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Nada más que libros – Juan Marsé. «Últimas tardes con Teresa»

4 octubre, 2020 - Literatura
Nada más que libros – Juan Marsé. «Últimas tardes con Teresa»

“La noche del 23 de junio de 1956, verbena de San Juan, el llamado Pijoaparte surgió de las sombres de su barrio vestido con un flamante traje de verano color canela; bajó caminando por la carretera del Carmelo hasta la plaza Sanllehy, saltó sobre la primera motocicleta que vio estacionada y que ofrecía ciertas garantías de impunidad (no para robarla, esta vez, sino simplemente para servirse de ella y abandonarla cuando ya no la necesitara) y se lanzó a toda velocidad por las calles hacia Montjuich.”.

(Fragmento de «Ultimas tardes con Teresa», de Juan Marsé)

 


 

JUAN MARSÉ-1

El 18 de Julio de este año murió Juan Marsé, autor de una grandeza moral donde se dan la mano la magnitud literaria y la altura moral, aunque el se empeñara en no darse aires de nada, o se las daba en negativo como los héroes cansados de las películas del oeste o los gánsteres románticos que no dejaban traslucir sus sentimientos por pudor viril, que tanto le marcaron en su infancia. Juan Marsé, nacido en Barcelona el 8 de Enero de 1.933, falleció el sábado en su ciudad natal a los 87 años y deja tras de sí la estela legendaria de ser el narrador más influyente de la generación de los cincuenta, un grupo formado por Jaime Gil de Biedma, Juan Goytisolo, Manuel Vázquez Montalbán, Rafael Sánchez Ferlosio, Carlos Barral, Ángel González, Carmen Martín Gaite…El autor de “Ultimas tardes con Teresa” que lo catapultó en la triste España de los sesenta, fue el padre de esa Barcelona sin oropeles que el olimpismo del 92 quiso ocultar bajo la alfombra. Ha muerto ese señor ceñudo en el que vivía el niño sensible que fue el semillero de su mundo literario, aquel tiempo en blanco y negro de la Barcelona de posguerra que es la base de sus novelas.

En las pocas entrevistas que concedía los periodistas debían evitar vincular aquel pasado de perdedores y supervivientes con la nostalgia. No hay la menor nostalgia de aquel tiempo en “Si te dicen que caí” , su novela más ambiciosa, o en “El embrujo de Shanghái”, grandes novelas en las que la imaginación es la puerta de escape a una realidad más brillante y por lo tanto más dolorosa por lo que tiene de contraste. Pero sobre todo había que evitar obligarle a hacer elucubraciones de intelectual, hacerle hablar de los significados de su obra; “no me gusta hablar de la faena”, solía decir rebajando la importancia de su obra, como un obrero o un artesano. No hay que olvidar que antes de vivir de la escritura, Marsé trabajó como joyero.

Lo que no se puede negar es que el escritor, nacido Juan Faneca pero adoptado por la familia Marsé, tiene un origen novelesco. La versión que al autor le contó su madre adoptiva es que ellos acababan de perder un hijo, nacido muerto, y a la salida del hospital un taxi recogió a los desventurados padres y el chófer, padre biológico de Marsé, les ofreció la criatura que acababa de quedarse sin madre. Marsé superaba los 70 años cuando gracias a su biógrafo Josep María Cuenca concluyó que aquella historia era inventada y él supo que en realidad su padre biológico y su padre adoptivo se conocían porque ambos militaban en el “Estat Catalá”. Conocer la verdad no añadió ningún trauma en el escritor, que siempre había llevado su adopción con naturalidad, y afirmó que Marsé, pese a saber que la historia del taxista era mentira, la prefirió siempre, apreciando su valor como protección. “Eso mismo es lo que hace la literatura con nosotros”, dijo entonces.
El autor creció en el barrio del Guinardó, que marcaría la geografía de sus novelas; el territorio Marsé, un territorio casi imaginario y geográficamente pequeño, que se ampliaría a Gracia y el Carmel. Allí, los hijos de aquellos que habían perdido la guerra jugaban a inventarse historias a falta de juguetes. Trabajando como joyero y como buen cinéfilo empezó a escribir en la revista “Arcinemas” y luego publicó relatos en las revistas “Insula” y “El ciervo”. En 1.959 ganó el premio Sésamo de cuentos y logró una beca para instalarse en París hasta 1.962, donde trabajó de traductor, profesor de español, mozo de laboratorio en el Instituto Pasteur y comenzó a imaginar la historia del charnego y la niña bien; así nació “Ultimas tardes con Teresa”, símbolo de la Barcelona emigrante y de la burguesía catalana, dos mundos que solo podían convivir en una historia de ficción y se convertirán en una constante del autor. No hay una conciencia política estructurada en su literatura y es que Marsé tan solo militó en el Partido Comunista un año, lo justo para discrepar de sus férreas directrices. De vuelta a Barcelona y al taller de joyería, fue presentado en “Bocaccio” como una “rara avis”. Era el obrero que escribía, algo muy apreciado en el momento. Pero más que en aquella boite, lugar que acabó detestando por la pedantería de su fauna (le dedicó un divertido cuento satírico:”Noches de Bocaccio”), a Marsé se le podía ver en un sótano (más negro que su reputación, decía), lugar donde vivía Gil de Biedma, quién fue su gran interlocutor literario, especialmente en los años de formación.

El padre de Pijoaparte aseguraba en el año 2016 que ya estaba un poco cansado del oficio de escribir. “Cada vez tienes que plantearte nuevas soluciones porque las antiguas ya no sirven”, aseguraba en una entrevista periodística a raíz de la publicación de “Esa puta tan distinguida”, una novela sobre las trampas de la memoria. El autor barcelonés aprovecho esta obra para tirar dardos a una industria del cine que, en su opinión, está demasiado escorada políticamente y, además, siempre maltrató su literatura. Bien conocidos fueron los problemas que tuvo con la adaptación de “El embrujo de Shanghai”. En los últimos años, Marsé aseguró estar muy harto de la política, especialmente la catalana. Harto y aburrido del “procés”, siempre defendió el bilingüismo. Y lo hacía con una frase demoledora y muy de su carácter: “Yo hablo y escribo en la lengua que me sale de los huevos”. Y es que, aunque el catalán es su lengua materna, Juan Marsé escribe en castellano y su figura nunca ha sido bien recibida en los círculos nacionalistas, el autor no se ha cortado a la hora de demostrar su disidencia con su habitual socarronería. Significativo es el relato de un editor y crítico que fue testigo de cómo en 1.985 el conseller de cultura Joan Rigol admitió que no podía incluir a Marsé en el “Pacte Cultural” porque “si lo hago los míos me devoran” dijo. Al escritor se le ha mantenido en un cierto ostracismo en las instancias nacionalistas porque él nunca se ha sentido obligado a mantener una obediencia ideológica. Hombre de lengua contundente, incapaz de ocultar lo que realmente siente cuando se lo preguntan, la proverbial sinceridad de Marsé ha alimentado no pocas polémicas, entre ellas las relacionadas con los escritores Baltasar Porcel o con los hermanos Goytisolo, Luis y Juan.

Manolo es un habitante de Monte Carmelo, barrio pobre, decadente y marginal. En realidad es un charnego, un murciano emigrado a Barcelona con la ilusión de conseguir alguna alternativa a una vida miserable y solitaria; la madre viuda, se junta con otro hombre y él recurre a su hermanastro. El chico sueña desde pequeño con ser otro personaje, alguien distinto con una vida mejor, y le gusta fantasear con la idea de ser hijo de un duque, origen que cultiva en secreto. Pero también, sosteniendo esas fantasías, hay en Manolo un auténtico gusto por las cosas buenas de la vida. El niño desarrolla cierta sensualidad y aprecio por lo bello, por lo agradable y estético, derivando ese deseo en una actitud vital de búsqueda, una cierta ambición. De todos los personajes de Monte Carmelo, Manolo es el único disconforme con lo que le ha tocado, no quiere ser como Bernardo Sans, amigo que sirve de contrapunto: tosco, vulgar, sin ambiciones. El robo de motocicletas es un medio de vida para los jóvenes marginales, una manera de conseguir dinero rápido si no se dejan pillar por la policía. La otra alternativa es trabajar en empleos mal remunerados y casarse con mujeres como Hortensia o Rosa, carentes de atractivo y glamour. La primera escena de la novela nos presenta al protagonista colándose en una verbena de ricos, falseando su propia identidad. Seduce a una chica, pero no sabe que ella también tiene otra identidad que no es la supuesta. El despertar a la realidad lo violenta: Manolo sedujo precisamente a Maruja porque, en esa verbena, ella era la única pobre y desposeída como él. Debido a un accidente doméstico, Maruja, que es criada de una familia de la burguesía, entra en coma, se produce un acercamiento entre Teresa, la hija de la familia, y Manolo. Esta cercanía, producida por circunstancias especiales: La clínica, las tardes compartidas, etc., propicia el romance. Pero hay un detalle importante: Luis Trías, el novio pijo de Teresa, la había dejado insatisfecha y frustrada y Manolo irradia el atractivo del macho sureño, es una promesa de placer real. Eso y la fantasía que ella alimenta sobre la actividad política de Manolo, que es nula pero que Teresa considera real y auténtica, por que lo cree obrero, harán el resto. Sin identificación política, Teresa no habría dado un paso adelante, se escuda en un ideal compartido, en una lucha en común. Las diferencias sociales se mistifican, se trastocan. En realidad no se buscan y desean como personas sino como símbolos sociales.

Últimas tardes con teresa-libro

Para Teresa, el submundo de el Pijoaparte ejerce un fuerte atractivo. Los dos buscan los extremos desconocidos por diferentes razones: él porque desea verse rodeado de cosas buenas que le son inaccesibles, ella por el exotismo de tocar lo que no tendrá jamás de forma natural y porque eso la acerca al pueblo, entendido como paraíso de lo real. Manolo no aspira a poseer a Teresa como mujer, no llega tan lejos su osadía. El aspira a conseguir un trabajo a través de los contactos que pueda suministrarle Teresa, un trabajo que cambie su vida. Luego quizá……Sin méritos no habrá premio. Sin embargo el final de la novela es una caída en picado ya que la realidad constata lo separadas que están las clases sociales y como funciona el sistema; ella terminará superando la experiencia del verano con ligereza y un aire frívolo, refugiada en su mundo de niña rica, al cual pertenece por cuna y por voluntad. El, a su vez, paga con la cárcel el delito cometido: robar la moto para correr donde su amada.

En “Ultimas tardes con Teresa” hay una crítica, en tono burlesco, a los chicos de buenas familias que van de proges, intentando demostrar un compromiso político que están lejos de entender y que no va más allá del uso de un lenguaje particular y una pose de moda. Los momentos más irónicos los logra Marsé cuando describe sus actividades y sus posturas políticas. Realmente es una parodia, la frivolidad de sus discursos rezuma patetismo, son unos niñatos que pretenden conocer mundo y no han salido de sus barrios. Es el caso de Teresa: va de revolucionaria pero conduce un coche deportivo descapotable digno de una princesa. En la España de Franco, bastaría con asumir una pose de protesta para pasar por un revolucionario en un ambiente conservador. La novela sitúa la acción en la segunda parte de la década de los cincuenta, cuando los estudiantes comenzaron a cuestionar muchas cosas. Pero, en realidad, muchos de ellos son pura teoría, viven como miembros de la alta burguesía, están alejados del pueblo e ignoran su sentir.

Lo que parece al principio una historia de amor entre dos chicos jóvenes durante los meses de verano, una relación muy osada entre la rubia rica y el guapo pobre, es otra cosa; lo que hay es una experiencia vital entre los dos protagonistas que, debido al accidente de Maruja, comparten sus vidas durante un corto periodo de tiempo. Las circunstancias propician la relación: ella se siente atraída por el macho ibérico, a quién le atribuye un rol político que no tiene. El desea encontrar un trabajo que lo saque de su pobreza y su ambiente y Teresa le ofrece la posibilidad de conseguirlo.

Las novelas de la posguerra española eran obras con un fuerte contenido social. Las injusticias, la pobreza, el dolor eran los grandes temas. Al mismo tiempo surgió la novela rosa que intentó provocar una evasión de la dura realidad buscando el mundo frívolo, y un tanto hollywoodense de las clases altas. La revista “Hola” comienza a circular por esa época originando la llamada prensa del corazón, un género periodístico cuyo único interés es la vida de ricos y famosos. La escritora Corín Tellado fue el máximo exponente de la novela rosa y es considerada la autora más leída después de Cervantes. Se trataba de novelitas cortas, superficiales, con hombres guapos y mujeres bellas cuya única función era entretener al público, esencialmente femenino, para así hacerles olvidar las dificultades de la vida cotidiana. Juan Marsé utiliza, en parte, el lenguaje de ese tipo de novelas como estereotipo.
Y lo hace con la intención de ironizar y trastocar el género; no hay final feliz (como en las novelas rosas) y no hay entrega de los amantes (Teresa y Manolo no llegan a consumar su relación). Así que podemos preguntarnos ¿hay romance en “Ultimas tardes con Teresa” o se trata sólo de un malentendido?. De novela de amor no queda nada excepto en algunos momentos del relato y un lenguaje excesivamente dulce, plagado de adjetivos, que intenta retratar una situación particular propia de un romanticismo edulcorado. Dicha situación es barrida por el viento del otoño y el cambio de estación. Resulta impensable una relación seria entre el Pijoaparte y la chica de los Serrat, la muerte de Maruja los ancla en la realidad; ya no hay un pretexto para seguir viéndose. Cada uno regresa a lo que tenía antes del verano, en escenarios diametralmente opuestos, como si jamás se hubieran cruzado en el camino.

 

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