En el programa de hoy, último de este incierto año 2019, y antes de dar comienzo a la década de los años 20 del siglo XXI, os propongo que nos situemos en la ribera de la margen izquierda del río Ebro, entre el puente de Hierro a la izquierda y el molino de San Lázaro a la derecha, para centrarnos en el llamado “Mirador del Puente de Tablas”, una moderna estructura de acero y madera que en el flamante año 2008, al hilo de la Expo, fue instalada donde estuviera el antiguo Puente de Madera o de Tablas, que durante varios siglos fue el segundo de los puentes de Zaragoza.
Este puente era coetáneo y complementario del Puente de Piedra, y tanto o más importante que éste, pues era el paso por el que cruzaban los vehículos pesados, tanto de carga de mercancías como de personas, por la sencilla razón de que resultaba mucho más barato mantener y reparar una estructura de madera, que una de piedra, sobre todo si está tendida sobre un río como el Ebro, que cuando brama, es que brama bien. De esta forma, el puente de Tablas daba continuidad al camino real entre Madrid y Barcelona, y hacía las funciones de puente comercial, como atestiguan las casetas de pago por el tránsito que flanqueaban la llamada Puerta del Puente de Tablas, ya en la margen derecha, por la que se ingresaba a la ciudad. Muy cerca de esta puerta vivían los carpinteros que aseguraban el mantenimiento del puente, una función vital dado el notable tráfico que lo utilizaba.
Este puente de madera era municipal, si bien se arrendaba por una cantidad y un tiempo determinado a empresarios que se encargaban de su mantenimiento, quedándose con el ingreso por su paso. Desde que fue construido el primer Puente de Tablas, se tiene constancia de que este puente sufrió numerosos eventos desastrosos asociados a las tremendas “salidas de madre” del río Ebro, que cada cierto tiempo inundaba grandes extensiones de terreno, afectaba gravemente a las riberas y al Puente de Piedra, y literalmente se llevaba por delante el de Tablas. Así sucedió por ejemplo en la descomunal riada de 1643, que también se llevó un par de arcadas del Puente de Piedra, como refleja el excelente cuadro de Juan Bautista Martínez del Mazo.
En 1713, en plena Guerra de Sucesión, aunque no como consecuencia de ella, el Puente de Tablas ardió completamente, si bien fue reconstruido poco después. Una gran riada se lo llevó por delante en 1775, siendo nuevamente reconstruido, y otra gran avenida del Ebro en junio de 1801 dañó por enésima vez este Puente de Tablas. Como en ocasiones anteriores, el tránsito se derivó por el Puente de Piedra, e incluso por un provisional paso por barca o pontón. En 1803 se proyectó un puente de madera nuevo, aunque nunca se llevó a cabo. Desde entonces, y hasta la construcción en 1870 del Puente del Ferrocarril en La Almozara, el Puente de Piedra quedó como el único paso fluvial de la ciudad de Zaragoza. En 1895 se inauguró, unas decenas de metros aguas abajo de donde estuviera tendido el original Puente de Tablas, el moderno Puente del Pilar o de Hierro.
El “Mirador del Puente de Tablas” que citábamos al principio se asienta sobre los restos del original estribo norte del Puente de Tablas, y si se baja hasta el camino peatonal trazado por la ribera del Ebro, se puede contemplar este arqueológico pedazo de la antigua Zaragoza cuya imagen sólo aparece reflejado en contadas pinturas y grabados anteriores a su desaparición a principios del siglo XIX. Muy cerca de este lugar encontramos también la calle del Puente de Tablas, que también recuerda este desaparecido paso sobre el Ebro.