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Nada más que libros – Manhattan Transfer (John Dos Passos)

23 febrero, 2023 - Literatura
Nada más que libros – Manhattan Transfer (John Dos Passos)

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“Bud, parado en la esquina de Broadway y Franklin Street, comía cacahuetes sacándolos de un cartucho de papel. Era mediodía y no le quedaba ningún dinero. El elevado retumbó sobre su cabeza. Motas de polvo danzaban ante sus ojos en el sol rayado por las traviesas. Preguntándose hacia dónde tirar, deletreaba por tercera vez los nombres de las calles….”
Fragmento de ‘Manhattan Transfer’ – john Dos Passos 
CARTEL NMQL -john dos passos-cuadro
John Roderigo Dos Passos, nació en Chicago en 1896 y falleció en 1970 en Baltimore. Fue miembro destacado de la llamada <<Generación perdida>>, heterogéneo grupo de autores en el que suele incluirse a poetas como Ezra Pound y novelistas como Ernest Hemingway y Francis Scott Fitzgerald. John Dos Passos se hizo celebre sobre todo por “Manhattan Transfer”, novela publicada en 1925, una obra que, con su visión panorámica y objetiva de la ciudad, encabezó una importante corriente urbana de la novela contemporánea. Nieto de un zapatero portugués e hijo ilegitimo de un abogado, fue educado en el hogar materno. En 1917 se graduó en la Universidad de Harvard. Durante la I Guerra Mundial fue conductor de ambulancias en el frente francés, experiencia que le proporcionó material para su novela “Iniciación de un hombre” de 1917. Siguió a esta “Tres soldados” de 1921, con la cual alcanzó el reconocimiento de la crítica por su amargo  antibelicismo.
Después de publicar”Manhattan Transfer”, Doss Passos escribió la trilogía USA, con semejantes objetivos, aunque no alcanzó la intensidad insuperable de ésta. La trilogía se propuso abarcar no sólo la ciudad, sino también todo el país y las novelas que la componen son “Paralelo 42” de 1930, 1919 (1932) y “El gran dinero” de 1936, ciclo que abarca el auge del pragmatismo norteamericano desde la última década del siglo XIX hasta la Gran Depresión de 1929. A partir de entonces el autor se fue decepcionando de su visión izquierdista hasta devenir en un conservadurismo nacionalista, nostálgico de un pasado mítico de Estados Unidos, que intentó recuperar en sus novelas y ensayos posteriores. Pero tales obras no alcanzaron (con la excepción de sus memorias “Años inolvidables”) la calidad e importancia de sus ciclos urbanos.
El protagonista de “Manhattan Transfer” es Nueva York, ciudad que aparece en sus páginas como un hormiguero cruel y frustrante, donde imperan el egoísmo y la hipocresía y donde la codicia y el materialismo sofocan los sentimientos altruistas y la pureza de las gentes. En esta novela poderosa y fría, que en todo momento apela a la inteligencia del lector, hay decenas de personajes pero ninguno de ellos es atractivo, alguien cuyo destino nos merezca envidia o respeto. Los que triunfan son bribones profesionales o cínicos repugnantes y los que fracasan gentes débiles y acobardadas que se derrotan a sí mismas por su falta de convicción y su pereza antes de que la ciudad los aplaste. Pero aunque los individuos particulares de la novela sean demasiado desvaídos y rápidos para perdurar en la memoria, el gran personaje colectivo, en cambio, la ciudad de Nueva York, queda admirablemente retratada a través de los episodios y secuencias, casi cinematográficas, de la obra.
Turbulenta, impetuosa, que se nutre de las existencias que se traga sin dejar rastro de ellas, Nueva York, con su atuendo de cemento armado, sus caravanas de vehículos rechinantes, sus basuras, sus vagabundos, millonarios, coristas, se perfila como una moderna Babilonia, fuera del control de los hombres, disparada por su propia dinámica a una carrera imparable hacia lo que presentimos que solo puede ser una hecatombe. La fuga de Jimmy Herf, uno de los pocos personajes , junto a Helen Thatcher, más definidos y recurrentes de la novela, al final de la obra con rumbo desconocido, es como una premonición de la catástrofe que tarde o temprano espera a la que él llama <<ciudad de la destrucción>>.
Cuando John Dos Passos escribió “Manhattan Transfer”, a comienzos de los años veinte, su intención fue criticar de forma descarnada el sistema capitalista y la civilización industrial urbana, en la ciudad que era símbolo de ambas cosas. Esta intención es muy visible en el racionalismo de la obra, en su carencia de espontáneidad, de sentimentalismo y de misterio, pero, por encima de esa voluntad consciente del autor, surgió un impulso diferente, la novela tomó otro rumbo y resultó a la postre una ficción puntillista y algo mítica, en la que, en una atmósfera impregnada de pesimismo, el escenario de hormigón y acero se humaniza hasta cobrar una intensidad de vida y una personalidad subyugante, que parece haber absorbido de las escuálidas e inconsistentes marionetas a las que ha robado el primer plano de la representación. Escrita bajo la notoria influencia de Joyce, quién había hecho de Dublín una ciudad-personaje, la novela es una obra colectiva. En ella, el héroe no es individual sino una muchedumbre, un ser gregario, diseminado en muchas caras y circunstancias a las que la narración, gracias a una técnica magnífica, integra como miembros de un organismo indisoluble.
Aunque ahora, casi un siglo después de haber sido aprovechadas por incontables novelistas, las técnicas usadas por Dos Passos nos resultan familiares y hasta convencionales, cuando se publicó la obra en 1925, esa manera de escribir era audaz, imaginativa y significaron una verdadera revolución en la forma de narrar. Jean- Paul Sartre, admirador de Dos Passos dijo de él: <<Dos Passos ha inventado una sola cosa: un arte de contar. Pero eso basta para crear un universo>>. El arte del autor consiste en una serie de procedimientos encaminados a hacer más persuasiva la ilusión realista, a comunicar al lector la sensación de estar siendo directamente enfrentado a la vida, al mundo objetivo de lo narrado, sin la intervención de la literatura y del autor. Toda la novela es una sucesión de estampas, algunas brevísimas como una fugaz imagen de película, que van armando un gran mosaico: la heterogénea Nueva York. Cada viñeta es un trozo de vida de algún personaje, que comienza y termina arbitrariamente, sin calzar de manera estricta con el  episodio completo, de manera que el lector se siente acercado y apartado de los hombres y mujeres que desfilan por el libro de manera incesante, sin poder concentrarse ni profundizar en ninguno de ellos, algo aturdido y distraído como está por la dispersión animada del relato que, sin embargo, esconde un orden y una intención muy rigurosos, es decir describir no las partes sino el todo, ese gran ser plural que ellas conforman vistas en conjunto.
Asimismo, a modo de <<collage>>, títulos o fragmentos de periódicos, avisos publicitarios o simples inscripciones callejeras, se deslizan en la narración, para fijar el momento histórico, delinear el contexto social de un episodio y, en ciertos casos, revelar el destino final de algún personaje al que su buena o mala estrella ha concedido el dudoso honor de ser noticia periodística. La novela comienza a principios de siglo y termina a mediados de los años veinte. El lector siente pasar ese cuarto de siglo sin solución de continuidad, como una larga y envolvente panorámica de imágenes sutilmente trabadas. Esos años fueron también los del primer gran impulso del cine y Dos Passos fue de los primeros que aclimató con talento ciertos recursos y técnicas de la ficción cinematográfica. Esto se advierte en el carácter visual de las descripciones, en la sensorialidad plástica que rezuma todo el libro y, sobre todo, en su estructura de montaje, muy semejante al de un film, por ejemplo, el efecto de la rapidez que se imprime al relato, la sensación de movimiento, de vida que avanza, de tiempo sin pausas y la densidad y atestamiento que sugiere en la vida que está siendo narrada.
“Manhattan Transfer” deja en la memoria, además, que el ruido y la música, en ese mundo abigarrado de la gran ciudad, tienen una función principal, y es que el habla defina la procedencia y la educación de los personajes de la obra, en su rica diversidad étnica, en sus jergas y códigos profesionales y sociales, y las canciones y los bailes de moda comparecen de tiempo en tiempo como hitos que señalan la época de las escenas, enriquecen las atmósferas y contribuyen a acentuar la impresión de un mundo real. La objetividad de la narración es casi absoluta. Dos Passos gran admirador de Flaubert, alguna vez afirmó que él también tuvo la pasión de la palabra justa, y en esta novela la precisión del lenguaje es casi infalible; digo casi porque en algunos episodios, desaparece, a veces y por un instante la flaubertiana invisibilidad del narrador. Pero éstas sombras, apenas disminuyen una formidable construcción novelesca, en la que tanto el lenguaje como la organización del relato se apoyan y enriquecen recíprocamente en la hechura del mundo ficticio.
En pocas novelas modernas se advierte tan bien como en “Manhattan Transfer” la propensión totalizadora que anida en el género de la ficción narrativa, esa vocación numérica de querer extenderse, crecer, multiplicarse en descripciones, personajes, episodios, hasta agotar su mundo, hasta representarlo en lo más vasto y lo más mínimo, en todos sus niveles y desde todos los ángulos. Una novela lograda sugiere al lector un iceberg, haber leído sólo una parte de la historia, la que, sin embargo, de algún modo le fue suficientemente insinuada por lo que leyó como para que su propia fantasía la complete. Pero algunas pocas novelas, las más altas hazañas del género, obras como “Guerra y Paz”, “Madame Bovary”, “La regenta”, “Ulises”, “En busca del tiempo perdido” o “La montaña mágica”, nos parecen en su desmesurada ambición, en su fantástico alcance cuantitativo, haber logrado ese utópico designio congénito al arte novelesco, describiendo su mundo, su historia de manera total, es decir, tanto intensa como extensa, en calidad como en cantidad. A esa ilustre estirpe de obras omnívoras pertenece esta novela de John Dos Passos.
La vastedad del mundo que se abre ante nuestros ojos da, a veces, vértigo. El centenar de personajes que se mueven en sus ciento treinta episodios insinúan muchedumbres, una humanidad luchando- la mayor parte de las veces en vano- para tener éxito, ser ricos, alcanzar alguna forma de dicha, o, simplemente, sobrevivir, en una ciudad pujante e indiferente que es también para ellos una gran cárcel de acero y asfalto. Banqueros, sindicalistas, abogados, actrices, ladrones, asesinos, empresarios, periodistas, vagabundos, porteros.. se codean, se cruzan y descruzan en sus aceras, como en un inmenso caleidoscopio que nos muestra toda la vida hirviente de la urbe. La novela nos mantiene sobre todo en la superficie de lo real, haciéndonos ver el escenario y lo que hacen las gentes, y oir lo que dicen; pero de tanto en tanto también nos introduce en la vida íntima de sus pensamientos, de sus fantasías, de sus sueños y visiones.
Estas breves incursiones en la subjetividad son bienvenidas pues ponen unos toques de delicadeza y poesía, incluso de locura, en un texto cuya aspereza y sequedad nos dejan a veces sin aliento. La fantasía suele irrumpir en los personajes antes de alguna catástrofe, como la visión que asalta al parricida Bud Kopening antes de suicidarse o el ensueño de la pobre modistilla Anna Cohen (la Guardia Roja de la Revolución desfilando por la Qinta Avenida) antes de que el incendio la abrase y la desfigure. Un libro como “Manhattan Transfer” no puede ser juzgado sólo desde una perspectiva literaria, como el acabado producto artístico que es. Porque la novela, además de una hermosa mentira que nos aparta del mundo real y nos subyuga con su imaginaria verdad, es también una parábola, empeñada en ilustrarnos, en educarnos críticamente, no sobre el mundo que leemos sino sobre el que pisamos en nuestra realidad de lectores. Esta obra es un ejemplo mayor de lo que Georg Lukcás, el célebre historiador, filósofo y crítico literario, denominó <<realismo crítico>>, o sea, la ficción convertida en un instrumento de análisis y disgregación del mundo real y de denuncia de las mitologías, fraudes e injusticias que acarrea la historia.
¿Qué queda, un siglo después de publicada, de la acusación y advertencia que hizo “Manhattan Transfer” contra lo que representaba Nueva York?. El capitalismo vivió la crisis que la novela anticipa –  el crash del 29 – y sobrevivió a este, así como a la II Guerra Mundial, a la guerra fría, a variadas crisis económicas y guerras en diferentes lugares del mundo y, aún así, luce hoy día más robusto que nunca en toda su historia. No fue el capitalismo sino el socialismo el que, prácticamente, a desaparecido. Pero la obra de Dos Passos no se equivocó en señalar el  talón de Aquiles de la civilización industrial. Esta hace a los hombres más prósperos, quizá, pero no más felices. Puede que pretenda suprimir la miseria, la ignorancia, el desempleo o llegar a asegurar a la mayoría una vida materialmente decente.
Pero hoy,  igual que en los años que precedieron a la Gran Depresión, los años en los que Dos Passos escribió su novela,  en todas las grandes ciudades  del desarrollo industrial, el prodigioso avance de la ciencia, de las oportunidades, del confort, no ha hecho a las mujeres menos tensas ni angustiadas que a  la Ellen Thatcher de la novela, ni ha exonerado a innumerables hombres del mismo corrosivo sentimiento de vacío, de frustración espiritual, de vida insuficiente, sin grandeza ni rumbo, que atormentaba a Jimmy Herf y lo lleva a huir. ¿Será capaz, la civilización moderna, que ha vencido tantos desafíos, de superar éste?, ¿Encontrará, también, la manera de enriquecer espiritual y moralmente a las gentes de manera que no sólo los grandes demonios de la necesidad material sean derrotados, sino,  también, el egoísmo, la soledad, esa deshumanización ética que es una fuente continua de frustración e infelicidad en las sociedades con los más altos niveles de vida del planeta?
Mientras la civilización industrial y tecnológica no dé una resuesta positiva a estos interrogantes, “Manhattan Transfer”, además de una de las más admirables ficciones modernas, seguirá siendo una advertencia que pende como una espada sobre nuestras cabezas.

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