“Sin esposa esta vez quedo,
perdió amor, faltóle fe.
¿Mataréla? Tengo miedo;
pero si adultera fue,
la ley me dice que puedo.
Más un divino temor,
precedido de mi amor,
casi en el brazo me tiene;
pero es justicia, y conviene
usar de aqueste rigor.”-Fragmento de “La adultera perdonada”-
Lope Félix de Vega Carpio, nació en Madrid el 25 de noviembre de 1562, pero la ascendencia del escritor no era madrileña sino de la Montaña, de Santander. De orígenes harto vulgares para los esquemas sociales de la época, pues su padre fue bordador, Lope de Vega representa paradigmáticamente en su vida la problemática del llamado <<Siglo de Oro>> o <<Edad Conflictiva>> española, con una vida que ha podido clasificarse , como la de Don Juan, de vendaval erótico. Una continua sucesión de mujeres jalona la existencia de Lope, de las cuales queda constancia en su obra literaria. En 1614, a los cincuenta y dos años, Lope se hace sacerdote, pero ello no cambia sus rumbos amorosos en modo alguno; crisis religiosas y una conciencia de su propia personalidad contradictoria indican, con todo, que Lope se halla muy lejos del donjuanismo habitual. A otro nivel, la relación de Lope con el Duque de Sessa, característica relación de señor y siervo, revela hasta límites insospechados el sometimiento hacia su protector, incluso su envilecimiento y rebajamiento moral. Y otro detalle también significativo: en 1608 Lope de Vega es familiar a la Santa Inquisición, con todo lo que ideológicamente ello conlleva.
Lope de Vega es un prolífico autor en todos los géneros literarios. En prosa paga tributo a los varios tipos de novelística y narrativa, desde la pastoril (“La Arcadia”) a la amorosa y celestinesca (“La Dorotea”), pasando por la religiosa (“Los pastores de Belén”) o la corta (“Novelas a Marcia Leonarda”). Más compleja es su abundante poesía – unos tres mil sonetos, por ejemplo- que incluye todo género, forma y temática; una obra poética cuyo rasgo distintivo más notable es con toda probabilidad la presencia de lo personal y vital unido al dominio formal y a la expresividad apasionada, incluso en los asuntos religiosos. Vida y arte, tecnicismo, popularismo y cultismo, que incluye romances épicos y nacionalistas, como “La Dragontea” contra Inglaterra, religiosos, “”El Isidro”, sobre el patrón de Madrid, bizantinos (“La hermosura de Angélica”), mitológicos (“Circe”), burlescos, como “La Gatomaquia”, epístolas, odas, canciones…..Un aspecto siempre destacado en Lope es su utilización estilizada de lo lírico-popular, como canciones y bailes, en sus obras teatrales, creando así un auténtico estilo que los dramaturgos posteriores van a imitar de un modo u otro y con mayor o menor éxito.
Pero es el teatro la actividad característica de Lope de Vega y donde su arte y su ideología se despliegan en maridaje único. Lope es, en efecto, según se repite hasta la saciedad, el creador del teatro nacional: autor de 470 comedias sin duda suyas y de otras más a él atribuibles. Sobre la base de un teatro previo, de escaso desarrollo en lo referente a medios técnicos y a posibilidades expresivas, pero en el cual el reaccionarismo castizo está ya presente y actuante, Lope monta su propia estructura escénica, con una fórmula que dominará la escena española hasta el siglo XVIII. Lo dijo Cervantes en términos bien claros: <<alzóse Lope de Vega con el cetro de la monarquía cómica>>. Parte el autor de una teoría dramática de excepcional importancia para comprender tanto su técnica como su intencionalidad: el “Arte nuevo de hacer comedias en este tiempo”, publicado en 1609, un año después, no se olvide, de que su autor se convierta en agente de la Inquisición. El “Arte nuevo..”rechaza explícitamente las tres unidades clásicas de acción, tiempo y lugar, ofreciendo como contrapartida una manera mucho más expresiva, vital y humana.
Pero este alejamiento formal del humanismo renacentista va acompañado del alejamiento de su contenido. Con cierta ironía acaso, Lope afirma identificarse con quienes buscan el vulgar aplauso y dice que es el vulgo el que sea quien establezca las leyes del teatro. Lope, en fin, termina por conferir a la comedia un obvio valor de artículo comercial, sujeto a los gustos populares, y ello a pesar de que como se dice en el propio “Arte nuevo”, ese vulgo aparece calificado de necio e ignorante. Un vulgo que, por otra parte y puesto que paga, es imprescindible para el desarrollo comercial y técnico del teatro, que se profesionaliza extraordinariamente en la época del autor; los escenarios y las compañías crecen en número; la tramoya se va complicando y tecnificando, en lo que es, de hecho, el inicio del teatro moderno como género autónomo. Se llega así a una inseparable interrelación entre público y autor, simbiosis que lleva al sometimiento del artista a las exigencias de aquel, a la vez que, desde su perspectiva ideológica, alimenta las creencias populares, en círculo inexorablemente cerrado: Lope se inspira en el casticismo de un pueblo de la ideología dominante y éste ve reforzadas sus opiniones en el teatro de Lope.
Como hemos dicho, la comedia ofrece al pueblo una imagen idealizada, en la cual nada es posible sin la complicidad de la opinión; así, el público es precisamente el nexo de unión entre la realidad y la representación dramática, y como consecuencia, la comedia supone una auténtica transposición de la sociedad. Sobre esta plataforma se erigen los mitos del casticismo hispano, expresados genialmente por esa voz de la casta cristiana que es Lope de Vega, en lo que todo es posible: la creencia en una España perfecta y predilecta de Dios, en la hidalguía, en el papel unificador y purificador de la Inquisición. Se trata, sencillamente, de la defensa coherente y articulada de una sociedad monárquico-señorial, teocrática y mayormente campesina; una ideología omnipresente en la que en la monolítica Edad Conflictiva nadie se libra de sacrificar, siendo Cervantes una excepción notable.
En la comedia, como decíamos, la espontaneidad humana se encuentra ensombrecida y menoscabada por una razón de Estado santificada religiosamente; se trata de una deshumanización alienante que después expresará espectacularmente Calderón de la Barca en el auto sacramental titulado, para que no haya lugar a dudas, “A Dios por razón de Estado”. Y así, los maestros de Lope y de quienes vendrán después de él no se encuentren ya en las viejas preceptivas dramáticas, sino que son poderes ultrapersonales, como la Iglesia, la Inquisición, las autoridades públicas, la literatura como conjunto y ya convenientemente mediatizada, la opinión nacional, lo moral, lo conveniente…Y dentro de tales esquemas ideológicos, como afirma el autor en su “Arte nuevo”, <<los casos de la honra son mejores, porque mueven con fuerza a toda gente>>, una honra definida en una comedia del mismo Lope como <<aquello que consiste en otro>>, es decir, en la opinión ajena. Se trata de un sentimiento de inseguridad y de sospecha, fundamentalmente en el mecanismo socio-mental en que el español de la época vive atrapado; una vida marcada indeleblemente por tales miedos y obsesiones.
La exageración de todo aquello considerado como castizo, como medio de escapar al monstruo de la opinión, es algo característico de la sociedad peninsular de los siglos XVI y XVII; las actividades intelectuales por un lado y las económicas por otro, son miradas con enorme desconfianza; la garantía de la pertenencia a la casta cristiana vieja, de la limpieza de sangre, no la proporcionaba ni la posición social, ni la nobleza, ni la hidalguía ni el intelecto, sino, a fin de cuentas, la opinión popular, sustentada muchas veces en la apropiada información inquisitorial: en un impresionante texto de Lope, el evangelio de Mateo no es otra cosa sino…<<en aquel famoso Libro,/ que visto en las supremas salas/confirma la hidalguía/de Cristo por la parte de María>>. La obsesión,en ocasiones era sentida como en verdad deshumanizadora, y algo más tarde el propio Calderón escribirá en “El alcalde de Zalamea” palabras reveladoras: “Pero ya el mundo trazó/estas leyes, a quién yo/he de obedecer por fuerza”. Llegará la barroquización progresiva del problema, y con ella la conciencia de que ni siquiera la tradicional y necesaria limpieza sangrienta del honor constituye una solución auténtica, pues como dice Tirso de Molina en “El celoso prudente”: << mas, ¿qué sangre habrá que pueda/lavarla, si la divulgo,/y en los archivos del vulgo/inmortal la mancha queda?>>.
Convendría tener en cuenta todo lo dicho anteriormente al enfrentarnos con el hecho de que en el teatro de Lope y de sus continuadores exista toda una serie de obras en que el héroe es, precisamente, un campesino, algo inaudito en la escena europea. Mas no se trata, como muchas veces se dice equivocadamente, de una muestra más del innato democratismo del espíritu español. Lo que ocurre es que, en su lucha contra las fuerzas que podían poner en peligro su poder, la nobleza busca aliados en el campesinado, en los labradores ricos particularmente, tratando de reconstruir ideológicamente la sociedad orgánica medieval, pre-capitalista. Además el labriego hispano es ajeno a toda sospecha de contaminación semita. Y así, de Lope, o atribuidas a Lope, hay doscientas comedias en que de un modo u otro y a diferentes niveles aparece el campo y sus habitantes. Se trata de la escenificación de una paz y una armonía rurales – le retour à la terre – que señala con claridad la insatisfacción y preocupaciones del medio aristocrático y urbano. Esta idealización culmina en 1619 con la elevación a los altares del patrón de Madrid, San Isidro Labrador, un santo campesino del que Lope se ocupa literariamente en diferentes ocasiones.
Puede decirse, por tanto, que las comedias de ambiente rústico, al repetir la imagen ideal del campesino feliz, edificante y con honor, contribuyeron poderosamente a consolidar una sociedad clasista monárquico-señorial fundada sobre la producción campesina y dominada por los terratenientes, es decir, inspiradora de la creencia en una comunidad nacional de estirpe y orden feudal, en transposición de la lucha de clases a la lucha racial y religiosa. Se trata de la oposición de una sociedad basada principalmente en la producción de <<valores de uso>> enfrentada contra mercaderes y financieros, productores de <<valores de cambio>>; esta sería la causa real y social del antisemitismo hispano, la causa de la transformación del campesino <<puro>> en héroe dramático. Obras como “Peribáñez”, héroe campesino individual, o “Fuenteovejuna”, héroe campesino colectivo, no pueden entenderse correctamente de otro modo, y tampoco sus apoteósicos finales, en que las acciones violentas y en cierto modo subversivas de los personajes han de ser refrendadas por el Rey, en unanimidad conducente a crear la imagen de una sociedad definitiva, ocultando así, consciente o inconscientemente, los desacuerdos y las contradicciones del sistema monárquico-señorial, antiburgués por definición.
Es ahora cuando puede entenderse en su perspectiva adecuada la utilización que Lope hace en su teatro de elementos líricos populares, creando así una vez más la idea de un sistema armónico basado en las relaciones del terrateniente con sus vasallos, de la aristocracia urbana y absentista con el concepto idílico de la vida campesina y, de nuevo, pura. El gracioso, la mujer osada pero honesta, el amor y los celos, unido todo a la multifacética realidad del casticismo, en cuyo fondo se halla el concepto de la <<voluntad imperativa de la persona>>, constituyen elementos imprescindibles del teatro lopesco, junto al vitalismo y a la rápida y fácil expresividad. Entre las características suele señalarse también el apresuramiento narrativo, la esquematización de los personajes y su escasa complejidad, todo ello no sin cierta inexactitud, pues hay excepciones fundamentales, como ocurre con “El castigo sin venganza”, por ejemplo. La selva teatral de Lope está formada, en primer lugar, por una serie de piezas cortas (loas, entremeses) y de autos sacramentales, en que la realidad cotidiana e ideológica de la España Imperial, se transparenta incluso en los momentos más abstrusamente teológicos; para Lope, en verdad, los autos no son otra cosa que comedias <<a lo divino>>. Baste recordar el titulado “la adultera perdonada”, en que el Esposo-Cristo quiere vengar su honor, manchado por la Esposa-Alma, y manifiesta sus dudas interiores exactamente como lo haría un marido castizo tal como nos leyó Antonio al principio del programa.
El inmenso grupo de comedias de Lope de Vega suele dividirse, no sin ciertos confusionismos, en religiosas; mitológicas; de historia clásica y extranjera; de historia española, en que el autor hace un magistral uso de crónicas y leyendas; pastoriles y caballerescas; de inspiración novelesca; de enredo y <<capa y espada>> y de conflictos sociales campesinos. Lope, el <<monstruo de la naturaleza>> como dijera Cervantes, creó escuela y sus imitadores y discípulos formaron legión con Tirso de Molina como ejemplo máximo, y otros como Guillén de Castro, Antonio Mira de Amescua, Luis Vélez de Guevara, Luis Quiñones de Benavente, Juan Pérez de Montalban y el mejicano Juan Ruiz de Alarcón. No puede tampoco comprenderse al propio Calderón de la Barca sin su antecedente necesario, el “Fénix de los Ingenios”.