VICENTE BLASCO IBÁÑEZ. Una vida de novela.
“ Y todos, con resignación oriental, sentáronse en el ribazo, y allí aguardaron el amanecer, con la espalda transida de frío, tostados de frente por el brasero que teñía sus rostros con reflejos de sangre, siguiendo, con la pasividad del fatalismo, el curso del fuego, que iba devorando todos sus esfuerzos y los convertía en pavesas tan deleznables y tenues como sus antiguas ilusiones de paz y trabajo”. Fragmento final de “La barraca”
Nacido en Valencia en 1867 sus padres procedían de Aragón, circunstancia esta, la de las gentes aragonesas a la búsqueda de una vida mejor en las tierras valencianas, que aparecerá reflejada en su obra novelesca. Criado en ese ambiente del comercio valenciano al que estuvo ligada su familia, desde niño el autor vivió en medio de una tensa situación política. Y si bien no pudo obviamente vivir lo que supuso la revolución del 68 o la sublevación de los republicanos federales en Valencia al año siguiente, en los años de 1871, con la llegada de Amadeo I, y especialmente de 1873, con la proclamación de la I República, el todavía aún niño Blasco Ibáñez empezaría a empaparse del intenso ambiente político que rodearía prácticamente toda su vida. El joven Vicente pronto empezaría a dar indicios de su temprana vocación literaria, al devorar ávidamente libros, especialmente los de autores románticos como Manzoni o Lamartine, pero sobre todo Víctor Hugo. Su íntimo contacto con la realidad valenciana, no se limitó a la ciudad. También la huerta y en general el paisaje de su región dejarán en él una profunda huella. Y es allí donde el autor se sentirá hondamente impresionado por el espectáculo de unos campos desolados en los que se desmoronaba una barraca en ruinas. Ese contacto con la vega valenciana que le proporcionó la compra de sus padres, en 1880, de un trozo de campo en Burjasot,le impulsó a escribir su primera novela,“Carmen”,quizá basada en unos precoces amores.
Si la política y la literatura rodearon la vida de Blasco Ibáñez desde su juventud, también se manifestará otra de sus grandes pasiones: su relación con el mundo de la prensa. Colabora en el semanario “El Miguelete”, luego “El Turia”, y más tarde en “El Pueblo”, donde consigue cierta fama. Tras una escapada a Madrid, donde colabora con un autor de folletines, Fernández y González, en franca decadencia, regresa a Valencia. Allí seguirá la carrera de abogado iniciada en 1882 y entrará en el Partido Federal, desencadenándose una larga cadena de manifestaciones públicas, rebeldías y persecuciones que lo condujeron en varias ocasiones a prisión. Precisamente su combatividad lo llevó a tener que huir en varias ocasiones de Valencia para evitar ser apresado. La manifestación en contra de Cánovas hizo que el autor tuviera que que escapar en barca a Argel para pasar después a París. Desde allí Blasco enviaría sus crónicas al “Correo de Valencia”. Un género al que sería fiel el autor a lo largo de su vida. También, en París comenzará a escribir “Historia de la revolución española”. Si bien su relación con la realidad francesa supondrá un hito decisivo en su vida, sin embargo en esos momentos el escritor continuaría vinculado a su tierra natal. Acogiéndose a una amnistía, regresa a Valencia para casarse con María Blasco del Cacho, matrimonio del cual nacerían cuatro hijos.
Sin duda, esta época de la biografía del novelista se caracterizará por su intensa actividad en ámbitos bien diferentes. En este amplísimo abanico de frentes abarcados por el autor, encontramos de un lado su intensa y nunca interrumpida actividad periodística, tanto con la publicación de crónicas de viajes, como de cuentos y novelas o artículos sobre cuestiones nacionales en los que hallamos a un Blasco siempre contundente en la defensa de sus principios. Lejos, no obstante, de contentarse con publicar sus colaboraciones en periódicos tanto del ámbito valenciano como del nacional, el autor aspirará a la creación de su propio periódico, de forma que en principio dirigirá “La Bandera Federal” para fundar posteriormente, en 1894, El Pueblo”, un periódico de gran trascendencia y repercusión tanto en la vida literaria como política valenciana y nacional, y que sería objeto continuo de denuncias e incluso de transitoria suspensión. También en esa época vemos a un Blasco dedicado a proyectos editoriales y en toda su vida mantuvo un permanente contacto con el mundo de la impresión y de la edición, siendo una de las consecuencias más relevantes de ese interés, la constitución de la “Editorial Prometeo” en 1914. Si intensa resulta su vida en los ámbitos mencionados, mucho más lo será en lo concerniente a la política. Su actitud comprometida se percibe en sus ardorosas intervenciones públicas, ya fuera contra los estamentos religiosos o contra la marcha de los desastrosos acontecimientos que marcaron el final del siglo de nuestra historia nacional; por ejemplo la sublevación de Cuba, que desencadenó un Consejo de guerra que lo enviaría a prisión por enésima vez. Son años de fuerte compromiso que lo impulsan a presentarse como diputado por Valencia, elecciones que gana con toda claridad y que consiguen para él la inmunidad parlamentaria.
En cuanto a la faceta puramente literaria de Vicente Blasco Ibáñez, podemos decir que, por lo general, no se le suele considerar miembro de la generación del 98, ya que si los demás que se acostumbra a incluir en ella se caracterizan en su madurez por un comportamiento social severo, sobrio, metafísico casi, en tanto que, correspondientemente, sus obras tratan subjetivamente del llamado <<problema de España>> y se consumen en pequeñas cantidades en un mercado literario casi puramente nacional, Blasco Ibáñez fue desde la adolescencia hombre aparatoso, viajero, político, agitador y, al final de su vida, millonario en Montecarlo, gracias a la enorme venta mundial de algunas de sus novelas que, además fueron llevadas al cine en los años dorados de Hollywood. Nadie más contrario, pongamos por caso, a Unamuno, o a Machado, o al ascético Azorín, que aquel periodista republicano intransigente que acaba su vida escribiendo “best-sellers” de pandereta entre estrellas de cine. Y, sin embargo, Blasco Ibáñez nace en el centro de lo que se ha llamado la primera promoción del 98, y en los años de juventud de todos ellos su nombre aparece junto al de los demás en revistas, proclamas, etc. En esta actividad comparte con el resto la posición rebelde antiburguesa, desde una perspectiva cercana al republicanismo intransigente de Pi y Margall y a ciertas corrientes del anarquismo. Su “Historia de la Revolución Española”, escrita a los veintidós años y lamentablemente olvidada por los estudiosos de la generación de 98, es una obra clave no sólo para entender su pensamiento, sino, a grandes rasgos, la idea progresista que de la historia de España tenía aquella gente nueva.
Sus primeras obras reconocidas como importantes, ”Arroz y tartana” de 1894, “La barraca” de 1898, “Entre naranjos” (1900) y “Cañas y barro” de 1902, suelen considerarse costrumbristas y de un naturalismo rezagado. Sin embargo no deberían clasificarse así, ya que la novela costrumbrista española característica (Fernán Caballero, Valera, Pereda y otros), no ofrece en ningún momento el análisis realista crítico de los conflictos sociales, ni la interpretación progresista de esos conflictos que se encuentran en estas obras de Blasco Ibáñez en las que, de manera dominante, encontramos siempre la lucha de clases. Frente a los novelistas reconocidos como maestros de nuestro costumbrismo, las supuestas rezagadas primeras novelas de Blasco Ibáñez rompen tanto con los tópicos tradicionalistas de, por ejemplo Pereda como con el hedonismo escéptico de Valera, novelando a nivel de la realidad local de provincia aspectos claves de esa lucha de clases. Antes de sus obras de mayor fama internacional, que fueron las primeras de lengua española que entraron en el mercado mundial de la novela (“Los cuatro jinetes del Apocalipsis”, “Sangre y arena”, por ejemplo), Blasco Ibáñez escribe un ciclo de cuatro novelas realistas que merecen recordarse. Se trata de “La catedral” de 1903, “El intruso” (1904), “La bodega” de 1905 y “La horda” del mismo año. Prácticamente contemporáneas de “La lucha por la vida” de Pío Baroja, el plan de esta cuatro novelas parece haber sido mucho más amplio que el de la trilogía del guipuzcoano, ya que cada una de ellas explora una realidad social de situación geográfica distinta en la que el común <<problema de España>> se revela en forma particular y concreta.
“La catedral” se desarrolla en Toledo y, lógicamente, lo que vemos ahí es la <<España eterna>> que ni siquiera tiene conciencia de que el país – el mundo – vivía en aquel fin de siglo una nueva situación histórica revolucionaria. En esa cerrazón toledana el héroe anarquista de la novela aparece como representante de una ideología extraña, enfermiza quizá, ya que no se sustenta sobre ninguna base obrera local. Con el “El intruso” pasamos a Bilbao, donde se nos presenta el nuevo y pujante capitalismo vizcaíno de fin de siglo en lucha, por un lado, contra la reacción y, por otro, contra el proletariado que es ya militante. “La bodega” es la novela de una revuelta en Jerez de la Frontera, en tanto que “La horda”, cuyo personaje central es un intelectual proletarizado que acaba yendo a dar a las afueras de Madrid, donde viven mezclados los golfos y el desastrado proletariado madrileño de fin de siglo, es, como la trilogía de Baroja “La lucha por la vida” (que contiene “La busca”, “Mala hierba” y “Aurora roja”), la novela de la crisis de la ciudad de la época. Se trata, pues, de novelas cuya relación con la realidad histórica es radicalmente estructural y que, a su modo, introducen en España (junto con la citada trilogía de Baroja) la novela sociopolítica como género inevitable en la vida moderna.
De las cuatro novelas que hemos nombrado, “La bodega” es seguramente la mas lograda en la controlada objetividad con que vemos desarrollarse la trama, desde la opresión permanente que sufre el campesino andaluz a manos de la oligarquía hasta la huelga en que culmina y fracasa la revuelta que viene a dirigir un casi santo anarquista llamado Salvatierra, que no puede sino recordarnos al gran anarquista Fermín Salvoechea. A diferencia de la novela situada en Toledo, el agitador anarquista no es aquí un ser exótico ni se acerca en nada a lo patológico: es, sencillamente, la voz y la dirección organizadora posible en que, por un momento, cristaliza la larga lucha de un proletariado campesino que, en la realidad histórica, como en la novela, no cejaba en su sed de justicia.
Blasco Ibáñez fue muy leído en su tiempo, tal vez especialmente entre la pequeña burguesía progresista y por ciertas capas de la clase obrera alfabetizada, que ya era un numero creciente en el primer cuarto de siglo. No ha de confundirse, pues, este mercado de su obra con el del público que se deleitaba exclusivamente con sus historias de la España de pandereta (“Sangre y arena”, por ejemplo). Durante mucho tiempo Blasco Ibáñez fue un escritor que contribuyó al desarrollo de la conciencia política; tal vez por ello y a pesar de las obvias fallas retóricas de sus peores obras, se pretende subrepticiamente separarle del resto de los del noventayocho. Sin Blasco resulta más fácil hablar del <<apoliticismo>> del noventayocho. Sin embargo, ahí está: por su edad, por su problemática de juventud, por su relación directa con todos ellos. Y también porque, como los más de esa generación, acabó abandonando sus posiciones críticas, antagónicas al sistema; sin embargo, lo que le distingue de todos sus contemporáneos es que este abandono no vino por la vía de la meditación casticista, sino por la comercialización total de su talento. Las pretensiones críticas de sus obras internacionalmente más famosas no son, por lo tanto, sino abusos demagógicos con los que pretendía no desligarse del todo de su primer público, en tanto que seguía apelando al escéptico progresismo de la pequeña burguesía republicana.
Vicente Blasco Ibáñez falleció en enero de 1928 en su villa de Menton. Si en Francia se le brindó una gloriosa despedida, sus restos, no obstante, permanecieron allí hasta que en 1933, ya instalada la República en España, regresaran a Valencia en donde fueron objeto de un solemne y emotivo recibimiento. Habiendo dejado muchos proyectos sin desarrollar, y no sólo en el ámbito literario, la vida del autor no puede decirse, sin embargo, que estuviera libre en ningún momento de empresas y de un sin fin de actividades diversas, consecuencia de ese espíritu siempre inquieto y activo del escritor. No puede resultar por ello extraño que se hayan escrito tantas biografías sobre él, muchas de las cuales delatan ya en sus propios títulos la naturaleza aventurera y novelesca de éstas (“Genio y figura de Blasco Ibáñez. Agitador, aventurero y novelista”, “Vicente Blasco Ibáñez, sus novelas y la novela de su vida” o “La mejor novela de Blasco Ibáñez: su vida”, por ejemplo). Una vida, en definitiva, caracterizada por la movilidad y el incesante deseo de explorar nuevos caminos que repercutirá,en gran medida, en su propia evolución literaria.