“ Al repasar mis notas sobre los setenta y pico de casos en los que, durante los últimos ocho años, he estudiado los métodos de mi amigo Sherlock Holmes, descubro que se puede calificar a muchos de trágicos a algunos de cómicos, a bastantes simplemente de extraños, pero a ninguno de vulgar; y es que Holmes no trabajaba para enriquecerse, sino por amor a su arte, se negaba a intervenir en cualquier investigación que no tendiera a lo infrecuente o incluso a lo fantástico”.
El Dr. Watson al principio del relato “La banda moteada”.
Gran número de escritores compitieron con Conan Doyle en la creación de superdetectives durante el periodo que media entre la publicación de “Las aventuras de Sherlock Holmes” en 1.891, y el estallido de la Iª Guerra Mundial, en 1.914. Así Hal Meredith creó una de las réplicas más populares de Sherlock Holmes, Sexton Blake, antiguo médico criminólogo y detective privado, con una mente superdotada y una extraordinaria habilidad para el maquillaje. Edward Wallace, autor extremadamente prolífico, creó “los cuatro hombres justos”, implacables vengadores de la sociedad que se rigen por un código de justicia, sintetizado en el lema: “la muerte es nuestra pena favorita para todos los delitos”. De la baronesa Emmuska Orczy, famosa por la creación de Pimpinela Escarlata, es “El viejo del rincón”, que solucionaba intrincados casos mientras permanece sentado en un salón de té ingiriendo vasos de leche y porciones de tarta de queso, o atando y desatando nudos en un cordel. Rouletabille, de Gaston Leroux, otra de esas sesudas imitaciones de Holmes, se recuerda hoy por su hábil solución al enigma de la habitación cerrada planteado en “El misterio del cuarto amarillo” de 1.908. El detective volvería a aparecer en otros libros, entre los que destaca “El perfume de la dama de negro”.
Personajes igualmente populares fueron algunos antihéroes, los llamados genios del mal, que utilizaban su excepcional inteligencia con fines criminales. Uno de ellos, rival de Sherlock Holmes, fue Raffles, de Ernest William Hornung, cuñado de Conan Doyle. En efecto, Raffles, cínico príncipe de los ladrones, es la antítesis de Holmes. Ofrece la imagen de un modélico caballero inglés, pero lleva la vida de un elegante ladrón de guante blanco. En la misma línea tenemos que situar al personaje creado por Maurice Leblanc (1.864-1.941), Arséne Lupin, nacido cinco años después que Raffles y, como él, postrer vestigio de la tradición del delincuente-héroe. Es otro perfecto caballero aficionado al vino, los duelos y las mujeres. Concibe el robo como un arte y está dotado de un genio comparable al de Holmes, su rival literario; pero más bohemio y fantástico, desprecia el método y le gusta tanto el riesgo que tiene la osadía de hacer declaraciones a la prensa para confundir a sus adversarios sobre sus auténticas intenciones, y así poderlas llevar a cabo sin problemas. La serie de “Fantomas” fue publicada en forma de folletín y se debe a las plumas de P. Souvestre (1.874-1.914) y de M. Allan (1.885-1.969). Este siniestro bandido fue creado con la misión de asustar, por ello sus aventuras se alejan del enigma en beneficio del relato de persecuciones y suspense. Sus cualidades como deportista y adivino, su belleza, su capacidad de transformación y el uso de los inventos más recientes (coches, aviones, submarinos) contribuyeron a popularizarlo. Fantomas nos muestra el poder de la ciencia y la técnica en manos de un criminal. Fu-Manchú, sabio chino creado por el erudito Sax Rohmer (1.833-1.959), una al sadismo la ambición política: su sueño es restablecer el poderío de la antigua China. Igual que en la serie de Fantomas, el miedo, más que el enigma, constituye el plato fuerte de sus historias.
La novela criminal científica, que acabará por imponerse, representa la otra vertiente que parte de la obra de Conan Doyle. La contribución de Jacques Futrelle (1.875-1.912), resultó esencial para su desarrollo, ya que su personaje Augustus S.F.X. Van Dusen, apodado, no sin razón, “la máquina pensante, es un investigador pionero en la utilización de métodos científicos para la investigación del crimen, como el análisis de sangre o los procedimientos balísticos y las autopsias. Pero el paso decisivo hacia esta vertiente de la novela policial se produce en 1.907 con la aparición de más brillante investigador científico, el Doctor John Thorndyke, héroe creado por Richard Austin Freeman (1.862-1.943). Este autor fue uno de los grandes innovadores de la novela policial; utilizó de manera sistemática la criminología y desplazó el centro de interés del relato desde el delincuente al proceso investigador. Freeman utiliza la técnica de contar la historia a la inversa, comenzando la narración por el final. Esta técnica siempre sigue los mismos pasos:
1. El enunciado del problema. 2. La presentación de los datos esenciales para resolverlo. 3. El desarrollo de la investigación y la solución del caso, y 4. La discusión de los indicios y la demostración final. En los relatos de Freeman, dominados por el entramado lógico, lo importante es el enigma, y todo lo demás (personajes, ambientación, estilo etc..) es accesorio.
En abierta oposición a la concepción del relato de Freeman, surge la obra policíaca del polígrafo inglés Gilbert K. Chesterton (1.874-1.936), iniciada con la novela “El hombre que fue jueves” publicada en 1.908. La defensa del género policíaco y, por encima de todo, las cinco colecciones de cuentos del padre Brown, sacerdote católico, detective aficionado, bonachón y aparentemente descuidado, lo han consagrado como uno de los grandes maestros del género. Interesa destacar los ingredientes de humor con que sazona sus relatos, y el especial cuidado que pone en lo literario. Enemigo del cientifismo a ultranza de Conan Doyle o Freeman, Chesterton, más que la lógica, utiliza la intuición, la psicología y la ironía. El método del padre Brown se basa en el conocimiento que de la naturaleza humana le da el confesionario. Su estrategia consiste en adivinar las intenciones del delincuente, situándose psicológicamente en su lugar, pues el objetivo no consiste tanto en resolver un enigma para castigar al culpable como en conseguir su arrepentimiento, su redención, ya que lo considera un enfermo espiritual. De ahí que todos los relatos de este personaje tengan un fondo trascendente. Con la obra de Chesterton el género policial no sólo queda consolidado sino que adquiere, incluso, la carta de honorabilidad que lo catapultará hacia el prestigio del que hoy goza.
Para terminar el programa de hoy voy a leerles una reflexión de Salvador Vázquez de Parga, escritor y estudioso del género: “Desde sus orígenes, la novela criminal, como género narrativo, comprensivo de múltiples variedades, ha practicado la repetición constante de una serie de esquemas argumentales, pues ciertamente lo que constituye y consolida un género es la repetición. La problemática literaria del crimen, con sus secuelas de suspense, enigma o misterio, ha seguido desde el principio una trayectoria uniforme y repetitiva en su estructura, renovada continuamente por la diversidad de los materiales agrupados alrededor de ella. La novela criminal ha planteado sucesivamente, con relación al crimen, tres incógnitas: La primera ¿Quién lo hizo?, fue la base de la novela policíaca clásica; es el enigma mantenido a lo largo de toda la narración que desemboca en una solución mejor cuanto más inesperada. Posteriormente, una segunda pregunta vino a añadirse a la primera y junto a ¿quién lo hizo? Se trató de averiguar ¿cómo lo hizo?. Esta segunda incógnita se convirtió pronto en la clave del enigma: sólo sabiendo el cómo se podía llagar a descubrir el quién. Finalmente, en un tercer estadio histórico, apareció una nueva incógnita: ¿por qué lo hizo?, que es la que aún hoy día mantiene la vigencia de la novela criminal sin olvidar la atenuada persistencia de las otras dos. Despejar esta incógnita supone descubrir las motivaciones del crimen y abre al escritor un amplio haz de posibilidades que inciden en la psicología, en la crítica social y en el retrato costumbrista”.