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Nada más que libros – Literatura

29 junio, 2023 - Literatura
Nada más que libros – Literatura

“Los pies praguenses donde vivió Frank Kafka, y sus corbatas negras y sus sombreros y sus zapatos. El pelo enjuto de James Joyce, cuya mano quemó Dublín. Los amantes de Luis Cernuda, riéndose a sus espaldas. La esposa de Shakespeare, vieja y adúltera. Los ojos verdes y estrábicos de la enfermera jefe de la clínica en que murió Nietzsche. La mano de mujer que cogió los botines de piqué de Ramón Valle-Inclán y los arrojó por la ventana. La sífilis saltarina que Gustavo Adolfo Bécquer paseó por Madrid. La sífilis idéntica pero paseada por París de Charles Baudelaire. El padrenuestro que reza el fantasma de Rimbaud en una morgue de Marsella y Dios que se hace el sordo. El padrenuestro que reza Jorge Manrique antes de soltar la mano de su padre muerto. La risa de Quevedo mientras evacúa en una esquina de Madrid, en tanto rebota el mundo en su vesícula como una piedra verde. La madre con gota de Flaubert. La autopsia de Larra, su joven cerebelo. La carne de la máscara de Fernando Pessoa. La foto del padre de Dostoievsky en la billetera de Lenin. La cabeza muy grande de Rubén Darío, tan grande como su miedo. Las sopas de ajo que marea todas las noches el Manco de Lepanto con la mano buena mientras se mira con discreción la mano ausente. Los cien kilos secos que Oscar Wilde exhibe por los cafetines de París con orgullo marchito. La mano que aúlla de Pablo Neruda. El cadáver de Cela servido con guarnición de ministros. El gran desfile de la soledad de todos los tiempos, la soledad y sus palabras, la literatura”.

‘Literatura’, de Manuel Vilas (Resurrección-Visor-2005)
MS – Lou Reed – ‘Halloween parade’

 

CARTEL NMQL-Literatura-cuadro
La narración de historias es tan antigua como la propia humanidad. La tradición de registrar los acontecimientos y creencias de las comunidades se remontan al tiempo en que los humanos empezaron a contarse historias alrededor de un fuego. Esos relatos se conservaron en forma de leyendas y mitologías que se transmitían de generación en generación, y que ofrecían respuestas a los misterios del universo y su creación. Los registros escritos surgieron al mismo tiempo que las civilizaciones antiguas, pero al principio la escritura cumplía funciones simples y prosaicas, como el registro de transacciones entre comerciantes o el inventario de bienes. Los miles de tablillas de arcilla cuneiforme descubiertas en Ugarit (Siria), revelan ya la compleja naturaleza de la escritura hacia el 1500 antes de Cristo.

Además de servir para registrar información comercial, pronto la escritura se convirtió en un medio para conservar las historias de tradición oral que eran parte integral de cada cultura, así como de sus costumbres, ideas, moral y estructura social. Ello condujo a los primeros ejemplos de literatura escrita como los relatos épicos de Mesopotamia, India y Grecia, y los textos, más filosóficos e históricos de la antigua China. Como dijo John Steinbeck en su discurso de aceptación del Premio Nobel de 1962: <<La literatura es tan antigua como el habla. Surgió de la necesidad humana y no ha cambiado, excepto para hacerse más necesaria>>. En “Orgullo y prejuicio”, de Jane Austen, La señorita Bingley podía hablar fatuamente cuando declaraba: <<cualquier cosa enseguida te cansa, pero un libro nunca>>; ese sentimiento suena real para muchos de nosotros.

A pesar de las diversiones casi ilimitadas que se ofrecen a los lectores actuales, la literatura sigue satisfaciendo una necesidad espiritual e incluso psicológica, y abre la mente del lector al mundo y a su extraordinaria variedad: “El que lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho”, escribió el gran Cervantes. Hay obras escritas hace cientos de años que nos siguen cautivando y entreteniendo hoy; complejos textos posmodernos que pueden ser sumamente estimulantes y continúan atrapándonos; y nuevas novelas tan frescas que se leen como si las palabras se acabaran de inventar. Aunque la definición más simple de <<literatura>> es aquello que está escrito, el concepto ha quedado asociado con las obras de narrativa, teatro y poesía, y ha sido investido con la distinción del mérito y la superioridad.

Estos valores son intrínsecos al canon literario establecido desde mediados del siglo XIX a partir del estudio y reconocimiento académicos. El término <<canon>> se tomó prestado del ámbito eclesiástico, en el que se designaba el conjunto de textos religiosos autorizados. Así, el canon literario, es decir colección de obras comúnmente aceptadas como de calidad excepcional, acogió al principio casi exclusivamente obras de la literatura de Europa occidental. Fue ya a mediados del siglo XX cuando los teóricos culturales y literarios desestabilizaron el canon discutiendo la autoridad de esas listas de obras de <<europeos blancos muertos>>. Sin embargo, la idea de un canon de grandes obras sigue siendo un marco útil; pero, más que designar el mismo conjunto de títulos, el concepto evoluciona con cada generación, la cual reexamina la ideología y las estructuras de poder que sustentan la selección de generaciones previas y cuestiona las razones para la inclusión o exclusión de ciertas obras.

Posiblemente, el estudio de la creación literaria y el examen del canon puede ayudarnos a ser mejores lectores, porque con ese espíritu se pueden presentar muchos títulos considerados como <<grandes obras>>, y examina su lugar en la amplia historia de la literatura y en el marco de la producción mundial. Pero junto a ellas, o sea las incluidas en los cánones clásicos, se pueden encontrar obras de voces silenciadas durante siglos por constructos sociales como el colonialismo y el patriarcado, así como por el dominio europeo de la literatura. Una manera de conocer la literatura universal sería hacer un recorrido cronológico a través de la literatura, proponiendo muchas de las obras como puntos de referencia a lo largo del camino. Además , se puede adoptar un enfoque global explorando textos literarios de una amplia diversidad de culturas que pueden resultar desconocidos para muchos lectores.

De esa manera las obras elegidas pueden ser o bien arquetipos de un estilo literario particular, o bien representativas de un grupo o movimiento que tomó una nueva dirección que luego sería adoptada por otros autores contemporáneos o desarrollada por generaciones posteriores. De esa forma, con ese orden cronológico, se subrayaría la emergencia de las innovaciones literarias ante el telón social y político de su tiempo. Así, por ejemplo, durante los siglos XVII y XVIII, la literatura francesa evolucionó desde las comedias costumbristas neoclásicas de Molière a la sátira del optimismo ilustrado de Voltaire, y después al feroz retrato de la decadente aristrocraacia francesa plasmado por Pierre Choderlos de Laclos en “Las amistades peligrosas”, novela publicada en el periodo previo a la Revolución Francesa.
Estos cambios en la literatura se solapan inevitablemente, pues unos autores exploran técnicas que tardarán un tiempo en introducirse en la corriente general mientras que otros continúan con la tradición literaria de épocas previas. Sin embargo las listas o los cánones siempre son polémicoas: probablemente los muchos títulos elegidos podría ser reemplazado por otros muchos distintos, y así sucesivamente; por tanto no se puede presentar ninguna lista definitiva de, digamos <<títulos imprescindibles>>. Y es que cada obra se enmarca en un enfoque o contexto, generalmente acompañada de una cronología de hitos y acontecimientos literarios relacionados. Así en estas listas o cánones se suelen hacer referencias cruzadas que vinculan obras de tipo similar, o que han influido o han sido influidas por la obra en cuestión, y que exploran el paisaje literario de cada periodo con mayor detalle.

Las primeras historias que se pusieron por escrito, hace alrededor de cuatro mil años, adoptaron la forma de poemas, como el “Poema de Gilgamesh” en Mesopotamia o el “Mahabharata” en India, y se basaban en tradiciones orales. La rima, el ritmo y la métrica eran ayudas esenciales para memorizar canciones y relatos orales, por lo que no debe sorprender que los primeros textos escritos emplearan esos recursos poéticos. Muchos textos tempranos eran de carácter religioso, y libros sagrados como la “Biblia” o el “Corán” que recogían antiguas crónicas e influyeron en la escritura durante siglos. La forma literaria que se convirtió en el teatro griego empleaba una suerte de balada narrativa, e introdujo los personajes con voces individuales, el coro explicativo y las categorías de comedia y tragedia que hoy siguen vigentes. Las colecciones de relatos que conforman “Las mil y una noches” árabes tenían múltiples orígenes, pero esta ficción en prosa, escrita en un lenguaje sencillo, empleaba técnicas que serían fundamentales en la novela moderna, como la introducción de historias dentro del marco de otra historia, la prefiguración y la repetición de temas.
Aunque las vasta época medieval está salpicada de hitos como el “Beowulf” anglosajón y los romances de caballerias, la literatura occidental de entonces estuvo dominada por los textos religiosos en latín y griego. En el Renacimiento, la energía combinada de la nueva investigación filosófica y de la pura invención abrieron la puerta a la innovación literaria. A partir de la traducción y el estudio de los textos clásicos griegos y latinos se configuró un programa de educación humanista que incluía la filosofía, la gramática y la historia. La “Biblia” se tradujo a las lenguas vernáculas, lo que permitió a los cristianos un acceso más directo a la Palabra de Dios. La imprenta de Gutenberg introdujo los libros en la vida de la gente corriente, y autores como Geoffrey Chaucer y Giovanni Boccaccio convirtieron la vida cotidiana en tema literario. A principios del siglo XVII, Miguel de Cervantes y Daniel Defoe (Robinson Crusoe) habían alumbrado lo que muchos estudiosos consideran las primeras novelas modernas, y se había publicado el llamado “Primer Folio” de las obras de William Shakespeare.

La poesía y el teatro seguían evolucionando mientras la novela adquiríia importancia, hasta el punto de que, a finales del siglo XVIII, era ya la forma principal de expresión literaria. Eso coincidió con el desarrollo del movimiento romántico. El Romanticismo, caracterizado por una literatura conducida por las emociones de héroes idiosincráticos más que por el argumento y la acción, hunde sus raíces en el movimiento alemán del Sturm und Drang (Tormenta e Ímpetu). Los poetas románticos ingleses declararon el poder de la naturaleza para sanar el alma humana, y los trascendentalistas de Nueva Inglaterra trataron temas similares. El término <<género>> empezó a emplearse para designar los distintos tipos de ficción, como por ejemplo, las novelas de género gótico. Ya a partir de mediados del siglo XIX, el romanticismo fue reemplazado por una nueva forma de realismo social, representado por Jane Austen, que retrató los salones de las clases media y alta británicas, o por Gustave Flaubert, que plasmó la vida de los pueblos provincianos franceses o Leopoldo Alas “Clarín” que con su novela “La Regenta” escrudiñó con gran realismo la hipocresía de las diversas clases sociales de una ciudad de provincias española.

Fiódor Dostoievski calificó su novela “Crimen y castigo” como <<realismo fantástico>>, y los oscuros monólogos interiores de Raskolnikov, su protagonista, contienen los elementos de un thriler psicológico. Desde entonces, a lo largo de las décadas, la ficción se ha diversificado en múltiples géneros y subgéneros, desde la novela epistolar, que adopta la forma de cartas, o la novela de formación, que representa el paso de la juventud a la edad adulta, hasta la novela distópica, que presenta una sociedad ficticia indeseable, o la autobiografía falsa. El lenguaje usado en la literatura también se desarrolló, y las novelas que utilizaban el lenguaje corriente, como las de Mark Twain, ampliaron el alcance social de la literatura. Ya a inicios del siglo XX, la sociedad occidental estaba revolucionada por los avances industriales y tecnológicos, así como por los desafíos científicos y los nuevos movimientos artísticos. En menos de dos décadas, una generación de hombres jóvenes se iba a perder en la I Guerra Mundial.

A este gran desastre siguió un torbellino de experimentación literaria, cuando los escritores buscaron innovaciones estilísticas como el monólogo interior y la fragmentación de la narración para representar la angustia y la alienación de un mundo cambiante. Así, tras un breve periodo de recuperación y optimismo, el mundo se vio arrojado de nuevo a la confusión y el horror al estallar la II Guerra Mundial, y la producción literaria disminuyó, pues muchos escritores se vieron implicados en el conflicto bélico y tuvieron que dedicarse a labores propagandísticas, o a redactar informes de guerra. Después de las dos brutales guerras globales, el mundo estaba preparado para el cambio, y la literatura fue fundamental para la contracultura occidental de las décadas de 1950 y 1960. Los escritores y teóricos posmodernos exigían del lector algo más que la simple implicación en un relato realista. Ahora las novelas presentaban una narración fracturada, no lineal, con narradores poco fiables y finales abiertos.

Durante este periodo, occidente cedió terreno a otras voces de la cultura mundial. En países como Nigeria, Sudáfrica o India emergió la narración poscolonial, y autores como Gabriel García Márquez contribuyeron a elevar el estatus de una serie de escritores sudamericanos de una extraordinaria creatividad. La literatura actual acoge las voces nunca antes escuchadas de feministas, activistas por los derechos civiles, homosexuales, negros, nativos americanos e inmigrantes. Existe un saludable desdibujamiento meritocrático de la distinción entre la literatura clásica y la popular. La edición global, la edición independiente y la electrónica, los cursos de escritura, los premios literarios nacionales e internacionales, así como el aumento de las traducciones, están difundiendo obras australianas, canadienses, sudafricanas, indias, caribeñas, chinas….por citar algunos ejemplos, entre el público mundial. Esta vasta biblioteca global constituye tanto un recordatorio de aquello que compartimos las personas en todo el mundo como una celebración de la diferencia.

El italiano Umberto Eco, intelectual, excelente escritor, y autor de novelas de gran éxito como”El nombre de la rosa” o “El péndulo de Foucault” dijo en una entrevista que “el que no lee, a los setenta años habrá vivido sólo una vida. Quién lee habrá vivido cinco mil años años. La lectura es una inmortalidad hacia atrás”. Dijo lo mismo o algo parecido en otra entrevista: “Leer alarga la vida. Quién no lee sólo tiene una vida y, se los aseguro, es poquísimo. En cambio, nosotros, cuando muramos, nos recordaremos haber atravesado el Rubicón con César, combatido en Waterloo con Napoleón, viajado con Gulliver y encontrado enanos y gigantes. Una pequeña compensación por la falta de inmortalidad”. El excelso Jorge luis Borges escribió: “De todos los instrumentos del hombre, el más asombroso es, sin duda, el libro. Los demás son extensiones de su cuerpo. El microscopio, el telescopio, son extensiones de su vista; el teléfono es extensión de la voz; luego tenemos el arado y la espada, extensiones del brazo. Pero el libro es otra cosa: el libro es una extensión de la memoria y la imaginación”.

 

 

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