“Tengo treinta y tres años, fui a la universidad una temporada y todavía se hablar inglés si alguien me lo pide, cosa que no sucede con mucha frecuencia en mi oficio. Trabajé en una ocasión como investigador para el señor Wilde, el fiscal del distrito. Su investigador jefe, un individuo llamado Bernie Ohls, me llamó y me dijo que quería usted verme. Sigo soltero porque no me gustan las mujeres de los policías….Me despidieron. Por insubordinación. Consigo notas muy altas en materia de insubordinación, mi general”.
“El sueño eterno”. Raymond Chandler.
Los años de la Depresión y la segunda guerra mundial van a suponer la presencia obsesiva del miedo tanto individual como colectivo. Los cinco años de guerra dejan terribles secuelas: los millones de muertos y heridos en combate y el terror a la bomba atómica. Sin embargo, para los intelectuales lo peor aún no había llegado: en 1.947, el presidente Truman instauraba la “guerra fría” con la intención de aislar la creciente influencia internacional del comunismo. Esto trajo consigo la creación del Comité de Actividades Antinorteamericanas que, impulsado por el senador Mccarthy, llevó a cabo desde 1.950 a 1.954, con su tristemente famosa “caza de brujas”, la más implacable persecución de izquierdistas y progresistas que recuerda la reciente historia de los Estados Unidos. De entre los muchos escritores represaliados hay que citar a Dashiell Hammett y Howard Fast.
Así pues, aunque sobreviven las tendencias “hard boiled”, llegando a alcanzar incluso una de sus cimas señeras con la obra de Raymond Chandler, la tendencia predominante va a ser la psicología criminal, que, aunque surgida en el decenio anterior, estaba más en consonancia con una sociedad traumatizada. Este subgénero se centra en la exploración psicológica del crimen y del criminal. La novela negra, no obstante, va a ir fragmentándose en otros subgéneros, como la “crook story”, basada en la vida de los delincuentes profesionales; la “police procedural”, relativa a la policía y a sus métodos de investigación, no siempre lícitos, y a la “penintentiary story”, que, narrada por los propios presos, describe la vida en las prisiones. La guerra fría y la represión mcCarthiysta son el caldo de cultivo en que germinan la violencia y la obsesión sexual del Mike Hammer de Mickey Spillane, la crítica acerada de David Goodis, cronista de una sociedad regida por el miedo y en la que cualquier ciudadano pude convertirse en víctima, y la solidaridad y la denuncia de la corrupción que caracteriza la obra de William P. McGivern.
Sólo por el personaje de Philip Marlowe, una de las creaciones más extraordinarias del género, Raymond Chandler (1.888-1.959), el renovador y maestro indiscutible del “hard boiled”, junto a Hammett, ocupa ya un lugar en primera fila en la novelística contemporánea. Marlowe, que entró inmediatamente en la leyenda, en gran parte gracias a las interpretaciones cinematográficas de Humphrey Bogart, se caracteriza por ser un hombre sensible y solitario, apasionado por la verdad, moralista y algo cínico. La corrupción de la sociedad, donde la obtención del dinero y el poder lo es todo, es uno de los temas prioritarios en el conjunto de la obra de Chandler, y puede afectar tanto a las fuerzas policiales como a los políticos. Enfrentados a esa corrupción y al paso del tiempo que todo lo destruye, lo único a lo que pueden aferrarse los protagonistas de Chandler, hombres duros e independientes, acostumbrados a codearse con criminales y policías, es su código individual del honor.
Partiendo de Chandler, Ross MacDonald (1.915-1.983) crea una serie de novelas protagonizadas por Lew Archer (ex-delincuente, ex-policía, antiguo miembro del contraespionaje americano y divorciado), narrada en primera persona por el propio detective, especializado en los dramas familiares de la decadente clase alta californiana. La obra de esta autor, pesimista y desencantada, experimenta una evolución que va desde una primera época caracterizada por la acción y la violencia hasta una segunda etapa de mayor distanciamiento y objetividad que lleva a actuar a Archer en un segundo plano, como una especie de hilo conductor de la trama, en la que el detective desempeña el papel de psicólogo.
Patricia Highsmith, escritora americana residente en Europa, es la figura femenina más destacada de la novela negra. El grueso de su producción se inscribe en la psicología criminal y en la crook story; el delincuente como protagonista. Su obra destaca especialmente por centrarse en la génesis del crimen, que suele partir de una gran idea, y por la singular importancia que le concede al comportamiento del delincuente, generalmente masculino, mezcla de instinto y razón. Todo ello está enmarcado en ambientes de la vida cotidiana y contado a un ritmo lento que contribuye a crear una peculiar atmósfera de violencia verbal y psicológica. Frente a la versión maniquea que frecuentemente se ofrece de la realidad en la novela de detección, el conjunto de la obra de Patricia Highsmith nos presenta un aguafuerte complejo, frío y corrosivo de las relaciones humanas, en especial las de pareja. El inquietante y peculiar delincuente Tom Ripley, protagonista de varias de sus obras, ilustra lo dicho.
Cabría destacar, por último, la obra policíaca de Fredric Brown (1.906-1.972), adscribible plenamente a la psicología criminal, aunque su lirismo fantástico y su sentido del humor algo surrealista lo alejan un tanto de los cánones de esta corriente. En sus argumentos pueden rastrearse elementos autobiográficos y una despiadada crítica de la sociedad. Brown explora la moral oculta de dicha sociedad, valiéndose de un sutil análisis del comportamiento de sus personajes, a los que a menudo coloca en situaciones al borde de la pesadilla.
A partir de los años sesenta la novela negra deja de ser un coto cerrado para escritores norteamericanos y su influjo se expande por todos los países del mundo occidental, arraigando especialmente en Francia, Italia y España con novelistas de la talla de J.P. Manchette, de G. Scerbanenco y de Manuel Vázquez Montalbán, respectivamente. Y es tal la cantidad de escritores que surgen, con sus peculiares interpretaciones del personaje del detective privado, que resulta imposible enumerarlos en este breve recorrido por la novela policial. Ello es muestra inequívoca de que este género es el paradigma por excelencia de la cultura urbana y postindustrial, al margen de sistemas políticos, sociales y económicos. Que el género policial permanece abierto a cualquier realidad lo prueba su capacidad para adaptarse temáticamente a las consecuencias de los sucesos históricos más relevantes, ya sean los asesinatos de los Kennedy y Martin Luther King, las guerras de Vietnam , Afganistán, los Balcanes, el terrorismo, los movimientos hippy o punk, las revueltas raciales de la población negra en los Estados Unidos en la década de los sesenta,etc…Asimismo ha sabido amoldarse a las transformaciones sociales con sus nuevas pautas morales y formas delictivas que van desde el terrorismo internacional a los complejos delitos financieros. Novelistas de ganado prestigio como Truman Capote con “A sangre fría” de 1.965 o Norman Mailer con “Un sueño americano” del mismo año se decantan hacia el tema criminal y obtienen un gran éxito de ventas, lo que lleva a otros escritores a la busca de un resonante best-seller como el logrado por Mario Puzo con “El padrino” en 1.969. Las crecientes reivindicaciones raciales tienen como consecuencia la aparición a mediados de los sesenta en la literatura, y en el cine, de una pléyade de detectives negros, rompiendo así con la tradición del género de que estos, tanto privados como oficiales, sean de raza blanca. De entre ellos habría que destacar a Sepulturero Jones y Ataúd Ed Johnson, protagonistas de varias novelas de uno de los mejores narradores de este periódo: Chester Himes (1.909-1984). Los métodos de los policías de Himes se basan en la brutalidad, producto de la dura realidad en que se mueven, la jungla del superpoblado barrio de Harlem, en Nueva York, verdadero epicentro de todas estas obras. El protagonismo concedido a los negros es también una de las variadas facetas del prolífico Donald Westlake, uno de los valores más sólidos de la novela negra. En su compleja y amplia producción destacan la humanidad, el lirismo, y, sobre todo, el humor. Este último, junto con la ironía y el sarcasmo, está basado en el planteamiento de situaciones absurdas en un contexto realista, lo que lo convierte en un renovador del género. El éxito de las colecciones policíacas, la creciente celebración de premios y congresos, las continuas adaptaciones cinematográficas y televisivas y la utilización del estilo narrativo policíaco por parte de un gran número de escritores contemporáneos, como Umberto Eco o Eduardo Mendoza, parece confirmar que el género policíaco goza todavía de mejor salud que nunca, a pesar de los agoreros que no dejan de vaticinar su próximo fin. El género policíaco ha atraído a tantos y a tan diversos lectores, que ha llegado a decirse que es una auténtica máquina de crear lectores. Espero que, si aún no es así, muchos descubran también la fascinación que ejerce el misterio y el placer que proporciona resolverlo tras una lectura atenta y creativa.