“ Por sus novelas e historias cortas, en las que lo fantástico y lo real se combinan en un mundo ricamente compuesto de imaginación, lo que refleja la vida y los conflictos de un continente “.
(Motivación del Comité de la Academia Sueca para otorgar el premio Nobel de Literatura a Gabriel García Márquez en 1.982)
La lista de autores españoles e hispanoamericanos premiados con el Premio Nobel de Literatura se inicia con el concedido al dramaturgo José Echegaray en 1.904 y sigue con los adjudicados a Jacinto Benavente en 1.922, a Gabriela Mistral en 1.945, a Juan Ramón Jiménez en 1.956, a Miguel Ángel Asturias en 1.967, a Pablo Neruda en 1.971, a Vicente Aleixandre en 1.977, a Gabriel García Márquez en 1.982, a Camilo José Cela en 1.989, a Octavio Paz en 1.990 y a Mario Vargas Llosa en 2.010. Gabriel García Márquez, el autor, entre otras, de “la hojarasca”, Los funerales de la mamá grande”, “La mala hora”, “El coronel no tiene quién le escriba”, “Cien años de soledad”, “El otoño del patriarca” y “Crónica de una muerte anunciada”, fue ungido por la Academia Sueca en medio de general sorpresa, complacencia y casi unánime beneplácito. Es que en García Márquez se unen de manera insólita el éxito de ventas y la calidad literaria; en él, la facilidad, el placer de la lectura y la maravillada inocencia del lector común quedan satisfechos por los andamiajes de una sólida estructura, por el culto de una férrea construcción novelística y por una escritura o estilo de belleza y sobriedad poco comunes. En García Márquez (como en Borges), la literatura hispanoamericana se convierte en antecedente, en influencia, en predecesora de las otras grandes literaturas que a lo largo del siglo XX han ostentado un liderazgo en el mundo occidental: la francesa, la alemana y la de lengua inglesa. Por primera vez, a uno y a otro lado del Atlántico, los escritores no se limitan a traducir a los maestros sino que ejercen el magisterio de la invención y de la innovación. No porque su literatura surja de la nada. Todo lo contrario. ¿ Quién al leer el memorable comienzo de cien años de soledad “ muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento…” no recordará la cadencia de Faulkner en Absalón, Absalón “desde poco después de las dos y casi hasta la caída del sol
de la larga, caliente, quieta, pesada, muerta la tarde de septiembre..” o, al detenerse en la escueta trabazón de El coronel no tiene quién le escriba, podrá ignorar a Hemingway? García Márquez suele mencionar también a James Joyce y a Franz Kafka, y la lista de sus maestros se enriquecerá, variará y sufrirá supresiones a lo largo de las innumerables entrevistas a las que se sometió durante años de ventas millonarias.
García Márquez no tiene la culpa de la pléyade de Macondos que surgieron al calor del encantado pueblo de cien años de soledad. A pesar de las imitaciones y las paráfrasis, la magia de Macondo no ha sufrido merma y parece una extensión de la visión que el escritor tiene de su propia vida “Tuve una infancia prodigiosa…”, cuyos primeros años transcurrieron en Aracataca. Macondo tiene una historia de revueltas, revoluciones y guerras, con sus auges típicamente iberoamericanos (United Fruit mediante) y sus etapas, alargadas hasta lo fantástico, de cataclismos naturales y sobrenaturales: lluvias y sequías casi eternas, insomnios, estigmas zoológicos. Una estirpe, la de los Buendía, produce traidores y héroes, mujeres castas y licenciosas, obstinados revolucionarios e inventores en medio de una vorágine erótica y sensual. Sus personajes desarrollan un destino cuya misteriosa espiral tiene la medida exacta de un pergamino y está jalonado por milagros: vuelan, descubren, fundan y destruyen su entorno, mientras las mariposas, las lluvias y los sucesos extraordinarios se multiplican sin convertirse jamás en alegoría.
Para el propio autor, cien años de soledad es “como la base del rompecabezas cuyas piezas he venido dando en los libros precedentes. Aquí están dadas casi todas las claves. Se conoce el origen y el fin de los personajes, y la historia completa, sin vacíos de Macondo”. Todo se inaugura y se termina en el libro – tal rasgo debe no poca inspiración a la Biblia -, desde la primera muerte hasta la extinción definitiva de la estirpe. La novela “El otoño del patriarca”, aunque mucho más discutida por la crítica, supuso la incursión de su autor en un tipo de discurso literario de muy distinta índole estilística, ya que en el primaba una escritura de nexos lógicos mucho más laxos, donde la historia no era recurrente en el argumento sino en la forma. Pero el colombiano volvió pronto a la limpidez de la frase corta y la adjetivación abundante aunque precisa, no acumulativa en “Crónica de una muerte anunciada”, que tiene similares características con “El Coronel no tiene quién le escriba”. Esta y otra obras que configuran la maravillosa perfección de sus relatos, coronaron una carrera literaria y le pusieron el Nobel en las manos. El merecido premio de Vicente Aleixandre era casi un homenaje histórico; el de Gabriel García Márquez fue, en cambio, una apuesta al presente y al futuro de la literatura universal.