Bueno, hoy antes que nada tengo que pedir perdón, de antemano, a nuestros amigo y compañero Carlos Azcona, argentino de pro, por el atrevimiento, pero el sentido de este programa es este, solo música, NADA MÁS QUE MÚSICA, solo música que nos gusta, y amigos… el tango nos gusta mucho. Así que, como unos aficionados más, y con el atrevimiento que da la ignorancia, nos lanzamos en brazos de la voz y del carisma de Carlos Gardel.
“El tango es un pensamiento triste que se baila”. Esto decía D. Enrique Santos Discépolo, autor de tangos fundamentales como Yira, Yira, Cambalache o Cafetín de Buenos Aires. Un hombre que, según sus biógrafos, “su vida fue un permanente desgarrarse en una sociedad injusta, solo comprensible en el marco de la sufrida Argentina del siglo XX”.
España ya tenía una historia tanguera, previa incluso a la llegada del tango argentino, alguno recordará el famoso “Fumando espero” del catalán Juan Viladomat. Y es que, el tango, venía difundiéndose como baile de moda en Europa desde la primera década del siglo XX, hasta que poco antes de la Primera Guerra Mundial, sobre 1910, estalló la tangomania.
Y el principal responsable de este fenómeno, que no se ha extinguido, no fue otro que Carlos Gardel.
La vida de Carlos Gardel, como la de todo mito que se precie, está llena de leyendas que su fama póstuma no ha hecho desaparecer a pesar del tiempo. Todavía hoy, muchas personas peregrinan a la tumba de Gardel para pedirle salud y trabajo. Nada nuevo.
Charles Romuald Gardés nació, suponemos, en Toulouse, Francia en 1890. O no, tal vez lo hizo en Tacuarembó, Uruguay, en 1887.
Lo cierto es que Carlos Gardel tuvo una infancia realmente difícil, que por otro lado, no es otra que la que caracteriza a todo héroe arrabalero y triunfador.
Su madre, Berthe Gardés, nunca llegó a saber con exactitud quien era el padre de aquel hijo que, años más tarde, correteaba entre las casuchas de Retiro, Montserrat o Los Corrales, barrios de la ciudad de Buenos Aires a la que Bérthe había huido en busca de fortuna.
Charles se convirtió en Carlitos, un muchacho despierto, simpático e irascible cuyo único objetivo en la vida era alcanzar el lujo de los ricos y ganar montones de dinero.
Con 18 años ya dejaba oír su voz por las esquinas y garitos, y se esforzaba por imitar a los adinerados acicalándose con un esmero narcisista y casi, casi… femenino.
Por aquel entonces, ese “pensamiento triste que se baila”, de incierto origen llamado tango, comenzaba a hacer furor en París. Sus interpretes más destacados viajaban al continente y regresaban con los bolsillos a rebosar y, claro, Carlos, a quien le gustaba el canto casi tanto como la “guita” probó fortuna en alguno de los muchos cafés de los barrios periféricos bonaerenses, en los que se presentó con el sobrenombre de “El Morocho” y ante la sorpresa de propios y extraños, manifiestó una aguda sensibilidad y un temperamento artístico completamente original.
Sus aptitudes le inclinaron hacia el tango canción o tango con letra, escasamente cultivado hasta ese momento. En efecto, el tango estaba entonces en un proceso de evolución que lo había llevado de ser una música alegre, posiblemente cubana, y que se bailaba de forma un tanto procaz en la fiestas de las clases populares de Buenos Aires, a convertirse en un lamento cantando, una música nostálgica y desgarrada que los porteños acomodados había aprendido a admirar y a bailar y que Gardel estaba destinado a dar a conocer en todo el mundo.
En 1915 formó pareja con José Razzano, un intérprete de tangos que disfrutaba de alguna fama. Su apoteósica actuación en el teatro Esmeralda de Buenos Aires, en 1917, hizo que su personal estilo de interpretar el tango calara hondo en el público porteño de tal manera que el dúo Gardel-Razzano se situara inmediatamente en la cresta de la ola.
Este dúo funcionó hasta 1925, momento en que Gardel debió partir solo hacia Europa. José Razzano, con una afección de garganta, había decidido dejar su carrera. Y, bueno, esta desgracia de Razzano, significó la fama internacional para Gardel. Su éxito en París fue extraordinario, admirado por figuras como Bing Crosby, Charles Chaplin o Enrico Caruso.
Pero si el éxito en París fue grande, no lo fue menos en España. Gardel debutó en solitario en 1925 en el teatro Apolo de Madrid y en el teatro Goya de Barcelona el 5 de noviembre de ese mismo año.
Tal fue el recibimiento y cariño que el público brindó en Barcelona al “zorzal criollo”, como se le llamaba, que instaló en ella su centro de operaciones para sus giras europeas, no obstante sus largas estancias en París.
En el tango «Che, papusa, oí» canta Gardel: «Trajeada de bacana, bailás con corte / y por raro esnobismo tomás prissé», acaso evocando las fiestas al estilo parisino que ofrecía por esa época la aristocracia barcelonesa, con esmoquin, champán francés y cocaína o plis o plissé, como llamaban a esta droga.
La voz, la estampa y la simpatía de Gardel arrollaban, especialmente entre las señoras. Reveladora es la entrevista «a la sombra de Gardel», que salió publicada en Tango Moda, en 1929. La sombra era una bella francesa que seguía al ídolo por todas partes después de haberlo visto actuar una vez en el cabaret de Florida de París. «Cuando por la noche me retiro a mi cuarto del hotel, doy por muy bien pagados mis esfuerzos si le he oído cantar tres o cuatro canciones», confesaba esta admiradora incondicional, una groupie en toda regla.
La forma de cantar de Carlos Gardel los pequeños dramas existenciales de sus tangos fue toda una revolución. Nadie ha sido capaz de imitar el fraseo de Gardel, ni su habilidad para empatizar con los personajes de sus canciones. Además, esa imagen suya, simpática, mezcla de pícaro y castigador siempre bien vestido y repeinado se ha convertido en un modelo a seguir por los porteños.
Pero, a pesar de esta imagen, Gardel fue en la intimidad un hombre tortuoso y retraído, con una tristeza endémica y con una facilidad extraordinaria para la depresión.
Y en cuanto a su vida sentimental, confesó que nunca se había enamorado de mujer alguna, «porque todas valen la pena de enamorarse y darle la exclusividad a una es hacerle una ofensa a las otras». Bueno.
En 1934, después de haberse paseado en olor de multitud por escenarios de Europa y Estados Unidos, Carlos Gardel inició una gira por toda Hispanoamérica provocando el delirio. Los teatros se llenaban de un público rendido al cantante argentino que lo aclamaba y lo continuaría aclamando hasta después de su muerte.
El 24 de junio de 1935, cuando se encontraba en lo más alto de su fama, el cantante murió en un accidente de avión cuyas causas nunca se han aclarado, una vuelta de tuerca más a las leyendas que siempre le han rodeado.
Gardel viajaba de Bogotá a Cali en un F-31 de la compañía Saco. Habían hecho escala en Medellín y el avión recorría la pista para alzar el vuelo, pero penas había despegado se precipitó a tierra, chocando con otro avión alemán que esperaba en la cabecera de la pista.
Los rumores se desataron. Se dijo que se había producido un tiroteo entre Gardel y uno de sus acompañantes y que una bala perdida había dado al piloto y que, de esta manera, se había producido la tragedia. Sin embargo, y según el testimonio de los dos únicos pasajeros que lograron salvarse de los veintiuno que viajaban en el vuelo, la verdadera causa del accidente fue el fuerte viento que hizo que el piloto perdiera el control del trimotor en el momento del despegue.
A la confusión del accidente se sumaría después la leyenda de un cantor encapuchado cuya voz sorprendía por su parecido con la de Gardel; muchos afirmaron que el ídolo se había salvado y que seguía cantando pero no deseaba mostrar su rostro por estar totalmente desfigurado. De ser así, el cuerpo velado por las multitudes en el estadio del Luna Park no habría sido el suyo. Bueno, leyendas al fin y al cabo. Lo cierto es que su espíritu es lo que cuenta: un sinfín de melancólicos lo lloró entonces y lo sigue llorando ahora, añorando la pérdida de la voz más triste y cálida que el tango ha dado nunca. La de Carlos Gardel.
Hace ahora 86 años de la muerte de Carlos Gardel. La vida del artista fue tan intensan que son numerosas las anécdotas que se cuentan sobre él, unas verdaderas y otras fruto de la imaginación de sus admiradores.
Ya hemos comentado su accidentada fecha y lugar de nacimiento y el desaforado interés que Gardel tenía por ser ciudadano argentino. Sin embargo, no son tan conocidas la penurias que el joven Carlitos padeció trabajando como un niño inmigrante en un taller de planchado. O cuando el cantante fue acusado de estafador, aunque en esta ocasión, y según documentación escrita encontrada recientemente, Gardel logró que el presidente Alvear destruyese pruebas que le relacionaban con múltiples estafas.
En otra ocasión, y durante una farra con sus amigos para celebrar su vigésimo quinto cumpleaños, uno de estos amigos tuvo un enfrentamiento con un marido celoso, al parecer con razones bien documentadas. Gardel salió en defensa de su amigo y fue él quien recibió un balazo que le perforó el pulmón. Una bala que los médicos no pudieron extraer por los riesgos que conllevaba y que quedó para siempre alojada en su pecho. ¿es o no es ésto un tango?
Por cierto, según aseguran, la bala fue disparada por Roberto Guevara, a la sazón, tío del Che.
Con la ansiada nacionalidad argentina en su bolsillo, Gardel se hizo forofo de la selección nacional, como debe ser. Bien pues, el primer encuentro mundialmente conocido entre la selección de ese momento y el cantante fue durante los Juegos Olímpicos de Amsterdam de 1928. Ese día Gardel interpretó por primera vez el tango “Dandy” delante de todos los jugadores y el equipo técnico. Desde entonces, el tango se convirtió en una especie de himno interno para la selección. El partido de marras era ante Uruguay. Por cierto, ganó Uruguay.
Dos años más tarde, en el mundial de fútbol de Uruguay, Argentina y el anfitrión volvían a enfrentarse en el campo de fútbol. Gardel volvió a cantar ante la selección argentina antes del partido. La selección argentina volvió a perder frente a Uruguay y, sin que sepamos por qué, Gardel nunca más volvió a cantar para la selección, ni éste ni otro tango.
El día que Gardel estaba grabando “Madreselva”, hacía un calor agobiante. Lógicamente no podía ponerse ningún ventilador y tanto el cantante como los músicos estaban empapados en sudor.
Gardel, ni corto ni perezoso, empezó por quitarse la chaqueta, el chaleco, la camisa, el pantalón y los calcetines. Por ultimo, el calzoncillo. Así que, de esta manera, se quedó con los zapatos y las gafas de cerca.
Cuando apareció el técnico de grabación, un alemán un poco estirado, las risas se pudieron oir desde Europa.
Carlos Gardel, un mito. Algunos intelectuales le han dedicado controvertidas opiniones. Para Jorge Luis Borges, el ídolo no era santo de su devoción: “A mi Gardel no me interesa mucho, me interesa más el tango”.
También Ernesto Sábato, que dedicó muchas páginas al tango, retrató a Gardel con breves esbozos de fragmentos de cartas y publicaciones de amigos suyos dando al mito un tratamiento mucho más amable..
En fin, con opiniones para todos los gustos, nos despedimos por hoy. Nos despedimos de este artista que, si hacemos caso a sus incondicionales, “cada día canta mejor”.
Señoras, señores… ¡Buenas Vibraciones!