Hola excursionistas, soy José Luis Arribas y éste es el súper sonido de ‘Ventajas de viajar en cine’, desde ‘Siéntelo con oído’. Procuren todos su billete de ida, acomódense en su butaca y durante este tiempo háganme el favor de parar sus relojes. El viaje comienza. Hoy: ‘La huella’.
Recuerden las siguientes máximas: duelo interpretativo, teatro cinematográfico, diálogo poderoso e inteligente, y subtexto rico en matices. Cada una de estas ideas requiere una explicación más detallada, si bien algunas de ellas no dan pie al equívoco. Dos de los mejores actores de la historia del cine, mano a mano, frente a frente, convirtiendo cada escena y plano en un disfrute sensorial, en un placer sólo conocido por el buen amante del cine. Una obra maestra, imprescindible y de obligado visionado, sin exageraciones en los calificativos que se usen para ensalzarla. Una obra de culto basada en una obra teatral, tratada como un teatro filmado, con una cuarta pared de adornos sin vida, que guiñan el ojo al espectador o quizá lo sustituyen, ríen como autómatas articulados y ponen entre ellos un escenario al servicio de todo un elenco de dos personajes, una coral de dos actores impresionantes e inolvidables. ¿Para qué más?
Un guion construido con ingenio, telar hilvanado de frases acertadas y finalmente una subtrama de denuncia, de diferenciación de clases sociales, de superficialidad, machismo y racismo. Todas estas teselas conforman la vidriera compleja de ‘La huella’, película que cierra con maestría una carrera brillante, la del realizador Joseph L. Mankiewicz. Filme de 1972, narra el chocante encuentro de dos personajes citados en un entorno cerrado, jugando al puzzle de los detectives a lo Agatha Christie. Uno es el anfitrión, el rico escritor de novelas de misterio, interpretado por Laurence Olivier, y el otro el joven invitado prometido de la mujer del primero, caracterizado por Michael Caine. El ambiente y la tensión son puestos sobre la mesa al desnudo desde el comienzo. La premisa de la simulación del robo de unas joyas, para cobrar el dinero del seguro, levantado el telón desde el minuto número uno, en ese lugar perdido y en esa situación de conflicto visible, desencadena la narración del enredo y los sucesivos giros que nos mantendrán atentos a la historia. Basada en la pieza de teatro del mismo nombre, creada por Anthony Shaffer, es en definitiva una película al servicio de dos magistrales actores. Uno de ellos, Caine, repetiría en el año 2007, en el remake llevado a cabo bajo la dirección de Kenneth Branagh, pero en esta ocasión en el papel contrario, el de Olivier, siendo sustituido su personaje por Jude Law.
‘La huella’ no envejece con el tiempo. Es de esas películas que no pueden faltar en ninguna videoteca, un clásico y una joya del séptimo arte. Es, resumiendo, la demostración infalible de que a veces no son necesarios demasiados efectos y complicaciones estructurales. El cine es una buena historia que merece ser contada y que se vale del actor para que llegue a nuestros sentidos. Sin más.
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