Hola excursionistas, soy José Luis Arribas y éste es el súper sonido de ‘Ventajas de viajar en cine’, desde ‘Siéntelo con oído’. Procuren todos su billete de ida, acomódense en su butaca y durante este tiempo háganme el favor de parar sus relojes. El viaje comienza. Hoy: ‘Cine en huelga’.
Soñé que Bruce Willis no descubría estar muerto. Soñé que en el interior del Orient Express tan sólo existía un asesino. Por aquellos sueños por donde caminaba, Eduardo Noriega definitivamente no abría los ojos y la madre de Norman era la madre de Norman. Soñé tantos finales inacabados y tan incompletos, que necesitaba despertar y no volver a dormir. Los fotogramas de mis pasos se congelaban, al principio, pasadas esas dos terceras partes de mis películas y mis episodios. El tercer punto de giro se desvanecía como los hermanos de Marty McFly en una fotografía. El tercer acto se abría como un gran plano general, diluyéndose en la inmensidad, borrando sus fronteras, confundiéndose con las aristas de las secuencias pasadas. Como la nada de la historia interminable, se abría paso la desesperanza y el vacío, arrancando el alma de las historias y dejando un paisaje desolador. Los nuevos cuentos hablaban de los antiguos, los nuevos héroes salvaban a los mismo niños secuestrados por idénticos villanos. La gran maquinaria, la gran fábrica, ya no de sueños, si no de recuerdos, amasaba las mismas fotografías al mejor postor y a peso, alimentándose de si misma y de su pasado. Soñé que había muerto la imaginación y que nadie había acudido a su entierro. Aquellas catedrales del septimo arte donde viajar y volar, arañando la piel de butaca, en la oscuridad, en la hora y media más feliz de la semana, ¿dónde se encontraban? Pulsar un botón no estaba mal cuando era una opción más. Maravillarse ante la tecnología del nuevo siglo también era una bienvenida, entre artificiales inteligencias y actores programados desde un portátil, pero una vez superado el susto inicial, como en aquella primera proyección de 1895, el miedo se quedó cómodamente en nuestras casas. Soñé y dentro del sueño, como un replicante buscando respuestas de mi existencia, quise saber. Los sonidos de los lápices deslizándose por el papel y el ruido de las teclas de los que creaban, dejaron de escucharse. Los que encarnaban las ilusiones creadas terminaron de repasar textos frente a los espejos. Y desperté sobresaltado de mi sueño y deseé que nunca se terminara el cine.