Manuel Vázquez Montalbán (1939-2003), el gran catalán que creó a Pepe Carvalho, el más conocido detective de la literatura española, se sentía, «en primer lugar, poeta». Este poema, con un abril como referente histórico de una edad de oro perdida, como motivo sentimental de convertir la memoria en deseo, contiene en germen todos los temas, todas las tensiones, que su obra posterior irá desarrollando de forma magistral. Pertenece a ‘Una educación sentimental’, un libro de poemas escritos en la cárcel de Lérida en 1962-63. Un lujazo.
Era distinto abril, entonces
había alegría y rastro de mejillones
en la escollera, canciones
a la orilla del crepúsculo, pretendientes
vanamente apostados en las esquinas
tras las persianas verdes remendadas,
tras los geranios alimentados con moñigos
de percherones lentos, espiábamos
la variación anormal de la chaqueta a cuadros
Príncipe de Gales
los pañuelos de rayón
blancos como paloma en el pecho, zapatos
de charol como bombillas negras, silbidos
largos, insinuantes, cuchillos de gasa sobre
la piel, si mamá se entera o vecinas
al acecho de honras ajenas
y más tarde
los gitanos del Bar Moderno, tamboril
de silla, canción de salmuera o la voz
del musclaire
arri Joan que l’arròs
s’està covant
felices tiempos de reyes asequibles,
Alfonso XIII borbónico y flemático pasaba
como pasan los reyes, con majestad,
por el ensanche
cuando íbamos a entregar los largos
calzoncillos de felpa a Inogar Hermanos
Confecciones
grises atardeceres de máquina Sigma,
Wertheim, Singer
Singer, me inclino por la Singer
cansa
menos los riñoes, pero una tarde de abril
entonces
en el rompeolas, compensaba trescientos
sesenta y cuatro días de viajes ensoñados,
haciendo calados, dobladillos, festones es posible
llegar hasta Suecia, John Gilbert y Greta Garbo
se aman tiernamente, respetuosamente, imposiblemente
la tabla de encarar
puede ser una vasta llanura de amores gauchos
y la curva para el vientre una ensenada
donde arranquen veleros olorosos en betel y especias
con marinos dispuestos a la muerte
por Jean Harlow
pero a veces
pasaban multitudes bocingleras por la calle
Visca
Macià qu’és català, mori Cambó qu’és un cabró
y papá habló con un marino de bigotes amarillos
en un mercante
sobre la hamaca la luna de Benicasim
era la misma que la de Mazarrón, llegamos
a un puerto entre rocas doradas, parientes,
fotografías animadas, tardes por la Glorieta
en sillones de mimbre, pay-pays de cartón blanco
con anuncios de Linimento Sloan
nada quedó del puerto,
grúas retorcidas, patrulleros hundidos, serones
cargados de alcaparras y girasoles, cascotes
de bombas misteriosamente humanizadas, se oían
caer después, ya de vuelta a la ciudad, como
una noche impuesta que se impone gritando
murieron
pretendientes y nadie descendió a la calle
al paso de los percherones
los geranios
se agostaron en cenizas amarillas
luego
volvieron otras tarde de abril, no aquellas
muertas
muertas ya para siempre
los gitanos perdieron duende, no
cantaban, tosían de noche bajo el relente, cuando
cosíamos tristes arreglos de vestidos viejos
para mutilados cuerpos de postguerra
incivil
inmutables, más allá de esta ventana, de esta
persiana, de estas macetas vacías como planetas
deshabitados,
los palos grises para tender
la ropa, azoteas de arenisca y ladrillos desportillados,
negras chimenas rotas
y amarillos jaramagos sobre tejados en erosión.
-Manuel Vázquez Montalbán-
De: «Una educación sentimental», 1967
Recogido en Memoria y deseo. Poesía completa – 1967-2003
Ed. Península, 2008©
Voz: Manuel Alcaine
Música: Tete Montoliu trio – Catalonian Fire