Hola excursionistas, soy José Luis Arribas y éste es el súper sonido de ‘Ventajas de viajar en cine’, desde ‘Siéntelo con oído’. Procuren todos su billete de ida, acomódense en su butaca y durante este tiempo háganme el favor de parar sus relojes. El viaje comienza.
Hoy: ‘Cine y cines’.
El tren del celuloide hoy va de recuerdos. De aquellos cines de nuestro pasado, de nuestra vida; de todas las sensaciones que comenzaban desde la idea de pasar una jornada en el cine, hasta que esa misma noche nos dormíamos, todavía con el recuerdo intacto de la aventura vivida en aquel entorno mágico. Hoy va de nostalgia. De aquellas películas que aguardan en nuestros recuerdos, en nuestra memoria; imborrables e intocables, que forman parte de nosotros, acompañándonos desde el instante que las disfrutamos y movieron en nuestra persona un buen puñado de emociones. Y dirán los perspicaces por qué, si los cines y el cine son algo muy presente. Efectivamente, contesto desde este humilde espacio y rincón de las películas. Desde luego que se trata de un tema muy actual. Pero al mismo tiempo es futuro y lejana historia. Aunque se trate de un gigante que comenzó a caminar relativamente hace poco y que madura cada día, y ha dejado tras de sí una lista de huellas imperecederas e intensas, en la existencia de la humanidad que ha contemplado, la misma que le ha contemplado a él, por lo tanto somos cada uno de nosotros bendecidas víctimas del séptimo arte, recolectores de ese rastro de obras, sin importar sean menores o maestras, ya que su grandeza radica en que para nosotros, como individuos, en ese momento y lugar determinados, esa película significó algo muy valioso.
Era un día cualquiera de la semana. Habías planeado acudir con los amigos al cine. Tenías las monedas suficientes. Antes con unas pocas bastaba. Se llamaban pesetas y te daban para ver la película y mucho más. Del lugar de encuentro se llegaba a la primera parada: la taquilla. Sólo existían tres sesiones y a veces una golfa, sin medias ni cuartos, todo era en punto. No existía bizum, así que o cada uno pagaba su entrada o el más avispado en matemáticas se encargaba de todo. La ceremonia de las palomitas nunca faltaba. Asociar cine con palomitas es una de las verdades fundamentales de la vida. Entrar tarde por el tardón del grupo, nos llevaba a la lejana escena del acomodador y su salvadora linterna. Llegar pronto derivaba en la contemplación del entorno bajo el son desapercibido de alguna melodía de ascensor. ¿Era un día cualquiera de la semana?. Rotundamente no. Era un día de cine y eso no era cualquier cosa. La segunda parada era el increíble momento que llegaba con la oscuridad. Se apagaban las luces y un timbre anunciaba a los de proyección, en las alturas, que al momento lanzaban el encantamiento sobre el patio de butacas. Tercera parada, frontera y antesala con los sueños, referencia lanzada sólo para unos pocos: Movierecord. Esa sintonía era la cabecera de la magia, la promesa de que la próxima hora y media iba a ser un viaje total de nuestros sentidos, a un lugar en el cual nuestros problemas no existían, donde nuestros pesares y cargas no tenían cabida. Y así comenzaba todo, el verdadero viaje, global y en conjunto con toda la sala, y también personal y solitario, travesía interior en este caso, y en la cual, al igual que los personajes de la pantalla, al terminar no seríamos los mismos que comenzamos, describiendo al mismo tiempo un arco de transformación interno, y guardando quizá la historia visionada como un nuevo tesoro, objeto y vivencia sumada a nuestra mochila personal, porque también somos las películas que vimos, vemos y veremos. Y acababa la sesión, en un buen fundido a negro, con los créditos, la música de la banda sonora, la luz y las miradas cómplices con tu alrededor. Era la secuencia de la salida con las amistades pero podía haberse desarrollado en otro contexto. Quizá se ubicaba mucho más atrás en el tiempo y tus padres se encargaban de todo. Quizá viajabas de la mano de un primer amor. O sencillamente te embarcaste solo en la aventura. ¿Por qué no?. Al final la senda a través de los fotogramas siempre resulta algo muy personal y recogemos del cine las frases, las escenas, las músicas y las películas, que han conseguido tocar algún punto sensible de nuestra alma, llegando nosotros a recordar, en ocasiones, con mayor intensidad que otros hechos, partes de nuestra historia vital, utilizando referencias al cine. Quizá con la edad la memoria se debilite pero seguro que nunca olvidaremos la sensación, por ejemplo, de atravesar emocionados el túnel que llevaba al cine Coliseo. O entrar en el Mola. O en muchos otros que tristemente desaparecieron. Nos queda su legado. Permanecerán vivos por siempre mientras los recordemos, mientras hablemos de ellos, escribamos sobre ellos y vayamos al cine.