“Esos que ves ahora deshechos, maltrechos, furiosos, aplanados, sin afeitar, sin lavar, cochinos, sucios, cansados, mordiéndose, hechos un asco, destrozados, son, sin embargo, no lo olvides nunca pase lo que pase, son lo mejor de España, los únicos que, de verdad, se han alzado, sin nada, con sus manos, contra el fascismo, contra los militares, contra los poderosos, por la sola justicia; cada uno a su modo, a su manera, como han podido, sin que les importara su comodidad, su familia, su dinero. Estos que ves, españoles rotos, derrotados, hacinados, heridos, soñolientos, medio muertos, esperanzados todavía en escapar, son, no lo olvides, lo mejor del mundo. No es hermoso. Pero es lo mejor del mundo. No lo olvides nunca, hijo, no lo olvides.”
-Fragmento de “Campo de almendros” de Max Aub-
Max Aub nace en París en 1903 y es valenciano desde los once años. Agente viajero al servicio del comercio de su padre durante la juventud, recorre pronto toda España, con largos viajes también por Europa. Hombre de izquierdas, participa en la actividad cultural y política de su generación, es decir, la de la República, aunque no es figura prominente en ella. Participa luego esforzadamente en la guerra civil, principalmente en tareas de difusión cultural y – entre muchas otras cosas – colabora directamente con André Malraux en la producción de “Sierra de Teruel”, extraordinario film épico. Terminada la guerra sufre persecución y cárcel en Francia y es deportado al campo de concentración de Djelfa en Argelia, desde donde logra llegar a México en 1942. Allí fallece en el año 1974.
Caso extraño y extraordinario el de Max Aub. Hombre de gran talento, fabulador y verbal, de sutil y un tanto arbitraria cultura, escribe poco antes de la guerra; su vida en el exilio, en cambio, es una auténtica explosión creadora y ha de considerársele hoy como una figura cimera entre los narradores de su generación, además de ser buen dramaturgo, guionista de cine, interesante ensayista y, ocasionalmente, poeta. De su obra escrita en España destaca “Luis Alvarez Pedreña” de 1934, novela epistolar romántico – existencial en la que un imposible amor y su fracaso como escritor llevan al personaje protagonista al suicidio. Alvarez Pedreña, ingenioso pero ineficaz, inteligente y mediocre, capaz de jugar con el lenguaje, pero incapaz de estructurar una obra literaria o su propia vida, es así el personaje alienado típico de una época pesimista, tanto en Europa en general, como en España en particular.
Pero la obra más, digamos importante de Max Aub es la escrita en el exilio. Con una capacidad fabuladora extraordinaria el autor publica las novelas de varios <<campos>>: “Campo cerrado” de 1943, “Campo de sangre” (1945), “Campo abierto” de 1951, “Campo del Moro” (1963), “Campo francés” de 1965 y “Campo de almendros” de 1968, novelas que, junto a otras ficciones entre las que destacaremos “Las buenas intenciones” de 1954, componen lo que, sin reservas, fue calificado como nueva serie de <<episodios nacionales>>; episodios nacionales que se centran en la vida española inmediatamente anterior a la guerra civil y en la guerra misma. Pero claro está que no se trata de ningún galdosianismo trasnochado. Entre Galdós y el Max Aub testimonial no han escrito en balde Baroja, Valle-Inclán y los vanguardistas, Dos Passos y Borges, Kafka y Malraux.
Sabio conocedor de la literatura, en la que no se pierden sus inclinaciones personales, Max Aub escribe desde su tiempo, con certera técnica y sin despreciar nada de lo aprendido, pero en la dirección por él escogida, que si no niega en principio, teóricamente, la visión del mundo y los estilos de ningún subjetivismo, ni el de Unamuno, ni el de Joyce, ni el de Octavio Paz, afirma en cambio, concretamente, texto a texto, la viabilidad de maneras de narrar que sólo la vanguardia más enrabiada rechaza desde la pureza de su distancia del potencial público lector más amplio. En este sentido no deja de ser interesante que los “Campos” y “Las buenas intenciones” precedan a los intentos de <<novela social>> española y la sobrevivan, como prueba de que nada hay intrínsecamente en este tipo de narración que signifique pobreza o falta de modernidad.
Así, entre otras cosas, porque son grandes la imaginación y capacidad fabuladora del autor, así como sus cualidades emotivas y sentido de lo histórico; y porque escribe, no desde la ignorancia de la novela moderna, sino desde su conocimiento. Y tal vez muy particularmente porque <<novela social>> no tiene por qué significar simplismo y cerrazón dogmática; tampoco su contrario absoluto, que sería el escepticismo. El <<compromiso consciente>> del que habla Max Aub, y que práctica, no por declaradamente antifascista y antifranquista excluye la capacidad de objetividad en la creación de tipos humanos y en la novelización de situaciones sociales históricamente reconocibles. Cortos e intensos años de vida española (los treinta y cuarenta, principalmente) reviven así en su obra con harta complejidad y sutileza y, en ellos, los innumerables personajes, con sus virtudes y lacras, adquieren clásicas dimensiones de verosimilitud.
Cierto que el escritor cae a veces en el barroquismo verbal, y otras se acerca peligrosamente al ensayismo. También es verdad que algunas veces el narrador mantiene una excesiva distancia política frente a los personajes, de modo que, en los peores momentos, ciertas ideas o comportamientos comunistas, o socialistas, o anarquistas, resultan algo dogmáticamente simplificados. Pero no cae nunca Max Aub en el escepticismo y subjetivismo de Baroja, que permiten al guipuzcoano justificar su superioridad sobre lo que narra. Y ello por dos razones al menos: por el respeto que tiene Aub a la persona de sus personajes, sean anarquistas, comunistas o pequeños burgueses perdidos en el acontecer histórico, y por su noción clara y decidida de que la Historia, con su grandeza y sus tragedias, la viven y la hacen seres humanos que son, a su vez, productos de la Historia.
Valdrían de ejemplo innumerables situaciones y personajes de su obra, desde el noble y severo comunista Herrera, hasta el débil y honrado humanista católico Cuartero (los dos de “Campo de sangre”), sin olvidar al mediocre y simple pequeño burgués Agustín Alfaro (“Las buenas intenciones”), cuya vida, en la que toma decisiones privadas de radical importancia, transcurre, sin embargo, desde abril de 1924 a abril de 1939, cuando es fusilado en Alicante, llevado por circunstancias históricas que no entiende: símbolo, tal vez, de la gran mayoría española de aquellos años, este Alfaro, cuyo amor indeciso por Remedios impide, de hecho, todo remedio a una condición histórica apenas entrevista en la mediocridad de la vida cotidiana sin horizontes claros.
Pequeños burgueses como Alfaro, campesinos, obreros, anarquistas, trepas y gente decente, comunistas, milicianos, prostitutas, enchufados, intelectuales; calles, esquinas, ciudades, campos, fechas significativas, datos históricos clave; análisis y narración objetiva; enorme capacidad de invención y técnica las más veces adecuada a la situación, a los personajes, a las necesidades narrativas. Extraordinario mundo creado por Max Aub en el exilio: la obra narrativa española tal vez más importante de la primera posguerra, dentro y fuera de España.
-Néstor Barreto-