Es posible que usted que ahora nos escucha haya paseado, ocasional o habitualmente, por esa gran superficie comercial que se localiza al sureste de la ciudad, limitando con la Z-40, y haya llegado a una plaza donde se encuentra una placa que recuerda que en el año de 1710 por esos andurriales tuvo lugar la denominada “batalla de Zaragoza”. Si no tuvo tiempo de leer la leyenda de esta placa, no se preocupe, que ahora me voy a referir a ella.
El 20 de agosto de 1710 y en el contexto de la Guerra de Sucesión española dos ejércitos se enfrentaron en los montes de Torrero para disputarse el control de Zaragoza: las tropas del rey Felipe V y las del archiduque Carlos de Austria.
¿Qué había pasado para llegar a esto? Nueve años antes, en mayo de 1701, el duque de Anjou había sido coronado rey de España como Felipe V en cumplimiento del testamento del fallecido rey Carlos II, y en septiembre vino a Zaragoza a jurar en la Seo los fueros y privilegios del reino, partiendo luego hacia Cataluña para cumplir el mismo ceremonial. En paralelo a esta normalidad institucional supuso el relevo de la Casa de Austria por la de los Borbones, se había formado una alianza entre Austria, Inglaterra y Holanda que declaró la guerra a las aliadas Francia y España. Múltiples intereses políticos y estratégicos motivaron que esta alianza promoviera al archiduque Carlos de Austria al trono español, aunque llamativamente esta Guerra de Sucesión española comenzó a disputarse… en las plazas españolas de Flandes e Italia, y en 1702 el archiduque Carlos fue coronado rey de España… en Viena.
Este Carlos “III” desembarcó en Barcelona en 1705, donde estableció su corte. Este hecho, y sobre todo, la presencia del ejército anglo-austríaco-holandés que le acompañaba, desencadenó la guerra abierta en la península y con ella la toma de partido de las elites locales a favor de uno u otro bando, originando lo que Melchor Macanaz calificó de guerra supercivil.
Como respuesta a la venida en carne mortal del pretendiente austríaco, en 1706 Felipe V y su ejército fueron a Barcelona para enfrentarlo. El fracaso en esta empresa hizo tambalearse la fidelidad borbónica de Zaragoza, sobre todo cuando el ejército archiducal se aproximó a ella. En junio la ciudad mudó su lealtad hacia el austria. En abril de 1707 y tras la derrota en la batalla de Almansa la causa archiducal se desplomó: tras la retirada de su ejército las ganancias territoriales se desvanecieron como lágrimas en la lluvia, y Zaragoza fue nuevamente borbónica. Como tras cada mudanza de fidelidad, sucedieron episodios de represión sobre las cabezas visibles de uno u otro bando, aunque en esta ocasión aconteció una novedad en forma de real decreto que implantó la Nueva Planta, aboliendo los fueros, privilegios y la tradicional planta política y administrativa del reino, en un proceso ralentizado por la guerra.
En 1710 desembarcó en Barcelona un nuevo ejército archiducal, que tras derrotar en julio al ejército borbónico cerca de Lérida cruzó el río Ebro por Osera y se ubicó a dos tiros de cañón de Zaragoza. Entre este ejército y la ciudad se situaron las tropas borbónicas para dar la batalla, que comenzó la mañana del 20 de agosto en una amplia zona del sur de Zaragoza que al este se extendía desde el camino del Puente del Virrey hasta las inmediaciones del río Ebro, y que al oeste llegaba hasta los Pinares de Venecia y el trazado más sureño de la actual autovía Z-40. Ambos ejércitos sumaban unos 45.000 soldados, y entre ambos el Barranco de la Muerte delimitó el campo de batalla, por lo que ésta también suele denominarse de esa forma. El combate fue rápido y desastroso para Felipe V, que a duras penas escapó por el camino de Alagón hacia Madrid, mientras el archiduque entró por segunda vez en Zaragoza. Tras la batalla, unos 6.000 muertos escenificaron el carácter internacional del conflicto: alemanes, austríacos, españoles, franceses, holandeses, ingleses, irlandeses, italianos, valones…
En enero de 1711 un nuevo ejército borbónico desbarató a los archiducales en Brihuega y Villaviciosa y Zaragoza mudó otra vez fidelidad a Felipe V. La Nueva Planta, reformada, fue ahora aplicada como castigo por la infidelidad de la cabeza del reino, de la misma forma que Navarra y Vizcaya conservaron sus fueros y privilegios por respaldar al borbón. Mientras tanto, y ante la muerte sin descendencia del emperador de Austria, este Carlos “III”, que era su hermano, se convirtió en Carlos VI del Sacro Imperio Romano Germánico. Sus aliados ingleses y holandeses que luchaban contra la hegemonía franco-española, no vieron con buenos ojos una posible nueva hegemonía austro-española, ya que Carlos se negó a renunciar al trono de España. Por ello, abandonaron su causa y comenzaron a pactar una paz por separado. Con ello, y a efectos prácticos, la guerra estaba sentenciada a favor de Felipe V.
Aparte de la cartografía de Zaragoza realizada por ingenieros militares, y los dibujos y grabados que que ilustran la batalla de Zaragoza (todos realizados por cierto al norte de los Pirineos), poca huella memorialista de esta guerra puede rastrearse en la ciudad. Apenas la arboleda de Macanaz, que recuerda el nombre del intendente de Zaragoza entre 1711-13 que promovió la plantación de esta pionera zona verde urbana, y una placa que desde 2010 recuerda esta batalla en la referida plaza de la gran superficie comercial construida donde el ejército archiducal situó su flanco izquierdo. Mientras que la batalla de Almansa de 1707, de esta misma guerra, figura en el nomenclátor local desde 1964, la de Zaragoza de 1710 no ha encontrado valedor para hacerse un hueco en él, tal vez por aquello de que quienes la ganaron… perdieron luego la guerra, y a la inversa.
Terminamos. Espero que tras estas referencias, cuando ustedes vuelvan a pasar por esta zona comercial de los montes de Torrero, tengan un minuto para pensar que están caminando por un importante escenario de la historia de Zaragoza, ni más, ni menos. Un cordial saludo, y hasta la próxima.