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Nada más que libros – La poesía femenina en el “Modernismo”.

12 octubre, 2023 - Literatura, Poesía
Nada más que libros – La poesía femenina en el “Modernismo”.

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“Si yo fuera hombre, ¡qué hartazgo de luna,
de sombra y silencio me había de dar!
¡Cómo, noche a noche, solo deambularía
por los campos quietos y por frente al mar!
Si yo fuera hombre,¡qué extraño, qué loco,
tenaz vagabundo que había de ser!
¡Amigo de todos los largos caminos
que invitan a ir lejos para no volver!
Cuando a mí me acosan ansias andariegas
¡qué pena tan honda me da ser mujer!

-Poema de Juana de Ibarbourou-

CARTEL NMQL- Fem-modernismo-cuadro

Aunque ha habido mujeres poetas en la América hispánica desde la Colonia – la mejor poesía de la época la realizó, sin duda, la monja mexicana Sor Juana Inés de la Cruz – una poesía distintamente femenina sólo aparece con el Modernismo. La mayor parte de esas poetisas nacen en la parte Sur del continente: María Eugenia Vaz Ferreira, Delmira Agustini y Juana de Ibarbourou en el Uruguay; Alfonsina Storni en Argentina y Gabriela Mistral en Chile. Sólo las dos primeras, Vaz Ferreira y Delmira Agostini, fueron estrictamente modernistas, pero hay en las otras rasgos del movimiento que permitiría marcarlas como <<epígonas>> si su obra no se proyectase fuera de estos reducidos marcos. En Juana de Ibarbourou y en Gabriela Mistral la poesía femenina toma otros rumbos.

Por otra parte, a ambas cabe la distinción de haber llamado la atención sobre la poesía femenina, al trascender los límites de la propia patria. En 1930, en una ceremonia que tuvo enorme publicidad, la uruguaya, fue proclamada <<Juana de América>>; en 1945, Gabriela Mistral ganó el Premio Nobel de Literatura, el primero en ser adjudicado a un escritor de América Latina. Pero tal vez fue Delmira Agustini la que mejor representó un cierto tipo de poesía femenina, de pasión y sensualidad, una poesía que en el momento que se publica desafía las convenciones sociales de lo que era decoroso decir para una mujer. Nacida en las afueras de Montevideo en 1887, Delmira (como siempre fue llamada) fue educada en casa. Una madre dominante y hasta tiránica rigió su vida hasta en el menor detalle y recibió la educación convencional de las muchachas de su clase social. Lecciones de francés, de piano y de dibujo, etc.

Así, bajo la dirección de su madre, desarrolló un gusto por la poesía que produjo poemas convencionales que disimulaban sus sueños de sensualidad. Cuando fueron publicados, asombraron a los críticos, que no podían comprender cómo una joven pura y casta podía intuir tales cosas. Estos críticos estaban equivocados, es claro, porque ,en primer lugar, Delmira no era tan jovencita como su madre la presentaba (en esa época era normal sustraer un par de años a toda muchacha, lo que de paso rejuvenecía a la mamá), y en segundo lugar sus poemas no revelaban tanto conocimiento. Su erotismo era, como la pintura para Leonardo, <<cosa mentale>>, así que Delmira tomaba de sus autores favoritos la experiencia sensual que le faltaba. Pero su mérito mayor en el Montevideo de 1900 era animarse a escribir esas cosas, siendo aún virgen. Fue Roberto de las Carreras, rico y excéntrico mecenas, poeta también, que llevó de París a Uruguay las últimas novedades literarias francesas, quién ayudó también a Delmira.

Años más tarde, Delmira habría de encontrar a Rubén Darío, el gran representante del Modernismo. Era en 1912 y el poeta estaba ya en plena decadencia física, pero no dejó de reaccionar al encanto de esta joven mujer (tenía la piel de ese tono rosado que enloquecía a los hombres entonces) y de escribir un breve prólogo para su libro “Los cálices vacíos”, publicado en 1913, en el que declaraba que desde Santa Teresa de Jesús, la poesía hispánica no había producido versos tan intensos como los de Delmira. Al margen de la cortesía de este tipo de textos, Darío tenía razon. La intensidad, la obsesiva imaginería erótica, la pasión que caracterizan los versos de Delmira Agustini, vienen de áreas del inconsciente que la poesía femenina hasta ella no se había atrevido a explorar.

En violento contraste con Delmira Agustini, la mejor poesía de Gabriela Mistral está dedicada no a la sensualidad y al deseo sino a la ausencia de amor, a la muerte del amado, a la privación del hijo. Nacida en Chile en 1889, Gabriela era autodidacta y por su propio esfuerzo se hizo maestra a los quince años. La notoriedad le llegó con un premio, ganado en 1914, por la secuencia de “Sonetos a la muerte”, en que lloraba la muerte de su novio. Este amor canceló su vida afectiva por un tiempo y la oriento a cantar una maternidad imposible. La fama internacional llegó con la publicación de una colección de sus versos, “Desolación”, en 1922. Su vocación de maestra se reflejó también en su poesía y ensanchó inmensamente el área de su popularidad.

Sin embargo, en los que probablemente sean sus mejores libros, “Tala” de 1938, y “Lagar” de 1954, la autora tiene poco de modernista. Una poesía enraizada en la Biblia y en cierta aridez lingüística aprendida en Santa Teresa, es lo que reflejan esos grandes libros. Pero la Mistral que habría de ser popularísima en las primeras décadas del siglo XX es la de los primeros versos. Allí está la imagen desolada y funérea que impresionó al lector modernista. La paradoja es que esa imagen dominante no coincidía ni con la evolución posterior de su poesía, hacia un despojamiento emocional, ni con sus propias inclinaciones sexuales. Aunque con suma discreción, la Mistral renunció al amor de los hombres y se rodeó de jóvenes, hermosas mujeres que fueron sus compañeras a lo largo de días de triunfo y dolores.

La poetisa argentina de origen suizo, Alfonsina Storni fue junto a la chilena Gabriela Mistral y la uruguaya Juana de Ibarbourou, las que conformaron la primera avanzadilla en la lucha de las mujeres por ocupar lugares de reconocimiento en los espacios de la literatura de América. Nacida en 1892 en Capriasca, Suiza, a los cuatro años se trasladó con su familia a la Argentina y se graduó y ejerció como maestra. En 1917 empezó a frecuentar los círculos literarios de Buenos Aires y Montevideo y en la década de 1930 conoció a personajes tan relevantes como Federico García Lorca y Ramón Gómez de la Serna. En 1938 participó en el homenaje que la Universidad de Montevideo brindó a las tres grandes poetas de América, Mistral, Ibarbourou y ella misma. La obra poética de Storni se divide en dos etapas: a la primera, caracterizada por la influencia de los románticos y modernistas, corresponden “La inquietud del rosal” de 1916, “El dulce daño” (1918), “Irremediablemente” de 1919, “Languidez” (1920) y “Ocre” de 1920. La segunda etapa, impregnada por una visión oscura, irónica y angustiosa, se manifiesta en “Mundo de siete pozos” de 1934 y “Mascarilla y trebol” de 1938.

Madre soltera, hecho claramente inaceptable en su época, Alfonsina Storni fue sin embargo la primera mujer reconocida entre los mayores escritores de su tiempo. Su trayectoria literaria evolucionó desde el romanticismo hacia el intimismo sintomático del modernismo crepuscular para desembocar en la vanguardia. El rasgo característico de su producción fue un feminismo combativo en la línea que se observa en el poema “Tú me quieres blanca”, el cual se halla motivado por las relaciones problemáticas con los hombres, decisivas en la vida de la poetisa. Víctima de una enfermedad terminal, el 23 de octubre de 1938 viajó a Mar de Plata y hacía la una de la madrugada del martes veinticinco Alfonsina abandonó su habitación y se dirigió al mar. Esa mañana dos obreros descubrieron el cadáver en la playa.

-Néstor Barreto-

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