Hola excursionistas, soy José Luis Arribas y éste es el súper sonido de ‘Ventajas de viajar en cine’, desde el 102.1 FM Radio La Granja, ‘Siéntelo con oído’. Procuren todos su billete de ida, acomódense en su butaca y durante este tiempo háganme el favor de parar sus relojes. El viaje comienza. Hoy: ‘El musical: caída y ascenso’.
Comienza nuestra tercera entrega por otro maravilloso camino repleto de estrellas, las del género musical, las que permanecerán por siempre en la memoria de varias generaciones, las que alguna vez en su vida se enamoraron de las canciones y bailes que acompañaban a unas historias únicas. La década que nos ocupa, los años sesenta, nos presenta un cielo salpicado de esos astros, esas películas fantásticas cuya sola pronunciación nos saca una inevitable sonrisa. Los sesenta constituyen una época confusa al mismo tiempo, ya que a pesar de poseer musicales extraordinarios, supone el momento de declive, el tiempo de caída por la rampa a la zona del olvido, lugar donde empezamos a notar el cansancio de un público que ya no siente el mismo interés que al principio. Pero el musical, como un fénix, nunca dejaría que se extinguiera su llama. Aunque durante los siguientes treinta años, el género parece apagado, con solitarios destellos de alguna película puntual destacable, nunca desaparecerá y estará siempre dispuesto a renacer en esas obras pulsantes. Como colofón de esta trilogía de espacios de cine y radio, dedicados a la grandeza del cine musical, estudiaremos y visitaremos con cariño a dos películas, ambas tesoros de este género, representativas de este momento temporal de caída y ascenso. Regresando a los años que nos ocupan, nuestro punto de partida se sitúa en el año 1961, año en el que se estrena un filme musical que adapta con acierto la obra de teatro de William Shakespeare, Romeo y Julieta.
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Wet Side Story‘, dirigida por Robert Wise y Jerome Robbins, y protagonizada por Natalie Wood y Richard Beymer, traslada con maestría, como decíamos, la inmortal tragedia, ambientándola en la rivalidad de dos bandas callejeras, manejando sus conflictos en la ciudad de New York a principios de los años cincuenta. En esta ocasión, la adaptación a tiempos más modernos, cambia a los Montesco y los Capuleto, y los emplaza sobre el asfalto a dirimir sus diferencias entre coreografías. El musical del mismo nombre, con partitura compuesta por Leonard Bernstein, fue estrenada en Broadway en 1957 y resultó todo un éxito. Ganadora de diez premios Óscar, incluyendo el de mejor película, alcanzaría gracias a este palmarés el récord en victorias ostentado por una película musical.
El encargado de la dirección del montaje original, Jerome Robbins, junto a Robert Wise, tuvo la misión de adaptar cinematográficamente el libreto original. El primero tenía a su cargo las coreografías y el segundo las partes del drama sin números musicales. Es conocida la exigencia y la perfección que ambos realizadores quisieron alcanzar, al mismo tiempo que es sabida la enemistad que ambos se profesaron durante el rodaje. Y ahora avancemos a algo grandioso. Porque el título que nos aguarda pertenece al selecto grupo de las obras monumentales, esas leyendas que absolutamente conoce todo el mundo sin excepción. Porque cuando hacemos referencia a la niñera que utiliza un paraguas para volar, o al deshollinador que baila por los tejados bajo la noche de Londres, todos sabemos a quiénes nos referimos.
‘Mary Poppins’ es el musical de musicales nacidos del corazón de la factoría Disney, película de corte fantástico estrenada en 1964, que mezcla imágenes animadas con reales, que interactúan entre ellas. Es dirigida por Robert Stevenson, realizador de origen británico, cuyo núcleo de su trabajo es desarrollado en Estados Unidos, precisamente para Disney, colaboración que se extendería hasta las diecinueve películas, como por ejemplo ‘Un sabio en las nubes’ en 1961 y ‘Los hijos del capitán Grant’ en 1962. Como en numerosas ocasiones, la obra fílmica se basa en la obra literaria, concretamente en una serie novelesca escrita por Pamela Lyndon Travers. Las canciones que impregnan el metraje, inolvidables todas, están compuestas por los hermanos Sherman, Robert y Richard, pareja que crearía una larga serie de composiciones, convirtiéndose todas ellas en las más famosas de Disney, como las de ‘El libro de la selva’ y ‘La bruja novata’. Los papeles principales recaen en Julie Andrews y Dick Van Dyke, siendo ella la encargada de recoger la estatuilla codiciada, el Óscar a la mejor actriz, uno de los cinco premios logrados finalmente por la película, de un total de trece nominaciones. Sin duda se había alcanzado un nuevo récord. Como mención especial, ya que de musicales se trata, diremos que otro de los galardones, aparte de el de banda sonora, fue a parar a la entrañable y positiva canción de nombre extraño, Chim Chim Cheree.
Igual de interesante resulta la historia paralela creada en la gestación de esta película, ya que comienza con una promesa, la que hace el eterno Walt Disney a sus hijas, cuando éstas le piden que, tras leer la obra de Pamela Lyndon Travers, algún día lleve a la pantalla las aventuras de Mary Poppins. La idea de la que se parte es el primer libro de la autora y el proceso para sacar adelante el filme merece, como decimos, un tratamiento aparte; de hecho, los más de veinte años que tarda el famoso productor en convencer a la escritora, para que le ceda los derechos de la niñera mágica, derivan en una propia película que narra esos acontecimientos: ‘Al encuentro de Mr. Banks’, protagonizada por Emma Thompson y Tom Hanks, en los papeles de Travers y Disney respectivamente. Así es el cine, y al igual que él, toca llegar al fundido en negro de nuestra representación. Hemos llegado al destino. Pero no es una despedida. La magia de los musicales regresará, porque quedan años por descubrir, notas que cantar y canciones que bailar.