“Bella en la adolescencia, llegó bruscamente el instante – por ejemplo, en el río, bajo los bosques de Clievenden – en que, en méritos de una contracción de este frío espíritu, Clarissa había frustrado a Richard. Y después en Constantinopla, y una y otra vez. Clarisa sabía qué era lo que le faltaba. No era belleza, no era inteligencia. Era algo central y penetrante; algo cálido que alteraba superficies y estremecía el frío contacto de hombre y mujer; o de mujeres juntas….”
Fragmento de “La señora Dalloway”, de Virginia Woolf
Una de las novelistas inglesas que de un tiempo a esta parte ha suscitado mayor cantidad de estudios es Virginia Woolf. En pocos años todo parece haberse dicho acerca de la formación de su personalidad en el seno de una familia de holgada economía y de prestigio intelectual sobrado; de su particular sensibilidad, inseparable de su desarrollo como escritora; y de su inestabilidad mental que la condujo a la muerte. De los ingentes comentarios se desprende claramente que el amor al oficio de las letras se encontraba latente en Virginia Woolf cuando de pequeña buscaba libros en la biblioteca de su casa para satisfacer su voracidad lectora.
La autora nació en 1.882 en Hyde Park Gate, Kensington, Londres. Fue la tercera de los hijos de Sir Leslie Stephen, editor de “The Dictionary of National Biography” – diccionario biográfico en lengua inglesa, publicado por primera vez entre 1.885 y 1.901, que consta de sesenta y tres volúmenes y en el que aparecen en orden alfabético la biografía de eminentes personalidades que vivieron en el Reino Unido -, y de Julia Duckworth, mujer subordinada a los dictámenes del esposo y al cuidado de sus hijos. Alguno de los rasgos de ambos, como el sarcasmo del padre y la sensibilidad de la madre, serán plasmados en la novela “Al faro” por los señores Ramsay. La débil salud de Virginia la obligó a apartarse de las usuales actividades de las niñas de su edad ya permanecer en casa leyendo todo lo que encontraba allí. La muerte de su madre en 1.895 puso a flote los síntomas del desequilibrio nervioso que Virginia Woolf guardaba en el fondo de su mente. Más adelante el esfuerzo de escribir la sumía en un estado de excitación aguda.
La escritora no pudo soportar la vorágine de una nueva guerra, la II Guerra Mundial; ella que en 1.928 había dicho con optimismo: <<A veces imagino que el mundo cambia. Pienso que la razón se difunde.>> A su castigado cerebro vino a sumarse la fuerte impresión que le causó la muerte de su sobrino, combatiente en el bando republicano en la Guerra Civil española. Luego vendría el bombardeo de su casa londinense. Y en el último acceso de locura, que la hizo pensar en un decaimiento irreversible, Virginia Woolf decidió ahogarse en el río Ouse, la mañana del viernes veintiocho de marzo de 1.941, después de que dejara una nota de despedida a su esposo, que tanto la había cuidado.
En 1.912 Virginia Stephen se había casado con el historiador y sociólogo Leonard Woolf. Juntos fundaron la editorial Hogarth Press, que publicó obras de vanguardia. Su casa del barrio londinense de Bloomsbury mantuvo un cenáculo literario y artístico conocido como el <<grupo de Boomsbury>> y del que ella fue partícipe destacada. Los asistentes a estas reuniones compartían gustos similares y unas creencias comunes en torno a lo que debía ser el arte además de charlar sobre cualquier tema, por muy trivial que fuese. Algunos habían pertenecido a la Sociedad <<Apóstoles>> que con propósitos parecidos había constituido un grupo de avanzados estudiantes en la Universidad de Cambridge a principios de siglo. Una de las asiduas a Bloomsbury fue Vanessa Bell, hermana de Virginia, quién ha descrito los primeros años del grupo en los siguientes términos: <<Podías decir lo que gustases sobre arte, sexo o religión; podías asimismo hablar libremente, y con mucha probabilidad, tontamente, sobre los quehaceres ordinarios de la vida. Creo que había muy poca autoconciencia en esta primeras asambleas, pero la vida era excitante, terrible y divertida, y una tenía que explorarla agradecida de poder hacerlo con tanta libertad.>>
En el volumen autobiográfico “Beginning again” (Empezando de nuevo), Leonard Woolf incluye en el <<viejo Bloomsbury>> a los hermanos Vanessa, Virginia y Adrian Stephen; Lytton Strachey, Clive Bell, Leonard Woolf, John Maynard Keynes, Duncan Grant, E.M. Foster, Saxon Sydney y Desmond y Molly MacCarthy.No hay duda de que las pautas de comportamiento del grupo no encajaban con las imperantes en aquellos momentos. Eran todos ellos y ellas de una intelectualidad exquisita, escépticos, anti religiosos, enemigos de las usanzas sociales heredadas del victorianismo; cultivaban las relaciones sexuales con franqueza y entera libertad, y algunos se autoconsideraban de izquierdas. Sin embargo, no existió entre sus participantes una decidida intención de agruparse en <<escuela>> o <<movimiento>> artístico. Aun así, aquellas conversaciones hasta las tantas de la noche conformaron la vida y la obra de Virginia Woolf.
Sus dos primeras novelas, “Viaje de ida” de 1.915 y “Noche y día” de 1.917, deben mucho a los cauces de la narrativa tradicional, es decir, la modelación de los personajes sujeta a la influencia de una ordenada serie de acontecimientos. Pero a partir de 1.919, la autora empezó seriamente a reflexionar sobre cómo hacer una novelística libre de andamiajes cronológicos, sin intrigas argumentales y sin comedias ni tragedias que contar. Es interesante resaltar que por esas fechas ya había leído a James Joice y Dorothy Richardson. A ese mismo año, 1.919, corresponde su ensayo “La ficción moderna” en donde expresa: <<La vida no es un conjunto de lámparas simétricamente dispuestas, la vida es un halo luminoso, una envoltura semitransparente que nos rodea desde el comienzo de nuestra toma de conciencia hasta su fin>>.
El resultado inmediato de indagar precisamente tras << la envoltura semitransparente >> fue “El cuarto de Jacob”, escrita en 1.922, que anticipa logros posteriores. Se trata de una recolección de reflexiones por parte de varios personajes que revelan la personalidad del protagonista Jacob Flanders: desde su infancia y juventud hasta su prematura muerte en la Primera Guerra Mundial.
La acción de “La señora Dalloway”, la gran novela de Virginia Woolf escrita en 1.925, transcurre dentro de los límites de un sólo día, comenzando cuando la esposa de un miembro del Parlamento se dispone a ultimar los detalles para una importante fiesta. La anfitriona, recorriendo las calles londinenses, rememora unos acontecimientos que creía olvidados. La asociación mental se activa en sus misteriosos mecanismos y las inesperadas impresiones se suceden. A intervalos y entre los recuerdos se oyen las campanas del <<Big Ben>> que anuncian a la señora Dalloway la realidad del presente, osea, sus inmediatos quehaceres.
Los sonidos, los colores y los más nimios detalles se acumulan con vívida presencia en “Al faro” de 1.927. Abren la primera página de esta historia los Ramsay, reunidos en la casona que poseen cerca del mar. A excepción del padre, el resto de la familia sueña con ir a la isla del faro que se divisa tras las ventanas. Las condiciones atmosféricas del atardecer aconsejan el aplazamiento de la excursión tal como lo previera el señor Ramsay. Bajo este intrascendente motivo aparece un tema profundo: el tiempo, que en su irreversible fluir todo lo altera. Si la primera parte de la novela capta las alegrías de un verano lleno de proyectos, la segunda se ocupa de la pospuesta visita con un interludio de diez años. Semejante lapso de tiempo indica que ya nada es igual: la casa ha perdido el esplendor de antaño, la muerte se ha llevado a varios de sus moradores, las ilusiones se han desvanecido. Y, llegados por fin los visitantes a su destino, ¿qué ocurre? Aquel lugar imaginado años antes como una maravillosa y excitante meta no es en realidad más que una decepcionante conclusión: << Surgía, ahí, desnudo y tieso, deslumbrante de blancura y negrura también, y podía uno percibir las olas rompiéndose sobre las rocas en astillas blancas parecidas a chispas de vidrio. Podían verse claramente las ventanas; había una mancha blanca en una de ellas y un manojo verde sobre la roca. Había salido un hombre y los había mirado con su lente, para retirarse luego. Era, pues así, pensó James, aquel faro que se veía desde el otro lado de la bahía durante todos estos años: una torre desnuda sobre una roca desolada.>>
A esta novela, estimada por muchos como la mejor de Virginia Woolf, le siguió “Orlando”, escrita en 1.928. La trama de esta peculiar fantasía se extiende a lo largo de cuatro siglos. Su protagonista es un aristócrata dotado de una longevidad sin límites y una facultad que le permite transformarse en mujer. Pero como se lee en un momento de la obra: <<el cambio de sexo modificaba su porvenir, no su identidad… Su memoria podía remontar sin obstáculos el curso de la vida pasada. Alguna leve vaguedad puede haber habido, como si algunas gotas oscuras enturbiaran el claro estanque de la memoria; algunos hechos estaban un poco desdibujados: eso era todo.>> Sus dos últimas novelas, menos conseguidas que las anteriores, fueron “Los años” de 1.937, y “Entreacto” de 1.941.
Compuso Virginia Woolf numerosos artículos para el suplemento literario del periódico Times, posteriormente reunidos bajo el título de “El lector común” (1.925-1.932). En “Una habitación propia” de 1.929, la autora plantea los problemas que salen al encuentro de las escritoras, partiendo del punto que a ella le parecía fundamental: << Una mujer debe tener dinero y una habitación propia para poder escribir novelas>>.
Considerada como una de las escritoras referentes del modernismo vanguardista del siglo XX y del movimiento feminista, a Virginia Woolf le tocó vivir en un mundo de hombres. En su casa se respiraba arte, política y un ambiente tan liberal como complejo. A pesar de esto, fueron sus hermanos varones los únicos que pudieron estudiar en la universidad. A los trece años, Virginia sufrió un duro golpe: su madre murió repentinamente. Este hecho provocó en ella su primera crisis depresiva. A esto se unió, dos años más tarde la muerte de su hermana Stella. Pero esto no fue lo único por lo que tuvo que pasar. En una obra autobiográfica la autora desliza que tuvo que soportar abusos sexuales por parte de dos de sus hermanastros y que a raíz de ello jamás pudo dejar de sentir desconfianza hacia los hombres. Al fallecer su padre, en 1.905 y cuando tenía 22 años ya se había intentado suicidar. No lo consiguió pero sufrió una fuerte crisis nerviosa por la que tuvo que ser ingresada durante un tiempo.
Hoy en día se considera que Virgina Woolf padeció un trastorno bipolar con fases depresivas severas. Los trastornos más graves que padeció, ya casada, los sufriría entre los año 1.913 y 1.915; Virginia llegó a ingerir cien gramos de veronal, en otro intento por quitarse la vida. En 1.923 conoció a la también escritora Vita Sackville-West, con la que mantuvo una relación amorosa. Vita también estaba casada y aunque la relación entre ellas acabó sin que se separasen de sus respectivos maridos, la amistad entre ambas mujeres se mantendría durante el resto de sus vidas.
En el marco de la Operación León Marino, por la cual el ejército nazi iba a invadir Gran Bretaña, Hitler redactó una lista negra en la que se encontraban los nombres de autores tan carismáticos como Aldous Huxley, H.G. Wells y la propia Virginia Woolf. Ella ignoraba que existiera tal lista, pero en el caso de que Alemania acabara invadiendo el país, el matrimonio sabía que tarde o temprano los nazis irían a por ellos, puesto que Virginia era una renombrada intelectual y su esposo Leonard era judío. Llegado el caso, la pareja tenía planeado suicidarse en su garaje aspirando los gases del tubo de escape de su vehículo. Además, Leonard guardaba bajo llave un frasco con una dosis letal de morfina que le había proporcionado Adrián, el hermano psiquiatra de Virginia, por si se complicaban las cosas.
Virginia Woolf se veía reflejada en los personajes de sus obras, que rezuman angustia y escepticismo, y en los cuales la idea del suicidio y el miedo a la gente son recurrentes. Le aterraba la soledad, era muy autocrítica y se sentía invadida a menudo por un sentimiento de culpa. También sufría terribles dolores de cabeza e insomnio. Algunos médicos que la trataron, atribuyeron a la escritura sus problemas de salud y algunos le recomendaron incluso que lo dejara, ya que los brotes más fuertes que sufría, que en su diario ella definía como “la ola” y “el horror”, se producían tras el gran esfuerzo que le suponía escribir. A pesar de ello, la escritura fue la tabla de salvación de Virgina Woolf ante el naufragio de su existencia. Pero el 28 de Marzo de 1.941, incapaz de hacer frente a la desesperación que la envolvía, se puso el abrigo, llenó los bolsillos de piedras y se adentró en el rio Ouse dejándose llevar por la corriente. Antes de tomar esa trágica decisión, escribió dos cartas, una para su hermana Vanessa y otra para su marido, las dos personas más importantes de su vida. En su carta de despedida de su querido esposo no sólo se percibe su padecimiento, tristeza y profundo dolor, sino también la gratitud y el gran amor que sentía hacia él. Su cuerpo fue encontrado tres semanas después. Virginia Woolf creía que era necesario que cada vez hubiera más mujeres que escribieran, e incluso llega a hacer una apología de las diferencias entre sexos; dejó escrito: <<Sería una lástima terrible que las mujeres escribieran como los hombres, o vivieran como los hombres, o se parecieran físicamente a los hombres, porque dos sexos son ya pocos, dada la vastedad y variedad del mundo; ¿Cómo nos las arreglaríamos, pues, con uno solo? ¿No debería la educación buscar y fortalecer más bien las diferencias que no los puntos de semejanza?. Virginia Woolf, sin duda, nos ha legado una obra sorprendente, vasta y original.