“ARQUITECTO: ¿Se da cuenta de la gravedad de su acusación?.
EMPERADOR: Ah, yo no me meto en nada. Lo que yo decía es que algunos días antes de su desaparición, se produjo un hecho que ella me contó, y que vale la pena de ser relatado: mientras ella dormía, su hijo se acercó sin hacer ruido y colocó con mucho cuidado cerca de la cama, sal, una servilleta, y un tenedor, y con mucha precaución, levantó un enorme cuchillo de carnicero sobre la garganta de la madre. Cuando él asestó la tremenda cuchillada que la hubiera decapitado, ella se apartó.”Fragmento del primer acto de “El arquitecto y el emperador de Asiria”
Fernando Arrabal Terán nació en Melilla el 11 de agosto del año 1.932. Su padre, Fernando Arrabal Ruiz, pintor y militar, se mantuvo fiel a la República y fue condenado a muerte, pena que le fue conmutada por la de treinta años de prisión. Su madre, Carmen González Terán, era franquista y con ella se trasladó a Ciudad Rodrigo durante la Guerra Civil. Su padre fue enviado al hospital de Burgos en 1.941, y a finales de ese mismo años se escapó en pijama; nunca más se le volvió a ver. En 1.937, Fernando fue inscrito en una escuela católica local hasta 1.940. Tras el final de la Guerra Civil, se trasladó con su madre a Madrid, donde Fernando fue galardonado, en 1941, con el premio nacional de niños superdotados. A los quince años intentó sin éxito ingresar en la Academia General Militar. Pasó algunos años en Madrid, donde estudió Derecho y después se trasladó a París en 1955, fijando allí su residencia definitiva. Una grave afección de tuberculosis le mantuvo largo tiempo hospitalizado en precarias condiciones. En 1962 conoce al poeta André Breton, representante del movimiento surrealista y en 1963 crea el <<Movimiento Pánico>>, alusivo al dios griego Pan, junto a los artistas Roland Topor y Alejandro Jodorowski. En el año 1.969 consigue ser el dramaturgo contemporáneo más representado.
Autor prolífico de teatro, sus obras se identifican con el teatro del absurdo. En 1956 escribe “Fando y Lis”, “Ceremonia por un negro asesinado” y El Laberinto”. Destacan “Los hombres del triciclo” de 1957, “Picnic en el campo” (1958), “El cementerio de automóviles” del mismo año, “El laberinto” (1961), El arquitecto y el emperador de Asiria” y El jardín de las delicias”, ambas de 1.967, una de sus obras maestras que obtuvo ese año el Gran Premio de Teatro de París. El 1993 recibe el Premio de Teatro de la Academia Francesa. Se publica su teatro completo en 1997 y en 2001 recibe el Premio Nacional de Teatro por “Cementerio de automóviles”. En 2003 gana el Premio Nacional de Literatura Dramática con su obra “Carta de amor” estrenada sucesivamente en Jerusalén, Madrid y París con gran éxito. En 2005 publica “¡Houellebecq”. Como escritor de narrativa , es galardonado con el Premio Nadal con “La torre herida por el rayo” en 1982. Otros títulos más conocidos son: “Baal Babylone”, 1959, “Arrabal celebrando la ceremonia de la confusión”, 1983, “La hija de King – Kong”y “El entierro de la sardina”, de 1986, “La virgen roja”, 1987, “La extravagante cruzada de un castrado enamorado”, 1990, “Ceremonia por un teniente abandonado” de 1998 y en el 2000 “Levitación”.
Como poeta destacan sus títulos: “La piedra de locura” (1984) y “Mis humildes paraísos” de 1985. Como ensayista Arrabal escribió: “Carta al general Franco”, “Carta a los militares comunistas españoles” ambas de 1978, “Mil novecientos ochenta y cuatro. Carta a Fidel Castro” (1983), “Carta a Jose´María Aznar” (1996) y “Un esclavo llamado Cervantes” de 1997. Con “La dudosa luz del día” de 1994, gana el XI Premio de Ensayo de Espasa. Fernando Arrabal se inicia en el cine como actor en películas dirigidas por el grupo teatral Pánico y algunos amigos con diversos filmes. Como director debuta con “¡Viva la muerte!” (1971), que junto a “Iré como un caballo loco” y “El árbol de Guernica”. En 1981 adapta su obra teatral “El cementerio de automóviles”. También el autor ha escrito y dirigido óperas y, como pintor, en 2013 inauguró su exposición “Poémes plastiques” en el Museo Montparnasse de París. Fernando Arrabal es <<doctor honoris causa>> por la Universidad Aristóteles de Salónica, y fue galardonado con las insignias de Oficial de las Artes y las Letras francesas en 1995 y es Caballero de la Legión de Honor de Francia desde 2006. También es un reconocido jugador de ajedrez, y colabora en medios deportivos como cronista.
La noche del 29 de enero de 1958 en que Dido, el teatro de cámara más valioso de aquellos años, dirigido por Josefina Sánchez Pedreño, estrenaba en función única la obra de un autor novel, “Los hombres del triciclo”, no sólo entraba en juego el destino inmediato de ese autor, sino también el destino inmediato de una parte de la escena española. Aquel estreno tiene, pues, una significación análoga a los de “Historia de una escalera”, de Antonio Buero Vallejo, de 1947, y “Escuadra hacia la muerte”, de Afonso Sastre, estrenada en 1953; varía el desenlace. La necesidad de incorporar entonces a nuestra escena el teatro de vanguardia, no sólo a través de traducciones, sino de textos dramáticos en y desde la circunstancia española, no fue del todo comprendida por los sectores más alerta del teatro español y, lo que iba a ser más decisivo, fue violentamente rechazada por la crítica oficial, por la censura y por la anquilosada estructura de los escenarios comerciales. Pero si en aquellos años ambas tendencias, realismo y vanguardia, se hubieran podido afirmar plenamente en la escena profesional, su propia dialéctica habría sacado al teatro español de la crisis en que se encontraba desde 1939. No ocurrió así. “Los hombres del triciclo”, lo que significaba como posibilidad renovadora, pasó inadvertido. Y aquel nuevo autor, Fernando Arrabal, se marchó a París, para escribir, estrenar y vivir allí definitivamente. Arrabal consiguió ser el autor español más conocido y cotizado en la escena internacional, después de García Lorca.
En 1958 Arrabal había inventado ya su <<máscara>>, no menos excéntrica, no menos ofensiva-defensiva que la de un Valle-Inclán o un Gómez de la Serna, y tenía escrita una parte muy considerable de su teatro, que iría estrenando en Francia en los años siguientes. De esa primera época del autor, “El triciclo” manifiesta algunas de sus características a través de la colisión de dos mundos incomunicados, incomunicables y antagónicos: el de unos vagabundos (los amantes Climando y Mita, el dormilón Apal y El Viejo de la flauta) y el de El Hombre de los billetes, un Guardia y El Jefe de los guardias. El desenlace sangriento viene a demostrar la imposibilidad de realizar en el mundo objetivo de hoy, en la sociedad burguesa actual, cierto modelo de inocencia, de bondad y de libertad esenciales, que Apal y sus amigos ejemplifican se diría como una anticipación del pensamiento hippy. En “Fando y Lis” de 1961, una de las mejores obras de Arrabal, se plantean dos temas estrechamente enlazados: las relaciones conflictivas hombre-mujer, a través de las figuras protagonistas que dan título al drama, y el mito del Laberinto. Otros tres personajes alegóricos intervienen en la acción: Namur, Mitaro y Toso, siempre juntos, cubiertos por un enorme paraguas. Lis está paralítica y va en coche de ruedas, conducida por Fando. Los cinco se dirigen a Tar. Aún sabiendo que seguramente no llegarán nunca, aún sabiendo que quizá Tar no existe, caminan hacía allí – o creen que lo hacen – porque no pueden dejar de intentarlo, pese a que después de cada tentativa terminan volviendo al sitio de origen. La relación Fando-Lis es una evocación poética de la ambivalencia del amor, el amor que un niño tendría por su perro, al que abraza y atormenta a la vez. Al insertar los sentimientos infantiles en el mundo adulto, Arrabal logra un efecto tragicómico y hondo, revelando el verdadero contenido de las emociones adultas. Esto sería una constante en el teatro del autor, así como la reactualización del mito del Laberinto.
De no menor densidad poética, “El cementerio de automóviles” estrenada en 1966, nos sitúa, ya en su original espacio escénico que indica el título, ante una imagen irrisoria de la civilización burguesa; hay que decir en seguida que estos viejos automóviles aparecen acondicionados como un gran hotel y que toda la acción dramática, desde una óptica surrealista, es una recreación de la pasión de Jesús en las figuras de Emanu (un trompetista de treinta y tres años) y de sus discípulos Tope (clarinetista) y Foder (saxofonista). Como los vagabundos de “El Triciclo), Emanu asume un modelo de inocencia y bondad esenciales – tal es el mensaje de su música -, y, como aquéllos, será finalmente detenido por los guardias. El nacimiento de un niño, tal vez un nuevo Emanu, sugiere un sentido cíclico de la acción y a la vez afirma una esperanza. Las palabras iniciales y finales de Dila – respectivamente, ordenando a los huéspedes que se duerman y que se levanten – permitirían ver toda la acción como un sueño, a lo que asimismo contribuye la naturaleza onírica de los símbolos desplegados por el autor.
Pero la belleza, el valor hondamente poético del teatro de Arrabal, se aprecia igualmente en las piezas en un acto de esta primera época: en “Pic-nic en campaña” de 1959 y en “Guernica” de 1968, ambas de contenido antibelicista; en “Oración” (1958), en “El laberinto”, expresivamente subtitulada <<Homenaje a Kafka>>, y estrenada algo tardíamente en 1967; en “La bicicleta de los condenados”, y otras más. Pertenecen también a esta primera época “Ceremonia para un negro asesinado” y “Orquestación teatral” ambas de 1960. Y, sobre todo, “Los dos verdugos”, pieza en un acto, de la mayor significación respecto a la literatura de Arrabal, por aparecer aquí, con mucha nitidez ya, una de sus constantes temáticas: el mito de la madre. Francisca ha denunciado al marido y disfruta al saberle víctima de una bárbara tortura en la habitación que se supone contigua al escenario. Por otra parte, Francisca quiere llevar por <<el buen camino>> a uno de sus dos hijos, el <<hijo malo>>. Con ese extraordinario personaje y con todos los que, ya en el teatro de la madurez, lo prolongan en sucesivas reelaboraciones, Arrabal desarrolla el proceso crítico iniciado por Galdós en “Doña Perfecta” y continuado por García Lorca (Bernarda Alba) y por Alberti con “Gorgo”.
Prefiguradas, formal y conceptualmente, en esta primera etapa de su teatro, las obras de madurez de Fernando Arrabal son: “La coronación” de 1965, “El gran ceremonial” (1966), “El arquitecto y el emperador de Asiria” de 1967, quizá la más lograda, con sólo dos personajes que encarnan, en un ritual sin principio ni fin, una serie de figuras diferentes y contradictorias, y cuya significación última es la de una honda reflexión acerca de la relación conflictiva con el “otro”; “La aurora roja y negra” de 1968, con el subtítulo <<O Imaginación-Revolución>>, donde Arrabal incorpora una abierta crítica política, nueva en su teatro; “El jardín de las delicias” de 1969; las dos piezas para un solo espectáculo tituladas “Un torturado llamado Dostoievski”, donde no aparece ningún personaje que sea Dostoievski, pero sí ciertos horrores presentidos por él, aquí en la forma de una tortura radiactiva; y “Bestialidad erótica” de 1969, donde, como en “El arquitecto y el emperador de Asiria” o “El jardín de las delicias”, el autor vulnera sistemáticamente el mundo de lo prohibido, el mundo de los tabúes, tanto en un plano herético como erótico; y, “Bella ciao” de 1.972. Y así hasta una treintena de obras más… hasta ahora.
Dadas a conocer en los mejores escenarios del mundo, las obras de Fernando Arrabal desarrollan un lenguaje límite, barroco, escatológico, onírico, sin que de él esté ausente aquello que nos parece más íntimo y sustancial al arte del autor: la afirmación de valores como la libertad, la bondad y la inocencia. Felizmente paradójico, el teatro de Arrabal está más allá de sus inmediatos aspectos de choque cultural o para impresionar a la burguesía. Teatro <<Pánico>>, según lo define el propio Arrabal ( Pánico, de Pan: el todo), constituye una aportación fundamental del teatro español de nuestra época, aunque se haya producido fuera de España, como tantas otras cosas verdaderamente fundamentales y verdaderamente españolas. Por que el teatro de Fernando Arrabal refleja las miserias, las frustraciones y las esperanzas de manera puntual, exacta, clandestina a veces, de la vida española de nuestro tiempo: escindido, turbado, problemático. Y al verla, a través de ese mirador excepcional que es el teatro de Arrabal experimentamos esos dos sentimientos que los griegos buscaban en la ficción trágica: el horror y la piedad. Sólo que ahora no es una ficción la causa que los provoca, sino la realidad de nuestro propio existir.