“A los dieciséis años, yo era una verdadera belleza. Mi rostro tenía un óvalo perfecto, estrecho en las sienes y un poco ancho abajo, los ojos rasgados, grandes y dulces, la nariz recta, en una sola línea con la frente, la boca grande con los labios bellos, rojos y carnosos y, si me reía, mostraba unos dientes regulares y muy blancos. Mi madre solía decirme que parecía una virgen. Yo me di cuenta que me parecía a una actriz de cine, muy de moda entonces, y empecé a peinarme igual que ella”.
Alberto Moravia nació en Roma el 28 de Noviembre de 1.907 ( donde falleció el 26 de Septiembre de 1.990 ) hijo de una familia burguesa y acomodada que se sorprendía de su imaginación y sus inquietudes. A los nueve años una tuberculosis ósea le obliga a una casi completa inmovilidad que le permite dedicarse de forma obsesiva a la lectura. Así se acumulan lecturas de Dostoievski, Joyce, Rimbaud, Leopardi o Manzoni, ayudándole a perfilar su vocación de escritor. En 1.925 empieza a redactar “Los indiferentes”, reflejo, según palabras del propio autor, de sus muchos años de lectura y de su sensibilidad aguzada por su dolorosa enfermedad. Su intención era escribir una novela que reuniese la calidad de una obra narrativa y la tensión de un drama. Es decir, un relato con pocos personajes, con poca diversidad de espacios, con una acción desarrollada en poco tiempo, donde sólo hubiera diálogos y escenarios, mientras el autor desaparecía tras una perfecta objetividad. La publicación de la novela determina por un lado el conflicto con la crítica oficial, es decir, con el régimen fascista, y por otro la incorporación de Moravia a sectores intelectuales que le apoyan y donde empieza una intensa colaboración. Comienza también su labor periodística acudiendo como corresponsal a distintos países, y enfrentándose, a través de sus crónicas, con el régimen que gobernaba Italia.
Los años 1.936 a 1.943 son difíciles para el novelista ya que el régimen, cada vez más totalitario, promulga leyes antirraciales y Moravia, hebreo por parte paterna, sufre su persecución. Literariamente se siente obligado a adoptar una expresión indirecta, utilizando la alegoría o el apólogo, la sátira o la analogía para eludir la censura establecida. En 1.938 publica “Mascarada” y en 1.940 , “Los sueños del vago”. “Mascarada” , secuestrada en su segunda edición, documenta, con gran precisión, la condición de la sociedad italiana en los años treinta. Años en los que el autor participa activamente en política, iniciando una etapa de huidas, de arrestos y de inestabilidad, que concluye al finalizar la II guerra mundial, y la caída del fascismo. Un breve relato, “Agostino”, obtiene un enorme éxito y en 1.945 recibe el primer premio de la postguerra, el premio del “Corriere Lombardo”. El relato se desarrolla durante un verano en Versilia y aborda la iniciación a la vida de un adolescente. Sumergido en una atmósfera de frustación y melancolía, Agostino descubre cómo se diluye la pureza, así como la eterna ambigüedad de la existencia. El escritor, sin renunciar a la utilización de un realismo a menudo brutal, logra expresar los matices líricos e intimistas de un proceso vital que abarca desde la adolescencia optimista y confiada hasta el principio de una juventud ya presentida como fraude. También es un éxito “La Romana”, publicada en 1.947, y a partir de entonces, Moravia se dedica con intensidad a su labor narrativa. Se suceden los títulos: en 1.948 aparece “La desobediencia” y un año más tarde “El amor conyugal”.
Mientras el neorrealismo despliega sus postulados de vitalismo, compromiso y fe en una posible recuperación social e histórica, Moravia participa de su clima ilusionado; sin embargo conserva su sentimiento de pena existencial, de pesimismo frente a la humanidad, y de ello aporta una interesante perspectiva que los neorrealistas sabrán valorar. Son años en los que escribe los “Cuentos romanos”, que elige a Roma como eje de un mundo en ebullición, como un escenario donde se mueve una gente sometida a mil privaciones, con un sentido elemental de la vida, delineado con gran precisión por el autor. En este tiempo publica también “La ciociara” como conclusión de la etapa que había iniciado con “La Romana”. Se incorpora además a la polémica que por entonces se debate en torno al realismo y va reflejando sus opiniones en distintas revistas y periódicos. Esta preocupación por problemas teóricos culminará en una novela “La atención”, donde documenta la crisis del intelectual de los años sesenta y su propia inestabilidad, una situación que le impulsa a buscar otras formas artísticas: escribe teatro, le preocupa el fenómeno cinematográfico y reanuda su trabajo como corresponsal en diferentes periódicos. Aún así no interrumpe su quehacer de novelista, aunque este acusó, en sus últimos años, las diferentes presiones de un distinto contexto cultural al que Alberto Moravia pretendió, de nuevo, aproximarse.
La protagonista de “La Romana”, Adriana, desde el principio anhela una vida honesta y sencilla. Pero el ambiente, una sociedad corrompida hasta el límite, con una madre víctima de una vida de privaciones y miseria y la amiga Gisela, ambigua y asimismo corrompida, la empuja a explotar económicamente su belleza. Así, un privilegio de la naturaleza acaba por determinar la elección vital de la protagonista que, incapaz de cualquier rebeldía, cede a las insinuaciones de la madre o a las presiones de los individuos que giran en torno a ella. Auténticamente enamorada de Gino, resiste las tentaciones y cree que con él realizará su modesto ideal de vida. Pero Gino, legalmente casado no puede cumplir con su promesa; Adriana descubre su engaño y sus esperanzas se derrumban, el instinto que la impulsa al sexo se libera, conduciéndola definitivamente a su destino de prostituta. Pasa de un amante a otro, noche tras noche, indiferente a todo. Sin embargo sus amantes se sienten atrapados por la vehemencia vital de la romana y a través de ella definen su carácter: Astarita, funcionario ambicioso e insatisfecho, ama desesperadamente a Adriana, que no le corresponde, y en su actitud turbia posiblemente sugiera el significado real de la novela: la burguesía ha degradado el sexo convirtiéndolo en un fetiche al que se niega su legitimidad social.
También los demás personajes se caracterizan a través de Adriana; así Giacomo, el estudiante antifascista amado por la joven, no puede corresponderla, encerrado en su desesperación, ni ella logrará salvarlo del suicidio después de la traición de sus correligionarios. Giacomo es un personaje usual en la narrativa moraviana, uno de sus “indiferentes”, dominado por el tedio y la náusea que enfrenta al hombre con la realidad. Se trata de una postura psicológica que no admite ninguna posibilidad de trascendencia, que acepta la vida, en sus límites finitos e inevitables, con una resignación viril. La indiferencia de Giacomo se puede definir, por tanto, como una actitud espiritual que se caracteriza por una profunda contradicción : por un lado existe la aspiración, siempre frustrada, de realizarse y definirse; por otro, está la tendencia a dejarse llevar por un orden externo de hechos cotidianos. Por último está Sonzogno, un delincuente dominado por la violencia, que asesina a Astarita y muere en un enfrentamiento con la policía. La novela concluye con la imagen de Adriana, que espera un hijo y ha recobrado su fe en un mundo menos infeliz, más limpio y posiblemente sin tanta violencia. Estos son los acontecimientos que se desarrollan en la Roma de la posguerra, entre profundas contradicciones vitales y como reflejo de una sociedad tan corrompida que incluso la total falta de sentido moral de la romana se convierte en una necesaria reacción.
Narrada en primera persona la novela es una suerte de memorias en boca de una mujer sincera, apasionada y libre de ataduras de tipo moral y nos presenta una figura femenina memorable, digna de aparecer en la historia de la literatura junto a Ana Ozores, Emma Bovary o Ana Karenina. Por muy distinto que sea el carácter de cada una de estas heroínas, todas ellas tienen algo en común: la soberbia creación literaria que las ha hecho y las seguirá haciendo vivir en la mente de quienes han leído sus avatares existenciales. Es decir tienen en común el estar hechas de un material más imperecedero que la carne: el material literario, el talento de sus respectivos creadores. Aparte de que, a diferencia de las vidas narradas que hemos citado, la de Adriana se nos presenta narrada en primera persona, tiene otra característica que la distingue de las demás: su carácter positivo, su naturaleza de sobreviviente, la plena conciencia de su situación en el mundo y la determinación, en un momento de su existencia, de tomar las riendas de su destino, de asumir el papel de protagonista de su propia vida, sin depender de los demás, y de cargar con las consecuencias.
Ambientación musical: Armando Trovaioli