tipología del hotelito: estructura residencial aislada y rodeada de jardines. Simultáneamente, al Ayuntamiento acordó sustituir el monumento de Pignatelli por otro dedicado al Justiciazgo, inaugurado en 1904, que además derivó en el último cambio, hasta la fecha, en la denominación de este lugar: plaza de Aragón. Las elites locales daban de esta forma otra muestra de su predilección por el pasado medieval revisitado de forma romántica, antes que por la etapa de la Ilustración, por muy limitada que hubiera sido.
La disposición de la nueva plaza de Aragón hizo que las viviendas que se construyeron lo hicieran con su fachada principal mirado hacia la plaza, con una verja que limitaba la propiedad rodeada de jardines. Su diseño fue obra de algunos de los más ilustres arquitectos de la ciudad en ese momento, dentro de un estilo compartido, y al servicio de los gustos de sus privilegiados propietarios.
El hotelito del nº 1 de la plaza, obra de Antonio Miranda junto a la calle de Juan Bruil, ha pasado a la historia porque entre 1911 y 1958 fue sede del Gobierno Civil, y porque tuvo el honor de ser el primero de la plaza en ser derribado en 1961 y sustituido por una torre de diez alturas, en una época en la que la corrupción política y la especulación inmobiliaria campaban bajo el “boom” del desarrollismo. Los hotelitos de los números 2, 3 y 4 fueron proyectados por Félix Navarro, y luego modificados en las primeras décadas del siglo XX. Los tres fueron derribados entre 1978 y 1979, ya en plena democracia recuperada, por sendos bloques que siguieron la senda de la verticalidad acusada. El hotelito del nº 5, recayente a la calle de Puigcerdá, desde 1936 de la falangista Agustina Simón, fue obra de Manuel Ruiz, y hasta finales de la década de los años noventa fue el último de los originales hotelitos que continuaba en pie, hasta su derribo y sustitución por la torre que le sustituyó. La casa del nº 6 fue proyectado por Eusebio Lidón y en los años 40 fue muy remodelado, cambiándole su ingreso desde el nuevo paseo de Marina Moreno. En los años ochenta fue derribado, dando paso a su correspondiente torre de diez plantas. El nº 7, obra de Fernando de Yarza, llamaba la atención por su singular aire francés, y fue derribado a finales de los años sesenta, dando paso a la segunda de las torres de la plaza. El nº 8, proyectado por Mariano López, aparece en numerosas fotografías y postales de esta zona, hasta que a finales de los años setenta fue derribado y sustituido por el actual bloque recayente a la plaza de Basilio Paraíso.
Al otro lado de la plaza, el nº 9 se convirtió en la definitiva sede de la Capitanía General, por lo que el este edificio no responde a la tipología residencial, y por eso mismo no ha sido derribado y ha perdurado hasta nuestros días. El nº 10, recayente a la calle de Canfranc, fue diseñado por José Clemente de Osinalde, y fue objeto de varias reformas, hasta su derribo a finales de los años setenta y sustitución por una torre de diez alturas. El nº 11 fue proyectado por Eusebio Lidón, derribado a finales de los años sesenta, y sustituido por un bloque de diez alturas. El nº 12, aunque parece el único hotelito superviviente de la plaza, en realidad su actual traza es resultado de varias radicales reformas, que hacen que su actual aspecto tenga poco que ver con el proyectado por Antonio Miranda. En 1980 sus propietarios intentaron seguir la senda de la modernidad y derribar el inmueble, aunque la Delegación Provincial del Patrimonio Artístico del Ministerio de Cultura lo catalogó como edificio monumental, y perdura en nuestros días como restaurante de lujo. Finalmente, el nº 13, recayente a la calle de Albareda, fue el primero en construirse en la plaza, aunque luego fue bastante modificado. Su final llegó a finales de los años setenta, cuando fue derribado y sustituido por una moderna torre edilicia.
A los románticos que focalizan tanto la rememoración de los desastres de la guerra de 1808-1809 para llorar con nostalgia, y con razón, las pérdidas patrimoniales allí acontecidas, con esta colaboración me sumo hoy como uno más de los modernos nostálgicos que lamentamos también las pérdidas patrimoniales achacables a los pacíficos derribos impulsados por los propios paisanos de esta inmortal ciudad, en fechas bastante más recientes. En el caso que nos ocupa hoy, resulta llamativa la coincidencia del inicio de los derribos de los antiguos hotelitos de la plaza de Aragón, con la drástica reforma realizada en 1961 en el eje viario entre la plaza de España y la plaza de Aragón, en beneficio del tránsito rodado. Las fotografías del antes y después de esta operación, hablan por sí solas, para comparar lo que era la plaza de Aragón hasta 1961, y en lo que luego se ha convertido.