“De este modo podremos llegar a comprender que un hombre es la imagen de una ciudad y una ciudad las vísceras puestas al revés de un hombre, que un hombre encuentra en su ciudad no sólo su determinación como persona y su razón de ser, sino también los impedimentos múltiples y los obstáculos invencibles que le impiden llegar a ser, que un hombre y una ciudad tienen relaciones que no se explican por las personas a las que el hombre ama, ni por las personas a las que el hombre hace sufrir, ni por las personas a las que el hombre explota ajetreadas a su alrededor introduciéndole pedazos de alimento en la boca, extendiéndole pedazos de tela sobre el cuerpo, depositándole pedazos de cuero en torno a sus pies, deslizándole caricias profesionales por la piel, mezclando ante su vista refinadas bebidas tras la barra luciente de un mostrador”.
Fragmento de ‘Tiempo de silencio’
Luis Martín-Santos
Luis Martín Santos nació en Larache, protectorado español de Marruecos el 11 de Noviembre de 1.924. Cinco años más tarde su familia se trasladó a San Sebastian, debido a un cambio de destino de su padre, que era médico militar. Estudió el bachillerato en el colegio de los Marianistas, y obtuvo excelentes calificaciones. Igualmente brillante fue su expediente en los estudios de Medicina que finalizó en la Universidad de Salamanca en 1.946. En aquellos años, ya habían comenzado sus aficiones literarias escribiendo un libro de poemas, “Grana gris”. A partir de entonces su vida médica siguió un proceso paralelo a su actividad literaria. Se trasladó a Madrid, se doctoró en Cirugía y colaboró con el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, pero al poco tiempo cambió su especialidad para dedicarse a la psiquiatría y entró al servicio del Doctor López Ibor, el más prestigioso psiquiatra de la época. Al mismo tiempo comenzó a frecuentar las tertulias literarias del Madrid de entonces, como la del Café Gijón y otras, entablando amistad, entre otros, con Juan Benet, Ignacio Aldecoa, Alberto Machinbarrena o Francisco Pérez Navarro, lo que le facilitó conocer autores a los que no había tenido acceso hasta aquel momento, como Proust, Kafka, Faulkner o Joice. En psiquiatría su camino fue meteórico y se convirtió en poco tiempo en uno de los especialistas más importante. En Abril de 1.951 ganó por oposición la plaza de director de Psiquiátrico Provincial de Guipúzcoa. La actividad clínica en esos años la dedicó fundamentalmente al estudio del alcoholismo y su diferenciación con la esquizofrenia, dos enfermedades muy frecuentes en aquella época.
En 1.953 contrajo matrimonio con Rocío Laffón Bayo en Madrid. Tuvieron cuatro hijos. En 1.956 intentó obtener cátedra en Madrid, pero no lo consiguió. Ese mismo año tuvieron lugar los sucesos universitarios por la protesta contra la dictadura y que provocaron la caída de Ruiz-Giménez del Ministerio de Educación y de Laín Entralgo del rectorado, lo que unido a su vinculación política, le cerraron las puertas de la Universidad definitivamente. Se presentó por segunda vez en 1.959, pero entonces se encontraba en prisión como militante socialista y no cabía posibilidad de un resultado satisfactorio. Esta fue su segunda detención y tras su puesta en libertad y hasta su triste muerte, estuvo en régimen de libertad atenuada. En 1.961, con el seudónimo de Luis Sepúlveda, Martín Santos presentó “Tiempo de silencio”, su única novela, al Premio de novela Pío Baroja, que finalmente fue declarado desierto. Su vida tuvo un final trágico: el tres de Marzo de 1.963 falleció su esposa intoxicada por un escape de gas. Tenía treinta y tres años; no había transcurrido ni siquiera un año, cuando Luis Martín Santos fallecía en un accidente de tráfico en las proximidades de Vitoria con treinta y nueve años. Unos años más tarde vieron la luz su novela inconclusa “Tiempo de destrucción” y el conjunto de relatos “Apólogos”.
Como hemos dicho, “Tiempo de silencio” fue la única novela acabada de Luis Martín Santos y fue publicada en el año 1.962. Concebida, tal vez, como una trilogía continúa en su segunda e inacabada novela, “Tiempo de destrucción”. Constituye una denuncia de las estructuras sociales mediante un episodio personal. El ambiente corresponde a Madrid en el otoño de 1.949, y sus páginas se acercan a la miseria del chabolismo, la vida de los prostíbulos, el entorno de las pensiones, las diversiones nocturnas, la chabacanería del mundo intelectual y la corrupción de la burguesía, entre otros temas. El título de la obra se podría explicar por la relación espacio-tiempo, un enunciado que indica situación opresiva, injusticia sistematizada, miseria extrema, brutalidad en diversos niveles, degradación y destrucción, que son las que se esconden tras el silencio.
El relato aparece dividido en sesenta y tres escenas o fragmentos no numerados y de desigual extensión. Los cuatro primeros fragmentos evocan cuatro temas sin aparente relación entre sí, y éstos son: la pérdida total de una estirpe de ratas en el laboratorio de un investigador; una desapasionada y compacta descripción de Madrid; unas breves líneas sobre la vida, la juventud y la belleza, y el monólogo de una mujer que cuenta los momentos cruciales de su vida. No son estas primeras páginas sino la lírica evocación de los cuatro grandes asuntos de la novela. Pedro, un joven médico reflexiona acerca de la muerte de los ratones que le sirven de cobaya en sus experimentos sobre el cáncer. La necesidad de disponer de ellos y la larga espera si estos fueran enviados de Illinois lo inducen a aceptar, a propuesta de su ayudante Amador, la compra de algunas crías de ratas al , pariente del ayudante, que vive en las chabolas del sur. Pedro y Amador bajan por la calle de Atocha y se dirigen hacia las zonas más miserables de la ciudad. Después de un paréntesis que informa de las tertulias de la pensión de doña Dora (una historia paralela que acabará uniéndose a la otra), asistimos a la descripción de las chabolas y sus gentes, y luego cuenta su vida: cómo mató al por una mujer y después se enamoró de Florita, la hija del .Pedro y Amador llegan a la chabola. Los ratones, en efecto, allí no mueren. Se mantienen vivos gracias al calor del cuerpo humano que los acompaña durante la noche. Pasa luego la acción al sábado siguiente, parte central de la obra, que ocupa varios fragmentos, y que relatan los acontecimientos acaecidos esa noche y el amanecer del domingo. El largo recorrido se inicia en la zona de Antón Martín, donde ha quedado citado Pedro con su amigo Matías. Asisten a una tertulia literaria en un café, que da pié a algunas reflexiones sobre la novela. A Pedro y Matías, ya de periplo por los bares, se les une un pintor alemán y visitan su buhardilla. Van luego a una tasca y a un café de la calle San Marcos. Un fragmento interrumpe para recordar la otra historia, la de la dueña de la pensión que reflexiona sobre la timidez de Pedro hacia Dorita, su hija. En el siguiente, de manera contrapuesta, Pedro está en el prostíbulo de doña Luisa. De vuelta a la pensión, aún ebrio, colabora a caer en el cebo que le ha puesto la dueña y que consiste en compartir el lecho con Dorita, su hija, y comprometerlo así para el matrimonio.
Después, cuando ya duerme por fin y parece que el denso sábado ha terminado, un aviso del lo despierta para pedirle ayuda urgente y que asista, ya que es domingo y no sabe a quién acudir, a su hija Florita, bañada en sangre. Alguien ha fracasado en su intento de hacerla abortar. Pedro se presta a tan humano fin, pero no puede evitar su muerte. La historia adquiere entonces un nuevo rumbo en el que el protagonista debe rendir cuentas sobre la inocencia o culpabilidad de su acción, y en dos tiempos asistimos a su persecución y detención y luego a su interrogatorio y puesta en libertad. Por una parte el lector irá descubriendo la continuidad de la vida del médico que, aterrado, pide consejo a Matías. Asisten ambos a una conferencia en los salones de la alta sociedad y a la recepción que le sigue. Luego se ocultará en un burdel mientras buscan mejor acomodo. Por otra parte, , que debía ser el causante del embarazo de Florita, puede no serlo, pues ya había estado ella con otro hombre, y sospecha que ese hombre puede ser Pedro y decide vengarse. Para ello acorrala a Amador. Desea que dé el ayudante por buenas sus sospechas. Seguirá después los pasos de Pedro hasta el burdel, y estos serán seguidos por la policía y posteriormente detenidos. Pedro, en la celda, reflexiona sobre el reducido cubículo. No puede ser visitado por Dorita y asistimos al ambiente de las dependencias policiales. Florita resultará haber sido víctima de un incesto pues su propio padre, el la dejó embarazada. Por eso estaba tan interesado en borrar primero las huellas del embarazo, y deshacerse lo antes posible del cuerpo de Florita, y por eso había convenido con Amador enterrarlo en el patio. La madre, sin embargo, ha gestionado el entierro en el cementerio. Un mandato judicial ha ordenado la autopsia. No consigue Matías que un influyente abogado amigo de la familia libere a su amigo. La declaración de la madre de Florita, desde su candidez (“cuando él fue, ya estaba muerta” declara), lo exculpa y sale de la prisión. El epílogo está marcado por las funestas consecuencias de los hechos. Primero es despedido de su actividad y pierde la beca. El director le aconseja la medicina rural, mejor remunerada. En la pensión, lo ocurrido se acoge con dolor por la dueña. La abuela de Dorita piensa, sin embargo, que una pequeña indignidad vuelve al hombre más humilde y fácil de manejar. Luego acuden Pedro y Dorita a una verbena, y que está por allí al acecho y en busca de venganza, aprovecha un descuido y mata a la joven, para privar de su novia a quién él considera que le ha quitado la suya. Pedro, que no es madrileño y nada le queda ya en Madrid que justifique su estancia, abandona la ciudad en un tren que sale de la estación de Príncipe Pío.
Las novedades técnicas marcan el inicio de una nueva época en la novela española por la adopción de los métodos narrativos que ya circulaban por Europa y América y que después utilizarán entre otros, Juan Benet, Torrente Ballester o Goytisolo. Se ha hablado de la influencia de Sartre y su pensamiento, de Freud y el psicoanálisis, de Joice, incluso de Kafka y Faulkner. Martín Santos se distingue por su barroquismo y el estilo irónico y de formas claramente subjetivistas, en las que incorpora, con gran fortuna, el monólogo interior y la segunda persona narrativa. Asimismo se propuso de un modo lúcido y consciente la intelectualización de la novela española, en la dirección que desde hacia tiempo venía siguiendo la europea del siglo XX. Y eso es lo que distingue “Tiempo de silencio” de las demás, la variedad de recursos: aparato verbal, prosa barroca, cultismos, ecos clásicos, alusiones literarias, frases largas, abundancia de oraciones subordinadas, monólogo interior, combinación de primera y tercera persona, hábil manejo de autor omnisciente y abandono absoluto de las técnicas realistas. La elección de escenas breves como estructura externa de división del texto, contribuye a la fragmentación de la historia y, por consiguiente, a la variedad de cuadros que son presentados con simultaneidad. Aunque seguimos de cerca a Pedro, encontramos oportunamente fragmentos localizados en otro lugar y en otro personaje que, poco a poco, va completando al lector; por ejemplo, uno de los fragmentos está formado por expresiones muy breves puestas en la mente de cuatro personajes: el policía, Cartucho, Amador y Matías. Son cuatro conciencias expresadas a la vez. En otro fragmento, va a matar a Dorita para vengar la muerte de Florita. Cree que Pedro la dejó embarazada, o cree que ha sido culpable de su muerte. Ambas situaciones tienen mucho de equívocas: el amor de por Florita tiene más bases de honor, de creencia propia que de auténtica realidad, de convencimiento. Conciencia distinta de la de Pedro, para quién el noviazgo con Dora es pura casualidad y él ni siquiera ha llegado a aceptarlo. Esta muerte de bases pasionales tan poco sostenidas que pone fin a la novela viene anunciándose desde los primeros fragmentos.
Lo que resalta en esta novela, es la visión del mundo a través de la ciudad y de un narrador que abandona la postura de testigo que tenían los novelistas de la década anterior para introducirse en la realidad subjetiva. Se puede observar más esa intención que una voluntad clara de dar marcado perfil a los personajes, que en su mayoría son muñecos, marionetas grotescas dadas en superficie, nunca en profundidad. Incluso Pedro, el protagonista, carece de verdadera entidad y en muchos momentos parece arrastrado por los hechos de una manera somnolienta, casi inconsciente. Se podría llamar a esa postura del autor como una renuncia al objetivismo, como la doble condición de liquidar unos procedimientos y unos planteamientos literarios, y de abrir las puertas y marcar los primeros hitos en una nueva forma de entender la novela y de concebir el enfrentamiento del novelista con la realidad. Para abrir esos nuevos cauces, debe abandonar la perspectiva de los narradores anteriores y aunque en tercera persona, permitir que el narrador acceda a la interioridad de los personajes, y al mismo tiempo a que el protagonista parezca un personaje más que interviene en su subjetividad.
La dimensión social coincide con las novelas de la década anterior, pero sólo en el mensaje, no en el tratamiento de las clases porque “Tiempo de silencio” se olvida del obrero, clase social descrita tan frecuentemente en otras novelas de la época. Son aquí sustituidas por el mundo aún más desfavorecido del subproletariado urbano, moradores de los suburbios inhóspitos, materialmente arruinados, espiritualmente vacíos, que viven como bestias, entre miseria y ratones: son el y su familia, y los pobladores de las chabolas; “Cuando se vinieron del pueblo yo ya se lo dije, que no encontrarían nunca casa…Pero él ya estaba desesperado. Y desde la guerra, cuando estuvo conmigo, le había quedado la nostalgia. Nada, que le tiraba. Madrid tira mucho, hasta a los que no son de aquí. Y él se empeñó en venirse”, dice Amador. Pedro, en su condición de emigrado privilegiado, pertenece al mundo de las clases medias como las mujeres de su pensión y el ambiente que las rodea; incluso los funcionarios de la prisión, cuyo orbe descubrimos en los monólogos interiores. Pedro descubre el aislamiento y la insolidaridad de la ciudad, pero no el ámbito de las necesidades elementales. Y no se olvida tampoco el autor de la burguesía, representada por Matías y su familia, y los asistentes a la conferencia del filósofo, todos ellos caricaturizados en sus ridículos excesos. El mundo descrito en la novela, en cuanto al espacio y el tiempo, coincide con el de “Lola, espejo oscuro” de Darío Fernández Flores, “Las últimas horas” de Suárez Carreño, “La colmena” de Cela o “Esa oscura desbandada” de Zunzunegui.
El acuerdo de la crítica y del público lector es unánime: reconoce esta novela como una de las más grandes de la narrativa contemporánea, un clásico de nuestra época. Conviene leerla, pues.
ENLACE AL PDF COMPLETO DE «Tiempo de silencio»:
https://www.iesdonbosco.com/data/lengua/tiempo_de_silencio_luis_martin_santos.pdf