“Zacarías El Cruzado, luego de atracar el esquife en una maraña de bejucos, se alzó sobre la barca, avizorando el chozo. La llanura de esteros y médanos, cruzada de acequias y aleteos de aves acuáticas, dilatábase con encendidas manchas de toros y caballadas entre prados y cañerías. La cúpula del cielo recogía los ecos de la vida campañera en su vasto y sonoro silencio…
Fragmento de “Tirano Banderas”.
Ramón José Simón Valle Peña, nombre que cambió por el de Ramón María del Valle-Inclán, nació en Villanueva de Arosa en 1.869. Narrador y dramaturgo, su obra dramática fue incomprendida en su época y apenas representada, aunque posteriormente se había de valorar, por lo que se le considera, junto con Federico García Lorca, el mejor dramaturgo de la llamada Edad de Plata de la literatura española, que comprende los años desde 1.900 a 1.936. La muerte de su padre le permitió interrumpir sus estudios de Derecho y marcharse a México, donde pasó casi un año ejerciendo de periodista. De vuelta a España, publicó diversos cuentos y editó su primer libro “Femeninas” en 1.895, que pasó inadvertido para crítica y público. En Madrid, donde entabló amistad con jóvenes escritores como Azorín, Pío Baroja y Jacinto Benavente y se aficionó a las tertulias de café, costumbre que no abandonaría a lo largo de toda su vida. Decidió dedicarse exclusivamente a la literatura y se negó a escribir para la prensa porque quería salvaguardar su independencia, a pesar de que esta decisión lo llevó a una vida bohemia y de penurias. Valle-Inclán tuvo que costearse la edición de su segundo libro “Epitalamio” en 1.897; por esa época se inició su interés por el teatro. Una folletinesca pelea con el escritor Manuel Bueno le ocasionó la amputación de su brazo izquierdo y, con el propósito de recaudar dinero para un brazo ortopédico que el escritor nunca usó, sus amigos representaron su primera obra teatral, “Cenizas”, que fue su primer fracaso de público, una constante en su futura carrera dramática. En 1.907, el autor se casó con la actriz Josefina Blanco y, entre 1.909 y 1.911, se adhirió al carlismo, ideología tradicionalista que le atrajo por su oposición a la sociedad surgida de la revolución industrial, al sistema parlamentario y al centralismo político. En 1.910, su esposa inició una gira por Latinoamérica en la que él la acompañó como director artístico. Durante el viaje, la compañía teatral de María Guerrero contrató a Josefina Blanco y, de vuelta a España, estrenó dos obras de Valle-Inclán, “Voces de gesta” en Barcelona en 1.911 y “La marquesa Rosalinda” en Madrid en 1.912. A pesar de sus fracasos teatrales, hacia 1.916 ya se le consideraba un escritor de prestigio y una autoridad en pintura y estética, por lo que el Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes lo nombró titular de una nueva cátedra de estética en la Academia de San Fernando en Madrid. Esto supuso un alivio para su crónica escasez de dinero, pero, por problemas burocráticos y la propia incompatibilidad del escritor con la vida académica, abandonó pronto el cargo. Invitado a París por un amigo francés un año después del estallido de la I Guerra Mundial, cuando se había declarado partidario de los aliados, lo que lo llevó a la ruptura con los carlistas, pasó un par de meses visitando las trincheras francesas, experiencia que describió en “La medianoche. Visión estelar de un momento de guerra” en 1.917. La década de los veinte significó su consagración definitiva como escritor y un replanteamiento ideológico que lo acercó al anarquismo. Cuando, en abril de 1.931, se proclamó la Segunda República, Valle-Inclán la apoyó con entusiasmo y al año siguiente fue nombrado Conservador General del Patrimonio Artístico por Manuel Azaña, cargo del que dimitió en 1.932 para dirigir el Ateneo de Madrid. En 1.933 fue nombrado Director de la Academia de Bellas Artes en Roma, ciudad en la que vivió un año. Enfermo, regresó a España y fue ingresado en una clínica de Santiago de Compostela, donde murió después de manifestar su hostilidad a un gobierno de derechas, en 1.935.
Ramón del Valle-Inclán nació para la literatura de un modo bastante convencional: sus primeros cuentos, ”Femeninas”, fueron dedicados a Manuel Murguía, patriarca del galleguismo y viudo de Rosalía de Castro, y reflejan el ascendente de la literatura romántico-decadentista francesa. De ese clima deriva una obra ya más personal como fueron las “Sonatas” (de Otoño, de Estío, de Primavera y de Invierno, por orden de publicación entre 1.902 y 1.905), construidas al modo internacional de la novela corta: un melancólico pazo gallego y el reencuentro con una amante moribunda; la pasión por una criolla incestuosa en tierras de México; los discreteos galantes en la Corte del Papa-Rey y, por último, la guerra carlista, fueron los ámbitos de cada una de esta aventuras. En ellas se consolidó la firma de un creador y nació la concepción de un personaje decisivo cuNestor barretoya relación con su autor no es tanto la de una transfusión autobiográfica como la de una transferencia de máscaras: Xavier Bradomín, Marqués de Bradomín, era un “Don Juan feo, católico y sentimental”, carlista por estética y testigo entre irónico y doliente del final de un mundo, el de los mayorazgos altivos, los campesinos devotos y humildes y los placeres refinados y pecaminosos.
Dos ciclos paralelos fueron la vía de salida del mundo decadente de las “Sonatas”. Las dos primeras “Comedias bárbaras” (“Aguila de blasón” de 1.907, y “Romance de lobos” de 1.908) inventaron una suerte de Rey Lear gallego, Don Juan Manuel de Montenegro, contra el que se alzan sus hijos. Y “La guerra carlista” de 1.908 a 1.910, compuesta por varias novelas y que, además de dar acomodo narrativo a Bradomín, usó del modelo tolstoyano de “Guerra y paz”, para presentar la secreta dinámica de la historia en contraste con el sufrimiento de los hombres e impulsada por los deseos de expiación de los protagonistas. Los años que van de 1.908 a 1.920 fueron de evolución muy activa: un relato breve de 1.908 “Una tertulia de antaño” anticipó la línea narrativa – caricaturización de personajes, diálogos exentos – que desarrolló años después, a la vez que una pieza teatral, “Voces de gesta” de 1.911 enterró el ciclo carlista. De 1.916 es su libro “La lámpara maravillosa. Ejercicios espirituales”, tratado poético de fuerte sentido esotérico y cierto aire de camelo (Juan Ramón Jiménez dijo de él que esa lámpara da más humo que luz) pero sus reflexiones sobre el maniqueísmo espiritual , el poder evocador de la palabra y la suspensión del tiempo forman parte inexcusable de la nueva estética del autor.
Que el ocultismo de Valle-Inclán iba en serio lo demuestran dos libros poéticos de entonces, “La pipa de kif” de 1.919 y El pasajero” de 1.920, donde se mezclan el humor destructivo, el trascendentalismo gnóstico y la alianza de la inspiración con los “paraísos artificiales”. Y la fecunda explosión de todo llegó en 1.920 cuando publicó “Divinas palabras”, , que cierra sarcásticamente el ciclo referido al campesinado devoto y feudal y, sobre todo, “Luces de bohemia”, primera obra que tituló y que refleja con crueldad y piedad el mundo de los escritores, a través de la peripecia entre la vida y la muerte de Max Estrella, ciego y visionario. Es allí donde se define lo esperpéntico, entre la tragedia y la irrisión, de modo inolvidable: , popular lugar madrileño donde se había colocado una galería de espejos deformantes.
Un teatro de casi imposible plasmación escénica fue el gran hallazgo de Valle-Inclán: escenarios múltiples, juegos de luces y sombras, animales en escena, muñecos humanizados en vez de personajes, efectos de naturaleza casi cinematográficas como primeros planos…., es lo que las importantes acotaciones del autor demandaban a sus posibles directores en obras como “Cara de plata” de 1.922, remate de “Comedias bárbaras”, y “Los cuernos de Doña Friolera” de 1.921, “Las galas del difunto” de 1.926 y “La hija del capitán” de 1.927, tres piezas que también llamó y que, por su tema común de sátira de la vida militar, se agruparon en 1.930 bajo el título de “Martes de carnaval”. La creación novelesca de estos años no tuvo menor importancia: “Tirano Banderas” de 1.926 fue la visión novelesca del final de una imaginaria dictadura latinoamericana y, tanto como eso, la invención de un lenguaje elaborado con retazos de dialectos de todo el continente; “El ruedo ibérico” se iba a componer de nueve novelas de las que solamente tenemos tres – “La corte de los milagros” de 1.927, “Viva mi dueño” de 1.928 y buena parte de “Baza de espadas”, publicada postumamente -, suficientes en todo caso para apreciar en ese retablo del final de la España de Isabel II y los inicios de la revolución de Septiembre una de las obras mayores de su autor.