
“La luna vino a la fragua
con su polisón de nardos.
El niño la mira mira.
El niño la está mirando.
En el aire conmovido
mueve la luna sus brazos
y enseña, lúbrica y pura,
sus senos de duro estaño.”
Fragmento de “Romance de la luna, luna” del “Romancero gitano”, Federico García Lorca.
Federico García Lorca nació en Fuente Vaqueros (Granada) el 5 de julio de 1898, en el seno de una familia acomodada. En 1909, cuando tenía una vez años, se trasladan a Granada donde Federico estudia hasta terminar las carreras de Derecho y Filosofía y Letras, además de la de Música. En 1919 se traslada a Madrid, a la Residencia de Estudiantes, donde se relaciona con artistas como Luis Buñuel, Rafael Alberti, Salvador Dalí o Juan Ramón Jiménez, quienes influirán en su visión de la poesía. En 1921 Federico regresó a Granada y conoció al maestro Manuel de Falla. Ese mismo año escribe su “Poema del cante jondo”. En diciembre de 1927 se reúne con varios poetas en Sevilla en la conmemoración de los 300 años de la muerte de Luis de Góngora. Allí conocerá a Jorge Guillén, Pedro Salinas, Dámaso Alonso, Gerardo Diego, Vicente Aleixandre, Manuel Altolaguirre y Emilio Prados entre otros. De este acto surgió la que fue llamada “Generación del 27”.
En 1929, Fernando de los Ríos propuso a Lorca un viaje a Nueva York, que el autor aprovecha para escribir el célebre “Poeta en Nueva York”. Después de viajar a La Habana y otras capitales sudamericanas regresa a España en 1931 donde acaba de proclamarse la II República. Federico funda entonces “La Barraca”, grupo de teatro universitario que representaba obras del Siglo de Oro español, y en esos primeros años de la década de los treinta desarrolla una labor literaria frenética, escribiendo “Yerma”, “Doña Rosita la soltera”, “La casa de Fernanda Alba” en dramaturgia o “Llanto por Ignacio Sánchez Mejías” en poesía, entre otras obras. Un mes después del golpe del 18 de julio de 1936, Federico García Lorca es asesinado por las hordas fascistas en un paraje cercano a Viznar, en su querida Granada.
El <<duende>> tiene difícil definición, aunque a ello dedicara a Lorca una magnífica conferencia que tituló <<Teoría y juego del duende>>. Y es que, como uno de los estudiosos del poeta granadino escribió, se necesitarían muchos términos para explicar lo que en ese solo se expresa, como Federico sabía perfectamente lo que había detrás de esa palabra y que él poseía como ningún poeta ha disfrutado a lo largo de la historia de la lírica española. << duende>> hay en toda la obra de Lorca, desde su primer gran libro, “Canciones”, como algo mítico, místico, telúrico y misteriosos encontrados en el teatro, en la prosa y, especialmente, en la obra poética entera de este gran escritor.
Desde 1918, en que Lorca publica “Impresiones y paisajes”, hasta ese libro originalísimo que es “Diván del Tamarit”, la evolución poética de Federico es constante y la calidad irá acentuándose en un proceso que es alarde de perfección y de bondades líricas. La lectura de su obra así lo prueba de una forma patentada y cualquier antología también lo demuestra sin dificultad, aunque ya en los primeros poemas se encuentre esa visión trágica, profunda y trascendental de su Andalucía y el dolor, la sangre, la sensualidad, la luna, el amor y la muerte marquen las coordenadas fundamentales de un escritor, que sin nunca separarse de la tierra – de esa naturaleza que tanto amaba- se eleva a unas alturas que sólo la capacidad creadora de la palabra lorquiana puede lograr.
Así el lector disfruta de las composiciones juveniles del “Libro de poemas”, a pesar de que algunos de ellos sean frutos tempranos y en agraz, como también puede gozar del colorido, la brillantez de las cortas composiciones de su libro “Canciones”; pero es en el “Romancero gitano” y luego en el “Poema del cante jondo” cuando Lorca se convierte en el poeta admirado por todos y también cuando Federico consigue eso tan difícil de ser respetado por los cultos y recitado de memoria por el pueblo. El “Romancero gitano” surge de las raíces más profundas de la Andalucía lorquinana y con él logra el escritor la universalización de unos tipos, de una raza y de un pueblo.
El “Romancero…” es el gitano convertido en mito y lo que en manos de otros poetas fue retrato o donaire, gravedad o pintoresquismo, en Lorca pierde contorno real para entrar en el mundo atemporal de los sueños. Y todo ello logrado por Lorca a través de la pena de Soledad Montoya, de los jinetes y de las fraguas donde << lloran, dando gritos, los gitanos >>, de Preciosa y de Antoñito el Camborio o de esa monja gitana que en el silencio de la cal y del mirto << borda alhelíes sobre una tela pajiza >>. Brillantez radiante y patetismo, fuerza trágica y admirables imágenes, todo esto y mucho más respira este libro, como la canción popular andaluza – la seguiriya, la soleá, la petenera…- y la mítica Andalucía habían sido el centro del “Poema del cante jondo”.
Pero Lorca (y parece que los lectores y la crítica van haciendo justicia) no es sólo- ¡y ya es bastante! – el más profundo recreador de esa Andalucía y el poeta de la imagen y de la brillante metáfora que alcanza en el “Llanto por Ignacio Sánchez Mejías” calidades admirables. Lorca es, y también con toda justicia, el autor de un libro superrealista de difícil lectura y de agradable sorpresa para quién únicamente sea asiduo lector de la obra hasta aquí citada. “Poeta en Nueva York” es la antítesis del microcosmos precedente, como la ciudad americana a orillas del Hudson será la cruz de esa limpia y brillante faz que es para Lorca la Granada de la Huerta de San Vicente, del Darro y del Genil, del Albaicín o de las aguas rumorosas de la Alhambra.
El poeta vive en la ensoñación de la naturaleza, del campo, de los árboles y de las flores, de los insectos y del sol mediterráneo y se encuentra en su estancia neoyorquina el cemento y los rascacielos, Wall Street y el maquinismo…. Es un mundo de sombras frente a la vivificadora luz que añora; es el presente que constata y sufre y es también, no lo olvidemos, el futuro que Lorca adivina para el mundo como una profecía que describe un sueño dantesco….El poeta recrea desde la emoción y el poder de su capacidad poética, la ciudad de Nueva York, pero también testimonia y denuncia. Y, después de ver a la sociedad moderna, representación del nuevo Imperio levantado por el capital, desde la Torre del Chrysler Building, anhela un mundo nuevo, radicalmente nuevo, que sea <<flor de aliso y perenne ternura desgarrada>>.
El gran conocedor de la literatura de la <<Generación del 27>>, José Luis Cano escribió: <<La angustia del hombre acorralado, devorado por la civilización de la máquina – que recuerda a Chaplin en su película “Tiempos modernos”- exigía esa poesía amarga, exasperada, caótica y la renuncia al verso tradicional. En vez de éste, Lorca usa ahora el verso libre, inquieto, desasosegado, que va mejor a la expresión surrealista ya las imágenes oníricas, tan frecuentes en el libro>>. Federico García Lorca fue aniquilado por sus ideas de libertad y justicia y por su enorme talento. Había que callar esa voz y fue muerto por los defensores de la honra y de la casta, y enterrado anónimamente junto a otros miles de granadinos asesinados por el fascismo. La muerte, si, hay que mirarla cara a cara, como en algún momento dice Bernarda Alba; pero no hay ley que pueda imponer su << ¡A callar he dicho! >>: la prueba, entre otras, está en la voz del poeta.