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Nada más que libros – La familia de Pascual Duarte

1 marzo, 2019 - Literatura
Nada más que libros – La familia de Pascual Duarte

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“Al empezar a escribir esta especie de memorias me daba buena cuenta de que algo habría en mi vida (mi muerte, que Dios quiera abreviar) que en modo alguno podría yo contar; mucho me dio que cavilar este asuntillo y, por la poca vida que me queda, podría jurarle que en más de una ocasión pensé desfallecer cuando la inteligencia no me esclarecía dónde debía poner punto final. Pensé que lo mejor sería empezar y dejar el desenlace para cuando Dios quisiera dejarme de la mano, y así lo hice.”

 

La familia de Pascual Duarte, de Camilo José Cela.

 

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Buenas tardes amigos, hoy voy a hablaros de una novela enmarcada dentro de lo que se llamó “tremendismo”, cuyo ámbito fue la España arrasada por la guerra civil y la consiguiente posguerra. La importancia de esta obra supuso que la literatura española retornase al mundo popular y campesino, poblado por seres primitivos y elementales, en cuyos instintos primarios y pasiones salvajes alienta la barbarie ancestral de una tierra marcada por la violencia y el odio.

Camilo José Cela Trulock nació en Iria Flavia, A Coruña, el once de mayo de 1916. En 1925 su familia se traslada a Madrid. Antes de terminar sus estudios de Bachillerato cae enfermo y es internado en un sanatorio de Guadarrama durante los años 1931 y 1932, donde emplea el reposo obligado en largas sesiones de lectura. En 1934 ingresa en la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense. Sin embargo pronto la abandona para asistir como oyente a la Facultad de Filosofía y Letras, donde el poeta Pedro Salinas da clases de Literatura Contemporánea. Cela le muestra sus primeros poemas y recibe de él estímulo y consejos. Esto resulta fundamental en la decisión de Cela por su vocación literaria.

En la Facultad conoce a Alonso Zamora Vicente, a María Zambrano y a Miguel Hernández, y a través de ellos entra en contacto con otros intelectuales del Madrid de esa época. En plena guerra civil, termina su primera obra, el libro de poemas “Pisando la dudosa luz del día”. En 1940 comienza a estudiar derecho y ese mismo año aparecen sus primeras publicaciones. Su primera gran obra fue la que hoy comentamos y vio la luz en 1942. A pesar de su éxito, sufre problemas con la iglesia y se le prohíbe una segunda edición que, definitivamente, acaba siendo publicada en Buenos Aires.
A partir de entonces, Cela abandona la carrera de Derecho y se dedica profesionalmente a la literatura. En 1944 empieza a escribir “La Colmena” y aparecen “Viaje a la Alcarria” y el “Cancionero de la Alcarria”. En 1951 “La Colmena” se publica en Buenos Aires y es prohibida en España. En 1954 se trasladó a Mallorca, donde ha vivido gran parte de su vida y fue en 1957 cuando es elegido para ocupar el sillón Q de la Real Academia Española.

Durante la época de la transición a la democracia desempeñó un papel notable en la vida pública española, ocupando por designación real un escaño en el Senado de las primeras Cortes democráticas, participando así en la revisión del texto constitucional elaborado por el Congreso. En los años siguientes sigue publicando con frecuencia, destacando en este periodo sus novelas “Mazurca para dos muertos” y “Cristo versus Arizona”. Ya consagrado como uno de los grandes escritores del siglo XX, durante las dos últimas décadas de su vida se sucedieron los homenajes, los premios y los más diversos reconocimientos. En 1987 recibió el Príncipe de Asturias de las Letras; en 1989, el Premio Nobel de Literatura y en 1995, el Premio Cervantes, amén de decenas de doctorados “Honoris Causa” de Universidades de todo el mundo.
Camilo José Cela falleció en Madrid el 17 de Enero de 2002, a la edad de ochenta y cinco años.

En la novela que hoy nos ocupa, La familia de Pascual Duarte, el narrador-protagonista, un pobre campesino, cuenta desde la cárcel, donde espera su ejecución, las calamidades que la vida le deparó. Ya de niño era golpeado brutalmente por su padre, maltratado y vejado por su madre alcoholizada y, en fin, criado en un clima hostil y desgraciado. Todo esto marca la mala suerte que Pascual tendrá en el futuro: continuas desdichas tales como las muertes de sus hijos, uno abortado y el otro a la edad de once años, la de su mujer, Lola, etc.
Las desgracias acompañan al protagonista a lo largo de su vida; asiste a la muerte de su hermano Mario, hijo bastardo de su madre, a la prostitución de su hermana, Rosario, el asesinato realizado por él mismo del “Estirao”, chulo de su hermana; actos de extrema violencia que comete sin justificación posible, hasta su muerte, una muerte lastimosa.

La época en la que transcurre la novela, ubicada en la Extremadura rural, se sitúa entre 1882 y 1937. Son años en que la realidad socio-política española estaba marcada por un clima de profunda inestabilidad, agitada por bruscos cambios de gobiernos y constituciones.
El personaje, Pascual Duarte, carece de toda habilidad social y solamente conoce la violencia como único recurso para solucionar los problemas que se le van planteando en la vida. Por eso, la historia tiene un argumente truculento, sórdido y abunda las escenas de una violencia desaforada. Pascual relata la historia de su vida con un lenguaje que evoca el habla rural y que recurre, a menudo, a comparaciones con la naturaleza y al uso del refranero español, cuando no encuentra palabras para expresar lo que piensa o siente. Así mismo se ve influenciado por el clima social del momento.
La aparición en 1942 de este relato irrumpiendo en el yermo y desolado paisaje de nuestras letras, constituyó una auténtica revelación por la audacia y originalidad del tema y por el carácter bronco y desgarrado del clima humano y vital que se refleja en sus páginas. Esta provocación en la narración no debe hacer olvidar que uno de los fines perseguidos por el autor era poner en evidencia la blanda, convencional y suave literatura española realizada en aquellos años.

Traducida a numerosas lenguas (se dice que es la obra más traducida después del Quijote), “La familia de Pascual Duarte” y su campesino protagonista marca un hito en la literatura española de la primera mitad del siglo pasado. Otras obras de cela son: “Pabellón de reposo”, en 1943; “Mrs. Caldwell habla con su hijo”, en 1954; “La Catira”, de 1956; “Oficio de tinieblas”, de 1973; “San Camilo 1936” de 1975; “Rol de cornudos”, de 1976; “Crónica del cipote de Archidona”, de 1977, etc.

Mi recomendación, además de la lectura obligada de “La familia de Pascual Duarte”, es la también obligada lectura de “La colmena”. Aunque, seguramente, la inmensa mayoría de nuestros oyentes ya la habrán leído, ¡¡¡releedla!!!, os sentará bien. Porque, para mí, es uno de los relatos más interesantes y emotivos que conozco.

2 pensamientos sobre “Nada más que libros – La familia de Pascual Duarte

FERNANDO ALCAINE

Hace unas semanas, con motivo de la muerte de Camilo José Cela, los periódicos se llenaron de artículos de ocasión en los que se definía La familia de Pascual Duarte, de forma casi unánime, poco menos que como un revulsivo antifranquista. Así formulada, la frase sólo puede ser un sarcasmo: ¡un revulsivo antifranquista en 1942, cuando el único antifranquismo que existía en España estaba enterrado, en el exilio, en el monte o callado! Pero dejemos de lado los sarcasmos; dejemos de lado, incluso, a Cela: olvidemos por un momento las incómodas actividades del novelista durante la guerra, que hizo en el bando franquista, y su ocasional trabajo de censor en la inmediata posguerra; olvidemos que Juan Aparicio, a la sazón delegado nacional de Prensa, hizo cuanto estuvo en su mano poderosísima de falangista por promoverlo a la categoría de modelo y representante máximo de la narrativa de la nueva España de Franco; olvidemos incluso que a ninguno de sus colegas, amigos y lectores del momento se le ocurrió dudar, ni siquiera por asomo, de la fidelidad de Cela a los ideales del 18 de julio. Olvidemos todo eso (ya es olvidar) e imaginemos en Cela (ya es imaginar) a una suerte de emboscado opositor al régimen, y volvamos a leer entonces la novela. Ésta, como se recordará, consta en su mayor parte de la confesión de un brutal campesino extremeño cuyo historial delictivo culmina con el asesinato de su madre y, ya en la atmósfera de violencia prerrevolucionaria que antecedió y fue la justificación del golpe de Estado militar (‘durante los 15 días de revolución que pasaron sobre su pueblo’), con el asesinato del conde de Torremejía, que es el hecho que lleva a Pascual, una vez instaurado el orden franquista, primero a la cárcel y luego al garrote vil, no sin que antes haya aceptado un castigo que en su fuero interno considera justo. Bien: quienes insisten en leer La familia… como una novela (digámoslo así) disidente aducen como máximo argumento el hecho de que la España tremenda que allí comparece se halla en los antípodas del esplendor postizo que fingía la España imperial de Franco. Como argumento es endeble (supone que la novela habla de la realidad española, y no de literatura, que es de lo que probablemente habla; supone que Juan Aparicio y los suyos eran idiotas, cosa que desde luego no eran, o no todos); pero, si nos resignamos a aceptarlo, entonces el argumento se vuelve contra quienes lo esgrimen, porque la España de desolación que en teoría refleja la novela es precisamente la anterior a la guerra, aquella con la que, de acuerdo con la lógica de los vencedores, la España

esplendorosa de Franco vino a acabar. O, dicho de forma más clara: durante los años cuarenta La familia de Pascual Duarte no pudo ser leída más que como una constatación de la trágica necesidad de la guerra, considerada, de este modo, como una suerte de catarsis de urgencia que limpió el país de los Pascual Duarte que lo asolaban, sembrándolo de ruido y de furia. Así lo reconoce implícitamente el propio Pascual al dirigir su confesión al único amigo del conde de Torremejía que conoce y al aceptar su castigo, y algunos de los más perspicaces comentaristas contemporáneos de la obra, como Pedro de Lorenzo, acertaron de lleno al arrimar la exaltación de la violencia y el irracionalismo vitalista que rezuma la obra al ideario estético de Falange. Ésta es, si no me engaño, la única forma sensata de leer la novela, a no ser que decidamos prescindir de los datos de su contexto, de la placenta que la engendró, que es (al menos en principio) la forma más equivocada de leer una novela.

Casi da un poco de vergüenza aclararlo, pero, por si acaso, diré que lo anterior no le resta ni le añade mérito alguno, sea cual sea éste, a la primera novela de Cela; simplemente obliga, a mi juicio, a leerla de forma distinta. Se dirá también que ese error casi unánime de interpretación es sólo un malentendido menor, meramente filológico; discrepo: no puede serlo algo que atañe de forma decisiva al significado de la novela más emblemática del más emblemático de los novelistas de posguerra. No: se trata de algo más importante; se trata de un síntoma. Porque malentendidos y sombras similares a los que pesan sobre la obra y la biografía de Cela pesan también sobre la biografía y la obra de muchas figuras fundamentales de la cultura española de posguerra, llámense Laín Entralgo o Torrente Ballester o Antonio Tovar, José Luis Aranguren o José María Valverde o Manuel Sacristán, gente que, cada una a su modo y desde luego como el propio Cela y como tantos otros, había contribuido desde mucho antes de los años setenta a airear culturalmente el país y, también a su modo, a traer la democracia, pero que durante los años de la transición y los posteriores podía temer con razón que el reconocimiento de sus pasadas afinidades ideológicas iba a provocar, en manos de gente que consideraba la transición como un estafa o de indocumentados que confunden el oficio de historiador o de periodista con el de juez, demasiados equívocos. No digo que no llevasen razón, y lo único que alguien joven e iluso y sin hipotecas ni hijos se atreverá a reprocharles es que, a diferencia de Dionisio Ridruejo, en vez de escamotear la realidad o de eludir mirarla de frente no entendieran del todo la importancia que la verdad del pasado tiene para fabricar un futuro de verdad. No seré yo quien les reproche nada: no es momento de reproches; ni mucho menos, insisto, de juicios. Pero sí, me parece, de afrontar la verdad, la verdad de nuestro pasado, para poder entenderlo y entendernos. Porque ahora, 27 años después de la muerte de Franco y del inicio de la transición, aquel escamoteo -que, por supuesto, no sólo afecta a la cultura, sino a toda la sociedad española- ya no hace sino aumentar los equívocos, y este país puede ya permitirse el lujo de mirarse al espejo sin avergonzarse de sí mismo, reconociéndose como el intratable pueblo de cabreros que fue y por fortuna ha dejado de ser, pero no de seguir viviendo con una memoria falseada a cuestas. No sólo porque el conocimiento del pasado inmediato es un deber moral, ni porque, como dice el tópico, los países que olvidan su historia están condenados a repetirla, sino sobre todo porque el hijo de un pasado imposible es, indefectiblemente, un futuro imposible.

Javier Cercas («El pasado imposible», 22/04/2002, El País)

Respuesta
    Manuel Alcaine

    Magnífico artículo el de Cercas. Gracias, Fer.

    Respuesta

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