“ En ciertas ciudades de provincia hay casas que, al contemplarlas, inspiran una melancolía igual a las que provocan los claustros más sombríos, las landas más yermas o las más tristes ruinas. Acaso sea porque en estas casas se encuentran a la vez el silencio de los claustros, la aridez de las landas y la desnudez de las ruinas; la vida y el movimiento son en ellas tan lentos, que un extraño las creería deshabitadas si no se encontrase de repente con la mirada pálida y fría de una persona inmóvil que, al ruido de unos pasos desconocidos asoma su rostro casi monástico tras el alfeizar de la ventana”.
“Eugenia Grandet”. – Honoré de Balzac
Cuando el siglo XVIII tocaba a su fin, la Revolución estaba en Francia a punto de cerrar su primer ciclo de convulsiones y violencias para dar paso a una insólita aventura imperial. Todo el mundo se hacía lenguas de las hazañas guerreras del joven general Bonaparte, quién después de la fulgurante campaña de Italia había conseguido en Egipto la gran victoria de las Pirámides. Unos meses después iba a encabezar el golpe de estado del 18 de Brumario-9 de Noviembre de 1.799-, iniciándose así el régimen del Consulado, que le permitiría acumular cada vez más poder. Napoleón Bonaparte seria primer cónsul, más tarde cónsul vitalicio y por fin emperador. El que poco tiempo atrás era solamente un oscuro oficial corso pasaba a convertirse en el hombre más poderoso de Europa, cuyo mapa podía rehacer a su capricho. Napoleón, que llena la historia de estos años como nadie lo había hecho desde hacía muchos siglos, parece presidir con el signo de su ambición sin límites ni mesura la carrera de un niño turenés cuya infancia va a coincidir con los momentos estelares de la gran epopeya. Aquel niño, al que se bautiza con el nombre de Honoré, no pertenece a una familia ilustre, pero al cabo de doscientos años su recuerdo puede equipararse con justicia al de Napoleón.
Balzac querrá ser muy pronto el Napoleón de la literatura, seguir el ejemplo máximo que le ofrecía su época, sin conformarse con menos. Conquistar Europa y rehacerla, remodelarla según unos nuevos principios, es una quimera que llega a ser algo habitual y casi accesible para los franceses de comienzos del siglo XIX. Luego vendrá Waterloo, el fin de los sueños insensatos, pero la semilla de la leyenda estaba destinada a ser inmortal, y en Francia cunde el contagio de esa fiebre de inextinguible grandeza. Balzac iba a ser el gran emperador de la novela, que no se resigna a pintar unos ambientes determinados, unas vidas privadas, a tratar unos aspectos o franjas del mundo. El aspira a contarlo y a resumirlo todo, estrujando la vida entera para obtener un significado que sólo puede expresarse en la libertad de la forma novelesca. Su ambición será, según su propia frase “hacer la competencia al registro civil”, es decir, crear otro mundo completo que rivalice con la realidad. El universo tal como es no le basta, y lo verá como un punto de referencia a partir del cual poder imaginar una nueva síntesis a la que llamará “La Comedia Humana”.
“La Comedia Humana”, según las previsiones del autor en 1.845 para una edición completa de veintiséis tomos, se dividía en tres grandes partes muy desiguales. La tercera, la más breve, titulada “Estudios analíticos”, es una especie de cajón de sastre con textos curiosos, casi filosóficos, como “Fisiología del matrimonio”. La segunda parte, que debía comprender tres volúmenes, es mucho más precisa, y el autor pretende darnos su interpretación filosófica del mundo, como una síntesis significativa de los “Estudios de costumbres”, primera parte de la obra donde se procedía a un método descriptivo y analítico; cinco títulos, al menos de esa segunda parte, pueden considerarse de lectura imprescindible, entre ellos “La piel de Zapa”.
Pero el grueso de “La Comedia Humana” corresponde a la primera parte del catálogo, la que lleva el título de “Estudios de costumbres”. Aquí se quieren abarcar todas las facetas de la vida social, y por ello se divide en seis grupos llamados “escenas”. Las “escenas de la vida privada” constan de una treintena de títulos, el mejor de los cuales, y el más famoso es “Papá Goriot”, una de las obras cumbres de Balzac. Aunque a su lado pueden figurar sin desdoro obras de menos envergadura pero no de menor intensidad dramática como “Modeste Mignon”, “Una doble familia”, “Una hija de Eva”, “La mujer abandonada”, “Beátrix” (donde se presenta un interesantísimo personaje inspirado en George Sand), “Pierre Grassou”, “La misa del ateo”, etc. Las “escenas de la vida provinciana” contienen la novela más leída de Balzac: “Eugenia Grandet”, pero también la más formidable de las varias descripciones que hizo el autor de la situación del ambicioso provinciano que se enfrenta al mundo de París: “Las ilusiones perdidas”. El marco provinciano da también obras maestras como “La solterona”, un extraordinario estudio de caracteres, “El cura de Tours”, de ambiente clerical, con muchos recuerdos de la ciudad que le vio nacer, “Pierrette” y “La Rabouilleuse”.
Las “Escenas de la vida parisiense”están presididas por esa gran novela que es “Esplendores y miserias de las cortesanas”, continuación y remate de “Las ilusiones perdidas”, donde vemos a Balzac rivalizando con los maestros del folletín. A su lado hay que situar una serie de tragedias de gente vulgar, como “César Birotteau”, la novela de una quiebra, y “Los pequeños burgueses”, sobre los intríngulis del dinero, y los tres románticos y arrebatadores episodios que componen “La historia de los trece: Ferragus, La duquesa de Langeais y La muchacha de los ojos de oro”. En las “Escenas de la vida política” hay otro libro inolvidable: “Un asunto tenebroso”, que funda y al mismo tiempo supera ya para siempre el género de intriga, policíaco y de suspense. Con menos ambición hay que citar también los relatos cortos “Un episodio bajo el Terror” y “El diputado de Arcis”.
De las “Escenas de la vida militar”, que hubieran debido tener cerca de treinta volúmenes, Balzac sólo nos dejó una novela larga, que inauguró “La comedia humana”, la primera que firmó con su verdadero nombre: “Los chuanes”, apasionante narración de carácter histórico que parece empezar imitando a Walter Scott y a Fenimore Cooper, para ir finalmente mucho más lejos que todos sus modelos. Por fin, las “Escenas de la vida rural” que también quedaron un tanto desproporcionadas con respecto al resto del catálogo. De los cinco libros previstos, escribió tres, y sólo uno, “Los campesinos”, tiene importancia. Honoré de Balzac murió el 18 de Agosto de 1.850, a los cincuenta años de edad. La colosal “Comedia humana” fue el genial legado del autor; un libro gigantesco, en el que la posteridad ha visto la novela por antonomasia. En el siglo XIX hay otros novelistas extraordinarios como Stendhal, Flaubert, Galdós, Dickens, Dostoievski y Tolstoi, por citar unos cuantos nombres, pero Balzac nos parece la novela en estado puro, toda la novela con su compendio de grandezas y servidumbres, la novela total. Para terminar comentar que un paciente balzaquiano, Fernand Lotte, estableció un censo de los personajes que pueblan la “Comedia humana”, y gracias a él sabemos con toda precisión que en el conjunto de las novelas de Balzac aparecen cerca de dos mil quinientas figuras identificables, además de otras mil quinientas anónimas, sin contar la aparición de personajes reales como Dante, Luis XVIII, Napoleón, etc. De muchos conocemos todas sus características: edad, lugar de nacimiento, familia, condición social, aspecto físico, carácter, costumbres, fortuna, historia amorosa, ideas políticas…Estamos pues, ante una verdadera sociedad en miniatura que, según la frase famosa, “hace la competencia al registro civil”, y cuyos miembros reaparecen en distintas novelas. Victor Hugo, en el discurso que pronunció en el entierro de Balzac dijo: “Todos sus libros no forman más que un solo libro, un libro vivo, luminoso, profundo, en el que vemos ir y venir, andar y moverse con un no sé qué de turbador y de terrible mezclado con lo real, toda la civilización contemporánea; un libro prodigioso que el poeta tituló “Comedia” y que hubiese podido titular “Historia”.